El primer hombre (La vida de Neil A. Armstrong), de James R. Hansen
Los pobres norteños se asustaron mucho cuando el volador quedó estático, a menos de medio metro de altura sobre la zona de la plataforma catorce. Jorge y Sofía aprovecharon su desconcierto para correr hacia él. Antes de subirse se quitaron los trajes NBQ, que estaban totalmente contaminados por la radiación. Esto implicaba que durante unos segundos quedarían expuestos al nocivo ambiente.
Mientras Bogotá ascendía, la doctora Tolima revisó sus cuerpos con un contador Geiger.
—La exposición ha sido reducida —dijo, mirando a Gamboa—. Tú eres el que más carga radiactiva ha recibido, pero no es nada que no pueda solucionarse con unos cuantos antitumorales.
—Bogotá, rumbo Cartagena. Velocidad de crucero —dijo Castillo alzando la voz..
Bogotá alcanzó cierta altura y puso las turbinas eléctricas horizontalmente para empezar a ganar más altura y velocidad.
Rumbo Cartagena. Velocidad de crucero.
—¿Qué han descubierto?
Tras escuchar la historia el teniente Castillo pareció decepcionado.
—Esto no parece tener ningún sentido.
—No le entiendo. Hemos conseguido encontrar la unidad de memoria, y no era nada fácil.
—Sí, pero, ¿por qué no han aparecido los asesinos? Siempre aparecen. ¿Por qué esta vez no?
—Es difícil saberlo.
—Por un momento pensé que eran los dos jóvenes norteños que se les acercaron... Estuve a punto de dispararles.
—No, teniente. No eran ellos. Esos eran gentes de alguna tribu del lugar.
—Este es el caso más complejo al que me he enfrentado en toda mi carrera policial. Vamos a ver. Recapitulemos. Tenemos a un grupo de asesinos de procedencia probablemente extranjera, posiblemente vinculados a redes de espionaje. Son extremadamente violentos, y no dudan en nada para conseguir unos libros muy antiguos, cuyo valor debe ser muy elevado, y que son los que ustedes están consiguiendo rescatar.
—Correcto, teniente.
—El primer asesinato, que sepamos, lo cometieron en la universidad de Cartagena, en el claustro de la Merced, donde mataron con una violencia inusitada al profesor Víctor Smith. Tras no encontrar lo que buscaban, volvieron al lugar del crimen y asesinaron a mi compañero y amigo, el agente Julio Olavide. Al parecer, no encontraron el libro que usted protegió, ése llamado COSMOS.
—Así es.
—Después, aparecen en el Museo Arqueológico de Arecibo. Ya he recibido el informe. Me han comunicado que, al margen de los numerosos heridos, entre los que me incluyo, solo ha habido que lamentar el asesinato del vigilante de sala Fabián Contreras. Una suerte, a la vista de la violencia con la que actúan ese par de psicópatas. Tampoco consiguen su objetivo porque usted, con sus deducciones, se les vuelve a adelantar al quitarles el libro The Right Stuff.
—Perfecto, teniente.
—De perfecto, nada. Nada de nada. Es posible que no haya sido el primer crimen que hayan cometido. Hace dos meses apareció brutalmente asesinado, en su despacho en La Ciudad de la Luna, Íñigo D'Arcangelo, el prestigioso ingeniero que diseñó las primeras naves interestelares. Un crimen hasta ahora no resuelto, pero que puede estar relacionado.
—Es verdad, teniente.
—¿Cómo sabían los asesinos cómo y dónde debían actuar? Es difícil saberlo pero tanto Víctor Smith como Íñigo D'Arcangelo mostraban signos de haber sido brutalmente torturados. Sin duda, con la intención de obtener información. Quizás ellos han sido sus fuentes, o hay otras que desconocemos.
Castillo miró fijamente a Gamboa.
—Sin embargo, quedan temas que no entendemos. ¿Por qué no han aparecido en Cabo Cañaveral? Y, sobre todo, ¿qué diablos tiene que ver D'Arcangelo en toda esta historia?.
—Lo ignoro, teniente.
—Necesito saber ya, dónde está escondido el siguiente libro, y, créame, cuando aparezcan esos asesinos, estaremos preparados para cazarlos. ¿Cómo se llama el nuevo libro antiguo?
—First Man, que quiere decir El primer hombre.
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