El baile

Al día siguiente se levantaron tarde en sus hexágonos. Estaban agotados, su musculatura se adaptaba lentamente a permanecer despiertos y activos. Se habían acostado temprano, pero les seguían doliendo las articulaciones. Habrían seguido durmiendo. Tenían ganas de cualquier cosa menos de una fiesta.

Estimados pasajeros, les avisamos de que falta media hora para el comienzo de la fiesta de llegada a Marte en la rueda giratoria.

Se vistieron con dificultad, lentamente. Después, Cristina les fue guiando por el laberinto de pasillos de la Valparaíso.

El pasillo a su derecha les llevará a la rueda giratoria. La gravedad llegará paulatinamente, a medida que lo recorran.

Al meterse Gamboa por el amplio pasillo que llevaba a la rueda, Cristina tuvo que advertirle.

Por favor, señor Gamboa. Es mejor con los pies por delante. Recuerde que abajo está la rueda, donde hay gravedad. No lleguen a la rueda boca abajo, no será agradable.

A los pocos segundos de descenso con los pies por delante, impulsándose utilizando los numerosos peldaños llegaron a unas galerías que se habrían por los laterales.

Piso 1. Camarotes de los pasajeros clase Supra. Sigan bajando.

Se unió al pasillo una pareja mayor con aspecto de tener mucho dinero, vestidos impecablemente con un mono de gala. Los miraron de arriba a abajo.

Siguieron bajando. Cuatro metros después, el pasillo finalizaba.

Piso 2. Rueda giratoria.

El habitáculo de la rueda tenía 10 metros de ancho por 250 metros de largo siguiendo la circunferencia de la rueda. Era espacio de sobra para que se moviesen a sus anchas los 200 pasajeros. Algunas zonas estaban muy concurridas, así que buscaron otros sitios despejados en los que poder sentarse cómodamente.

Andar no era fácil. La gravedad era similar a la lunar, que es un sexto la de la Tierra, pero se les antojaba muy intensa.

Solo cuando se pararon se dieron cuenta de que las paredes de la rueda eran transparentes. Desde allí, mirando hacia la proa del interplanetario, se veía un precioso panorama: el cielo estrellado. Sin embargo, se echaba de menos un detalle.

—¿Dónde está Marte? —preguntó Gamboa—. Se supone que estamos llegando. Debería ser visible.

—Elemental, Jorge —respondió Sofía—. Mira a tus espaldas.

Al volverse, y mirar hacia popa, sobre el fondo oscuro del espacio, Gamboa descubrió el círculo rojo de Marte. Estaban muy cerca.

—Pero si nos estamos acercando, ¿cómo está a nuestras espaldas?

—Sencillo —dijo Sofía con una sonrisa—. La nave está llegando y debe frenar, por tanto tiene que girar sobre sí misma y dirigir el empuje de los motores hacia su destino: Marte.

—Es verdad. Se ve un chorro de gas violáceo cerca de los motores. Están frenando.

Podían ver Marte en todo su rojo esplendor. Se distinguía el polo sur como una manchita intensamente blanca, pero no era muy grande, porque en el hemisferio sur era verano. Las tierras lisas y claras del norte, en las que en un pasado muy remoto hubo un mar de agua, contrastaban con las oscuras, craterizadas y abruptas del sur. Muy cerca del planeta pudo distinguir un pequeño puntito, sin duda una de las lunas, Fobos quizás.

Distinguidos viajeros, pueden utilizar los expendedores para servirse a su gusto.

¡Bienvenidos a Marte!

La gente rompió en gritos y vítores de alegría. Empezaron a saltar y bailar. Se descorcharon las botellas de champán preparadas para el momento. Una agradable música comenzó a sonar.

Fueron tus ojos los que me dieron
el tema dulce de mi canción.

Se acercaron al expendedor más cercano para servirse dos copas de champán, pero, antes de llegar, Sofía le avisó a Gamboa:

—Míralos. Ya están ahí.

Eran Carlos Cortado y su esposa. Les hicieron señas y comenzaron a acercarse. Gamboa respondió al saludo, pero Sofía insistió en bailar.

Tus ojos verdes, claros, serenos,
ojos que han sido mi inspiración.

Se abrazaron y bailaron lentamente.

Aquellos ojos verdes
de mirada serena
dejaron en mi alma
eterna sed de amar.

—Me has pisado —dijo ella.

—Lo siento —dijo él.

Anhelos y caricias,
de besos y ternura,
de todas las dulzuras
que sabrían brindar.

—Me pisaste. Otra vez —insistió ella.

—Llevamos nueve meses sin andar, Sofía. Estamos en un interplanetario en órbita sobre Marte en una rueda giratoria que simula la gravedad lunar... Entiéndelo. No estoy en mi mejor momento.

—Bailas muy mal —sentenció.

Aquellos ojos verdes
serenos como un lago,
en cuyas quietas aguas
un día me miré,

Y mientras bailaban se iban alejando de la pareja de inoportunos.

no saben la tristeza
que a mi alma le dejaron.
Aquellos ojos verdes
que ya nunca besaré.

Al terminar la cancioncilla, Gamboa intentó nuevamente acercarse al expendedor para, por fin, coger un par de copas de champán, pero fue imposible que Carlos no estuviera cerca.

—Hemos llegado a Marte —dijo—. ¿No es fenomenal?

Gamboa estaba cansado de la situación.

—¿Para quién trabajas? —preguntó directamente.

—Para una empresa de prospecciones mineras en la Luna —dijo Carlos, que parecía sorprendido—. No me puedo quejar, la verdad. Me va bien.

—Mira, Carlos. Si sigues dejándote ver cerca de mí en la nave, no vas a vivir demasiado. Te van a matar. Hay un asesino entre nosotros.

Ante un comentario como ese, cualquier persona prudente habría abandonado rápidamente la conversación, pero Carlos no lo hizo. Súbitamente, su rostro, antes sonriente, adquirió una inusitada seriedad:

—Seguridad de la Luna. Estamos a su disposición para ayudarle en cualquier cosa que necesite, doctor Gamboa. Somos conscientes de la situación. Sabemos que un asesino muy peligroso ha embarcado en la nave como polizón.

—¿Sergei? ¿En la nave?

—Estamos aquí para protegerles. Lo buscamos activamente en colaboración con la tripulación. No tardaremos en cazarlo. Se lo aseguro.

—De acuerdo. Pero sean discretos. No se me acerquen demasiado, por favor. Están molestando a mi pareja.

—No se preocupe.

Al volver con las dos copas de champán al encuentro de Sofía, ella tenía el gesto torcido:

—No me gusta ese Carlos. No me gusta. ¿De qué hablabas con él?

—Nada importante, Hipatia. Le dije que no volviera a acercarse.

La mirada felina apareció en los ojos de Sofía. Estaba enojada.

—No me gusta. Esconde algo.

Gamboa respondió mientras la miraba muy fijamente a sus ojos verdes.

—No es necesario que hagas nada con él. No volverá a molestarnos.

Sofía empezó a pellizcarse el labio inferior.

—No me gusta.

Gamboa estaba cansado de ver muertos.

—Olvídate de él, por favor —y agarrando con fuerza su brazo, insistió—. Olvídate de él, Sofía.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top