COSMOS, de Carl Sagan
Salieron corriendo de la universidad espantados. No estaban acostumbrados a los disparos, y menos cuando ellos eran el objetivo. Se quitaron los incómodos trajes sobre la marcha. Fue entonces cuando el profesor Gamboa pudo apreciar a Sofía en su totalidad. Su cuerpo menudo vestía una camisa larga azul y unos pantaloncitos cortos que revelaban unas piernas rectas y torneadas. Aunque no tanto como Gamboa —que seguía con sus bermudas y una camisa blanca—, ella también estaba empapada en sudor. Gamboa no pudo evitar observar cómo la ropa se pegaba a su piel, intuyendo ese cuerpo sugerente que solo tienen las latinas que han nacido cerca del Caribe.
Cuando llevaban un rato corriendo, Gamboa se dio cuenta de que su volador no estaba lejos y le hizo indicaciones a Sofía para que se acercaran.
Una vez metidos en su viejo Fugaz Cali se sintieron más seguros.
—Le recuerdo que está usted detenido. Sus amigos no han podido rescatarlo.
El pelo negro de Sofía era tan corto como el de un chico, realzando aún más unos ojos verdes que se acomodaban espléndidamente en la piel morena de su rostro, mil veces bronceado por el cálido sol del Caribe.
—¿Realmente cree usted que esa extraña persona que vimos era amigo mío?
Sofía frunció el ceño, y Gamboa descubrió que eso la favorecía.
—Si está usted en lo cierto, ¿no deberíamos presentarnos inmediatamente en la central de la policía metropolitana?
Fue entonces cuando vieron llegar a dos personas que venían de la universidad. Uno de ellos, que conocían bien, era ese que tenía una rara mancha en el cuello. Empezó a señalar en su dirección. Los perseguían. Quizás los habían visto salir huyendo y sospechaban que poseían lo que buscaban, esa información tan valiosa que tenía el profesor Víctor Smith.
—¡Despegue! —gritó Sofía.
El profesor Jorge Gamboa arrancó, transformó el Fugaz Cali en modo aéreo y salió volando —aunque sabía que estaba prohibido dentro del casco urbano de la ciudad—. Por algún motivo, puso rumbo norte, en dirección al mar. Gamboa dió toda la potencia eléctrica a los motores. Por suerte, durante el momento de estacionamiento el Cali había recargado las baterías casi totalmente.
Pudieron ver como el par de asesinos, tras dispararles, corrieron en dirección a otro volador, este de un modelo obsoleto, de los que ya no se fabrican. A pesar de las limitaciones del Cali, Gamboa sabía que con ese modelo no serían capaces de darle alcance y se sintió aliviado. De cualquier forma, no podía confiarse y mantuvo rumbo y velocidad.
—Gamboa, ¿por qué no nos dirigimos a la comisaría de policía? —preguntó Sofía.
—En cuanto podamos zafarnos de esos, veremos qué hacer —respondió Gamboa.
Durante un buen rato mantuvo rumbo y velocidad mientras le describía a Sofía la conversación mantenida con el teniente Castillo, haciendo énfasis en su descripción de los nasianos.
—Entonces —preguntó Sofía— ¿qué es lo que ha dejado usted en mi intercomunicador?
—No lo sé, pero miremos.
Al abrir la unidad de memoria el profesor Gamboa no daba crédito a lo que tenía delante. Tal fue su desconcierto que, olvidando el control del volador puesto en manual, cayó más de doscientos metros sin percatarse. De no ser por la advertencia de Sofía, probablemente se habría estrellado.
—Ponga el automático, por favor.
—¿Lo está viendo usted? ¡Es asombroso!
—Sí, contiene un hololibro.
—No, se equivoca, no es un hololibro. Es un simple libro, de los antiguos —Gamboa empezó a reír—. ¡Un libro! —. Se sentía el hombre más feliz del mundo.
—¿Cómo?
—Antes del siglo XXIV no existían los hololibros. Entonces los libros tenían páginas, y esas páginas no eran otra cosa que hojas planas llenas de letras impresas, superficies sin relieve ni volumen. ¿Lo entiende? No contenían holografías. Fíjese bien, lo que observamos es un facsímil digital de un sencillo libro. ¡Un libro de papel!
—¿Un libro de papel?
—En la Edad Arcaica los libros se imprimían sobre papel, una pasta confeccionada con las virutas obtenidas de los árboles.
—Qué barbaridad destruir árboles por esto...
—Los libros de papel eran ácidos y se deterioraron muy rápidamente, en solo unas décadas desaparecieron. Sus facsímiles son escasísimos y muy valiosos. El más famoso que se posee es Sobre la teoría de la relatividad especial y general, de Albert Einstein.
A Jorge Gamboa le temblaba la voz al hablar. Aquello representaba el descubrimiento más importante realizado recientemente sobre la historia del siglo XX, hasta ahora sólo conocido por el análisis de los escasos restos arqueológicos excavados. El libro mostraba la copia digital de un libro de papel de la Edad Arcaica, escrito, nada menos, que en el siglo XX.
Carl Sagan era el nombre del autor del libro. Era un filósofo muy popular en aquella época primitiva y arcaica, un nasiano del que apenas se sabía nada.
El libro tenía un nombre muy sugerente: COSMOS.
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