El Hospital de la Luna.

Gamboa miraba a través de un cristal en una de las unidades de Cuidados Intensivos del Hospital de la Luna. Al otro lado, Castillo yacía tumbado en una cama, entubado y rodeado de aparatos electrónicos. El teniente estaba en coma, con multitud de tubitos de todo tipo conectados a su cuerpo. Sonaba un sonido que repetidamente marcaba el ritmo de su corazón.

El médico le había explicado que había estado cerca de morir desangrado. Lo había superado. Después, entró en parada cardiaca pero consiguió recuperarse. Luego vino una operación en el tórax a vida o muerte. También la había superado. Ahora era el momento de la medicina regenerativa. Permanecería en ese estado crítico mientras utilizaban sus células madre para hacerle unos pulmones nuevos.

—Quiere vivir —le dijo el médico—. Algo le impulsa a seguir luchando.

El teniente Castillo había sido una auténtica pesadilla. Gamboa llegó a pensar que era un fastidio, un auténtico incordio. Siempre incisivo, siempre preguntando. Había llegado incluso a entrometerse en su relación con Sofía...

Pero se le encogía el corazón al verle así.

Había dejado en el hotel a Sofía. Esto era personal. Tenía que venir solo. Ese hombre que veía a través del cristal, y que ahora luchaba por su vida, se había llevado las balas dirigidas a él.

Se sentía confundido. La generosidad del teniente le abrumaba. Simplemente, ese era su trabajo. Castillo era un profesional con un crimen por aclarar y resolver. Y lo haría. Aunque le costase la vida.

En su mente luchaban sentimientos contradictorios. Y en medio de ese batiburrillo de ideas en conflicto, estaban sus últimas palabras, susurradas con la sangre brotando a borbotones de su pecho: "Tenga cuidado".

"¿Qué más peligros nos acecharán?", se preguntaba.

Además, Castillo no podía seguir ayudando. Ahora tendría que afrontarlos él solo. Parecía el momento adecuado para abandonar esta loca aventura sin sentido. La decisión a tomar era obvia. Había que volver a la Tierra.

Recordó que, siendo más joven, se había unido a un grupo de arqueólogos para ligarse a una chica. Y no lo consiguió, pero pudo descubrir que trabajar en una excavación y desvelar los enigmas del pasado era lo que más le gustaba del mundo.

Habían pasado décadas desde que aquel chico descubriera su vocación y, desde entonces, había vivido intensamente, siempre sin relaciones serias. Siempre relaciones superficiales.

Ahora había descubierto el amor, algo que antes no valoraba. Solía percibirlo como una ilusión, una ficción sin demasiado sentido. Le sonaba extraño, pero estaba enamorado. Hasta la médula. Quizá se estaba haciendo viejo.

Esta aventura no le gustaba. Este mundo de espías y asesinos no era como el de esas historias felices de las holopelículas en las que todo siempre salía bien. Esto era real y la sangre era real. La gente moría.

Volvería a la Tierra, abandonaría esta locura e iniciaría una nueva vida con Sofía. Sentaría la cabeza en Colombia, lejos de aquí. Una vida tranquila en la que ambos disfrutarían de su amor.

Súbitamente, estos pensamientos se vieron interrumpidos por un mensaje entrante en su intercomunicador.

"Seguridad de la Luna: Acuda cuanto antes. Es urgente".

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