Apéndice. Apostillas
Esta novela (El secreto de la NASA) ha sido escrita aprovechando la plataforma Wattpad y muchos de los lectores son también escritores. Por eso merece la pena que el autor comparta con sus lectores/escritores la lógica interna del proceso creativo para impulsar un entorno de aprendizaje compartido.
Siempre es arriesgado que el escritor de una novela la comente, sobre todo porque su lectura puede ser muy diferente de las de sus lectores, y es que una novela nunca es única, sino que es a la vez muchas novelas juntas, tantas como personas la leen. Cada lector la interpreta desde su universo interno, que en cada uno de nosotros es distinto. Es decir, cada novela vive y crece de forma diferente en cada uno de nosotros.
El relato tiene diferentes planos de lectura. El que quiera podrá quedarse en la superficie de una novela de aventuras detectivesca; otros profundizarán hasta una historia crítica de los viajes tripulados, pero hay más. Entre los objetivos que persigo está enfrentar al lector a las contradicciones de nuestra sociedad y hacerle pensar mientras pasamos un buen rato.
Como autor no tomo partido en los temas humanos. Describo situaciones que al lector le pueden sugerir unas emociones que serán distintas en cada uno; pero yo quiero ser neutral: busco emocionar, no convencer, porque siempre "todo es según el color del cristal con que se mira" y se lee. Y no hay ningún interés adicional, nada se pretende más allá del entretenimiento. Así que pido disculpas por adelantado si alguien se siente ofendido porque mi interés nunca es molestar sino divertir.
UN UNIVERSO DE FICCIÓN
A mi entender, siempre desde mi visión particular, el protagonista principal del relato es el universo ficticio que he creado. El secreto de la NASA es la primera novela de la trilogía inicial englobada en este universo inventado, en el que se describe una sociedad del futuro que en algunas cosas nos recuerda la nuestra; en otras, en cambio, es totalmente diferente.
Los relatos de eso que llaman ciencia ficción blanda me gustan y me entretienen. Diré más. Me emocionan. Pero, pasado el breve momento de entusiasmo, terminan dejando un mal sabor de boca porque nada me dicen de lo que podría ser nuestra sociedad en los siglos futuros.
Decepcionado por esta inquietud, quise crear relatos que nos aportaran intuiciones sobre las tendencias de futuro de nuestra sociedad. Busqué así la forma de construir un mundo con apariencia real que pudiera ser construido con mayor o menor acierto, pero en el que al menos se tenían que cumplir las leyes más elementales de la física.
Y ese fue el origen de estas historias. Un universo creado solo con las leyes de la física que conocemos, sin aceptar planteamientos fundados en principios físicos que pudieran sonar endebles.
Un mundo creíble, guiado por las normas de la lógica y la razón, en el que por ejemplo no se pudiera superar la velocidad de la luz. Meditemos en una pregunta: Si Jules Verne hubiera nacido en este atribulado siglo XXI, ¿cómo habría imaginado los viajes a las estrellas? La respuesta no creo que hubiera sido ni el hiperespacio, ni los agujeros de gusano, ni todas esas cosas cuya existencia no parece segura.
Una civilización del futuro también tiene que haber sido capaz de superar los retos climáticos derivados del calentamiento global. Por eso, las numerosas máquinas, vehículos y naves espaciales que se describen se han basado en tecnologías con un reducido efecto de gases de invernadero, incluso para las que no están cerca de la Tierra. En la mayoría de los casos se han incorporado motores eléctricos alimentados por baterías de acumuladores, células de combustible y paneles solares. Cuando esto no era suficiente se ha tenido que recurrir a motores nucleares avanzados como pueden ser los esteladores.
Y este mismo sentido común he intentado aplicarlo a la sociedad. Hoy vivimos dominados por la cultura anglosajona, pero me parece improbable que dentro de ochocientos años esto siga ocurriendo, sobre todo cuando a estas alturas muestra claros signos de decadencia.
Nada es para siempre, nada resiste el paso de los siglos y, de la misma manera que ocurrió con el periodo grecolatino, cabe esperar que algún día el mundo anglosajón que conocemos sea sustituido por otra cosa.
Esto, para mí tan obvio, raramente es un tema tratado por los relatos de ciencia ficción, en la que estamos habituados a esos héroes anglosajones del futuro y que a mí me parecen tan poco creíbles: Luke Skywalker, Ellen Ripley, James T. Kirk, Jonathan J. O'Neill, James Holden...
En este mundo que he inventado la sociedad dominante es la de los latinos. En ellos reside el desarrollo tecnológico, económico y humano y, aunque está lejos de ser perfecta, es una sociedad dinámica, optimista y abierta.
