V
El descanso era la peor pérdida de tiempo. Esa era la opinión de su maestro.
Cansado, suspiró poniéndose de pie al mismo tiempo que recogía todos los artefactos que había esparcido frente a un árbol. El sol estaba por desaparecer en el cielo y los animales nocturnos no tardarían en aparecer.
Caminó a toda prisa por la pequeña vereda que lo conduciría escaleras arriba hasta la entrada principal de su academia. Si se daba prisa, quizá aún podría presenciar la pelea de los magos especiales que seguían junto a los estudiantes.
Las últimas semanas todos habían sido enviados a misiones en solitario a diferentes puntos en la península del reino, como una última prueba para que pudiesen mostrar su destreza y todo lo que habían aprendido durante sus años finales. Sung-Hoon, como la mayoría del tiempo, había sido uno de los primeros en volver, reiterando los rumores sobre su increíble capacidad para lidiar con dichas criaturas.
—¡Park Sung-Hoon! —llamaron su nombre, haciendo que el joven abandonara su caminar en dirección al jardín del encuentro.
—¿Pasa algo? —preguntó consternado cuando, al girar, notó el rostro preocupado de su compañero.
El tipo tenía el pelo exageradamente largo de color verde y con un sinfín de agujas atoradas en la coleta con la que trataba de contenerlo. Sung-Hoon sonrió notando que la mayoría de ellas aún mantenían rastros de sangre sin quitar debido a la extraña habilidad que el mago poseía.
—El Rey estará aquí en unos minutos… —le hizo saber mientras se encorvaba para recuperar oxígeno.
—¿Desde hace cuántas millas vienes tan de prisa como para estar tan cansado? —prefirió preguntar en su lugar, ignorando por completo el tema que el peliverde le mencionaba.
—Mucho más de lo que debería…—resopló el mago de pelo verde, enderezándose finalmente—. Pero esto es serio, Sung-Hoon. El Rey nunca viene sin un propósito importante. Hay rumores de que ha traído consigo a un joven especial, alguien que necesita nuestra guía para ser aún mejor.
Sung-Hoon frunció el ceño. Era raro que el Rey hiciera visitas sin previo aviso. La última vez que ocurrió, fue para una ceremonia de nombramiento de nuevos magos en filas de guerra. Pero esta vez parecía diferente, no solo porque el panorama de las batallas estaba demasiado alejado desde la ascensión del nuevo Rey de Aeloria
—¿Un joven especial? —repitió Sung-Hoon, intrigado—. ¿Sabes algo más?
—Solo que se supone que tiene un gran potencial mágico, pero no ha sido entrenado adecuadamente —respondió su compañero—. El Rey quiere que uno de nosotros, los mejores, se encargue de su instrucción.
Sung-Hoon asintió lentamente. Sabía lo que significaba una responsabilidad como esa. No solo era un honor, sino también una prueba de confianza y capacidad. La mayoría de los magos que trabajaban para el castillo comenzaban con aquel tipo de misiones.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Vamos a prepararnos para recibir al Rey.
Mientras se dirigían hacia la entrada principal, Sung-Hoon no podía dejar de pensar en las implicaciones de esta visita. Si el Rey realmente confiaba en ellos para entrenar a este joven, significaba que la situación en el reino era más complicada de lo que parecía. Los rumores sobre amenazas oscuras y criaturas peligrosas habían aumentado en las últimas semanas, y ahora tenía sentido que el Rey quisiera fortalecer sus filas con nuevos talentos, incluso si ello no implicaba del todo al reino vecino.
Cuando llegaron a la entrada, ya había una pequeña multitud reunida. Los estudiantes murmuraban entre sí, llenos de curiosidad y anticipación. Sung-Hoon pudo ver a los otros maestros en la distancia, todos con expresiones serias y concentradas.
El sonido de trompetas anunció la llegada de la comitiva real. Sung-Hoon se enderezó, preparándose para lo que vendría. Al frente de la procesión, montado en un majestuoso corcel blanco, estaba el Rey. A su lado, montando con menos seguridad, un joven de hebras negras que cubría gran parte de su rostro y los observaba desde la distancia sin ninguna expresión del todo agradable.
—Ese debe ser él —murmuró el peliverde a su lado.
