VII
No lloro, pero mis ojos sí lo hacen,
no han estado secos en días, lo que me condena.
Sin ti, nunca estaré bien, es mi verdad,
la eternidad se siente así, sin finalidad; ajena.
La vida es, sin duda, el mejor regalo que los creadores pudieron obsequiarnos. El don de respirar, experimentar, sentir y pensar por lo que suponemos es nuestra propia voluntad es lo que ha permitido al ser humano destacarse muy por encima de otras especies. Con ese obsequio logramos poblar la tierra, aprovecharla y convivir con otros seres vivos que también fueron creados por “aquellos que nadie ve, pero todos perciben”.
Sin embargo, lo que se creía una novela de romance metafórico y aventuras increíbles terminó por transformarse en la más triste poesía melancólica, rodeada de tragedia y un humor tan denso que asfixiaba a todo aquel que intentaba superarse por sí mismo.
Por naturaleza, quizá debido a una falla, los humanos se volvieron individualistas y egoístas; sus pensamientos fueron invadidos por una soledad que sostenía de la mano al dolor y a la locura.
En el mundo utópico que los seres humanos podrían haber creado, no existirían el odio, ni las guerras, ni la desigualdad de poderes. Pero, en esta realidad en la que habitamos, la serpiente rompió la cáscara, y la mente del hombre fue fracturada e infectada con pensamientos a los que jamás debió dar nombre.
—¿Partirás esta noche? —escuchó el cazarrecompensas, encontrándose con la figura del hombre de los abanicos. Sung-Hoon sujetaba un báculo en su mano libre, lo que logró captar su atención.
Suspiró, dejando un pequeño espacio en la piedra sobre la que se encontraba sentado. La noche ya había cubierto con su manto de estrellas todo el pueblo de Kaelaen, y los habitantes ya no salían de casa debido a lo conflictivo que resultaba vivir en los límites del reino.
—Debo terminar esto cuanto antes, ¿No es así? —preguntó en su lugar.
Sung-Hoon se mantuvo en silencio a su lado, y Riki interpretó su quietud como una confirmación. Era evidente que nada había cambiado entre ellos. Sung-Hoon seguía siendo un enigma con su personalidad tranquila y su semblante sombrío, el cual solo se rompía cuando alguien lograba perturbar su calma.
Para Sung-Hoon, Riki seguía siendo un ladrón astuto, aunque este se negara a aceptarlo. Alguien cuya cualidad destacable era su instinto de superación, ese que lograba impulsarlo a seguir confiando en el mundo y en si mismo aun con todo en contra.
—Si te dijera que esta misión me está cansando, ¿me creerías? —dijo Sung-Hoon, mirando a Riki con una intensidad que hizo que el caza recompensas se sobresaltara.
El tono melancólico en la voz del mayor consiguió alterarlo, era una faceta que Sung-Hoon jamás había mostrado estando en su compañía y que, de alguna forma, lo hacía sentir comprendido, acompañado y menos solo en aquel lugar. Sin embargo, también lo llenaba de incertidumbre.
Sung-Hoon lo observaba en silencio, esperando alguna reacción de su parte. Estaba dispuesto a continuar la conversación si encontraba una respuesta que lo animara, o a retirarse en medio de la noche, haciendo de aquella conversación un recuerdo olvidado.
Riki, finalmente, decidió romper el silencio.
—Creo que todos tenemos derecho a estar cansados. —Mientras hablaba, intentó encontrar los ojos del hechicero sin mucho éxito—. ¿Qué te está cansando? —añadió, intentando entender más allá de la superficie de las palabras de Sung-Hoon.
Sung-Hoon dejó escapar un suspiro, su mirada perdida en la tierra frente a sus zapatos. La conversación comenzaba a tomar un rumbo inesperado, y Riki se dio cuenta de que tal vez estaba a punto de descubrir algo que cambiaría su perspectiva acerca de Sung-Hoon. Eso lo asustó.
—La verdad es que… —comenzó Sung-Hoon. Su voz seguía siendo débil, pero había un poco más de confianza en su actitud, algo que logró tranquilizarlo—, ni siquiera estoy seguro de querer abrir el Grimorio…
—¿De qué hablas? Creí que era un sueño de ambos. Heeseung y tú. —Riki llevó una de sus manos a su pelo gris para alejarlo de su campo de visión. Sung-Hoon sonrió ante su comentario.
—Para ser el mejor cazador de recompensas de Aeloria, sigues siendo un poco ingenuo en algunos aspectos —bromeó, volviendo a su habitual tono relajado—. Aunque, en eso no te culpo. Alguna vez también fui como tú…
—¿Un ladrón? —bromeó Riki.
Sung-Hoon alzó uno de sus brazos y le propinó un golpe en la nuca con su abanico. El peligris se quejó con un puchero y después ambos volvieron a quedar en silencio con la vista al frente.
—¿Alguna vez te has sentido acorralado entre el deber y tus ideales? —preguntó el cambiaformas a su lado con seriedad.
