Baikonur
La sala estaba envuelta en una oscuridad lóbrega y siniestra, a excepción del tenue holograma que la iluminaba. No nos engañemos. No era un holograma del tipo normal, como los que todos conocemos, sino de otro mucho más tosco; antiguo, que se diría. La holoimágen salía borrosa y, de vez en cuando, se desajustaba, perdía el color y se veía en blanco y negro.
La débil luz iluminaba a Misha y Sergei mientras hablaban con la persona que mostraba el holograma. Los dos hermanos estaban sentados en un sofá viejo y desgastado. La luz mortecina se reflejaba en sus rostros revelando esas manchas y mutaciones tan habituales en las personas que habían nacido en las Zonas No Descontaminadas. El más deteriorado era Sergei, el hermano mayor, algo comprensible habiendo vivido en un mundo en el que se envejecía tan rápidamente.
—Da, da —asentía Sergei. Él no estaba de acuerdo en nada de lo que le decían, pero en su mundo no era costumbre replicar a los superiores.
Mijaíl, el hombre de mediana edad que aparecía en la holoimagen estaba muy enfadado:
—¡Desgraciados! ¡Qué habéis hecho!
Misha y Sergei no respondían, se limitaban a asentir.
—Los nasianos no son como nosotros —decía Mijaíl, enfatizando las palabras—. Ellos son distintos genéticamente. No soportan bien la radiactividad. No les puedes inyectar ácido radiactivo. No puede ser. Se deshacen.
La persona que aparecía en el holograma estaba muy enfadada. El hombre estaba cansado de los errores de sus subordinados.
—Da. Os comprendo —concedió Mijaíl—. Queríais causarle el mayor dolor posible al maldito nasiano. El dolor es bueno. Hace que los nasianos hablen. Pero no lo habéis matado, lo habéis destrozado.
Sergei y Misha no decían nada.
—Y ahora —continuó— hemos llamado la atención, y eso es malo. Siempre hemos actuado con discreción, hasta este momento.
Sergei se atrevió a comentar tímidamente:
—Estábamos hartos de sus mentiras. No sabíamos que los nasianos fueran tan blandos, tovarich Mijail.
—Decidme. ¿Y que conseguisteis con tanta violencia?
—Las mentiras de siempre.
—El nasiano era importante. No era un nasiano cualquiera. Disponía de información crucial. ¿Lo registrasteis?
—Niet, no, tovarich Mijail —dijo Sergei.
—La república de Baikonur no puede estar satisfecha con vuestro trabajo. Es intolerable. Ese nasiano posee información muy valiosa. Tenéis que volver al lugar y registrarlo todo. Es importante. Tenéis que volver.
—¿Volver a la universidad? —preguntó Misha sorprendido.
—¡Da, da!
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