Alunizaje.
Caía la noche y en la cabina de pasajeros se atenuaba la luz. Gamboa contempló el cuerpo sin vida del ingeniero Ernesto Mendaña enfundado y asegurado en el puesto de la consola de mando mientras lentamente se iba quedando envuelto en las sombras.
Al principio, la oscuridad parecía total, pero enseguida, cuando los ojos de Gamboa se acostumbraron a la luz reducida, a la derecha pudo ver que Sofía ya se había quedado dormida; a la izquierda Castillo se revolvía inquieto en su puesto.
—Tome, Gamboa —susurró Castillo, mientras le alcanzaba un objeto con la mano—. Tome usted.
—¿Pero esto qué es? —preguntó Gamboa.
—Cójalo. Es una pistola de energía.
—Nunca he utilizado un arma, y menos lo haría en medio de esta oscuridad. Sería capaz de dispararme a mí mismo. Mejor no. Gracias de todas formas, teniente. Por cierto, le recuerdo que están prohibidas.
—Va a ser una larga noche, Gamboa. Espero que al alba sigamos todos vivos. Ese norteño...
La bienvenida del Control de la Luna interrumpió sus palabras.
Estimados pasajeros del vuelo FUG4012 con destino Ciudad de la Luna. Somos Control y haremos las operaciones necesarias para aterrizar. El tiempo estimado de llegada es de 6 horas.
Antes de que Sergio se despidiera, las aceleraciones que durante unas horas había notado en la nave estaban permitiendo ajustar y corregir desviaciones en la trayectoria y preparar la caída de la cabina sobre la Luna. Se acercaban al polo sur, donde se ubicaba la Ciudad de la Luna.
—Ya están preparando el alunizaje, Gamboa —continuó Castillo—. Aquí estamos, usted y yo, como Neil Armstrong y Edwin Aldrin en 1969.
—¿Lo sabía? —dijo Gamboa—. Los tres tripulantes del Apolo XI llegaron a la Luna...
—Perdóneme, Gamboa, pero usted me contó que Michael Collins se quedó en el módulo de mando. Él no llegó a la Luna.
—Sí, sí lo hizo. En 2069, con la conmemoración del centenario de la llegada del hombre a la Luna, las cenizas de los restos mortales de Collins fueron enterradas dentro de una cápsula en el Mar de la Tranquilidad. Los arqueólogos la recuperaron hace varias décadas.
—Impresionante, Gamboa. Los tres hombres que viajaron a la Luna en el Apolo XI en 1969 llegaron a su superficie. Lo único es que Collins tardó cien años más, y lo hizo después de muerto.
—La cápsula está expuesta en el museo —dijo Gamboa—. Si tenemos tiempo podremos verla mañana...
—Entonces, aquí estamos, cerca de alunizar, usted y yo, como Neil Armstrong y Edwin Aldrin. Y aquí está también... Ya me entiende.
—Ernesto Mendaña, o su cuerpo, llegando, tal como lo hizo Michael Collins.
—¿Cree usted que el asesino está queriendo replicar en este viaje la llegada de los tres primeros hombres del Apolo XI?
—En absoluto —respondió Gamboa—. Es solo una coincidencia. ¿Dónde entraría Sofía en ese esquema? No tiene sentido.
Castillo se rascó la narizota.
—Me inquietan las casualidades, Gamboa. Hábleme del alunizaje del Apolo XI. ¿Cómo fue?
—¿En qué sentido?
—¿Ocurrió algo anormal? ¿Algo que llamase su atención?
—Nada especial. El módulo lunar lo pilotaba Armstrong, que era un magnífico profesional. Todo salió bien.
—¿Algo inusual?
—Ayer estuve un rato ojeando otra vez el libro "El primer hombre", de James Hansen. Recuerdo que comentaba que durante el alunizaje el ordenador no dejó de fallar.
—¿Se refiere a la inteligencia artificial de la nave?
—Qué va. Estamos hablando de la antigüedad del siglo XX. Entonces no existían las inteligencias artificiales, sino meras calculadoras. Al parecer, daba continuos mensajes de error.
—No tuvo que ser agradable que cuando estás a punto de aterrizar en una operación tan delicada el ordenador empiece a fastidiarte...¿Ocurrió algo grave entonces?
—El problema fue que los astronautas desconocían por qué daba esos errores el ordenador, y tuvieron que consultar con Houston. Al parecer no era nada grave, sino que la computadora sufría continuos desbordamientos de memoria porque no era capaz de procesar todos los datos que recibía. Eran máquinas lentas, primitivas.
—Ya. No fue un problema real.
—Fue un problema en tanto que distrajo a Armstrong del pilotaje de la nave, que era lo realmente importante.
—¿Y eso que tiene qué ver con nosotros?
—Ni idea.
La noche continuó tranquila, sin nada inquietante, mientras Castillo y Gamboa combatían el sueño hablando en susurros y sin dejar de observar por si alguien hacía algo anormal. Lo único llamativo fueron las personas que se levantaron para visitar discretamente los aseos. La paz de la noche se vio interrumpida con el siguiente mensaje de Control.
Estimados pasajeros del Vuelo FUG4012. Desde Control de la Luna tenemos que informarles que, por causas ajenas a nuestras operaciones, más concretamente por errores leves en la inteligencia artificial que han aumentado el consumo de combustible, la llegada se retrasará en media hora. El tiempo estimado de llegada es, por consiguiente, de 4 horas.
—Otra coincidencia más. Curioso.
—Control está hablando de las correcciones que Mendaña y Sergio realizaron en la ruta para acortar el retraso que llevaba la nave. No fueron realmente errores.