Riki frunció el ceño, tratando de comprender su pregunta.
¿El deber? ¿Sus ideales? ¿Podía alguien como él tener ese tipo de cosas? Ni siquiera era capaz de recordar la cara de su madre o el apellido de su padre. Desde que tenía memoria, su único deber había consistido en robar para sobrevivir, pelear y resistir. ¿Sus ideales? Riki sonrió sin gracia.
—Supongo que eso es un no…
Antes creía que uno de sus ideales consistía en no matar, una regla que tenía completamente prohibida. Con el pasar de los años, aquella idea quedó abandonada en alguno de sus escondites entre los baúles de oro.
Sin embargo, una encrucijada sonaba a aquello que los humanos experimentaban cuando debían elegir entre sus propios deseos y el de un conjunto más amplio que el propio, algo así como el bien común o, en todo caso, el mal común. Si se trataba de ello, entonces Riki, al igual que el resto de los humanos, no estaba a salvo de experimentarlo.
Recordó su misión, la gran algarabía que sintió cuando supo que sería un nuevo récord de superación para su propio camino de fama y en cómo tal hazaña lo coronaría como el mejor cazador de recompensas del reino. Pues, aunque adulaba no ser una persona que persiguiera el reconocimiento, al final, era lo único que conocía y a lo único a lo que podía aferrarse. Hasta que Sunoo apareció.
—Es más un tema de responsabilidad y sentimientos… —le aclaró, y Sung-Hoon supo enseguida a lo que se refería.
— No siempre tenemos la libertad de elegir —dijo, su voz sonaba más firme ahora—. A veces, las decisiones que tomamos son dictadas por fuerzas que ni siquiera comprendemos del todo. Y eso… puede ser agotador.
Riki asintió lentamente, sin apartar la vista de Sung-Hoon. A pesar de su experiencia como cazador de recompensas, sabía que había verdades en el mundo que él aún no comprendía. La idea de conseguir el Grimorio había sido emocionante, un desafío que lo impulsaba a seguir adelante. Pero ahora, frente a las palabras de Sung-Hoon, se preguntaba si ese deseo realmente venía de él, o si había algo más, algo oscuro y desconocido que los estaba manipulando e instaba a seguir a pesar de su negatividad a continuar.
—¿Crees que deberíamos abandonar esta misión? —preguntó Riki con cautela, no queriendo parecer débil, pero sintiendo la necesidad de entender qué era lo que realmente estaba en juego.
Sung-Hoon no respondió de inmediato. En su lugar, se levantó, su figura alta y esbelta recortándose contra el cielo estrellado. Miró a Riki desde arriba, como si buscara algo en él, una chispa de entendimiento o tal vez una confirmación de que ambos estaban en la misma página.
—No es cuestión de abandonar, Riki. Es cuestión de saber cuándo hemos llegado al límite de lo que podemos controlar. —Hizo una pausa, girando su báculo entre los dedos—. Hay cosas que deben permanecer selladas, cosas que no debemos desenterrar… por mucho que creamos que podemos manejarlo.
Riki sintió un escalofrío recorrer su columna. La idea de dejar algo sin resolver le era casi intolerable, pero la gravedad en las palabras de Sung-Hoon lo hizo reconsiderar. Se preguntó si el cambiaformas sabía algo más, algo que no había compartido con él, algo que quizá, si se atrevía a imaginar, tenía que ver con su compañero del parche.
—¿Hay algo que yo no sepa? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos.
Sung-Hoon lo miró fijamente, su expresión inmutable. Luego, con un suspiro casi imperceptible, respondió:
—Tal vez. Pero algunas verdades… es mejor que nunca sean reveladas.
Si hay algo, pensó Riki.
—Dijiste que, harías cualquier cosa por él —recordó en voz alta. El cambiaformas lo miró casi suplicante, como pidiéndole que no continuara. Aquello solo logró confirmar las sospechas del peligris—. Y sé que no tengo derecho a preguntar, pero…
—Riki —interrumpió Sung-Hoon, arrastrando las palabras en su garganta.
El caza recompensas se puso de pie, imitando su acción. Ambos se miraron sin decir palabra, sosteniendo la mirada del otro como si buscaran persuadirse, descubrir los miedos del contrario e invadir sus mentes para comprenderse.
—Cada vez que ibas a ayudarme, lucías mucho más relajado de lo que luces al lado de Heeseung —Riki finalmente había decidido hablar—. Ríes, hablas y bromeas conmigo, cuando dijiste que no confiabas en mis capacidades.
Sung-Hoon soltó un suspiro, desviando la vista de la mirada seria que el peligris tenía sobre él. Al final, quizá sí había hablado de más, y aquello no le gustaba.
—Eso no tiene nada que ver —trató de convencerlo—. Solo estoy delirando por la debilidad de mi cuerpo…
—Deja de hacer eso… —el tono del cazarecompensas lo asustó. Había un sentimiento en él que no lograba descifrar.
Quizá sea lástima, pensó. O empatía.
