III

“Cuando la Aurora llegara,
Y los cantos de lamento cesaran,
Del fondo del océano surgiría,
El tesoro del egoísmo.
Ese que la peor tragedia causaría,
En el mundo humano y mágico.
Nadie salvaría la consciencia perdida,
Ni regaría la semilla de benevolencia.
En riquezas, el corazón enjaulado moriría,
Y la bondad, perecería en abstinencia”.



El hombre cerró el libro con desinterés, dejándolo junto a muchos otros en la estantería. Su compañero, que se había mantenido en un rincón con una sonrisa divertida, desplegó uno de sus numerosos abanicos para ocultar su diversión.

—Suena interesante… —sugirió el hombre del abanico con ironía.

—Es basura —comentó el primero, desinteresado. Nunca le había interesado la poesía, ni en el pasado ni en su presente. Consideraba entre muchas cosas que se trataba de un arte embellecido con el tiempo que no denotaba la verdadera esencia de su especie, sino que por el contrario los perdía, los catalogaba y los etiquetaba como correctos o inmorales.
De pronto, un leve golpe en la puerta irrumpió el silencio que se había formado en la sala. El hombre alzó la vista para encontrarse con uno de sus sirvientes, quien hizo una reverencia antes de informar:

—Mi señor, tenemos nuevas noticias sobre el trabajo.
Esas sí eran cosas que le interesaban. Y, a decir verdad, lo hacían con demasía.


—Dime una palabra con G… —pidió Sunoo, sujetando una de sus plumas entre sus manos mientras dibujaba en un pedazo cuadrado de seda.
Riki meditó por un instante antes de responder. Tenía que ser perspicaz y no dejarse ganar por el rubio que lo miraba expectante en espera de su respuesta.

—Ginebra —contestó finalmente, chasqueando los dedos en dirección al príncipe.
Sunoo sonrió complacido y tomó nuevamente el pañuelo de seda para escribir la palabra sugerida por el peligris. La tarde había pasado rápida desde que ambos se habían encontrado. Riki había tenido que esperarlo frente a una tienda de espejos mientras el príncipe terminaba de comprar un par de telas que aseguraba eran necesarias para su disfraz coloquial antes de salir a pasar la tarde.

Cuando Sunoo finalmente salió, Riki no pudo evitar reírse ante su imagen exageradamente descuidada. El príncipe le reprochó en silencio, obligándolo a cargar sus telas hasta uno de los parques alejados del bullicio central de la capital del reino. Solo cuando ambos estuvieron sentados en una mesa de piedra que, Riki pudo opinar sobre lo exageradamente descuidada que lucía su figura de ciudadano común.

—Es una buena palabra —respondió Sunoo cuando terminó finalmente de decorar el pañuelo de seda con garabatos y palabras que él mismo había escrito y dibujado—. Muy bien, ya está.

El joven rubio extendió su gran creación sobre la mesa, dejando que su compañero observase con detalle cada una de las palabras grabadas en ella. Lucía como una verdadera obra de arte, una carta escrita desprolijamente, pero con una armonía que destacaba cuando era colocada sobre la piel de algún ser humano.

—Es hermoso —le hizo saber Riki, y el príncipe sonrió encantado con su aprobación.

—Por supuesto que es hermoso —respondió Sunoo con una sonrisa mientras tomaba el pedazo de tela y lo doblaba, juntando las esquinas contrarias.
Riki lo observó en silencio, hasta que el príncipe tomó su cuello y lo acercó a su rostro para colocarle el pañuelo alrededor del cuello.

—¿Qué… qué haces? —preguntó extrañado cuando sintió un leve cosquilleo recorrer su espina dorsal.
Sunoo sonrió antes de alejarse nuevamente para contemplar su nuevo atuendo.