—Dígame, Gamboa. Adivino que el Eagle, el módulo lunar, también consumió más combustible del esperado.
—Así es. No se pudo alunizar donde estaba previsto y, cuando ya tenían que hacerlo, encontraron un cráter grande como un campo de fútbol terrestre y tuvieron que posponer un poco más el momento hasta encontrar un terreno liso, adecuado para tocar tierra.
—Les costó alunizar.
—El resultado fue que al aterrizar solo les quedaban apenas unos segundos más de combustible. Armstrong y Aldrin habían recibido un entrenamiento minucioso y a esa situación no le dieron importancia, porque estaban preparados para hacer frente a situaciones de ese tipo, pero en el control de Houston se pusieron algo nerviosos...
Castillo se acariciaba el bigote.
—Más coincidencias.
Las horas de la noche pasaban lentamente, mientras Castillo y Gamboa continuaban charlando para engañar al sueño. Hablaron de los problemas del Apolo XIII, del viaje de Alan Shepard en el Apolo XIV y del Apolo XVII, el último de los seis viajes del proyecto Apolo que alcanzó la Luna..
—¿Y finalizó el proyecto Apolo con ese último viaje?
—Sí —respondió Gamboa. Solo se realizaron seis viajes tripulados a la Luna.
—Pero siguieron viajando en otras naves, ¿verdad?
—Durante los siguientes ochenta años el ser humano no viajó a la Luna.
—No lo entiendo. ¿Por qué?
—Fue un hecho histórico, una hazaña tecnológica extraordinaria, pero no vieron motivos para continuar viajando a la Luna durante todo ese tiempo.
—A ver. Inviertes una enorme cantidad de dinero en hacer un esfuerzo colosal para desarrollar las tecnologías necesarias y, luego, cuando lo has conseguido, ¿abandonas el proyecto?
—Sí. Eran gente extraña esos nasianos del siglo XX. Pensaron que las naves robotizadas podían hacer el mismo trabajo por mucho menos dinero. No merecía la pena arriesgar vidas humanas.
—Pero los rusos sí que mandaron personas a la Luna.
—No, tecnológicamente se vieron superados por el desafío. No lo consiguieron.
—Todos la abandonaron. No lo entiendo. Hay una labor que hacen muy bien los seres vivos y que las máquinas robotizadas no pueden hacer.
—¿Cuál?
—Colonizar. La historia de la Edad robótica demuestra que no se puede colonizar un planeta con robots.
Estimados pasajeros del Vuelo FUG4012. El tiempo estimado de llegada es de 30 minutos. Desabróchense los cinturones y procedan por favor a acercarse a la zona de la consola de mando de la nave.
Las luces empezaron a encenderse. Aterrizaban en la Luna. Eran las 6 de la mañana y algunas personas no se despertaban.
Estimados pasajeros del Vuelo FUG4012. El tiempo estimado de llegada es de 15 minutos. Desabróchense los cinturones y procedan por favor a acercarse a la zona de la consola de la nave.
Hay personas que siguen en su puesto y pueden sufrir lesiones si no siguen nuestras instrucciones. Por favor, ayuden a los pasajeros con limitaciones para acercarse a la consola de mando.
Los más remolones fueron poco a poco despertando y, obedeciendo las órdenes del Control de la Luna, se impulsaron en medio de la ingravidez hacia la zona de la consola de mando. Sofía, Gamboa y Castillo estaban juntos cerca del cadáver de Mendaña.
—Esto parece una broma macabra —dijo Sofía escandalizada.
—Nos pasa por elegir la tarifa económica... —dijo Castillo.
Estimados pasajeros del Vuelo FUG4012. El tiempo estimado de llegada es de 5 minutos. Desabróchense los cinturones y procedan por favor a acercarse a la zona de la consola de la nave.
Último aviso.
La señora Guacolda se retrasaba un poco, así que Gamboa abandonó su posición y se impulsó hacia ella para ayudarla.
Comenzaba el frenado de la nave, que caía a plomo sobre la Luna. Un pequeño motor químico se encendió, produciendo una aceleración de medio g que los impulsó suavemente a todos contra la pared de la consola de mando, es decir, el círculo del fondo del cilindro que formaba la cabina de pasajeros.
Enseguida, cuando la nave entró en el campo de los desaceleradores electromagnéticos del puerto espacial de la Luna, aquello fue una desaceleración mucho más intensa, de casi dos g durante un largo minuto. No era demasiado problema para los habitantes de la Tierra acostumbrados a una gravedad intensa, pero para los que habían vivido en la Luna o el espacio, era todo un desafío.
—¿No podríamos tener unos asientos ergonómicos como los pasajeros de los X5? —se preguntó alguien en voz alta.
—¡Tarifa económica! —fue la respuesta del teniente Castillo.
Cuando la desaceleración cesó ya podían considerar que habían aterrizado en la Luna.
Amontonados un poco caóticamente por la intensa gravedad, los veinte pasajeros se recuperaban lentamente. Gamboa y la señora Guacolda habían caído un poco descontroladamente encima de los demás. Al volverse, Gamboa descubrió sorprendido que a su lado estaba el rubio norteño. Este sonrió y se limitó a decir:
—Houston, the Eagle has landed.
Gamboa se quedó mirando fijamente a la cadavérica palidez del norteño sin saber cómo reaccionar. Quizás se mostraba amistoso con él, con la única persona que le había tratado con respeto durante todo el viaje. O quizás era otra coincidencia más y tenía delante de él un asesino despiadado que jugaba a perpetrar sus crímenes recordando el viaje del Apolo XI.
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