—Si hay cosas que quieres hacer, hazlas. No lo hagas solo porque quieres complacer a alguien —Riki colocó sus manos en los hombros del cambiaformas, tratando de volver a enfocar su mirada en la del otro.
Su corazón se sentía débil, como si sus palabras, más que hablarle al pelinegro, fueran dirigidas a sí mismo, a su cobardía que quería ahogarlo y a esa valentía que comenzaba a abandonarlo.
Sung-Hoon lo apartó con miedo.
—¡No estoy complaciéndolo! —gritó. Sus ojos se abrieron cuando su mente reaccionó a sus propias palabras, y cubrió su boca con pesar.
—Sung-Hoon…
Sung-Hoon retrocedió un paso, con la respiración entrecortada, sus manos temblorosas cubrían su boca. No podía creer lo que acababa de decir. Sentía que había desnudado su alma por completo ante Riki, revelando un sentimiento que había intentado negar incluso a sí mismo.
Riki lo observó en silencio, sorprendido por la intensidad del grito de Sung-Hoon. Nunca lo había visto perder la compostura de esa manera, y aunque sabía que había tocado un nervio sensible, no estaba seguro de cómo seguir. Una parte de él quería consolarlo, pero otra le decía que este era un momento crucial, uno en el que la verdad finalmente saldría a la luz.
—Sung-Hoon… —repitió, su voz ahora más suave—. No tienes que enfrentarlo solo.
El cambiaformas bajó las manos lentamente, su mirada evitaba la de Riki mientras luchaba por recuperar el control de sus emociones. La vergüenza y la frustración se mezclaban en su interior, creando un torbellino que amenazaba con derrumbar la fachada que había construido durante años.
—No entiendes —murmuró, su voz llena de angustia—. Hay cosas que no puedo cambiar, decisiones que no son mías… pero que debo llevar a cabo, sin importar lo que sienta, sin importar si me canso.
Riki frunció el ceño, sintiendo la desesperación en las palabras de Sung-Hoon. Sabía que había algo más profundo detrás de esa misión, algo que los ataba a ambos de maneras que aún no comprendía del todo.
—Entonces, ¿por qué sigues adelante? —preguntó con cuidado, dando un paso hacia él—. Si te está destruyendo, si te está consumiendo… ¿por qué no te detienes?
Sung-Hoon lo miró finalmente, con una mezcla de tristeza y determinación en sus ojos.
—Porque… algunas promesas no se rompen —susurró—. Incluso si eso significa perderlo todo en el proceso. Fui un cobarde, hoy y en el pasado. Aunque lo intente ya no hay nada que hacer. Ya no puedo.
Riki sintió que una nueva pieza del rompecabezas caía en su lugar. Sung-Hoon estaba atrapado en una red de promesas y lealtades que lo mantenían prisionero, pero que también lo definían. El peso de esas promesas era lo que lo hacía seguir adelante, a pesar del dolor y la duda.
Se sintió culpable, no por Sung-Hoon, sino por sí mismo, por la manera en que sus propias mentiras lo mantenían con una espada al cuello. También él tenía un pasado, uno que lo había mantenido con vida y que por mucho tiempo había admirado. Ahora, ya ni siquiera estaba seguro de qué quería hacer o cómo debía sentirse.
Pensar en Sunoo sería un pecado, un privilegio del cual no se sentía digno. A pesar de las mil emociones que aquello le traía, estaba asustado. Y, aun así, se había atrevido a darle un consejo a alguien más. Era hipócrita.
El peso de sus propias palabras cayó sobre él como un balde de agua fría. Sentía que cada palabra que había soltado era un reflejo de su propia hipocresía, una verdad que se negaba a enfrentar. ¿Cómo podía hablar de sacrificio y amor cuando él mismo se escondía detrás de sus mentiras? ¿Cuándo se permitía añorar lo que no debía? Sunoo era la manzana prohibida, un deseo que no tenía derecho a anhelar en su corazón. Y, sin embargo, cada pensamiento, cada latido lo empujaba hacia él, haciéndolo sentir más pequeño, más insignificante. Era como si estuviera caminando sobre el filo de una navaja, entre el anhelo y la desesperación, sabiendo que cualquier paso en falso lo llevaría a la ruina.
— Y tú, Riki —continuó Sung-Hoon—, ¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por algo o alguien que amas.
La pregunta lo tomó por sorpresa. Riki, que siempre había vivido una vida solitaria, siguiendo su propio camino sin ataduras, nunca se había detenido a pensar en lo que realmente valoraba, en lo que estaría dispuesto a proteger a cualquier costo. Pero ahora, mirando a Sung-Hoon, se daba cuenta de que quizá para él, ese alguien, por quien haría cualquier cosa sería Sunoo.
El cazarrecompensas no respondió de inmediato, pero el silencio entre ambos se llenó de un entendimiento silencioso.
— Yo, haría lo que sea necesario —respondió finalmente Riki, con una convicción que logró sorprenderlo incluso a él mismo.
Sung-Hoon asintió lentamente con una sonrisa. Riki le devolvió el gesto con sinceridad.
