La Ciudad de la Luna
Después de tres días de angustioso viaje, por fin estaban en la Ciudad de la Luna. Llegaban cansados, somnolientos y con ganas de una buena ducha, pero allí estaban.
Todavía vestían sus monos espaciales cuando el electrobús que los trasladaba desde el puerto espacial los dejó en una de las calles de la ciudad. Acarreando su equipaje de mano fueron andando cansados, aunque con ilusión.
Y fue al doblar una esquina cuando entraron en la calle principal. La Avenida de Dioscórides era muy amplia, de unos cuarenta metros de ancho. La llamaban la Capilla Sixtina del sistema solar o el Bonampak de la Luna, y enseguida entendieron el porqué.
El techo abovedado estaba decorado con los holofrescos más extraordinarios que se puedan imaginar. Aunque numerosos artistas habían plasmado en aquel sitio sus obras de arte, el proyecto principal —llamado la Epopeya del Espacio—, recreaba la aventura del ser humano en el sistema solar y era idea original del famoso holomuralista Neorivera.
Observando el techo comprendieron que estaban al principio de la avenida, en la zona verde, con decoraciones florales y vegetales dedicadas a la Tierra. Mirando sobre sus espaldas vieron el inicio de la extensa avenida, que comenzaba tras las escaleras mecánicas que daban a "El Mirador", la única construcción de la ciudad que no era subterránea, esa claraboya que emergía sobre el regolito lunar donde los astrónomos (y los enamorados) acudían a contemplar la Tierra. Empezaron a caminar por el centro del bulevar, ya que dos kilómetros más adelante hacia el sur, la vía terminaba en la Plaza de las Estrellas, simbolizando quizás que la epopeya del ser humano en el sistema solar terminaba en la apertura a las estrellas. Allí, en aquella plaza, estaba el museo que buscaban.
El momento de fascinación de Gamboa y Sofía —que se habían cogido de la mano, estremecidos quizá ante tanta belleza—, fue interrumpido por los siempre inoportunos comentarios del teniente Castillo:
—Es lunes. El museo está cerrado. Vamos al hotel a descansar un poco.
A medida que caminaban, el verde de los holofrescos dedicados a la Tierra fue dando lugar a un azul marino que simbolizaba el espacio. El techo abovedado podría estar a veinte metros de altura, y allí podían ver representaciones de enormes naves iónicas y astronautas sobre un fondo de estrellas. Había también un tosco holofresco del módulo de servicio del Apolo XI, en el que Gamboa pudo apreciar numerosos errores. Enseguida, llegaron a una zona blanca del holograma, de un blanco intenso, salpicada aquí y allá de cráteres. En un lugar preferente aparecía el aterrizaje del módulo lunar del Apolo XI, reproducido con gran precisión a tamaño real. No en vano de éste sí se conservaban restos arqueológicos.
Siguieron caminando pacientemente, acarreando su equipaje de mano. No era fácil moverse en la gravedad lunar. Tenían que dar como saltitos, reproduciendo movimientos que parecían algo cómicos.
La gente de la Luna tenían mucho menos masa muscular en las piernas y su andar era más suave y pausado. Se diría que más elegante. Con su mono espacial y ese extraño caminar los residentes con los que se cruzaban los identificaban fácilmente como turistas, pero estaban tan acostumbrados a ellos que ni siquiera los veían.
Otra vez, mirando hacia arriba en la bóveda vieron un azul marino con un fondo de estrellas. En él se representaban los transportes pesados que lentamente llevaban grandes cargas junto con algún veloz transporte de personas.
Pasaban muchos electrobuses por la avenida. Si se preocupaban un poco podrían encontrar fácilmente alguno que los llevase al hotel; sin embargo, a pesar del cansancio, querían caminar por aquella avenida, sin duda, una de las grandes maravillas de nuestra civilización.
Había algunos árboles en la avenida, que Sofía identificó como plátanos y castaños de indias. Normalmente en la Tierra eran plantados para proporcionar una buena sombra que proteja de la luz del sol, pero esto era una bóveda subterránea en el polo sur de la Luna y parecía extraño.
La bóveda se llenó de representaciones de pequeños planetitas en la zona dedicada al cinturón de asteroides. De entre todos había uno más grande que los demás. Sin duda, era Ceres, que con su ciudad Bengaluru dominaba el tráfico comercial que viajaba hacia el sistema solar externo.
La Ciudad de la Luna estaba dispuesta siguiendo una planta de cruz, con un eje longitudinal norte-sur definido por la Avenida de Dioscórides que se cruzaba en la Plaza de Europa con otra calle principal, más pequeña, la llamada la calle del Quetzal.
