24 horas

El intercomunicador era un implante que todo el mundo llevaba en la sien. Conectaba directamente con el encéfalo y para utilizarlo bastaba con pensar. Sin embargo, cuando el teniente Castillo se puso a utilizarlo para comunicarse con la central de Cartagena de vez en cuando hablaba y se le escapaba algún "a sus órdenes" o un "sí, mi comandante". A Castillo no le gustaba pedir permiso para visitar las Zonas No Descontaminadas. Era una petición muy inusual, casi una excentricidad.

Cuando cerró la intercomunicación su rostro mostró una desesperación infinita.

—No me han autorizado. A nadie podrían autorizarle algo así —dijo.

—Tenemos que ir si queremos resolver el caso, teniente —comentó Sofía.

—Pero también me han dicho que desconectarán la geolocalización de nuestros intercomunicadores y del volador durante un día. Tenemos 24 horas. Se lavan las manos. No quieren saber lo que haremos durante esas horas. Si surge algún problema será enteramente mi responsabilidad.

—24 horas no es mucho tiempo, teniente. ¿No podríamos pedir más? —se atrevió Gamboa a preguntar.

Si las miradas pudieran asesinar, Gamboa habría muerto en ese momento. Los ojos de Castillo se centraron en Gamboa cargados de veneno, como lo haría alguien que está a punto de explotar violentamente. Pero el teniente Castillo quería solucionar este maldito caso como fuera y se contuvo.

—No es posible. 24 horas, y ni una más.

Gamboa no se atrevió a seguir presionando. Era obvio que Castillo estaba al límite.

—Bajaremos a pernoctar en La Habana —continuó Castillo— y saldremos mañana al alba. Rumbo norte. Las pilas de combustible están bien, pero para un viaje como éste quiero que estén a tope de carga. Cuba, Colombia y Puerto Rico son países hermanos y hay acuerdos de colaboración entre todos los cuerpos policiales.  La colaboración es total. Me vendrá bien además, aterrizar para que me miren la pierna en la enfermería de la central de policía de La Habana.

—Bien —dijo Sofía, entusiasmada—. Nosotros dos buscaremos algún hotelito acogedor en el casco antiguo...

—No lo entiende, doctora Tolima —interrumpió Castillo—. Oficialmente, ustedes están detenidos, y yo les estoy trasladando a Cartagena para que sean objeto del interrogatorio tecnológico reglamentario. Oficialmente aterrizamos por un problema técnico en el volador.

—Quiere decir usted...

—Dormirán en un calabozo, como corresponde a dos detenidos.

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