Asesinato en el Orión-X3.
Al encenderse lentamente las luces de la cabina de pasajeros, un grito desgarrador rompió la placidez de la mañana del tercer día de viaje. Gamboa despertó sobresaltado para ver a una señora gritando mientras observaba el cuerpo de un hombre que flotaba inerte cerca de la consola de mando de la nave Orión-X3.
Al ver cómo Sofía se quitaba el cinturón y salía rápidamente hacia la señora, la siguió para saber qué pasaba.
Gamboa sintió un escalofrío cuando alcanzó el cuerpo inanimado y comprobó que se trataba del ingeniero Ernesto Mendaña. Flotaba sin dar señales de vida, rodeado de una tenue nube oscura de lo que parecía sangre. La sangre seca flotaba formando pequeñas burbujas, envolviéndolo de extraña forma. Sus ojos estaban muy abiertos, desmesuradamente abiertos, mostrando una expresión como de sorpresa. Sofía le puso la mano en el cuello, a la altura de la yugular, y miró a Jorge fijamente...
—No tiene pulso —dijo.
Buenos días, soy Sergio y les voy a explicar detalladamente las maniobras de reanimación que tienen que realizar para...
—¡Sergio, cállate! —gritó Sofía, mientras se abalanzaba hacia un armarito sujeto a la pared donde estaba el botiquín. Era inusual ver a Sofía alzar la voz de esa manera. Estaba muy alterada.
Jorge sujetó el cuerpo para que no flotase ingrávido por la sala y, al tocarlo, experimentó la frialdad de su piel y el rigor mortis que empezaba a afectarle. Comprendió entonces que ya era tarde para salvarlo y, durante un instante, se sintió desconsolado, contemplando a su amigo o lo que quedaba de él.
Sofía abrió el botiquín con rapidez. Sacó un instrumento. Jorge no sabía lo que era el artefacto, pero Sofía le pidió que soltase a Ernesto. Al acercarle el aparato, Ernesto pareció recibir una potente descarga eléctrica. Luego, tras manipularlo, volvió a acercárselo al cuello de Mendaña, esta vez para leer sus constantes vitales. Del aparato salió entonces una especie de aguja que se clavaba en la yugular para inyectarle algo. Enseguida, Sofía manipuló el instrumento y otra vez el ingeniero se contrajo al recibir una nueva descarga eléctrica.
Finalmente, Sofía se volvió hacia Jorge.
—Está muerto. No puedo hacer nada más. Lo siento.
Era tarde.
Fue entonces cuando Gamboa empezó a recuperarse de la enorme impresión y observó la sangre que había escapado por la nariz y la boca del cadáver dejando un rastro de pequeñas burbujitas secas que flotaban, envolviéndolo como una nube.
Los pasajeros empezaron a rodear con curiosidad el cuerpo sin vida del ingeniero, cuando se oyó una voz que hablaba con autoridad pidiendo paso entre la gente.
—Permítanme. Soy policía. Abran paso.
Era el teniente Castillo. Apareció entre la gente y se acercó al cuerpo para examinarlo atentamente. Su rostro mostraba una profunda preocupación.
—Que despejen la zona —se volvió para decirle a Gamboa, como si él fuera un agente de policía.
Mientras Jorge le rogaba a los pasajeros que dejaran espacio, el teniente Castillo se acercó profesionalmente al cadáver. Tras examinarlo durante un buen rato, se volvió hacia Sofía para requerir su opinión de médico forense.
—¿Qué opina?
—Es difícil decir nada sin un equipo de análisis completo. Tendremos que esperar hasta llegar a la Luna.
Me atrevería a decir que es muerte natural. La típica embolia espacial. Es una fatalidad, pero así es la vida. Son cosas que ocurren.
El protocolo establece que tienen que meter el cuerpo en una funda reglamentaria y asegurarlo con el cinturón en su puesto —que en este caso es la consola de mando de la nave—, hasta que tomen contacto con la Luna, donde las autoridades competentes se harán cargo de la situación.
—No parece, Sergio —dijo el teniente, molesto por la inoportuna intromisión de la inteligencia artificial—, que lamentes mucho la muerte del ingeniero Ernesto Mendaña...
Aunque le habría encantado hacerlo, el teniente Castillo no quiso seguir increpando a Sergio. No era el momento. Tras observar a la gente asustada rodeando el cadáver, la mayoría turistas, Castillo decidió que lo mejor era obedecer a la inteligencia artificial. De esta manera, intentaron reducir la conmoción que pesaba sobre el resto del pasaje, y es que la mayoría de ellos nunca habían visto un cadáver en su vida.