Sung-Hoon asintió, sintiendo una mezcla de curiosidad y responsabilidad. Frunció el ceño cuando ambos hombres bajaron de los corceles para intercambiar un par de palabras con los maestros de la academia y después ambos grupos ingresaron en la institución con dirección a las salas reservadas.
Los alumnos se disiparon en grupos conversando fuertemente entre rumores de la posible identidad del joven, mientras que unos aseguraban que se trataba de una misión especial para algún mago junto a quien creían era el hijo del rey, otros aseguraban que se trataba de algún vándalo de las calles con una excelente habilidad que debía mejorar y así ser de ayuda en el reino. Incluso había quienes aseguraban que se trataba de algún ente maldito y de un sin Rostro con consciencia.
—Tú, ¿qué opinas? —preguntó el peliverde a su lado captando la atención del mayor.
Él meditó por un instante antes de contestar. Si el mismo Rey había decidido traerlo a la institución eso significaba que no debían subestimarlo tan rápido. Lo cierto era que no sabían con certeza para qué estaba ahí, porque en su opinión, era obvio que no se quedaría a estudiar como otros.
—La habilidad del Rey le permite percibir la habilidad de sus oponentes y aliados. —aseguró y su compañero pareció darle la razón con un asentimiento de cabeza—. Así que su visita debe ser por un motivo especial que no podemos subestimar.
Antes de que pudieran continuar su conversación, uno de los maestros se acercó a Sung-Hoon con una expresión urgente.
—Sung-Hoon, el Rey ha solicitado tu presencia en la sala de reuniones —le informó, su voz baja pero firme.
Sung-Hoon asintió y, tras una breve despedida, se dirigió hacia la sala de reuniones. Los pasillos de la institución estaban llenos de estudiantes y maestros murmurando sobre la inesperada visita. Sung-Hoon trató de ignorar las miradas curiosas y las preguntas no formuladas mientras avanzaba con paso decidido.
Al llegar a la sala de reuniones, se encontró con un ambiente solemne. El Rey estaba sentado en la cabecera de la mesa, conversando con sus consejeros más cercanos. A su lado, el joven de cabello oscuro observaba el intercambio de palabras con nerviosismo y curiosidad. Sin embargo, cuando lo vio ingresar, dirigió su mirada hacia él, haciendo que Sung-Hoon frunciera el ceño.
—Su Majestad —saludó Sung-Hoon con una reverencia profunda.
—Sung-Hoon, gracias por venir —dijo el Rey, asintiendo levemente—. Tenemos un asunto de gran importancia que discutir contigo.
—Estoy a su servicio, Su Majestad —respondió Sung-Hoon, enderezándose.
—Este joven —dijo el Rey, señalando al muchacho a su lado—, necesita un entrenamiento especial. Su potencial mágico es considerable, pero también muy peligroso si no se maneja correctamente. Hemos decidido que tú serás el encargado de su instrucción.
Sung-Hoon asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
—Entiendo, Su Majestad. Haré todo lo posible para entrenarlo adecuadamente. Pero…
—Excelente —interrumpió el Rey, haciendo que Sung-Hoon contuviera un suspiro. El Rey continuó—. Será un desafío, pero confío en tus habilidades. Necesitamos que desarrolle tanto su fuerza física como su concentración mental. Su poder es del tipo destructivo, y sin la adecuada disciplina, podría causar grandes daños. Estoy seguro de que tú, mejor que nadie, comprendes eso.
Sung-Hoon asintió nuevamente, comprendiendo la gravedad de la situación. La capacidad de concentración era una habilidad que pocos magos lograban perfeccionar en un breve lapso sin hacerse daño. El entrenamiento sería riguroso y requeriría toda su atención y experiencia.
—Una última cosa, Sung-Hoon —dijo el Rey, mirándolo fijamente—. Este entrenamiento debe realizarse en el castillo, bajo nuestra supervisión directa. Hay motivos que no podemos revelar completamente en este momento, pero debes saber que tu éxito en esta tarea te garantizará un puesto importante en el reino.
Sung-Hoon asintió ligeramente, sin protestar, a pesar de la desconfianza que comenzó a aparecer en su mente. Redirigió su atención al joven pelinegro, que lo observaba en completo silencio. Sabía que el Rey estaba siendo deliberadamente vago, pero no estaba en posición de cuestionar sus órdenes.