—Si alguna vez quieres dejar de estar a su lado, hazlo. —le recordó.
—No creo que me aleje de él nunca. —sinceró Sung-Hoon. Su destino ya había sido escrito, el mismo lo había truncado desde el inicio.
—¿Hay alguna razón?
El cambiaformas negó cubriendo su rostro con el abanico mientras volvía la vista al cielo nocturno.
—Supongo que, ya lo elegí así. Permanecer a su lado par siempre.
—Vaya. No estoy seguro si quisiera ser él o tú… su lealtad es increíble a pesar de ser complicada.
Sung-Hoon sonrió dándole la razón. Su atadura era extraña, no existía una palabra para definirla, sin embargo, representaba todo lo que poseía, al menos de su parte.
—Créeme. —Habló—. Es mejor si deseas no ser ninguno de los dos.
La calma de la ciudad de Thalir se vio interrumpida poco después del mediodía, cuando sus enormes puertas se abrieron para recibir al ejército del Rey que regresaba de los bosques mágicos del reino de Aeloria. Los rumores se esparcieron por todos los rincones, bajo la premisa de que una invasión o un ataque del reino vecino se escondía bajo las sombras de los túneles subterráneos. Sin embargo, ninguno logró dar con el verdadero suceso que había destruido la tan adorada reputación del Rey de Aeloria como el ser más pacífico en toda la historia de la corona.
Yang Jungwon fue trasladado en compañía de sus estudiantes a la ciudad capital, muy a pesar de su negativa inicial de abandonar su academia de hechicería y con ella el tan famoso bosque mágico de Elarion, donde su colegio de magia se alzaba con imponencia. Thalir, con sus calles elegantes y sus callejones oscuros, repletos de secretos y revueltas silenciosas, los recibió tan imponente como siempre, y el joven elfo no pudo hacer más que seguir a los guardias que, con la mayor amabilidad posible, lo guiaron todo el camino hasta la puerta del castillo del Rey, como si temieran que algo malo le ocurriese si lo perdían de vista por un instante.
El robo del Grimorio era un tema delicado. Para Jungwon, era más que obvio que nada de aquello sería revelado al resto de los aldeanos, para evitar su alteración y prevenir el caos que seguramente se desataría. Fue por ello que, a pesar de su reticencia inicial, decidió que lo mejor sería trasladar a todos sus estudiantes al reino, con el objetivo de protegerlo y protegerse a sí mismos. Jungwon sentía que las cosas se le salían de control.
En los pasillos del castillo, el silencio era casi sepulcral. Los guardias se movían con sigilo, dando órdenes a los demás, y vigilaban largas guardias en las puertas de todas las habitaciones del castillo.
—¿Piensa llegar a un acuerdo? —escuchó el elfo a su lado.
Un par de hechiceras se encontraban cerca de él, mientras observaba recargado en el barandal del balcón de su alcoba. El Rey se había encargado de que se sintieran cómodos tanto él como sus estudiantes. A pesar de ello, el par de hechiceras se mantenía a su lado, como muestra de lealtad y preocupación por su maestro.
—Robaron una reliquia muy poderosa —dijo él, observando el cielo azul que se alzaba sobre su cabeza—. Lo menos que puedo hacer es cooperar con el Reino para hallar la forma de recuperarla. Además, mi trabajo era protegerla. Es más que mi responsabilidad.
Las dos mujeres guardaron silencio, comprendiendo las palabras del joven elfo. Jungwon era consciente de que el robo había sido planeado meticulosamente, tanto que nadie había logrado descubrir el nombre ni la identidad de quien se había infiltrado en su academia. Sin embargo, dentro de él, la culpa no hacía más que incrementarse, y el remordimiento comenzaba a golpear su pecho sin piedad, impidiéndole mantener la calma.
—Si necesita ayuda con algo, sabe que puede contar con nuestro apoyo —dijo una de las hechiceras. Jungwon sonrió, dándoles a entender que las había escuchado.
Los tres se limitaron a observar las amplias calles de la capital, atentos a cualquier llamado por parte del Rey, el cual no se hizo esperar. Un guardia se acercó a ellos para pedirles que lo acompañaran a la sala del trono. El corazón del elfo tembló con temor.
Sus dos alumnas lo siguieron, cada una a un costado del elfo, que caminaba con calma a pesar de estar abrumado por los pensamientos que no abandonaban su mente ni por un segundo. Cuando las enormes puertas del salón real se abrieron, las dos mujeres inclinaron la cabeza en señal de respeto hacia la figura gobernante del Reino. Por su parte, Jungwon se mantuvo sereno, con la vista al frente y un rostro neutral que no dejaba entrever la ansiedad que el robo a su academia le había provocado.
—Lord Yang Jungwon —se escuchó la voz del hombre sentado en el trono. El elfo hizo una ligera reverencia con la cabeza antes de avanzar hacia el asiento que el Rey había preparado para él.
