El transbordador lunar Orión-X3.
Al entrar en la nave Orión-X3 pudieron comprobar que su cabina de pasajeros tenía las paredes pintadas en diversas tonalidades de color verde, simulando la presencia de hojas y vegetación. Decían que esta decoración era ideal para evitar la ansiedad que invadía a muchos turistas que viajaban por primera vez en el espacio. Algunos viajeros inexpertos se agobiaban si permanecían dentro de espacios cerrados durante demasiado tiempo. Era un tema importante. Se habían conocido casos de personas que, llevados por esta extraña ansiedad derivada de estar en un lugar cerrado durante días, habían intentado suicidarse.
La sala tenía forma de cilindro, de seis metros de alto por seis metros de diámetro, cuyas paredes estaban divididas en una cuadrícula de veinte cuadrados —dispuesta en dos filas de diez—, una para cada pasajero.
Al entrar, Sofía se acercó discretamente a Ernesto para preguntar algo. Enseguida salió rauda hacia el fondo del cilindro, buscando una zona cubierta de las miradas indiscretas por una pequeña cortina. En seguida, muchos otros pasajeros se acercaron a los dos aseos e hicieron cola pacientemente, esperando su turno.
—¿Cuál es su asiento? —preguntó Ernesto.
—A-7 —respondió Jorge, que se iba recuperando de su malestar gracias a lo que Sofía le había recetado.
Al llegar a la zona de la cuadrícula con el A-7 pintado, Ernesto le explicó que aquello era —cómo decirlo— su "asiento" en el viaje. Allí estaba todo lo que básicamente necesitaría durante tres días de travesía a la Luna, aunque la verdad es que no había un asiento como tal. Era más bien un pequeño cinturón que le permitía amarrarse a la pared para no vagar flotando por la sala cuando se quedase dormido. Había otros objetos en su cuadrado, como expendedores de agua, de comida deshidratada y todo tipo de pastillas, también un sistema para almacenar residuos, una mascarilla de oxígeno por si era necesario y, lo más importante, bolsitas por si su estómago volvía a jugarle una mala pasada.
Al tiempo empezó a sentir algo de gravedad. Una gravedad muy suave, casi imperceptible.
—Los motores empiezan a funcionar —le dijo Ernesto—. Voy a ver qué tal está la nave. Acompáñame.
Se dirigieron al fondo del cilindro. La zona tenía forma de círculo. A los dos extremos estaban los dos aseos, pero Ernesto le hacía indicaciones para que se fijase en el centro del círculo. Allí, en la pared, había numerosos paneles, indicadores digitales luminosos, aberturas y cosas por el estilo. Era la consola de control del Orión-X3.
—Normalmente estas naves viajan automáticamente porque están totalmente robotizadas. No obstante, de vez en cuando se permite que un técnico las supervise. ¿Cómo crees que me fue tan fácil embarcarme en esta cafetera? —dijo sonriendo.
Ernesto empezó a hablar por el intercomunicador con la nave para comunicarse privadamente, aunque permitiéndole a Jorge acceso a la conversación.
—Hola, Orión-X3, ejecuta diagnósticos. ¿Cuál es la situación de la nave?
La respuesta llegó enseguida.
Buenos días, ingeniero Mendaña, mi nombre es Sergio y soy la inteligencia artificial de esta nave interlunar Orión-X3. Espero que la estancia esté siendo de su agrado. La nave ha empezado a acelerar a una centésima de g y permanecerá aumentando la velocidad durante once horas describiendo una órbita en espiral. Después, parará los motores y quedará en trayectoria balística siguiendo una órbita de Hohmann...
—Eso ya me lo sé, Sergio. Quiero la situación de la nave —insistió, algo molesto.
Es para mí un placer comunicarle que no hay ninguna incidencia relevante...
—Sergio, no me cuentes cuentos —dijo Ernesto, que comenzaba a enfadarse—. No me creo que este viejo cacharro no tenga los paneles solares recalentados. Los radiadores tienen que estar muy viejos ya.
Sí, pero eso es una incidencia leve, sin mayor importancia, ingeniero Mendaña. Los motores están al 85% de la potencia nominal y puedo estimar que solo se retrasará nuestra llegada en cinco horas.
—¿Cinco horas de retraso? Cuando volvamos a la órbita baja me encargaré personalmente de que te desguacen en el astillero, maldita chatarra. Yo a ti te desguazo.
Ingeniero Mendaña, que mi inteligencia sea artificial no quiere decir que yo no tenga emociones. Está usted hiriendo mis sentimientos...
—Muy bien, Sergio, pero no intentes engañarme otra vez.
El viejo ingeniero naval Ernesto Mendaña sabía bien cómo tratar a esas inteligencias artificiales. Había que poner las cosas en su sitio desde el principio. Si no, se volvían desobedientes y rebeldes y tendían a holgazanear.
—Neuroelectrónica, comunicaciones, navegación.
Sin incidencias.
—Díme, cómo está el soporte vital y los recicladores de residuos.
Perfectamente, ingeniero Mendaña. Ni siquiera hay incidencias leves.
Ernesto puso la mano encima de una zona de la pared en la que había un letrero bien grande que decía "NO TOCAR".
—Vale, bien —dijo, mirando desapasionadamente algunos indicadores.
Entonces, se volvió hacia Jorge para hablar sin intercomunicador.
—El soporte vital es un subsistema muy complejo que controla la presión, temperatura y humedad del ambiente. Además, hace circular el aire filtrando las impurezas y los residuos, y cuida su calidad. Incorpora un potente congelador que elimina los gases residuales congelando el aire a temperaturas bajísimas. Simplificando, se congela el vapor de agua, el peligroso dióxido de carbono y todo eso. Luego, el aire limpio se vuelve a calentar, se repone el oxígeno consumido por los pasajeros y se incorpora a la sala. Nada menos. Pon la mano donde yo la he puesto.
Le obedecí a pesar de la prohibición del cartel. Estaba más fría que el resto de la superficie. Supuse que esa zona estaba cerca del congelador. Ernesto volvió con Sergio.
—Sistemas de emergencia. ¿Cómo están los detectores de humos?
Perfectamente, sin ninguna incidencia.
—Vale —y se volvió hacia Jorge para seguir hablando—. Un incendio es una de las peores cosas que pueden ocurrir en una nave como esta. El humo nos sofocaría a todos en un instante.
—¿Qué pasaría si se declarase un incendio en la nave? —preguntó Jorge.
—Es algo muy peligroso. Habría que tomar medidas drásticas.
—¿Cómo de drásticas?
—El protocolo es interrupción de sistemas eléctricos no vitales, reducción del nivel de oxígeno en sala, etc. Ya sabes. Mejor que no se fume un habano ninguno de esos turistas novatos —dijo, sonriendo.
Todas las naves del sistema solar se regían por el horario de "La Torre", es decir, el de Quito UTC (Tiempo Universal Coordinado) y ya era tarde. Gamboa se sentía mejor del estómago y se dio cuenta súbitamente de que apenas había comido con la emoción del viaje.
—Me muero de hambre. Voy a tomar algo a mi "asiento".
—Vale, yo sigo supervisando algunas cosillas, que no me fío.
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