—Entendido, Su Majestad. No lo defraudaré.
—Confío en que así será —dijo el Rey con una sonrisa aprobadora—. Ahora, ve y prepárate. Partiremos hacia el castillo en cuanto estés listo.
Sung-Hoon hizo una última reverencia antes de salir de la sala. Mientras se dirigía a sus aposentos para empacar lo necesario, no podía dejar de pensar en el joven que ahora estaba bajo su cuidado. Sabía que este entrenamiento sería diferente a cualquier otro que hubiera realizado, y estaba decidido a no fallar.
Al llegar al castillo, Sung-Hoon fue recibido por el personal. El ambiente del lugar era imponente, con grandes muros de piedra y estandartes que ondeaban con el emblema del reino. A su lado, el joven lucía ansioso e inquieto, mientras Sung-Hoon observaba todo con atención.
—Bienvenido, Sung-Hoon —dijo uno de los hombres, intentando romper el hielo—. Este será tu hogar durante el tiempo que dure el entrenamiento.
Ambos intercambiaron miradas, pero ninguno dijo nada. Esa noche, en su primera sesión de entrenamiento, Sung-Hoon decidió evaluar las habilidades del joven.
—Vamos a empezar con algunos ejercicios básicos de concentración —indicó Sung-Hoon, entregándole un pequeño pañuelo que el menor ató a sus ojos para cubrirlos—. Quiero que te enfoques en mantener tu mente despejada.
El joven del parche asintió y se acomodó en el suelo, manteniendo una postura recta perfecta. Su concentración era casi palpable para el joven hechicero, que lo observaba detenidamente en completo silencio.
—No planeo entrenar —dijo finalmente el más joven, su voz firme y decidida, lo que logró captar por completo la atención de Sung-Hoon, quien levantó una ceja, sorprendido.
—¿Por qué no? —preguntó Sung-Hoon, intentando mantener la calma.
—Porque creo que estoy aquí como un as bajo la manga —respondió el joven, aún con los ojos vendados. Sung-Hoon tomó asiento a su lado—. Agradezco que el Rey de Nerathia me haya salvado, pero no es algo que yo deseara. No quiero ser entrenado por alguien más.
Sung-Hoon lo observó con detenimiento. Aunque el joven poseía una habilidad física notable y una concentración que superaba a la de muchos magos experimentados, parecía incapaz de liberar su verdadero poder. Esto era evidente, incluso en esa primera noche de entrenamiento.
—Entiendo tus sentimientos —dijo Sung-Hoon—. Pero creo que subestimas lo que puedes lograr con el entrenamiento adecuado. El Rey confía en ti, y yo también. Dame una oportunidad de ayudarte.
El joven lo miró con desconfianza, pero no dijo nada más. Sung-Hoon decidió dejarlo por el momento y continuar al día siguiente. Se levantó y caminó hacia la puerta.
—Por cierto… —escuchó detrás de sí.
—Dime —respondió, deteniéndose frente a la puerta abierta.
—¿Cuál es tu nombre? —El joven del parche seguía sentado en el frío suelo, pero su rostro pareció iluminarse tras formular la pregunta.
—Mi nombre es Sung-Hoon —respondió el hechicero con una sonrisa—. ¿Y el tuyo?
—Heeseung. Mi nombre es Heeseung.
Durante las semanas siguientes, Sung-Hoon continuó con el entrenamiento de Heeseung. No fue un camino fácil. A pesar de su resistencia inicial, Heeseung comenzó a mostrar destellos de su verdadero potencial, especialmente cuando su concentración alcanzaba un punto crítico. Sung-Hoon notó que la pérdida del ojo afectaba más que solo su visión; parecía que también había debilitado su conexión con la magia. Sin embargo, Heeseung mostró una habilidad sorprendente para ver a grandes distancias, una capacidad que Sung-Hoon decidió ayudarle a desarrollar.
Con el tiempo, Heeseung empezó a confiar en Sung-Hoon, aunque de manera cautelosa. Su desconfianza hacia las verdaderas intenciones del Rey no desaparecía, pero Sung-Hoon lograba calmar sus temores, asegurándole que estaba allí para apoyarlo.
