El Ocaso
El profesor Jorge Gamboa, que llevaba únicamente puestas unas bermudas, se cubrió con una camisa blanca y, mirando su rostro en un espejo para recogerse el pelo largo en una improvisada coleta, vio que reflejaba el paso de los años. No llegaba a los cuarenta, pero con esa perilla en la que ya asomaban las canas parecía mayor. Sin embargo, por dentro él se sentía joven y activo, siempre con ganas de emprender cosas nuevas. No tendría tiempo para pasar por su casa en Cartagena y cambiarse de ropa, así que iría así directamente a la universidad. Esperaba que, siendo día festivo, no le viera ninguno de sus alumnos con esta apariencia. Lejos estaba de esa imagen profesional y académica que mostraba en las clases, con un traje impecable cubierto por una bata blanca.
Mientras cargaba una pequeña maleta en su viejo Fugaz Cali refunfuñaba, lamentándose de lo que era una auténtica faena. No era el momento de abandonar Puerto Rico, en una situación tan crítica. El huracán podría tener consecuencias catastróficas para la excavación y él tenía que estar ahí, para ayudar en lo posible. No era el momento de irse.
Cuando arrancó el motor no pudo evitar pensar, una vez más, que su volador necesitaba una revisión. Esas desgastadas baterías cada vez le daban menos potencia al vehículo eléctrico. Es verdad, superaba volando los 850 km/h, pero con dificultad. Iba muy lento.
Para entretenerse durante el trayecto, conectó con los servicios de noticias de Colombia por el intercomunicador. Fue entonces cuando se quedó atónito:
Tras el atentado terrorista radiactivo que nos sorprendió esta mañana en Cartagena, las autoridades recomiendan a los ciudadanos que, por su seguridad, eviten visitar las zonas aledañas a la universidad, por el elevado riesgo radiactivo. Es muy peligroso. Es preferible que permanezcan en sus casas hasta nuevo aviso.
¿Cómo? ¿Terrorismo radiactivo? ¿En Cartagena? Sorprendido, estremecido, el profesor Gamboa tomó el volante del volador, quitó el piloto automático y dió toda la potencia eléctrica a los motores mientras otra vez volvía a pensar que el vehículo necesitaba unas baterías nuevas.
Un atentado terrorista radiactivo. Eso no había ocurrido en el mundo civilizado en los últimos quinientos años. De forma instintiva, su imaginación de arqueólogo viajó al pasado.
Los siglos XX y XXI habían sido relativamente prósperos. La ciencia y la tecnología habían avanzado y la humanidad mejoró su bienestar. Lo que llamamos Edad Arcaica fueron tiempos de felicidad. Aquella sociedad culta y amante del saber se creía con capacidad para todo. Nada les asustaba. Es verdad que no faltaron las guerras globales y la destrucción, pero nada comparable a lo que ocurriría durante los dos siguientes siglos, la llamada Edad del Ocaso.
Los siglos XXII y XXIII estuvieron dominados por el terror nuclear. El terrorismo radiactivo cruel y brutal asoló muchas poblaciones del planeta, con miles de millones de víctimas. La religión, la superstición y el oscurantismo tomaron el liderazgo de esta era de regresión cultural. Como triste recuerdo de aquel periodo atroz nos quedaban muchas zonas del norte de la Tierra, que no pudieron ser recuperadas, dando lugar a las actuales Zonas No Descontaminadas.
Nosotros las llamamos así: Zonas No Descontaminadas de forma genérica, pero en el pasado siglo XXI eran países muy desarrollados para su tiempo, como Estados Unidos, Rusia, China, Japón, y los que estaban más al norte de la Unión Europea. Todas esas regiones fueron destruidas.
Estas zonas contaminadas quedaron despobladas, o eso creíamos. Siglos más tarde, la sorpresa fue comprobar que, aunque esto parecía imposible, estaban habitadas. Pequeños núcleos de población organizados de modo tribal sobrevivían en condiciones muy difíciles, terribles. Aquellos supervivientes, los norteños, a pesar de que habían desarrollado adaptaciones genéticas que les permitían tener mucha más tolerancia a la radiactividad y las sustancias tóxicas, vivían una vida pobre y miserable en la que raramente superaban los cincuenta años.
Desde el punto de vista histórico aquello era un problema. Durante la Edad del Ocaso se habían perdido la mayoría de las bibliotecas, las librerías, las redes digitales y los repositorios de información. Es decir, para entender ese interesante periodo de florecimiento cultural que llamamos Edad Arcaica, con algunas escasas excepciones, la arqueología y el análisis de los restos materiales era nuestra única fuente de información.
Desde la Edad del Ocaso no había habido sucesos de terrorismo radiactivo hasta ahora, en pleno siglo XXVIII. El profesor Gamboa sintió un escalofrío rmientras aterrizaba en el helipuerto de Guayepo. En unos minutos había transformado el Fugaz Cali a modo terrestre y entraba en la ciudad de Cartagena por la carretera de Barranquilla.
El habitual trayecto por la Avenida de Santander esta vez no fue nada relajante. Vio que un control policial de la metropolitana le cerraba el paso. Tras mostrar la documentación preceptiva le dejaron pasar.
Jorge tuvo que superar otro control más hasta llegar a la puerta del claustro de la Merced, donde había otro agente, pero ahora era diferente porque en vez de llevar el uniforme habitual de la policía vestía de forma extraña.
Se diría que pareciese un astronauta.
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