El despertar de un largo sueño
Nueve meses después, Gamboa despertó de su largo sueño. El hexágono se abrió expulsando suavemente la camilla y las bridas se liberaron para que Gamboa pudiera incorporarse. Enseguida flotó ingrávido en el pasillo, un poco atontado por las drogas.
Estimados amigos, estamos llegando a Marte.
Esperamos que el viaje haya sido de su agrado.
Gamboa no pudo reprimirse.
—¡Te odio, Cristina! —gritó.
De pronto, se escucharon unas carcajadas muy cercanas. Al mirar en dirección al ruido pudo ver a otro pasajero desnudo como él que también acababa de despertar. Aunque joven tenía un aspecto lamentable: huesudo, famélico, con la cara chupada y unos ojos saltones cercados por oscurisimas ojeras. Parecía que tampoco se había recuperado de las drogas. Le miraba divertido y se reía estruendosamente.
Gamboa se quedó observando, atónito. Luego se miró los brazos y las piernas con sorpresa al descubrir que su imagen era igual de patética que la del desconocido.
—Tu aspecto no es mucho mejor que el mío —dijo Gamboa, algo molesto.
Entonces el desconocido se miró los brazos con una mezcla entre asombro y decepción. Súbitamente, aquella situación le pareció a Gamboa lo más gracioso del mundo y rompió a reír con el desconocido. Era una risa incontenible.
—Carlos Cortado —dijo el joven ofreciendo su mano sin dejar de reír.
—Jorge Gamboa —correspondió estrechándosela, mientras no podía disimular una sonrisa tonta.
—Panal plus, ¿verdad? —preguntó Carlos.
Y mientras Gamboa asentía sin dejar de reír, oyó una voz a sus espaldas.
—Jorge.
Al volverse vio a Sofía. Las curvas de ese cuerpo maravilloso que en su tiempo le habían vuelto loco, estaban desaparecidas. Estaba muy demacrada, mucho más que él, y no pudo evitar sentir que el corazón se le rompía en pedazos.
—¿Cómo estás, Hipatia? —preguntó.
—He tenido mejores momentos. Créeme.
Estimados amigos, en los expendedores del Panal podrán encontrar los alimentos que necesitan ingerir para regenerar sus paredes estomacales. Mañana ya estarán en perfectas condiciones y podrán comer de todo.
Cada vez había más pasajeros famélicos que salían desnudos de sus hexágonos. El pasillo ya estaba demasiado concurrido, así que abrieron sus taquillas para vestirse con un mono espacial. Antes se les había ajustado perfectamente al cuerpo, ahora les venía muy grande, especialmente en las piernas.
—Acompáñennos a la zona de los expendedores —se ofreció Carlos Cortado, a quien se le había unido una chica joven—. No está lejos de aquí.
—No, perdónenos —respondió Sofía, con cierta brusquedad.
—Quería invitarles. Selena y yo estamos en la luna de miel.
—Lo siento, aún tenemos que arreglar algunas cosas aquí.
Cuando se fueron Gamboa se mostró molesto con Sofía.
—¿Por qué has hecho eso?
—No estamos haciendo un viaje de placer. Aquí hay más de doscientas personas, incluyendo pasajeros y tripulación...
—¿Y eso qué tiene de malo?
—Que cualquiera puede ser un asesino.
Gamboa torció el gesto al escuchar la respuesta de Sofía, pensando que no dejaba de ser una ironía.
—Parecían una pareja entrañable —insistió el arqueólogo—. Además, lo mejor para pasar desapercibidos puede ser confundirnos entre el resto de turistas y actuar como ellos.
—No me fío. Nada ocurre por casualidad. Todo el mundo está metido en algo. ¿Para quién crees que trabajarán?
—No lo sé. ¿Para quién trabajas tú? —Gamboa ya no se pensaba reprimir.
—No seas idiota. Te recuerdo que Sergei sabe que venimos a Marte. ¿Quién te dice que no está escondido en algún sitio? ¿Quién te dice que no trabajan para él?
—¿Quién me dice que no trabajas tú para él? —dijo, enfatizando el 'tú'.
—Claro, y por eso intentó matarme a mí también cuando estábamos con Sergio en el electrocamión.
Gamboa se quedó callado. No se había dado cuenta de ese detalle. Aquello no encajaba con que Sofía fuera parte de la red de espías rusos. Sin embargo, consideró que podía ser un ardid, un burdo engaño. La forma forzada como volvieron a ver a Sergio... Tal como ella acababa de decir, nada era casual. Decidió seguir con sus planes.
Después de todo, tan solo era cuestión de pescar, apelar a su codicia podía aportar la confirmación que buscaba.
—Díme, Sofía —preparó bien el cebo—. ¿Qué crees que encontraremos cuando lleguemos a ese sitio de Marte? ¿Será algo valioso?
—No lo sé — respondió Sofía, con incomodidad—, pero supongo que será importante.
Entonces, lanzó el anzuelo. Si era realmente una asesina, tentar su ambición podía ser la clave para descubrirla y evitar más muertes:
—Sea lo que sea, si lo planeamos bien, podemos hacernos inmensamente ricos. Mucha gente estaría dispuesta a pagar muy bien por esos secretos, ¿no crees?
—No digas tonterías —le miró con desprecio—. Todavía estás bajo el efecto de las drogas que nos han dado. Si te oyera Víctor Smith...
Si la indignación era fingida, disimulaba muy bien. Ahora, había que largar sedal, darle carrete al pececito.
—Olvídalo, entonces —Gamboa sonrió—. Es verdad que aún estoy un poco mareado —y no mentía.
No comentaría el tema por un tiempo, pero si ella volvía a hablar de ello sin motivos, si tomaba la iniciativa en recordar esta conversación, sería señal inequívoca de que el pescadito había picado en el anzuelo.
Gamboa pensó que, como en la pesca, ahora también era cuestión de esperar pacientemente. Entonces se dio cuenta de que, en muchos aspectos, estaba despertando de un largo sueño.
La voz de Cristina los sobresaltó:
Estimados pasajeros de la Valparaíso, podrán dedicar el día a reponerse del viaje.
Sin embargo, mañana comenzaremos con las actividades.
Es para mi un honor invitarles a la fiesta de celebración de la llegada a Marte.
Esperamos sus asistencias en la rueda giratoria mañana a las 12 h.
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