A medida que pasaba el tiempo, el Rey comenzó a mostrar más interés en el progreso de Heeseung. Un día, llamó a Sung-Hoon con la excusa de que le presentara un informe sobre los avances en el entrenamiento del joven “tuerto”, como solía llamarlo.
—Estoy impresionado —dijo el Rey—. Quiero que seas su consejero permanente.
El hechicero bajó la cabeza, aturdido. Una responsabilidad así era demasiado para él, sobre todo porque aceptarla significaba renunciar por completo a su academia, a su formación como mago y a las misiones que ya no le eran asignadas.
—Su Majestad, yo…
—¿Estás rechazando la oferta? —lo interrumpió el Rey, logrando desequilibrar sus pensamientos.
—No, su Majestad. No me atrevería —negó Sung-Hoon enseguida, haciendo una reverencia que el Rey ignoró por completo.
—Escuché que él y tú son cercanos —continuó el Rey—. Quizá sepas un poco de su vida ahora, de cómo vive y de los grandes barcos que ha coleccionado…
El tono del Rey solo logró ponerlo más nervioso. Sung-Hoon no solo conocía esos detalles, sino que debido a las continuas escapadas de Heeseung, él mismo se había visto en la necesidad de buscarlo, solo para descubrir que emprendía una clase de investigación en una de sus tantas guaridas.
—Su Majestad, yo no…
—No es necesario que me des explicaciones —ordenó el Rey, volviéndose hacia él—. Pero él no ha mostrado ningún indicio de su poder, ¿verdad? Y tú has violado las principales leyes de tu academia encubriendo sus acciones. Así que ve y piénsalo.
Sung-Hoon se encontraba en una encrucijada. La oferta del Rey, que era más una orden disfrazada, lo dejaba atrapado, sin vuelta atrás. Aceptar ser el consejero permanente de Heeseung significaba renunciar a su propio camino y dedicar su vida a un joven que aún no había demostrado su verdadero poder. Sin embargo, negarse podría traer consecuencias nefastas, tanto para él como para Heeseung. Ambas opciones conducían a un final en el que ambos serían acusados de traición.
Después de la audiencia con el Rey, Sung-Hoon salió del castillo con pasos apresurados. El camino hacia la cabaña de Heeseung era conocido, pero esta vez, el hechicero sentía una extraña inquietud. Las sombras de los árboles se alargaban a su alrededor, y el silencio del bosque parecía más denso que nunca.
Finalmente, llegó a la pequeña cabaña, escondida entre los árboles, donde los barcos en miniatura de Heeseung se alineaban en su habitual desorden. El hechicero se detuvo un momento antes de llamar a la puerta, tomando aire profundamente. Sabía que lo que estaba a punto de decir podría cambiarlo todo.
Allí lo encontró absorto en uno de sus proyectos, un mapa colgado en la pared con direcciones, nombres y escondites en el reino vecino. El corazón de Sung-Hoon se congeló al comprender que Heeseung planeaba huir.
—Heeseung —llamó Sung-Hoon, intentando ocultar su agitación—. Necesito hablar contigo.
Heeseung levantó la vista.
—Aquí estás, Hoon. Justo a tiempo para la misión —comentó, dejando a un lado sus herramientas.
El hechicero sonrió, tratando de comprender a lo que el joven se refería. No podía revelar todo lo que el Rey le había dicho, pero sabía que no podía ocultar la verdad a Heeseung por más tiempo. Decidió detenerse, captando la atención del joven que también se detuvo antes de comenzar a explicar los garabatos en la pared.
—¿Sucede algo? —preguntó directamente.
—El Rey ha decidido que me convierta en tu consejero permanente —dijo finalmente Sung-Hoon, observando cómo la noticia afectaba a Heeseung.
Heeseung se quedó en silencio por un momento, procesando la información. Finalmente, suspiró, dejando entrever una mezcla de frustración y resignación.
—Sabía que esto pasaría —dijo con un tono amargo—. Él me ve como una herramienta, y ahora a ti como mi guardián. Pero, Sung-Hoon, no quiero arrastrarte en esto. Agradezco lo que has hecho por mí, pero no quiero que renuncies a tu vida por algo que ni siquiera yo sé si puedo cumplir.
