Arecibo. 22 de Agosto de 2753
El huracán Marta amenazaba con alcanzar la caribeña isla de Puerto Rico. El profesor Jorge Gamboa, impaciente, abandonó la rústica caseta metálica que en ese momento servía de improvisado despacho en la excavación. Salió al exterior y contempló el cielo otra vez. Caía una lluvia menuda y por el Este asomaban unas negras nubes que no presagiaban nada bueno.
Los técnicos del servicio meteorológico aseguraban que estaban sembrando el huracán para que descargase la mayor cantidad de agua posible antes de alcanzar la isla. De esta manera, parecía posible conseguir que los fuertes vientos amainasen y desviarlos un poco, lo suficiente para que no alcanzasen Puerto Rico.
Preocupado, se asomó al barranco desde el que podía contemplar el valle donde se ubicaba el yacimiento arqueológico. Se había avanzado mucho desde que, hace ya dos veranos, comenzaron los trabajos. Los chicos del equipo seguían excavando sin descanso en las catas e iban desvelando, poco a poco, las ruinas de un pasado grandioso. Por desgracia, todos estos logros se verían amenazados si el huracán alcanzaba la zona.
Hacía tan solo cincuenta años que habían sido descubiertas en esta zona cárstica del norte de la isla de Puerto Rico unas ruinas misteriosas, formadas por extensas estructuras metálicas parcialmente ocultas por la espesa vegetación. Las excavaciones arqueológicas estaban poniendo de manifiesto una instalación rica y compleja, con una tecnología de evidente origen norteño que, aunque hoy podría parecer rudimentaria, era muy desarrollada para los estándares de la época.
La datación exacta de los restos arqueológicos era confusa pero, a pesar de los diversos resultados de los análisis, los especialistas estaban de acuerdo en que podrían tener más de setecientos años. Eran quizás del siglo XXI, o incluso antes.
La teoría del profesor Gamboa sobre estas instalaciones consistía en la existencia de un radiotelescopio terrestre, opinión reforzada por la ancestral tradición en la zona de Arecibo por las telecomunicaciones y la electrónica. Cuando visitaba el pueblo cercano, le encantaba escuchar los relatos orales de las gentes del lugar que narraban la existencia de antiguos grupos de filósofos que empleaban una gran antena para buscar otras civilizaciones en la galaxia.
Según contaban, SETI era el nombre de esta secta de filósofos arcaicos.
Gamboa abandonó de modo abrupto sus pensamientos cuando sonó una señal entrante en su intercomunicador. "No era el momento, por favor", pensó. Tenía asuntos importantes que atender.
—¿Señor Gamboa? —sonó una voz áspera de hombre.
—Sí —respondió con desgana.
—¿Profesor Jorge Gamboa del Departamento de Arqueología de la Universidad de Cartagena?
—Sí, ¿qué desea?
—Quiero verle inmediatamente —la voz del hombre le parecía desagradable.
—¿Quién es usted? —dijo, esforzándose en tener toda la paciencia posible.
—Teniente Castillo, de la Policía Metropolitana de Cartagena. Quiero verle inmediatamente en la universidad. ¿Puede acercarse?
—Bueno, en estos momentos estoy un poco ocupado en Puerto Rico. ¿No podría ir más tarde?
—No. Tiene que ser ahora. Es importante.
No había forma de quitarselo de encima.
—He de confesarle que en este momento tengo entre manos un asunto muy importante. Lo cierto es que debo atender un tema que no puede esperar. Me pregunto si no podría presentarme de forma virtual, para que usted pueda hablar con mi holograma...
—O viene usted físicamente o le ponemos en busca y captura.
—Iré enseguida. Tardaré algo más de dos horas en llegar a Colombia.
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