A mi entender, la desaparición de una civilización tan potente intelectualmente y tan culta como la actual, a la que debemos extraordinarios avances científicos, no puede producirse sin una profunda crisis, de la misma manera que el mundo romano dio paso a un periodo de decadencia y que el fin del Bronce en el Mediterráneo oriental fue seguido por un periodo oscuro, que supuso el amanecer del Hierro. La profunda crisis del siglo XXII, que en el libro es llamada Edad del Ocaso, al igual que ocurrió otras veces en la historia, cubrió con un tupido velo los hechos del pasado, relegando al desconocimiento la historia de las civilizaciones anteriores.
Hay un tema recurrente en este universo de ficción y no es otra cosa que la idea de convertir el relato en una suerte de espejo cóncavo en el que nuestra sociedad actual se ve reflejada a modo de recordatorio de nuestras profundas contradicciones. Al mostrar este espejo extraño en el que nuestra sociedad se mira, mostrándose deformada, no enjuicio, no juzgo, yo muestro, porque de nada quiero convencer a nadie.
De esta manera, en la novela el inglés es una lengua semimuerta y las expresiones en esta lengua suenan tan antiguas y arcanas como hoy nos puedan parecer las expresiones latinas de la civilización del Mare Nostrum.
Hay otros muchos ejemplos de situaciones contradictorias, como pueden ser los muros que hoy tan tristemente conocidos son por separar el sur del norte, frenando a los refugiados del hambre y la guerra. Por supuesto, en mi relato también hay vallas, pero están del revés, porque son para evitar que las gentes del norte, los llamados norteños, puedan acceder a la prosperidad del sur.
Otro ejemplo es el racismo, que sigue siendo muy sensible al color de nuestra piel, pero de otra manera. La piel morena en el relato es percibida como un signo de elegancia y sofisticación. Por el contrario, las personas de piel pálida, sobre todo si además tienen el pelo rubio, son considerados en la escala social más baja. Esto podría sorprender a más de uno y cada cual interpretará las escenas desde su punto de vista.
Y otro más. Me pareció muy interesante describir un sistema solar colonizado por latinos. Así, en este universo de ficción hay conquistadores del nuevo mundo, pero (casi) ninguno es español. Al contrario, aparecen personajes que —como el conquistador latino Julio César Macondo— participan en la fundación en el sistema solar de ciudades como Nueva Colombia o Nuevo Brasil.
LA TIERRA
El secreto de la NASA se sirve de una historia electrizante que nos permite descubrir el sistema solar interno de este universo inventado. Es por eso que el siguiente protagonista del relato es la Tierra, el punto de partida de la historia, ya que este planeta configura el planteamiento de todo el relato.
Sin duda, en esta civilización del futuro, la Tierra representa el origen, el punto de partida no solo del relato, sino de toda una sociedad extendida por casi todo el sistema solar que, cuando quiere recordar las raíces de su pasado, tiene necesariamente que pensar en este planeta.
Hablar de la Tierra en esta sociedad, por consiguiente, es hablar del pasado, y por eso la inspiración tuvo que venir de los relatos de arqueología y similares que la literatura nos ofrece.
Unir la arqueología y la ciencia ficción del espacio es siempre una apuesta ganadora, como bien aprendí leyendo el Espacio Revelación de Alastair Reynolds o viendo las series de televisión Star Gate. También hay que recordar esa mezcla de ciencia del espacio e historia (o psicohistoria) que nos llegó de la mano de Isaac Asimov en su celebrada serie de la Fundación.
El secreto de la NASA es el primer libro de esta trilogía inicial sumergida en mi universo de ficción. En el segundo libro (Ophir, el cometa) el objetivo es la descripción del sistema solar externo, con sus colonos y sus navegantes de fortuna. El punto de partida ahora es el planeta enano Ceres, donde viven los nautas, gentes del espacio, viajeros del cinturón de asteroides. La inspiración del segundo libro, por consiguiente, viene de la literatura del mar: Joseph Conrad, Pío Baroja, Pérez Reverte y, sobre todo, Melville y su Moby Dick me han permitido recrear la atmósfera de este relato.
El tercer libro de la trilogía inicial (Exoplanetas y Contacto) describe la apertura de esta sociedad a las estrellas, mucho más allá del sistema solar. Si la arqueología manda en el primer libro, si las historias de navegantes determinan el segundo, el tercer libro tiene como motivo la astrobiología. Recreado en La Ciudad de la Luna, la figura de Carl Sagan aparece omnipresente en todo el relato.
Volviendo a El secreto de la NASA, quise crear una novela arqueológica trepidante, con un ritmo frenético. Y entonces pensé en los relatos policiacos, al estilo de El Código da Vinci, que combinan la historia con un thriller detectivesco. Pensándolo un poco busqué una logia secreta, arcana y envuelta en el misterio, algo así como un Priorato de Sión, pero adaptado a mi universo de ficción. La NASA me pareció ideal. Y no la NASA actual, sino la oscura organización que sobrevivía después de haber navegado en el devenir de ochocientos de tormentosa historia.