Así que con pesar abandonaron la Avenida de Dioscórides para tomar la calle del Quetzal que los llevaría al Barrio de Metztli, donde estaba el hotel, no sin antes parar unos minutos para descansar y admirar la grandiosidad de la Plaza de Europa.
—Todavía se habla en Cartagena del proyecto Europa —comentó Gamboa, admirado—, cuando los países latinos quisieron llevar la civilización al sistema solar externo, estableciendo la primera base latina de Nueva Colombia en Europa, la luna de Júpiter.
—En aquella base, en Nueva Colombia, fue donde todo comenzó —dijo Sofía.
—Sí, allí fue —continuó Gamboa— donde Dioscórides le mostró a todos cómo se debían colonizar los mundos de hielo.
—Un nasiano —dijo Castillo.
—Sí, Dioscórides, era un nasiano —dijo Gamboa— y, como tal, murió en extrañas circunstancias.
La Plaza de Europa estaba dominada por un imponente busto de Dioscórides, sobre un pedestal ricamente adornado con lo que parecían relieves de animales marinos parecidos a los cefalópodos.
—Él supo entender que con pequeñas modificaciones de las especies marinas de la Tierra podían poblarse los mares internos de las lunas de hielo de Júpiter y Saturno.
—Se pudo colonizar Europa —dijo Sofía—, pero no lo hicieron los humanos. Fueron los pulpos. Esos invertebrados acuáticos supieron adaptarse a la vida en las fumarolas hidrotermales que abundan en el fondo de aquellos mares alienígenas.
—Una de las hazañas más impresionantes de la historia. Él creó un ecosistema de la nada.
—Quizás la pregunta —dijo Sofía— que hay que hacerse es cómo Dioscórides tuvo éxito en algo tan difícil. Esto es algo que hoy no es fácil de entender. Muchos genetistas lo llaman "el milagro de Europa".
Reanudaron la marcha por la calle del Quetzal. Era una calle distinta, menos impresionante que la Avenida de Dioscórides, pero con mucho encanto. A medida que se acercaban al tradicional Barrio de Metztli fueron apareciendo establecimientos, bares, holocines, restaurantes, zonas de conciertos en directo, y todo tipo de garitos interesantes.
La Ciudad de la Luna fue fundada en el siglo 2515 por los países latinos, sobre todo colombianos, venezolanos, panameños y cubanos. Sin embargo, allá por el siglo XXVII se produjo una masiva afluencia de mexicanos, que crearon este barrio lleno de tradiciones, con ese encanto tan propio.
—Durante toda la historia ha habido una rivalidad continua entre los partidarios de la exploración del espacio robotizada y los partidarios de los viajes tripulados.
—Comienza otra lección de historia del doctor Gamboa —dijo Sofía, con sorna.
—Durante el inicio de la Edad Robótica en el siglo XXIV indios y pakistaníes mostraron las posibilidades de los viajes de los robots en el espacio: sondas, rovers, dirigibles y todo tipo de vehículos robotizados pulularon por todas partes.
—Eran exploradores útiles —dijo Castillo—, pero no servían para colonizar.
—Posteriormente, en el siglo XXVI, el advenimiento de la Edad Biotecnológica abre nuevas posibilidades con el descubrimiento de los antitumorales. Los humanos ya no morían de cáncer al realizar viajes prolongados por los confines del sistema solar.
—Pero los humanos tampoco servían para colonizar. Estaban demasiado adaptados a la Tierra.
—Eso es. Fue Dioscórides el que mostró que ciertas especies marinas podían adaptarse fácilmente a los mares internos de las lunas de hielo del sistema solar. Ahora hay millones de esos seres, algunos están dotados de inteligencia.
Había muchísimos restaurantes con comida mexicana. Castillo llevaba muchos días sin comer decentemente y no podía evitar sentir que se moría de hambre. Pensó que primero tenían que llegar al hotel. No quedaba mucho. Estaban llegando.
—Gamboa, todo esto está muy bien, pero hay algo que no termino de entender.
—Dígame —dijo Gamboa, que se sentía un poco cansado de las continuas preguntas del teniente de policía.
—Hemos visto las holografías de la Avenida de Dioscórides reflejando la epopeya de nuestra civilización en el espacio, desde la Tierra hasta Europa, la luna de Júpiter, pasando por la Luna, los asteroides, Ceres y todo eso.
—Sí, ¿cuál es la pregunta?
—Marte no aparece, ¿dónde está Marte?
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