La fiesta del dolor.

El rostro de Sergei mostraba cansancio. Habían sido demasiadas emociones para un solo día.

—Estoy triste, Carter —dijo muy afectado—. Tovarich Mijail me ha reprendido duramente por no hacer bien mi trabajo. No he conseguido alcanzar el objetivo planificado.

Carter estaba tumbado en un catre, atado de pies y manos a cada uno de los extremos. Su boca estaba amordazada y no podía hablar. Preso de la desesperación más absoluta, de vez en cuando soltaba algunos gemidos de impotencia.

—Pero eso no es lo peor. Lo peor es que has matado a mi brat. Has matado a Misha, Carter. Vas a tener que compensarme por lo que has hecho.

Carter conocía bien a Sergei y sabía que no había ninguna esperanza. Aun así, pugnaba con sus ataduras en un intento inutil por liberarse.

—He tenido un mal día y estoy deprimido —dijo el monstruo—. Tengo que buscar la forma de relajarme. Y tú sabes que yo solo conozco una forma de relajarme.

El psicópata sonrió, pero con algo de ansiedad, como una alimaña que llevase varios días sin devorar una presa.

—Hemos sido rivales durante un tiempo, Carter —continuó—. Nos hemos enfrentado alguna vez. Lo sabes. Esta ha sido la última.

El monstruo pensó que era el momento de empezar el ritual. Tomó algo parecido a una jeringuilla hipodérmica y empezó a inyectarle algo en el brazo.

—Mira —dijo—. Esta droga que te voy a inyectar te mantendrá despierto durante todo el proceso. No te desvanecerás. Incluso prolongará tu vida un poco más.

Seguidamente, Sergei le mostró a Carter un pequeño escalpelo y empezó a afilarlo lentamente contra una piedra lunar. Hacía un ruido muy agudo.

Ric ric ric ric.

Los ojos desorbitados de Carter se fijaban en el bisturí mientras pugnaba furioso por librarse de sus ataduras. Intentaba gritar y pedir auxilio, aunque sabía que era imposible estando firmemente amordazado.

Ric ric ric ric.

Sergei iniciaba ese ritual que tanto amaba. Lo primero, el primer paso, consistía en infundir miedo, un pánico profundo y primario que preparase a la víctima para el terrible sufrimiento posterior. Sergei sabía que el dolor físico de una persona aterrada podía hacerla alcanzar niveles de dramatismo asombrosos. Y entonces comenzaría su trabajo hasta alcanzar ese glorioso clímax durante el que sentía un inmenso poder, un dominio absoluto sobre otro ser humano. En ese momento mágico, el continuo sentimiento de inferioridad que siempre le acompañaba, desaparecía y se sentía libre; sería feliz.

—Carter, no hay que tener miedo a la muerte —sonrió—. Lo que hay que tener es miedo a morir como tú lo vas a hacer.

Ric ric ric ric.

Carter luchaba frenéticamente intentando librarse de sus ataduras.

—Es personal. Compréndelo, Carter. Tienes que pagar por la muerte de Misha.

Los ojos desorbitados de Carter le miraban intensamente. Había entrado en pánico. Sergei comprobó satisfecho que el terror más absoluto inundaba a su víctima.

—Dentro de unos minutos suplicarás que te mate rápidamente —sonrió—. Siempre ocurre, ¿sabes?

Sergei analizó concienzudamente el filo del cuchillito. Ya estaba muy afilado, pero podía seguir trabajándolo un poco más, hasta que quedara perfecto.

—Los de las congregaciones religiosas de Houston y Huntsville siempre habéis sido un incordio. ¿Crees realmente que éstos de la Luna os agradecerán de algún modo vuestros sacrificios? A ellos les importáis una mierda. Sois tan ilusos.

Ric ric ric ric.

—Eres un fracasado, Carter. No pudiste evitar la muerte de Íñigo D'Arcangelo, no pudiste evitar la muerte de Víctor Smith y tampoco podrás evitar la muerte de Jorge Gamboa.

El cuchillito estaba perfectamente afilado, se acercó a una de sus piernas y rasgó con soltura la pernera del pantalón para dejar al descubierto la piel. Comenzaba la fiesta del dolor...

—Pero no te preocupes —sonrió—. Si en vida has sido un fracaso, yo te compensaré en tu muerte. Te prometo que la convertiré en arte. Puro y simple arte.

Cuando Sergei inició las primeras incisiones, los alaridos fueron silenciados por la firme mordaza que ahogaba la voz de Carter.

—Alégrate. Te vas a convertir en uno de esos mártires de tu religión...

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