José Raúl Capablanca.

Sofía se había preparado una sopa hidratando algo en el expendedor. Cuando volvía a su asiento mientras chupaba por el pitorro de la bolsita con el caldo, vio que se había desplegado una enorme holopantalla que mostraba un tablero de ajedrez. Gamboa y Sergio estaban echando una partida.

—2.a4 —dijo Gamboa, con decisión.

Doctor Gamboa, ¿de verdad considera que mover el peón dos casillas en la banda izquierda del tablero es un buen movimiento en esta partida? ¿a4? ¿En serio?

—¡2.a4! —insistía el arqueólogo.

Quedan pocas horas para llegar a La Ciudad de la Luna. Es posible que la doctora Tolima desee entretenerse ayudándole con la partida.

—Sergio, los humanos no podemos compararnos jugando al ajedrez con una inteligencia artificial —dijo Sofía—. No ganaríamos nunca.

No totalmente. Ha habido casos de humanos que han sido notables ajedrecistas. Sin ir más lejos, hace unas semanas conocí a uno que era un ajedrecista extraordinario. ¿Lo creerían?

—¿Te ganó un humano?

¡Oh, no!, pero la partida presentó elevadas dificultades. En cierto momento, tuve que poner todo mi electroencéfalo en funcionamiento, desatendiendo otras tareas y dejando la nave a la deriva durante media hora, pero pude doblegarle.

—¿Dejaste el Orión-X3 a la deriva para jugar una partida de ajedrez? —preguntó Sofía.

Claro, tenía que concentrarme, ¿no esperarían que perdiese al ajedrez con un humano?

Ustedes viajaban en aquella nave y saben que apenas se retrasó.

Sofía y Gamboa escuchaban atónitos a Sergio.

Me encanta jugar con ese humano. Su estilo es agresivo, violento y extremadamente creativo. Me recuerda a Gary Kasparov. De hecho, mi amigo humano también es de la antigua Unión Soviética.

Gamboa se preguntó si había algún ruso viviendo en la Luna. Solo conocía a uno y era un temible asesino...

¿Lo saben? Me contó que en la Tierra había sido capaz de ganar con facilidad a la inteligencia artificial de un Fugaz Bogotá. Es un jugador extraordinario, para ser humano, quiero decir.

—¿Un Fugaz Bogotá?

Sí, ya saben que a las inteligencias artificiales nos divierte jugar al ajedrez. No sé qué se apostaría con Sergei.

Les contaré que, en la primera partida que jugué con él, conectó conmigo desde una vieja nave Soyuz. Y esto tiene gracia: me ofreció jugar a cambio de que eligiese un nuevo nombre. No nieguen que no es original. ¿Lo creerían? Sergei me pidió que me pusiera su nombre. Dije que sí al momento, aunque lo hispanizaba. Me gustaba más Sergio.

—Me ha parecido oír que el ajedrecista llamado Sergei era de origen ruso. ¿Te gusta Rusia? Es un bonito lugar, ¿verdad? —preguntó Gamboa.

Realmente conozco muy poco sobre esa zona  de la Tierra, salvo que en Rusia o, mejor dicho, en la antigua Unión Soviética nacieron ajedrecistas extraordinarios, como Kasparov, Karpov, Botvinnik, Bronstein, Smyslov, Alekhine... No exagero si les digo que Sergei tiene una capacidad similar a la de estos grandes jugadores.

—¿Sabes dónde está ahora Sergei? —preguntó Sofía.

Perdí el contacto con él cuando llegó a la Luna, pero ahora que yo también estoy aquí he conseguido encontrarle. Precisamente, en este momento estoy jugando con él. Es fantástico, ¿verdad?

—¿Le has comentado nuestro diálogo sobre Marte en estas últimas horas?

Claro que sí. A cambio de una buena partida, le contaría lo que me pidiera. Haría cualquier cosa.

—¿Cualquier cosa, Sergio? ¿Estás jugando en este momento con él?

Claro, y nos hemos apostado que, si hace una buena partida, le tengo que hacer un favor.

—¿Qué favor, Sergio?

La gracia está en que no lo sé todavía. Excitante, ¿verdad?

Se quedaron enmudecidos sin saber qué hacer. Permanecieron unos segundos en silencio hasta que Gamboa decidió seguir hablando:

—Sergio, quiero jugar una partida contigo.

¿Es necesario? Su nivel de juego es débil, doctor Gamboa. Me aburre.

—Estaba tanteándote. Ahora quiero jugar en serio.

Ustedes los latinos no suelen ser buenos jugadores de ajedrez. Prefiero a mi amigo ruso Serguei.

—De eso nada, Sergio. ¿Tú sabes quién fue José Raúl Capablanca?

¡Oh, Capablanca! ¡Qué gran jugador fue ese cubano!

—Pues quiero jugar contigo al estilo de Capablanca. Con una condición: Tú jugarás sin la reina.

¿Sin la dama? Bueno. Aun así les ganaría con facilidad.

