Arqueología
Antes de bajar al valle, Gamboa se acercó al enorme árbol de la caoba cercano a la caseta. No tenía ningún daño. El huracán no parecía haber sido muy intenso en la zona de Arecibo. La vegetación en general no parecía haber sufrido. Era buena señal.
Gamboa bajó por el sendero que le llevaba al fondo del valle. Recordó que aquel hermoso árbol de la caoba había sido trasplantado hace apenas dos años. La primera campaña arqueológica había sido poco fructífera. El valle, estando ubicado en medio de una zona muy boscosa, debió ser despejado. Fue costoso. Básicamente, encontraron algarrobo, almácigo y camsey. Todo fue trasplantado —nunca talado— a una zona al norte que se quería repoblar. Sin embargo, el árbol más grande del valle, un espléndido ejemplar de árbol de la caoba de más de veinticinco metros de altura había sido movido sólo unos metros, cerca de donde ahora estaba la caseta.
La segunda campaña, la del verano pasado, fue cuando empezó el trabajo real. Se definieron unas zonas muy localizadas, las llamadas catas o sondeos, que, por supuesto, fueron marcadas con su correspondiente cuadrícula de excavación, y ya en los primeros momentos aparecieron resultados, como estructuras metálicas sorprendentemente retorcidas y deformadas por el curso de los siglos. También apareció la placa actualmente expuesta en el museo, y que ahora Gamboa sabía que mostraba el Mensaje de Arecibo.
Gamboa se acercó a la cuadrícula de la cata en la que —por el análisis con los magnetómetros—, se sospechaba que podía estar enterrado el receptor de la antena. Dylan estaba ahí, como siempre, haciendo el difícil trabajo de campo. En la cuadrícula los chicos (es decir, los robots) trabajaban incansablemente. Número Uno y Número Dos excavaban lenta y metódicamente.
Los hallazgos interesantes los registraba y documentaba Número Tres. Luego, los lavaba y trataba con productos que facilitaban su conservación. También se unían los trozos que servían para componer piezas grandes que se habían fragmentado con el curso de los siglos: era como componer un puzle.
Finalmente, Número Cuatro se ocupaba de los sacos con los desechos y sedimentos de la excavación. Eran lavados y tamizados para proceder al triado, e identificar visualmente lo que se hubiera podido pasar por alto.
El huracán había rozado ligeramente la isla. Nada importante, como si hubiera sido una tormenta un poco fuerte. Los de los servicios meteorológicos habían hecho bien su trabajo. Algunos sistemas de telecomunicaciones estaban afectados, pero no había habido que lamentar nada grave.
Dylan explicó que los chicos estaban bien. Número Dos tenía un codo que necesitaba ser revisado, limpiado y engrasado a menudo, pero nada que fuera realmente importante.
Cuando Gamboa le explicó a Dylan que no podía seguir siendo director de la excavación, este sonrió y le guiñó un ojo:
—Ya vi a la chica esta mañana con los electroprismáticos. Lo merece, sin duda. Yo haría lo mismo.
—No es eso, Dylan. No te equivoques —dijo Gamboa, sin saber qué más añadir. No podía decir la verdad.
—Claro. No es eso —dijo, sonriendo—. Qué callado te lo tenías, Jorge.
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