—Su alteza, Rey Jake. Gracias por permitirme quedarme en sus aposentos —dijo el elfo mientras tomaba asiento, seguido de sus dos hechiceras, quienes permanecieron de pie a cada lado.
—No hay problema. Ambos sabemos por qué estamos aquí.
El hombre frente a él era al menos más joven que él mismo. Ambos habían asistido a la academia juntos cuando el anterior Rey, su padre, aún ocupaba el trono. Jungwon era capaz de percibir el gran carisma de Jake y su compromiso con la monarquía con solo observar su rostro, el cual le transmitía una extraña calma que no sabía cómo interpretar. Ambos eran muy distintos a sus padres.
—Como sabe, alguien ha robado una reliquia muy poderosa de nuestra academia. Así que, como director del colegio de magia, me veo en la obligación de solicitar su permiso para involucrarme no solo en su recuperación, sino también en ofrecer protección al reino ante cualquier ataque que esto pueda provocar.
El Rey Jake asintió lentamente, sin despegar su vista de la figura del elfo.
—Entiendo tu preocupación, Lord Jungwon. Y comparto tu deseo de proteger el reino. Sin embargo, la situación es más complicada de lo que parece. —Jake hizo una pausa, observando las reacciones de los hechiceros—. Me temo que nuestras fuerzas son limitadas, y no podemos proteger todas las entradas a la ciudad mientras buscamos el Grimorio.
Jungwon frunció el ceño, sintiendo la tensión aumentar en el aire. Sabía que la situación era delicada, pero la idea de que no pudieran proteger adecuadamente el reino le preocupaba profundamente.
—¿Qué propone, entonces, Su Alteza? —preguntó Jungwon con cautela.
Jake se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaron con los rayos de sol que traspasaban las cortinas de seda que cubrían las ventanas de la gran sala.
—He consultado a mis consejeros, y todos coincidimos en que la mejor forma de atraer al ladrón es utilizando el Grimorio como carnada. Después de todo, solo tú, como director de la academia, puedes abrirlo. Eso te convierte en la única persona que puede garantizar su seguridad... y su recuperación.
Las hechiceras a ambos lados de Jungwon se tensaron, y sus expresiones reflejaron una mezcla de incredulidad y preocupación. Una de ellas, Lyra, dio un paso adelante.
—¿Está sugiriendo que pongamos en peligro a nuestro maestro? —su voz tembló ligeramente, pero se mantuvo firme—. No podemos permitir que él sea usado como cebo.
—Lo entiendo. —dijo Jake suavemente, su mirada se mantenía serena haciendo honor a su reputación—. Pero no tenemos otra opción. Si el ladrón busca poder, el Grimorio lo atraerá. Y necesitamos estar preparados para ese momento.
Jungwon sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. La idea de convertirse en carnada no le agradaba, pero sabía que la situación era desesperada.
—Acepto. —dijo finalmente, con una voz más firme de lo que esperaba. Sus hechiceras lo miraron, asombradas y preocupadas, pero él levantó una mano para detener cualquier protesta que pudiera hacerlo retroceder en su decisión—. Si esto es lo que se necesita para recuperar el Grimorio y proteger al reino, entonces estoy dispuesto a hacerlo.
El Rey Jake asintió con una sonrisa amable en su rostro.
—Muy bien. Prepararemos la trampa lo antes posible. —Hizo una pausa, mirando a Jungwon con seriedad—. Solo te pido que tengas cuidado. Este plan es arriesgado, pero confío en tus habilidades.
Jungwon asintió, tratando de mantener la calma. Sabía que había aceptado un papel peligroso, pero también sabía que era su deber proteger tanto la academia como el reino.
Si él no actuaba ahora, la culpa que sentiría después podría terminar consumiendo su alma hasta la locura. Pensar en ello, lo asustó. Pues, no hay peor miedo que el de sentir mucho más de lo permitido.
Desorientado caminó por los pasillos tratando de controlar su mente y concentrar sus pensamientos en dejar fluir si energía por su cuerpo. Sin embargo, su desconcentración lo instó a chocar con alguien obligándolo a retroceder para disculparse.
—No hay de que preocuparse. —Habló la otra persona haciéndole subir la mirada para observarlo mejor. subir
—Sunoo —dijo, reconociendo al príncipe al instante.
El joven príncipe era mucho más joven que él, pero su presencia siempre había sido notable. Ambos habían crecido en la academia juntos, aunque sus caminos habían divergido con el tiempo. El rostro de Sunoo se iluminó al ver a Jungwon, aunque una sombra de preocupación nubló rápidamente su expresión al notar su ceño fruncido.
—Jungwon, escuché sobre lo que sucedió en la academia. ¿Cómo estás? —preguntó con sinceridad, estudiando la expresión del elfo.
Jungwon suspiró, tratando de aliviar un poco la tensión que sentía.
—Estoy... manejando la situación. Pero las cosas se complican más de lo que esperaba. —admitió.
Sunoo asintió, comprendiendo sin necesidad de más palabras.
—¿Es cierto lo que dicen? ¿Vas a involucrarte en la recuperación del Grimorio?