Las palabras de Heeseung resonaron en la mente de Sung-Hoon. Sabía que el Rey no aceptaría un “no” como respuesta, pero también comprendía la carga que esto significaba para Heeseung. Sung-Hoon debía tomar una decisión que cambiaría el rumbo de sus vidas: seguir las órdenes del Rey y convertirse en consejero de Heeseung, arriesgándose a ser acusado de traición por encubrimiento, o desafiar la voluntad real para proteger a su amigo y aceptar la culpa solo.
—Descubrí algo —dijo Heeseung de pronto, sacándolo de sus pensamientos.
—¿Qué es? —preguntó Sung-Hoon, desviando su atención hacia los garabatos en la pared.
—El Grimorio —respondió Heeseung—. Quiero obtenerlo.
Ah, sí. Ya estaba tardando en desearlo. Era la ley de todo aquel ambicioso. Sin embargo, no podía juzgarlo; él mismo se encontraba en una situación similar, solo por haber deseado un puesto en el Reino antes del tiempo.
—¿Para qué? —preguntó en su lugar, acercándose al pequeño mapa desordenado que Heeseung había dibujado.
—Es mi única esperanza… —le dijo.
Sung-Hoon miró a Heeseung, y por un instante, su mente viajó a la primera vez que lo vio. Un joven arrogante, con una máscara de indiferencia, que ocultaba una profunda inseguridad y desconfianza. Habían recorrido un largo camino desde entonces, y aunque Heeseung no lo sabía, Sung-Hoon se sentía responsable por él. Cada día que pasaba, esa responsabilidad se convertía en una lealtad que iba más allá del deber.
Pero las palabras del Rey resonaban en su mente. “Él no ha mostrado ningún indicio de su poder”. Sung-Hoon sabía que las expectativas eran altas, y que tanto él como Heeseung estaban caminando por una cuerda floja. Si el joven fallaba, ambos lo harían, y las consecuencias serían devastadoras. Sin embargo, en ese momento, Sung-Hoon comprendió que no se trataba solo de obedecer órdenes o cumplir con su deber. Se trataba de proteger a Heeseung, de asegurarse de que el joven tuviera la oportunidad de elegir su propio destino incluso si no era algo correcto, algo que él mismo nunca tuvo.
Sung-Hoon comprendió entonces que ninguna de aquellas opciones que el Rey le había dado eran opciones reales. No, en realidad solo querían deshacerse de ellos porque al final, ambos estaban muy por debajo de las expectativas que habían idealizado en ellos.
Sonrió finalmente cuando supo que era lo que haría y le dedicó un asentimiento de cabeza a su compañero antes de indicar correctamente el primer punto al que partirían.
—Kaelaen, en Aeloria. —Dijo tomando tinta para marcarlo en el mapa—. Sé que quieres contratar a ese caza recompensas…
Heeseung sonrió con una mezcla de sorpresa y encanto cuando lo vió dirigirse a una de sus mesas y tomar tinta para redactar una carta que luego hizo llevar con el viento.
—¿Qué es eso? —preguntó al verlo redactar una más.
—Esta es una invitación al caza recompensas. —dijo señalando la nota que escribía y que después le entregó.
—¿Y la otra? —Heeseung hizo un gesto refiriéndose a la carta que Sung-Hoon acababa de enviar con el viento.
—Bueno… Digamos que acabo de aceptar ser tu consejero y, traicionamos al Reino huyendo de ahí…
El joven sonrió divertido cuando Sung-Hoon rascó su nuca con nerviosismo. Era algo que no esperaba de su parte.
En silencio ambos se dedicaron una sonrisa más, una que indicaba que ambos ahora serían libres, sin expectativas ni nada por el estilo. Heeseung había encontrado en el lo que se le había arrebatado desde pequeño y, Sung-Hoon junto a el había aprendido lo que significaba la libertad en su máximo esplendor.
Dos almas que, sin saberlo aquel día, condenaron un camino y escribieron el sendero de miles de destinos.
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Holi pasaba a informar que las
actualizaciones estos días, no serán constantes
pero se tratara de actualizar tan rápido como
se pueda....
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y comenten para saber si les está gustando
esta historia :)
Es todo por ahora..
nos leemos pronto
Besitos 😚
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