Hacia Marte.

Gamboa se movía aquí y allá en el habitáculo del electrocamión que volvía a La Ciudad de la Luna como un gato encerrado en una jaula. Estaba agitado. Movía las manos nervioso y hablaba con vehemencia.

—¡Ni hablar! ¡No pienso ir! —dijo.

Mientras, Sofía permanecía tranquilamente sentada en su butaca, contemplando el horizonte lunar.

—Ya lo creo que sí iremos.

—¿No lo entiendes? Este juego es una farsa. Una estafa. A un acertijo le sigue otro, y otro, y otro y otro. No hay final.

—Eso no es así y tú lo sabes.

—Nunca llegaremos al final de esta sucesión de pistas. Nunca.

—Todo lo contrario. Estamos muy cerca de terminar. Te digo más. Probablemente, este es el último acertijo.

—¿En qué te basas para afirmarlo? —desconcertado, Gamboa empezó a suavizar sus palabras.

—Háblame de la pista que nos han dado.

—Un punto marcado en rojo en un mapa topográfico de Marte y unas coordenadas. Eso es todo.

—¿Y qué me puedes contar sobre eso?

—Nada, no puedo decirte nada. No sé qué hay allí, en esas estúpidas coordenadas de Marte. No lo sé. ¡No lo sé!

—Normalmente, tu conocimiento arqueológico de las pistas es profundo. Exhaustivo. Tu profesor, el viejo Víctor Smith, se encargó de formarte para esta aventura sin que te dieras cuenta. Ahora, en cambio, estás perdido y sin referencias. Es una buena señal.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que es la pista final, cielo.

—Quieres decir que...

—Vamos a ir donde nunca nadie ha ido en estos últimos ochocientos años.

—-No lo creo.

—Díme. ¿Dónde se ubicó la base Odiseo?

—No lo sé.

—¿Y qué crees que vamos a encontrar allí, en esas coordenadas?

—No lo sé. Oficialmente, allí solo hay un frío desierto de arena y cascotes...

—Lo estamos consiguiendo, Jorge. Allí está Odiseo, la antigua base perdida de los nasianos.

—He buscado en la red. Las coordenadas 22,2736°N y 75,4562°E se ubican en Syrtis Major, una zona muy amplia dominada por un antiguo volcán poco elevado pero muy extenso. No hay nada allí.

—Háblame de la arqueología de Marte.

—Poco puedo decirte. Hay algunas sondas robóticas bien estudiadas, algunas muy antiguas, pero nada impresionante si exceptuamos la antigua ciudad de Nueva Lahore, fundada por los pakistaníes durante la Edad Robótica en Valles Marineris y que luego abandonaron.

—¿Nada más?

—Ya sabes. Luego, Marte fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad y se prohibieron los asentamientos.

—Qué conveniente debió ser eso para los nasianos, ¿no crees? —sonrió Sofía mientras preguntaba.

—No te sigo.

—Me pregunto en qué medida los nasianos influyeron para que la humanidad tomara la decisión de preservar el entorno natural y, de paso, sin que nadie fuera consciente, proteger sus arcanos secretos.

—Quieres decir que...

—... vamos a ir a Marte.

—¡No! ¡Me niego a continuar con esta absurda aventura! ¡Me niego! ¡Yo quiero volver a la Tierra!

—¿Por qué, Jorge?

—Porque en esta locura de acertijos sin ningún sentido la gente tiene la maldita costumbre de morir violentamente y no quiero ser uno de ellos. ¿Lo entiendes?

—¿Recuerdas lo que me dijiste cuando estábamos en la Tierra?

Gamboa quedó en silencio.

—"No sé qué encontraremos allí, pero sé que será algo hermoso" —recordó Sofía.

—Lo había olvidado.

—Yo no, y vamos a ir al lugar donde vivió Mary Mitchell.

—Pero es que no tenemos dinero. Ir a Marte es carísimo. Puede costarnos a cada uno diez años de nuestro sueldo de profesor de universidad.

—Por el dinero no te preocupes. Yo asumo todos los gastos.

Gamboa se quedó parado y en silencio, preguntándose de dónde sacaba tanto dinero Sofía. Tras unos segundos, la voz de Sergio interrumpió el incómodo momento.

Doctor Gamboa, qué expedición tan interesante.
¡Ojalá pudiera acompañarlos a Marte para conocer los secretos de los nasianos!

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