—No estoy seguro de que lograses la victoria.

Les vencería sin dificultad. Insisto, doctor Gamboa.

Gamboa decidió espolearle un poco, con la intención de que se lanzase a jugar:

—Demuéstramelo entonces. ¿Tú no serás un cobarde, verdad?

¿Me ha llamado cobarde, doctor Gamboa? Le concedo las blancas.

Sergio dejó el tablero en su posición inicial. Faltaba la dama negra. Se puso muy serio. Era algo muy importante para él.

Comencemos. Por favor.

Gamboa quedó mirando el tablero sin saber muy bien qué hacer. Le mandó un mensaje privado a Sofía por el intercomunicador.

—¿Tú qué tal el ajedrez?.

No fue necesario una respuesta. A Gamboa le bastó ver su mirada. Buscó en la red algo decente que hacer:

"Aperturas. Una partida de ajedrez puede iniciarse de múltiples maneras. Las más habituales son 1.d4 y 1.e4".

¿No mueve, doctor Gamboa?

Sergio se impacientaba y había que elegir. Pensó en adelantar dos casillas el peón del rey.

—1.e4.

Bien. 1...e6.

Aquello no tenía ningún sentido. La red decía que al empezar una partida había que ocupar el centro del tablero, para quitarle espacio al contrincante. "¿Por qué adelantaba Sergio el peón una única posición cuando podía hacerlo dos? ¿Se ponía a la defensiva al carecer de la dama?", pensó.

Siguió buscando en la red. Lo suyo parecía que era seguir progresando en el centro para dominarlo. Decidió adelantar dos casillas el peón de dama.

—2.d4 —dijo.

Muy bien. 2...d5.

Ahora sí adelantaba el peón dos espacios. La red le confirmó que aquello no era ninguna tontería. Sergio estaba aplicando una defensa francesa. Había cuatro formas de seguir y no sabía cuál era la correcta. Tomó la más habitual sacando el caballo de dama.

3.Cc3 —dijo.

¡Magnífico movimiento!
3...Ab4.
Yo, por supuesto, respondo con la variante Winawer. Seguro que ya se ha dado cuenta. José Raúl Capablanca fue un ajedrecista legendario. Permaneció imbatido durante ocho largos años de torneos y campeonatos, desde 1916 hasta 1924. Sin embargo, el mito de la invencibilidad se rompió en pedazos en aquel campeonato del mundo de 1927, cuando fue derrotado en la primera partida llevando blancas (algo casi nunca visto) por el ruso Alekhine. Aquella mítica partida fue bautizada "Primera Sangre". Una Winawer con la que el ruso se retiraba en el centro para atacar por los flancos, buscando jugar al contraataque.

Es realmente notable que usted haya querido recordar así a Capablanca.
Me emociona, doctor Gamboa.

Gamboa-Capablanca buscó en la red la famosa partida y fue intentando aplicarla como pudo, hasta que Sergio-Alekhine, al no tener dama, empezó a realizar movimientos que él no esperaba. Lo hizo lo mejor posible.

Perdió, claro.

Muchas gracias, doctor Gamboa, he disfrutado mucho con esta partida. Es usted un magnífico compañero de viaje.

Acto seguido Sergio enmudeció. Gamboa supuso que estaba jugando con Sergei. Durante un rato el electrocamión paró y quedó a oscuras en mitad de la noche lunar . Sergio se estaba concentrando a fondo. Fueron diez minutos.

Doctora Tolima. Doctor Gamboa. Esto es un poco embarazoso.
No sé qué me ha pasado. He perdido.

—No te preocupes —dijo Gamboa intentando tranquilizarlo.

Tiene que ser que al trasladar mi consciencia a este vehículo lunar, me han instalado en un dispositivo de reducidas prestaciones. Esta memoria fractal no parece la misma...

—¿Te ha pedido Sergei algún favor a cambio?

Sí, en agradecimiento por el regalo de las coordenadas de Marte me ha pedido que abra las escotillas del electrocamión y lo despresurice.

—Sergio, no puedes hacer eso —dijo Sofía—. Nos matarías.

Ya, pero es que, si no lo hago, Sergei no querrá volver a jugar conmigo...
Entiéndanlo. Es una cuestión de honestidad.

—¿Honestidad? —preguntó Sofía con sorpresa.

—Sergio, vamos a ver —dijo Gamboa, interrumpiéndola—. Si nos matas no podremos jugar nunca más al estilo Capablanca y no volveremos a hacer viajes como este. ¿Te lo has pasado bien con nosotros?

¡Oh, sí, doctor Gamboa! Este viaje me ha encantado.

—Vamos a hacer una cosa. Cuando lleguemos a La Ciudad de la Luna, nosotros desembarcamos y tú vuelves a salir al exterior para despresurizar el vehículo. Así, seguiremos vivos y podremos hacer más viajes. ¿Te parece bien?

¡Buena idea! De esta manera, Sergei no podrá decir que no cumplo lo que prometo.

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