El relato flirtea con los relatos de asesinatos, desde las clásicas historias de Hercules Poirot hasta el cine negro de Perdición, pasando por los psicópatas asesinos en serie y el subgénero de los relatos histórico-detectivescos como El Nombre de la Rosa de Umberto Eco.
JORGE GAMBOA
Después de lo descrito a nadie sorprenderá que el doctor Gamboa esté inspirado en el personaje de Robert Landong de Ángeles y Demonios, una serie de novelas que —tengo que confesarlo— no me gustan mucho; pero no por la depurada técnica de Dan Brown, sino por la escasa verosimilitud de sus situaciones.
Por supuesto, el arqueólogo comienza su aventura en medio de un yacimiento arqueológico de Arecibo. Un planteamiento sugerente, sin duda, como lo es el yacimiento de la civilización amarantina en el Delta Pavonis de Alastair Reynolds.
Su apellido rinde tributo a mi afición por la historia de los navegantes de Pacífico sur: Pedro Sarmiento de Gamboa.
EL TENIENTE CASTILLO
Insospechadamente, la inspiración vino de un personaje de la antigua serie de televisión llamada Corrupción en Miami. Me gustó porque es uno de los primeros personajes que recuerdo del género policiaco, que era latino y no era mostrado como un peligroso narcotraficante; por el contrario, Castillo es un respetado policía encargado de velar por la ley y el orden de la ciudad.
Por supuesto, luego el personaje creció y se hizo mayor, acercándose al inspector Jabb de las novelas de Agatha Christie que, con su gran bigote y su nariz de patata, sirve de contrapunto a la genial perspicacia de Hercules Poirot.
SOFIA TOLIMA
Sofía Tolima es la voz de una mujer clamando en el desierto. Alguien que ayuda a interpretar los hechos de la historia desde su punto de vista femenino, tan necesario. También, cuando el exceso de testosterona amenaza con arruinar el relato, ella se encarga de poner paz y cordura.
Pero la bellísima forense es un personaje complejo y poliédrico —del que a menudo se aprovechan sus conocimientos de medicina— impregnada por el destino de Hipatia de Alejandría y con algunos toques de la Barbara Stanwyck del cine negro estadounidense que se van acentuando con el curso de la inovela.
MÁS PERSONAJES
Sergio, la inteligencia artificial del Orión-X3, admiradora de Hercules Poirot y notable jugador de ajedrez, nace del HAL 9000 de Odisea en el espacio, para dejarse seducir por el Robby de Planeta Prohibido, por el Data de Star Trek y por esas sueños de robot en los que el Michael Fassbender de Prometheus cree ser Lawrence de Arabia.
Ernesto Mendaña. Nuevamente con un apellido inspirado por los navegantes de los mares del sur (Álvaro de Mendaña), el ingeniero naval es un antepasado de Marcos Mendaña, protagonista de Exoplanetas y Contacto, el tercer libro de la trilogía inicial. El ingeniero también le debe mucho a los rudos y eficientes navegantes del Das Boot de Lothar-Günther Buchheim.
John Carter está inspirado en el héroe intrépido creado con el mismo nombre por Edgar W. Buroughs (también creador de Tarzán) en los inicios del siglo XX, anterior incluso a famosos como Flash Gordon o Buck Rogers. Su religiosidad y su palidez emanan del Silas del Código da Vinci.
Julio César Macondo es un colombiano extraído de El Ophir que mira de reojo al Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. El Adelantado del espacio es el conquistador latino (que no español) del nuevo mundo.
Juan Fernández es un personaje de Exoplanetas y Contacto brevemente transplantado a este libro. Su nombre viene de un explorador nacido en mi Cartagena natal (la ciudad española) que puso su nombre a una isla de Chile. Para mí es un personaje especial por muchos motivos.
Íñigo D'Arcangelo nace de un ingeniero naval de origen argentino que también aparecerá en Exoplanetas y Contacto.
Guacolda es un personaje mapuche inspirado en la valiente princesa del mismo nombre que aparece en La Araucana de Alonso de Ercilla.
Mary Mitchell, es hijastra de John Mitchell inspirado en el aviador Billy Mitchel.
Carlos Cortado es un personaje que aparece fugazmente en la novela emparentado con Jacinto Cortado, que será clave en Exoplanetas y Contacto.
Aletes recibe su nombre del monte Aletes de mi Cartagena natal, pero es también el nombre de un viajero griego del que se desconoce casi todo. Su desarrollo le debe mucho a la mitología sumeria, pero eso ya es otra historia...
Y por último Sergei, el monstruo. El Hannibal Lecter de la novela nació de la necesidad de crear un sociópata perverso y terrible. Un Norman Bates enamorado del dolor y del sufrimiento ajeno; un ser torturado por un mundo interno en el que, por supuesto, también caben afectos y pertenencias. Humano, a pesar de todo.
Raúl Álvarez, Carabanchel, 2020.
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