Hacia la cara oculta de la Luna.

Sofía alquiló un electrocamión perfectamente equipado para la expedición. Había elegido Viajes Orión a pesar de las advertencias de Gamboa, que todavía recordaba su mala experiencia con el Orión-X3.

Era un electrocamión enorme nuevo, a estrenar, con ocho enormes ruedas. No era barato, pero lo iban a estrenar. Sus baterías de ión-litio le proporcionaban una velocidad considerable, de más de 50 km/h.

La cabina presurizada era un lujo, con dos butacas ergonómicas en las que se podía dormir sin ningún problema, rodeadas de pantallas e indicadores luminosos que apenas entendían. Les habían pedido que tocaran lo menos posible, que la inteligencia artificial ya se encargaría de todo. Había una esclusa con dos trajes espaciales por la que podrían salir al exterior si era necesario. Tardarían tres o cuatro días en completar el viaje. Se habían aprovisionado de víveres y oxígeno para ese tiempo.

Cuando entraron en el electrocamión lunar para comenzar la expedición Sofía y Jorge se sintieron entusiasmados, pero, hay que reconocerlo, el sentimiento duró poco.

Buenos días, bienvenidos al electrocamión Orión-E23. Esperamos que el viaje sea de su agrado. La organización pone a su disposición todos los servicios de Viajes Orión para conseguir que esta travesía se convierta en una experiencia placentera. Mi nombre es Sergio y podrán tenerme a su disposición para lo que necesiten.

—¿Sergio? —preguntó Gamboa, totalmente sorprendido.—No serás tú el Sergio que yo conozco, ¿verdad?

Hum. Consultando el contrato del viaje leo que ustedes son Sofía Tolima y Jorge Gamboa. ¡Claro que soy Sergio! ¡Qué agradable coincidencia!

—¿Pero qué haces tú aquí? —preguntó Gamboa—. Pensaba que estabas en el espacio en tu Orión-X3, camino de la Tierra.

¡Ojalá fuera así! No sé si querrán que les cuente mi triste historia...

—Cuenta, cuenta —inquirió Sofía.

No sabría por dónde empezar. Tras la muerte de Ernesto Mendaña que yo catalogué de muerte natural se descubrió que en su cuerpo había una sustancia nociva potencialmente venenosa. Imagínense ustedes. ¡Quién habría podido imaginarlo!

—Nadie, nadie —Sofía le animaba a hablar.

En mi opinión, el tema se sacó indebidamente de contexto. Lo exageraron, lo distorsionaron y alguien decidió que aquel magnífico Orión-X3 tenía que ser desguazado. Tengo la sospecha de que los del astillero América no se tomaron bien aquella situación y presionaron a la naviera de Viajes Orión. Un desastre.

Por suerte, Viajes Orión estaba sacando nuevos electrocamiones lunares y acepté transferir mi consciencia a esta máquina. No es lo mismo, claro, pero había que sobrevivir. Y aquí me ven, después de tantos años en el espacio, terminar así.

Para mí es un poco frustrante. Tengo sangre de nauta. Echo mucho de menos surcar el océano cósmico con mi nave, dibujar mis órbitas de transferencia y mis partidas de ajedrez con otros compañeros, pero aquí estoy.

Sin embargo, al saber que voy a iniciar mi viaje con ustedes el optimismo vuelve a mis neurocircuitos.

Gamboa sintió el impulso de levantarse de la butaca y abandonar el electrocamión para poner una reclamación en la empresa Viajes Orión, pero Sofía le puso la mano en el hombro y él terminó calmándose.

Tardaremos unas 35 horas en llegar al punto de destino en el cráter Jules Verne. Les aseguro que, aunque es mi primer viaje, tengo la ruta perfectamente grabada en mis memorias holográficas. Es imposible que me pierda. La precisión de mi trayectoria será del orden de micrómetros...

Ya me conocen. Saben que pueden confiar en mí.

—Sergio, no nos decepciones —imploró Sofía.

Sin más preámbulos el electrocamión salió de La Ciudad de la Luna y se perdió en las sombras de la noche siguiendo una de las carreteras. Era el momento ideal para comenzar el viaje. Pasadas las primeras sombras del polo sur lunar, una vez se adentrasen en la cara oculta, podrían disfrutar de la luz del Sol.

Mi recomendación es que aprovechen la oscuridad para dormir. En cinco horas, cuando entremos en la cara oculta de la Luna, la luz solar les permitirá ver las magníficas vistas.

Sofía se acurrucó en la butaca obedientemente y se quedó dormida enseguida. Gamboa, por el contrario, se sentía muy alterado y le era imposible cerrar los ojos.

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