Jungwon lo miró a los ojos, reconociendo la preocupación en ellos. Su pregunta era directa, sin rodeos, algo que siempre había estado presente en la personalidad del príncipe cuando pensaba con la preocupación y no con el cerebro.
—Sí, es cierto. No hay otra opción. —respondió con un tono resignado pero decidido.
Sunoo guardó silencio por un momento antes de hablar de nuevo.
—Entonces, debes tener cuidado. Puede ser más peligroso de lo que parece.
Jungwon asintió lentamente mientras ambos comenzaban a caminar por los pasillos de vuelta a los aposentos que el Rey les había asignado a los hechiceros de la academia.
—Lo sé, Sunoo. Pero haré lo que sea necesario para proteger a mi gente y a este reino. —fue la respuesta del hombre, el príncipe asintió con una sonrisa de aprobación. —Qué hay de ti? —preguntó esta vez el elfo manteniéndose a la par del otro mientras avanzaban.
—No mucho… —Sunoo sonrió sin mostrar interés en el rumbo que la conversación comenzaba a llevar.
Jungwon le dio un leve empujón, lo que asustó un poco al rubio, aunque Sunoo le devolvió el gesto de manera juguetona, para sorpresa de los guardias que custodiaban los pasillos. Eran extraños cuando estaban juntos, pero de una manera natural.
—¿De verdad no vas a contarme nada? ¿Nada interesante? —Jungwon fingió estar ofendido, colocando ambas manos sobre su pecho.
—No te vas a morir, ¿o sí? —replicó Sunoo, a lo que el elfo fingió un dolor más dramático aún.
Mientras doblaban por los pasillos hacia el balcón cercano a la habitación de Sunoo, las arboledas que trepaban por los muros se hacían más presentes, y las escaleras de mármol decoradas con flores de oro, creadas por orden de la antigua reina en honor a sus herederos, brillaban bajo la luz del día.
— Oh, ¿Me permitiría usted, joven alteza, gran belleza de las naciones y envidia inexorable de los cuatro reinos, Sunoo de Aeloria, escuchar sus grandes anécdotas en honor a nuestros viejos tiempos de amistad? —exageró Jungwon, haciendo malabares y reverencias exageradas.
—No. Vaya a la guillotina —Sunoo siguió la broma, fingiendo dar una orden. Sin embargo, rápidamente se arrepintió, reincorporándose de manera exagerada—. Mentira, una vez más...
Ambos se dieron otro leve empujón como muestra de cariño.
Sunoo bromeó con que el golpe de Jungwon era muy suave, y el elfo le dio la razón inflando su ego, solo para luego añadir que temía lastimar a la "flor envidiable de los cuatro reinos." Sunoo le respondió con una ligera patada en la espalda.
—No hay mucho que contar sobre mí —admitió Jungwon, retomando la compostura. —Es por eso que me gustaría escuchar de ti. Ha pasado un buen tiempo desde la última vez que hablamos —dijo, con un tono más serio.
Sunoo se mantuvo en silencio unos minutos más. Su vista se perdió entre los carruajes que avanzaban por las calles principales del reino, que desde la altura de sus aposentos podía observar con claridad. Sus manos, rozando las rosas que adornaban los muros del balcón, lo hicieron volver a la realidad cuando las palabras del elfo conectaron de nuevo sus pensamientos.
Sí, había pasado bastante tiempo.
—Si quieres saber de mis rebeldías, entonces sí. Soy el príncipe con la peor reputación por aquí —bromeó, en un intento de no sonar herido. Ese sentimiento de tener que ser perfecto siempre lo seguía molestando.
—No me molesta tener un amigo con mala reputación —bromeó Jungwon, haciéndolo reír. Ambos se recargaron en el balcón, observando a los aldeanos a través de los muros del castillo—. Aunque no tengo permitido apoyarte en eso por cuestiones de política real y esas cosas.
Sunoo esbozó una sonrisa sin mucho ánimo. Al final, ni Jungwon ni él habían decidido nacer en esas circunstancias, y estaba seguro de que no era tan malo, al menos no a los ojos de otros. Podía ser egoísta, banal y narcisista, pero el reino de Aeloria lo seguiría respetando solo por ser de la realeza. Sonaba bien, sin embargo, él no era más que el hermano del Rey, el que solía escaparse para vagar por las calles, mezclarse entre los festivales de los callejones alejados... y eso, para nada era propio de un "sangre perfecta".
Quizá por eso su alma se alegraba tanto cada vez que veía a Niki.
—Oye, Jung... —llamó Sunoo, haciendo que el elfo redirigiera su atención hacia él con interés—. ¿Quieres comprar mi título real? No, mejor te lo regalo.
—¿Por qué? —preguntó Jungwon, sorprendido.
—Porque estoy cansado de él —admitió, con dolor en su voz.
Su cerebro estaba quemado, agonizaba en medio del acero que pulía espadas. Pensaba que, la redención llegaría algún día, cuando en lugar de pensar e imaginar, actuara. A pesar de que su corazón rebelde se sintiera valiente, Sunoo aceptaba que su cuerpo aún temblaba ante la idea de irse, olvidarse de la corona y huir.
