El proyecto Selene.

Las horas pasaban y el electrocamión seguía avanzando lentamente. Superando el cráter Amundsen habían visto desaparecer la Tierra a sus espaldas. A los pocos minutos, cuando coronaron un pequeño montículo comenzaron a ver los primeros rayos del Sol en el horizonte.

Bienvenidos a la cara oculta de la Luna.

—Nunca pensé que un amanecer en la Luna podría ser tan hermoso —dijo Sofía.

—Esto no será peligroso, ¿verdad? —preguntó Jorge—. Aquí no hay ninguna atmósfera que nos proteja de la radiación solar.

En absoluto. Los cristales de las ventanas no permiten pasar los rayos UV, que son nocivos para ustedes. En cuanto a los rayos cósmicos, la protección no es perfecta pero tampoco es mala. Sepan que toda la nave está apantallada contra los fenómenos eléctricos.

Siguieron su camino hasta llegar a los bordes aterrazados de un inmenso cráter, de más de trescientos kilómetros de diámetro.

Llegamos al cráter Schrödinger. Es muy antiguo. Sepan que dentro de él se encuenta ubicado uno de los pocos volcanes activos que se conocen en la Luna.

—También sería mala suerte —indicó Sofía— que iniciase la erupción justamente ahora...

Para su tranquilidad, les diré que no entraremos, sino que lo rodearemos por su vertiente norte.

—¿La base de la Luna fundada por los nasianos se llamaba Selene?

—Sí, ya te hablé de su necrópolis. Es hacia donde nos dirigimos.

—Los cohetes Starship de Elon Musk facilitaron el acceso al espacio. Empezó a ser barato poner grandes cargas en órbita. Los estados ya no tenían que destinar grandes fortunas a fomentar la investigación espacial.

—Debió ser una revolución —afirmó Sofía.

—Así es. Hubo una especie de euforia por la Luna. Se enviaron los módulos para construir una enorme estación espacial: los hábitats, plantas generadoras de energía solar, acumuladores de litio para guardar esa energía durante los catorce días de la noche, plantaciones agrícolas, satélites repetidores que permitían comunicarse con la Tierra desde la cara oculta, recicladores de oxígeno, instrumental científico, vehículos todoterreno...

—Fue una base muy grande.

—Se mantuvo activa durante muchas décadas. El historiador Pérez Albornoz estimó que llegó a acoger a más de cien personas en su momento álgido. Fue grande para ellos, comprende que estamos hablando de la Edad Arcaica.

Apasionante, Doctor Gamboa. Tengo que reconocer que estoy disfrutando mucho en este viaje. Gracias a usted la conversación siempre es interesante.

Imagino el inmenso orgullo que debió experimentar la inteligencia artificial de aquella base.

—No había inteligencias artificiales entonces, Sergio. Lo siento.

—¿Por qué se asentaron en la cara oculta? —preguntó Sofía—. ¿No sería más fácil hacerlo en la cara visible?

—Hubiera sido más fácil, pero mucho menos interesante.

—¿Por qué? ¿Qué hay en la cara oculta que la hace tan atractiva?

—La Estación Espacial Internacional fue una base en órbita baja creada para experimentar con la microgravedad y la permanencia prolongada del ser humano en el espacio...

—Ya, pero yo me refiero a Selene, la base de la Luna. ¿Qué hay allí que la hacía tan interesante?

—A eso voy. Las bases no se construían por el gusto de hacerlo. Al igual que en la Estación Espacial Internacional, se buscó obtener la máxima rentabilidad científica. Selene, la base lunar, también fue fundada con la pretensión de experimentar.

—Qué había allí, entonces.

—No es lo que había. Es lo que no había. Durante los catorce días de la noche lunar, la cara oculta está aislada de la luz del Sol y de la luz de la Tierra. La oscuridad es total. No hay luz ni interferencias electromagnéticas. Tampoco hay atmósfera. Solo se perciben la luz de los planetas y las estrellas con una nitidez fuera de lo común.

—Eran astrónomos.

—Querían observar planetas en otras estrellas distintas del Sol.

—Buscaban...

—Sí, buscaban descubrir la Vida en otras estrellas.

—¿Tuvieron éxito?

—No lo sé. Supongo que, al igual que nosotros, fracasaron.

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