El Mirador.
Al abandonar el Museo del Espacio, no había sido difícil aprovechar un despiste de Castillo para escapar de él. Sofía y Gamboa habían corrido y corrido sin mirar atrás por toda la Avenida de Dioscórides para librarse de la incómoda presencia del teniente.
Al final de la avenida, en las escaleras mecánicas, habían comido algo comprado en un puestecillo ambulante. Gamboa prefirió no preguntar qué contenían esas extrañas salchichas verdes. Sin duda, por el sabor rancio, se podía adivinar que era algo plantado en los hidropónicos de la Luna. No quiso pensar mucho más en ello.
Después de subir en las escaleras mecánicas habían llegado a la única construcción de La Ciudad de la Luna que no estaba bajo el regolito lunar. "El Mirador" era una enorme claraboya desde la que podía observarse la superficie lunar, el firmamento y la Tierra.
Era un parque grande, con sus parterres llenos de flores y arbustos bajo una cubierta transparente por la que podían verse las estrellas. Se sentaron en un discreto banco al lado de un seto de aligustre. Solo se escuchaba el ruido del agua de una fuente cercana. Un lugar relajante para meditar sobre la aventura que estaban viviendo:
—Hemos fracasado —dijo Gamboa, con pesar—. Nunca solucionaremos este enigma de los nasianos. Nunca.
—No puedo considerar un fracaso haberte conocido... — replicó Sofía sonriendo.
—Tienes razón, pero me entristece saber que en dos días regresamos a la Tierra. No podemos derrochar más dinero de esta manera. El presupuesto se acaba—insistió Gamboa, mientras sentado en el banco rodeaba con su brazo derecho los hombros de Sofía.
—Nunca mientras viva podré olvidar este viaje alucinante, con lo malo y con lo bueno, pero inolvidable. Me encantó visitar ese famoso bulevar adornado con espléndidos hologramas.
—Y ver al Eagle, o lo que queda de él.
Según el horario oficial eran las cuatro de la tarde, pero el horario oficial de todo el sistema solar era el de Quito, en Ecuador. Aquí en la Luna realmente era de noche. Vista desde la Tierra, la Luna se mostraba oscura. Era luna nueva. Vista desde la Luna, en la Tierra era de día en el cono sur de América, incluyendo Quito.
—Y pensar que Cartagena está ahí, ante nuestros ojos —dijo Sofía—. Seguro que podríamos verla con unos pequeños prismáticos.
—Tan cerca y tan lejos.
La Tierra lucía espectacular en "El Mirador": una enorme bola azul brillante. Gamboa se sintió impresionado por su tamaño, mucho mayor que la Luna de las noches terrestres. Aquella esfera azul, veteada de nubes blancas le recordaba un antiguo juego de niños, del que se habían descubierto numerosos restos en los estratos arqueológicos del siglo XX.
—Parece una enorme canica azul —dijo.
Algo llamó su atención.
—Mira. ¿Ves esa manchita blanca en el Caribe? —preguntó Gamboa.
—Sí, claro —respondió Sofía.
—Es lo que queda del huracán Marta. Ahora parece mucho menos amenazante.
Y Sofía sonrió recordando su viaje en el Fugaz Cali:
—Esta loca aventura ha merecido la pena —dijo.
Para facilitar la observación del firmamento, la luz se mantenía reducida en el parque. Era un lugar tranquilo que muchas parejas solían visitar. También se veían grupitos de chavales que enfocaban sus telescopios de aficionado al cielo. De vez en cuando, en alguno de los reflectores alguien echaba unas monedas y se encendía mostrando una porción del suelo lunar, con sus rocas y sus cráteres, desvelando un mundo que a Gamboa le parecía sumamente extraño.
A unos doscientos metros, cerca de un pequeño magnolio, Gamboa pudo distinguir la familiar silueta de un hombre que iba extrañamente solo y permanecía observando la Tierra. Parecía tener bigote. Pensó que se estaba volviendo paranoico. No quiso destruir el momento de paz, así que no le dijo nada a Sofía.
—¿Y por qué no estaba el original de la placa del Apolo XI? —preguntó Sofía.
—No lo sé.
—¿Habrán descubierto algo inusual en ella?
—Tan inusual como una unidad de memoria, quizás.
—¿Crees que la retiraron al laboratorio para analizarla por ese motivo?
—Es una posibilidad —dijo Gamboa.
Finalmente, tras un rato, Sofía quiso aclarar sus ideas:
—Jorge, vamos a ver —dijo, frunciendo el ceño—. Tú eres un arqueólogo.
—Eso parece —comentó la obviedad, mientras estrechaba su abrazo sobre los hombros de Sofía.
—Y de los buenos —insistió—. Diriges la excavación de un importante yacimiento en Arecibo.
—Me halagas.
—No me digas que te sería imposible utilizar tu prestigio académico para concertar una entrevista con algún directivo del Museo del Espacio.
Gamboa se quedó perplejo. A veces era posible olvidar lo más obvio.
—No lo había pensado, la verdad, pero tiene sentido.
No parecía imposible.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top