—No me parece justo —dijo Jungwon, con un tono de preocupación genuina.
—La justicia es un lujo que el poder no siempre puede permitirse —respondió Sunoo, mirando al horizonte con una expresión distante.
—¿Pasó algo?
Jungwon a diferencia de otros, podía escudriñar en su mente. Él presentía, suponía y afirmaba. Al final del día era un mago, hechicero de gran renombre, no solo por su apellido, sino por propia destreza y fuerza. Sunoo lo había admirado desde joven, en parte razón suficiente para que, en aquel tiempo, se animara a hablarle de sus miedos, sus deseos y cada una de sus aventuras.
El elfo lucía imponente, casi autoritario, pocos sabían de su amabilidad, su cariño y lo joven que su alma era a pesar de todo.
Eran cosas de sombras antiguas, de herencia que jamás pidieron. Un legado que debían seguir muy por encima de sus deseos.
—No lo sé. —Ser sincero. Eso era lo único que podía permitirse.
—¿ake dijo algo? —Jungwon decidió enfocarse en la relación que tenía con su hermano mayor.
—Él está ocupado gobernando Aeloria. Lo cual está bien, muy bien.
—¿Entonces?
—Nada. —Respondió por inercia.
Pensar es pesado. Anelar: doloroso. Para los humanos cuyo anhelo proviene de lo limitante que resulta la vida, imaginar suena mucho más tentador. Pueden llamarlos cobardes por limitarnos solo a eso, sin embargo, cuando se vive con angustia, el dolor es un platillo que todos disfrutan, solo por el anhelo a un banquete llamado felicidad.
—Sunoo. —La voz del Elfo se volvió más suave—. Dime.
El Príncipe apretó sus puños en un intento por ganar fuerza. Los guantes de sus manos hicieron fricción produciendole dolor ante la presión que generó sobre sus puños y el calor que acumuló dentro de sus puños.
—Si es por lo del trono, nadie va a culparte por eso. Ni siquiera yo. —Habló tratando de evitar que se lastimara.
—No es eso. Está bien. Era mí responsabilidad y se la encomendé a alguien más. Pero estoy bien, Jake también está bien siendo Rey, no me permitiría quitarle eso. —Admitió golpeando sus manos sobre el muro del balcón. Había pasado un tiempo desde que no veía sus propias manos.
—¿Se trata de tu habilidad? ¿Te ha causado problema?
—No… —Dudó antes de guardar silencio. — Quizá es el miedo a que pueda causarle daño a alguien en el futuro.
Jungwon se mantuvo a su lado en silencio. Cómo hechicero tenía un conocimiento nato sobre los diferentes tipos de habilidades, los que eran heredados, aquellos de fusión y la clasificación de cada uno, entendía también que a pesar de ello, las habilidades presentaban diferente conexión con su poseedor, como un virus que no ataca a todos por igual.
Sunoo había traído a su época una de las habilidades poco más que envidiadas, la reminiscencia. Los rumores decían que era difícil de controlar, hostigante y asfixiante, varios hechiceros habían muerto antes de dominarla por completo. Jungwon temía que aquello ocurriera con el príncipe, aún si no moría, temía que terminara por afectar su comportamiento.
—¿Alguna vez le has temido a la verdad? —Lo escuchó preguntar y pensó que era irónico que lo dijera cuando él podría saberlo con solo tocar su mano.
—Asusta, es cierto. Pero es la verdad y es lo único que persiste. —Dijo. Sunoo lo escuchó sin decir mucho. — Es frustrante vivir con el temor de ser engañado, atarte o limitarte, en especial cuando tus manos te permiten hacerlo.
—Lo sé. —Sunoo dejó que sus manos reposaran sobre un par de rosas, aún cubiertos por los guantes que siempre usaba.
—¿Estás asustado de ser engañado?
—Estoy asustado de saberlo todo y perder a alguien por ello —admitió Sunoo, con un dolor silencioso. Su habilidad para ver y recordar era tanto un don como una carga, y el miedo a perder a Niki debido a sus propios temores era una carga que le resultaba aún más difícil de llevar.
Jungwon observó a Sunoo. El elfo sabía que el temor de Sunoo no solo era sobre la verdad que podría descubrir, sino también sobre las implicaciones emocionales y personales de esa verdad. La vida del príncipe estaba entrelazada con su habilidad, y cada decisión que tomara podría afectar profundamente a aquellos que amaba.
—Conocí a alguien. —Admitió entonces. Su asfixiante corazón sintió que debía hablar. Hablar y no callarse—. Su presencia me cautivó. Tan a la deriva, en el horizonte y en cada fragancia desconocida que me invitó a conocer en su mundo.
Jungwon escuchó en silencio, como quien observa la danza de una mariposa en un campo de flores o la fusión del cielo y la tierra en el horizonte al atardecer.
