Adiós a la Tierra, de Robert Zimmerman.
Sofía y Jorge decidieron pasar el día metidos en la claustrofóbica habitación del Tamoanchan analizando toda la información que tenían. Para reducir gastos, los dos dormían en la misma cama. Por suerte, a Sofía todavía le quedaba dinero y ella generosamente se había ofrecido a correr con el desembolso de los costes de la estancia en la Luna.
La unidad de memoria que había extraído de la placa del Apolo XI contenía varios documentos. El más voluminoso era un libro de historia, llamado Adiós a la Tierra. Su autor era Robert Zimmerman y Jorge lo había estado leyendo con avidez.
El libro trataba de la historia de la exploración tripulada del espacio después de las misiones a la Luna del proyecto Apolo.
—Te voy a leer unas líneas del libro —dijo Jorge mientras descansaba con Sofía en la cama.
"A comienzos de la década de 1970, Estados Unidos poseía los instrumentos, la capacidad, la visión y la voluntad para viajar a las estrellas. Habíamos explorado la Luna y nuestros cohetes tenían una potencia antes nunca alcanzada. Y habíamos lanzado con éxito la primera estación espacial, con recursos tan sofisticados que a los soviéticos les costaría casi tres décadas de esfuerzos igualarlos.[...]"
—Estaban eufóricos —continuó—. Después de un éxito tan extraordinario como llevar al ser humano a la Luna, se creían capaces de todo. En aquella época nada parecía imposible. Se proyectó en serio la construcción de una base lunar, se plantearon estaciones espaciales e, incluso, ¡aprovechando el cohete Saturno V se diseñó una misión tripulada a Venus!
—¡Qué emocionante! —Sofía se entusiasmaba, mientras apoyaba sus pies sobre una de las piernas de Jorge.
—También se soñaba con la posibilidad de que un ser humano algún día pisara el suelo de Marte. Sin embargo, la mayoría de todos estos proyectos no superaron la fase preliminar de diseño:
"Y entonces la voluntad flaqueó. Durante los treinta años siguientes los pioneros fueron otros, mientras que los estadounidenses prefirieron dedicarse a otras empresas menos arriesgadas y, acaso, menos nobles".
—Se produjeron varios hechos que determinaron el declive —siguió Jorge—. El primero no fue un tema menor. Wernher von Braun, el prestigioso ingeniero que lideraba el diseño de las naves, abandonó su trabajo para dedicarse a otros temas. Vivió solo unos pocos años más.
—Los nasianos perdieron a su líder —dijo Sofía, que ahora jugaba acariciando con sus dedos el cuello de Jorge.
—Sí, otro tema fue que, aunque toscos y rudimentarios, los robots empezaron a mostrar su capacidad para sustituir al ser humano en el espacio. No hablo de la sofisticación de la Edad Robótica en el siglo XXIII, sino de máquinas muy sencillas y elementales, pero el hecho es que empezó a ser más barato enviar un robot que una persona. Los robots enseguida consiguieron éxitos espectaculares con presupuestos mucho más reducidos.
—Tenía que ocurrir tarde o temprano. Los robots se abrían camino.
—Claro, además, tras la llegada del hombre a la Luna, la feroz competencia entre Estados Unidos y Rusia se redujo. La rivalidad por la supremacía en el espacio dejó de ser uno de los motores que impulsaban la investigación espacial.
—Entiendo.
—Y, finalmente, lo más importante: la crisis económica. El proyecto espacial no era todavía una empresa económicamente rentable. No era viable. Demandaba grandes cantidades de recursos y siempre se necesitaba más dinero. Durante los años 60 del siglo XX, el auge de la economía hizo que esto no pareciera lo más importante; pero, cuando llegó la recesión de los 70, este aspecto fue esencial y numerosos proyectos vieron reducidos sus presupuestos.
—¿También los proyectos de la NASA?
—Especialmente los de la NASA.
—Pero, ¿siguieron yendo a la Luna, verdad?
—No. Tras seis misiones exitosas del Apolo, se canceló el proyecto. Durante muchas décadas ningún ser humano volvió, ni siquiera los rusos.
—Después de tantos esfuerzos y tanto dinero invertido, abandonaron la Luna. Así de simple —dijo Sofía, escandalizada—. ¡Qué desastre!
—Sí, así fue.
—¡Qué barbaridad! Entonces no hubo base lunar. Suena decepcionante. ¿No hicieron nada?
—Se construyeron estaciones espaciales en órbita baja.
En el libro de papel no aparecían esos relatos llenos de euforia sobre la época de la llegada del hombre a la Luna, ni historias entusiastas sobre la trascendencia de este hecho para la humanidad, sino que se describía el periodo más tranquilo en el que los vuelos tripulados al espacio quedaron marcados por la construcción de estaciones espaciales.
—¿Por qué estaciones espaciales?
—Recuerda que antes de enviar astronautas a la Luna con el proyecto Apolo, hubo otro anterior, el Gemini, en el que se desarrollaron numerosas tecnologías necesarias para ir a la Luna. Esto es lo mismo. Para realizar viajes interplanetarios a Venus o Marte, mucho más prolongados que el viaje a la Luna, era necesario el desarrollo de nuevas tecnologías y para investigarlas eran ideales las estaciones espaciales en órbita baja de la Tierra.
—¿De qué tecnologías hablas?
—Una persona consume un mínimo de dos litros de agua y un kilo y medio de oxígeno por día. En un largo viaje por el sistema solar no se pueden llevar todos esos consumibles almacenados en la bodega; por el contrario, hay que desarrollar dispositivos que reciclen el agua y el oxígeno partiendo de los residuos que se producen en la nave.
—Comprendo.
—A pesar de las enormes dificultades y las limitaciones de presupuesto, la NASA puso en órbita baja una estación espacial.
—Eso está bien. ¿Cómo se llamaba?
—Skylab era su nombre.
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