El módulo lunar Eagle.
Al entrar en la Sala Americana comprendieron por qué era la más visitada del museo. A su derecha se mostraba el aterrizador Surveyor I; a la izquierda, una sonda de impacto Ranger; más al fondo, también a la derecha, un rover lunar. Pero lo importante, lo impactante, es que en medio de la sala se exponía el magnífico módulo lunar Eagle: la nave que había permitido a dos seres humanos (Armstrong y Aldrin) aterrizar en 1969 sobre la superficie lunar por primera vez en la historia de la humanidad.
Parecía como una especie de insecto enorme de siete metros de altura, con sus cuatro patas formidables y sus antenas metálicas. Ese gigante de aluminio, acero y titanio era lo que habían estado buscando durante todo este tiempo.
Gamboa y Sofía quedaron extasiados y, sin preocuparse del resto de piezas arqueológicas, se dirigieron directamente para admirar ese trozo de la historia viva de la astronáutica.
El Módulo lunar Eagle es la primera nave que trasladó a seres humanos a la superficie lunar. Datada de 1969, se compone de dos secciones:
La sección de descenso, que permitió el alunizaje suave, es la parte inferior del módulo lunar. Tiene forma octogonal, despliega las cuatro patas, incorpora el motor de descenso y los dispositivos necesarios para las operaciones de los astronautas en la superficie lunar. Era conocida desde tiempos inmemoriales en su ubicación en el Mar de la Tranquilidad.
La sección de ascenso que, utilizando la sección anterior como plataforma de lanzamiento, despegó de la Luna para llevar a los astronautas de vuelta a la Tierra. En la parte superior, contiene el habitáculo de los astronautas y un motor para llegar a la órbita lunar. Tras su utilización en la misión Apolo XI quedó abandonada en órbita lunar inestable y terminó estrellándose cerca del cráter Ventris, en la cara oculta, donde quedó totalmente destruida. La expuesta aquí es la sección de ascenso del módulo lunar del Apolo X, encontrada casualmente por un transporte iónico en una órbita heliocéntrica en 2613.
Dos años después, tras su recuperación y restauración, las dos secciones fueron acopladas para su exhibición en este museo.
Gamboa silenció el intercomunicador para no tener que seguir escuchándolo. Le había sorprendido que toda la parte superior realmente era la del Apolo X y no del XI. No era mayor problema porque la placa pertenecía a la sección inferior. Al fijarse bien, se dio cuenta de que en la restauración había alguna antena que había sido colocada en el sitio equivocado. Él y Sofía se quedaron admirando el módulo lunar fijamente mientras se cogían de la mano, estupefactos ante algo tan extraordinario. Poco a poco, Gamboa se fue recuperando de la impresión y empezó a buscar la escalerita por la que, al salir de la escotilla, Armstrong y Aldrin bajaron para pisar la superficie lunar por primera vez. Gamboa sabía que cerca de esa escalerita estaba la placa del Apolo XI, adosada a una de las patas.
—Un pequeño paso para un hombre... —parafraseó Sofía, como adivinando su pensamiento.
—... Y un gran salto para la humanidad —completó Gamboa.
Castillo no se sintió tan impresionado por la Eagle. Había más gente que en la Sala Rusa y eso era algo que le inquietaba mucho. Cualquiera de ellos podía ser un asesino. El local era muy amplio y había muchas salidas por las que cualquiera podría escapar si era necesario. A la derecha se abría la amplia Sala China; a la izquierda, salidas a las salas japonesas y europeas; al fondo, cerca de algunos restos de la fracasada base lunar americana, se mostraba la salida hacia otra sala muy grande y concurrida: la Sala India, que exponía algunos de los enormes módulos de la ciudad lunar del siglo XXIII, ya en plena Edad Robótica. Esta última salida era ideal para huir si la cosa se ponía fea.
Alguien llamó su atención. Un viejo amigo. Castillo, pasando indiferente al lado de la Eagle, prefirió dirigirse hacia el rover lunar. Era un vehículo de cuatro ruedas lleno de antenas, cámaras y otros dispositivos arcaicos. A diferencia de los Lunokhod rusos no era robótico y necesitaba un conductor humano. Tenía dos asientos.
El rover lunar era un vehículo eléctrico alimentado por baterías. Gracias a estos rovers los astronautas de las misiones Apolo pudieron ampliar su radio de acción para realizar excursiones de investigación.
El primero fue el enviado en la misión Apolo XV, en 1971.
Castillo se quedó delante del rover, mirándolo tranquilamente como un turista más. A su lado, muy cerca, estaba alguien que él conocía bien: el norteño rubio de la Orión-X3. Los dos miraban intensamente hacia el rover. Nadie hubiera podido adivinar que se conocían. Casi imperceptiblemente, Castillo comenzó a susurrarle unas palabras:
—No me gustas, Houston —dijo, a modo de saludo—. No me gustas.
Carter permaneció inalterable, aparentemente interesado en el rover. No respondió.
—Seguro que en esa mochila llevas una de esas pistolitas de balas de plomo —continuó—. Mira mi pecho, Houston. Míralo.
Carter no pudo evitar una mirada de reojo hacia el abultamiento del tórax de Castillo.
—Lo que llevo aquí te partiría por la mitad antes de que una de esas balitas de plomo me alcanzase. No te conviene armar jaleo, te lo aseguro.
Carter no respondió. Prefirió volver su cabeza a la izquierda para interesarse por Gamboa y Sofía.
—No pienso quitarte ojo de encima, Houston. Estaré muy atento. Seré tu sombra a partir de ahora...
Gamboa había identificado la placa. Mostraba los dos hemisferios de la Tierra, la firma de un presidente y de los tres astronautas de la misión, con la siguiente inscripción:
HERE MEN FROM THE PLANET EARTH
FIRST SET FOOT UPON THE MOON
JULY 1969 A.D.
WE CAME IN PEACE FOR ALL MANKIND
Jorge Gamboa volvió a activar la inteligencia artificial.
—Háblame de la placa del Apolo XI— solicitó por el intercomunicador.
La copia es una fiel réplica de la placa original de acero inoxidable del Apolo XI. Muestra un grabado con un mensaje de los primeros astronautas...
—¿No es la original?— preguntó sorprendido.
Efectivamente. La original ha sido enviada al laboratorio para su análisis.
—¿A qué laboratorio?
El Museo del Espacio cuenta con numerosas instalaciones para el análisis, conservación y preservación de las delicadas piezas arqueológicas...
—¿En qué laboratorio está la placa? —insistió.
El Museo del Espacio cuenta con numerosas instalaciones para el análisis, conservación y preservación de las delicadas piezas arqueológicas...
Gamboa silenció la inteligencia artificial.
—Sofía, tenemos un problema —dijo.
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