—Temí de mí mismo más que de su aura misteriosa. Temí conocerle antes de poder quererle, y temí quererle antes de intentar conocerle —continuó Sunoo, su mirada fija en las rosas que parecían reflejar su propia fragilidad—. Aún así, decidí que podría. Qué debía sentir.
—Eso es hermoso. —dijo Jungwon, sonriendo con sinceridad.
Sunoo negó con la cabeza, sus ojos cristalizados dejaron ver la frustración que aquello le causaba.
—No. Es complicado.
—¿Complicado? —repitió Jungwon, frunciendo el ceño—. ¿Por qué?
Sunoo miró a Jungwon, tratando de articular lo que sentía sin dejarse llevar por la desesperación.
—Es complicado porque… es un hombre. —Sunoo dijo, su voz temblando—. Y como príncipe, eso no solo es un desafío personal, sino también una cuestión que podría manchar la corona.
Jungwon se quedó en silencio por un momento, procesando el peso de las palabras de Sunoo. La preocupación en su rostro se profundizó, sabiendo que las implicaciones no eran solo personales, sino también políticas. Su mente se mareó ante el deseo de apoyarlo y la idea de que aquello era malo, quizá producto del daño que su habilidad ya le había ocasionado.
—Entiendo que esto es difícil para ti —dijo Jungwon finalmente—. Pero debes considerar cómo esto afectará no solo tu vida, sino también la estabilidad del reino.
Sunoo bajó la mirada, luchando contra las lágrimas que amenazaban con brotar. La lucha entre su deseo personal y las expectativas sociales se volvía cada vez más aguda, más presente y mucho más aplastante.
Por favor, que el mundo le dijera algo que el no hubiese pensado. Cómo que lo que sentía estaba bien.
—No puedo seguir escondiéndolo —admitió Sunoo con voz quebrada—. No quiero vivir en la sombra de lo que se espera de mí. Quiero ser honesto, aunque eso signifique perder todo.
Jungwon pareció luchar con sus propios sentimientos. Finalmente, su expresión de preocupación se tornó en algo más severo, un conflicto interno que le llevó a hablar sin pensar y a decir:
—Sunoo, lo que estás diciendo… lo que sientes… no puede ser real. No puedes… Con un hombre. Eso… eso podría manchar la corona. La tradición, las expectativas… todo lo que representa tu posición.
Sunoo sintió un dolor agudo al escuchar las palabras de Jungwon. Se le hizo evidente que, a pesar de todo, el apoyo que buscaba estaba condicionado a las expectativas y normas que ambos conocían demasiado bien.
—¿No entiendes? —dijo Sunoo, casi en un susurro—. No fingí ser el hermano menor solo para divertirme. Jake y yo somos mellizos. Yo sabía desde el principio lo que se esperaba de mí. Y ahora, ya no debería importar lo que haga. No debería importar si quiero compartir mí vida con un hombre.
Jungwon se aturdió ante la fuerza de sus palabras, cuya pronunciación fue con una intensidad inesperada. El conflicto interno entre sus propios sentimientos y las exigencias del mundo era palpable. Aunque el deseo de proteger a Sunoo estaba presente, la realidad política y social seguía encasillandolo y haciéndole sentir que, quizá su intervención sería inútil sobre él.
—Sunoo, el mundo en el que vivimos no siempre es justo. —dijo Jungwon, su voz llena de tristeza—. Puede que tengas razón sobre lo que sientes, pero también tienes que considerar lo que esto podría tener en ti y en quienes te rodean.
Sunoo asintió lentamente, con la tristeza y la determinación reflejadas en su rostro. No había vuelta atrás; jamás la hubo. Condicionarse nunca estuvo en su sangre.
Pensaba que ser alguien implicaba conseguir algo, pero ahora no estaba seguro de si pensar por sí mismo o seguir las leyes significaba realmente haber conseguido algo. Al final, Aeloria era increíblemente grande, poderosa e influyente. Sin embargo, Sunoo era hijo de la reina de las sedas, hermano del Rey Pacífico, uno más en la línea de la sangre real. Uno con un corazón de rubí que anhelaba igualarse a los demás, o al menos pretender que lo era.
Aunque el tiempo cobrara factura y la verdad fuera algo que pudiera conocer, aún así no sabía qué era lo correcto.
Moriría. Eso era lo único que sabía.
“Las personas derramarán abundante saliva sin importar mis acciones, como un pez gordo con un agujero en su vientre, cuyo estómago nunca se colmará. Escupirán sobre cabezas ajenas para hacer más espacio en su interior, dejando tras de sí un rastro de desprecio. Están vacíos, huecos, y su corazón de piedra ceniza es incapaz de sentir compasión.”
Volví xd
Hoy hubo actualización!!
Tuve problemas con mis aplicaciones, pero
al final pude publicar el capítulo de hoy :)
Cómo verán este fic tiene una nueva y bonita
portada, todo gracias a @.etternaly,
quién nos hizo está bella portada
Sin más paso a retirarme tengan linda semana,
cuídense y manténgase saludables (。•̀ᴗ-)✧
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