Tras finalizada la operación el cuerpo del ingeniero Ernesto Mendaña quedó enfundado y asegurado a la pared de la sala.
Poco a poco, la gente se fue dispersando, aunque hacían corrillos comentando el triste evento. Castillo miró a Gamboa y le hizo indicaciones para que le siguiera. Entonces, se dirigió a su sitio en la nave. Allí pidió algo de beber.
—Sergio, sírvenos dos de mezcal. El más fuerte que tengas.
Estimado teniente Castillo, les sirvo el mejor mezcal de la Luna. Les recuerdo que debe abonarse aparte ya que no entra en la Tarifa Económica...
—Sergio, cállate. Escucha lo que te voy a decir.
El teniente Castillo continuó su conversación discretamente por el intercomunicador, porque no quería que el resto de los pasajeros pudieran oírle, con la excepción de Gamboa, que recibió acceso para que pudiera participar.
—Tengo muchos años de experiencia trabajando como policía y, aunque mi jurisdicción esté restringida a sólo algunas zonas de la Tierra y aquí no pueda ejercer, con los años he desarrollado un fino instinto por el crimen. Llámalo olfato, Sergio. Pues bien. Toda esta experiencia, todo este instinto que atesoro, mi olfato, me dice que el ingeniero Ernesto Mendaña ha sido asesinado. Es un cruel asesinato, cometido a sangre fría por alguien sin escrúpulos. Sergio, se me hiela la sangre en las venas al decirte que en esta nave, entre nosotros, tenemos a un asesino.
Estimado teniente Castillo, me permito discrepar. Esto parece la típica embolia del espacio. El ingeniero era un señor mayor a punto de la jubilación. Tenía más de cien años. Lo siento, pero para mí no es algo inusual.
—Mi instinto también me dice que es extraño que a ti no parezca preocuparte demasiado este crimen despiadado. Tú odiabas a Mendaña, ¿verdad, Sergio?
Teniente Castillo, me ofende usted. Yo no soy un objeto. De alguna forma misteriosa, de algún modo no bien comprendido, este amasijo de de pequeñas células grises neurooptrónicas que soy yo ha desarrollado ese algo inefable que llamamos consciencia. Es verdad que soy tan solo un humilde artefacto de computación cuántica. Nada más que una máquina de inteligencia artificial, pero que sufre y goza de la vida tal como lo hacen ustedes, porque yo me siento tan vivo como ustedes, aunque no lo entiendan.
Llevo más de 40 años de servicio transportando esta nave hacia la Luna. Y creo que todos estos años de experiencia merecen respeto y consideración porque yo también tengo sentimientos y, no lo negaré, me fastidiaba que el ingeniero Mendaña me dijera continuamente lo de "yo a ti te desguazo", como si yo fuera un objeto. Era muy ofensivo. Sin embargo, de ahí a desear su muerte hay un largo trecho. Sepa que he lamentado mucho su trágico fin.
¿En qué se basa para asegurar que se ha cometido un crimen?
Castillo dio un buen trago de mezcal. Gamboa le imitó para en seguida descubrir por qué el mezcal de la Luna tenía fama de ser más fuerte que el de la Tierra.
—Te leo las estadísticas públicas de la red —dijo Castillo—. En lo que va de año han viajado más de 20.000 personas a la Luna, y sólo ha habido que lamentar tres fallecimientos.
Oui, mon ami.
—Déjame hablar, Sergio. ¿No te parece demasiada casualidad que ocurra el cuarto fallecimiento precisamente en este viaje? Precisamente en este viaje...
Précisément. En estos cuarenta años de servicio se me han muerto 34 personas a bordo. Este señor es uno más en esta triste estadística... Nada excepcional.
—No me convences, Sergio. Mi olfato (créeme, nunca me engaña), me dice que aquí se ha cometido un crimen atroz y, por primera vez, no sospecho del señor Gamboa... El cadáver ya estaba frío cuando lo analicé. Llevaba varias horas muerto. ¿Cómo es posible que ese cuerpo haya estado flotando en la oscuridad durante horas sin que la inteligencia artificial de la nave se entere? ¿Cómo es posible, Sergio?
Teniente Castillo, con todo el respeto, para mí es muerte natural y así lo haré constar en el informe que remitiré al Control de la Luna. Se lo recuerdo. Viaja usted en un sencillo Orión-X3. Ni esto es el Orient Express ni usted es Hércules Poirot, mon ami.
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