—Es un regalo —admitió, dándole los últimos ajustes al pañuelo que ahora colgaba del cuello de Riki—. Cuídalo y aprécialo por mí.
Riki llevó sus manos a la tela que ahora adornaba su cuello con suavidad. La tela sin duda era una de las más codiciadas por las mujeres en toda la capital, más sin embargo él se encontraba portando tan solo un pedazo que sabía valía millones. Observó a Sunoo por un instante. El príncipe, con una actitud despreocupada, comenzaba a trazar garabatos similares en otro pañuelo y, una vez terminado, lo colocó en su propio cuello, sonriendo al notar la mirada de Riki sobre cada una de sus acciones.

—¿Por qué haces esto? —se animó a preguntar Riki cuando ambos se sentaron de frente, observando los árboles frente a ellos.

—No hay nada especial en ello —respondió Sunoo, guardando su pluma en una de las bolsas en las que anteriormente traía las telas—. Hoy en día la gente puede darle obsequios a cualquiera sin una necesidad aparente, ¿verdad?

Riki sonrió y asintió en silencio, aunque no estaba muy seguro de compartir su ideología. La mayoría de las cosas que poseía eran artefactos que él mismo había decidido tener; ninguna era considerada un obsequio, sino más bien una apropiación de lo ajeno.
La explicación de los regalos le resultaba ambigua, ya que jamás había dado ni recibido uno. Sin embargo, consideraba que los regalos estaban destinados a ser dados a personas importantes en la vida de quien los obsequiaba. Si no había dinero de por medio, significaba que la persona era lo suficientemente merecedora de un objeto valioso sin precio alguno.
Aquel descubrimiento lo hizo sentir mareado.

—Por cierto, escuché que esta noche habrá un baile de máscaras organizado por algunos aldeanos —comentó de pronto el joven rubio.

—¿Quieres ir? —preguntó Riki con interés.

—¡Sí! Suena a algo interesante —respondió Sunoo, con una sonrisa que rápidamente contagió a Riki.

—Creí que esas cosas te aburrían —argumentó el con una sonrisa, y Sunoo negó con la cabeza.

—¿Por qué piensas eso? No es como si fuera la persona más aburrida de todo el reino.

—Bueno… —el peligris llevó una de sus manos a la barbilla, fingiendo pensar—. En el baile del Reino lucías un poco… ¿desanimado?
Sunoo golpeó ligeramente su hombro, haciéndolo reír más.

—Las celebraciones del palacio son aburridas —comentó Sunoo, logrando captar la atención de Riki—. Mi hermano siempre me dice cómo debo vestirme, peinarme e incluso cómo debo comportarme, y eso es estresante. —Hizo un gesto de cansancio mientras suspiraba.

Riki asintió, imitando su suspiro con nostalgia. Entendía a lo que el rubio se refería, y por la forma en que lo expresaba, no era algo con lo que lidiaba fácilmente. Así que sonrió y colocó una de sus manos en la espalda del príncipe.

—Si quieres ir al baile de máscaras, debes esforzarte por parecer alguien ordinario —le hizo saber, y Sunoo sonrió encantado, volviendo a alzar la cabeza.

—Haré todo para parecer uno de ustedes —prometió, y Riki no pudo evitar pensar en lo hermoso que su rostro se veía cuando sonreía tan espléndidamente.

—Primero debemos quitarte esas telas finas —dijo, señalando el saco que el joven portaba aquel día y que, aunque lucía viejo, seguía siendo de gran valor—. Quizá podamos pedir ayuda a una amiga mía.

—Eso suena agradable —Sunoo asintió frenéticamente ante la idea—. ¿Qué más?

—Los guantes. No puedes aparecer con eso en un baile de los callejones… Sería demasiado obvio que no eres de ahí —Hacía ademanes con sus manos para exagerar sus palabras y la gravedad del asunto.

—Me temo que eso no será posible —interrumpió Sunoo, con una expresión seria—. Esos guantes son lo que me mantienen a salvo.

Riki lo miró con curiosidad y preocupación. Desde el día del baile e incluso durante su primer encuentro, Sunoo había aparecido siempre con esos guantes negros. Al principio, Riki había pensado que era una mera coincidencia o una formalidad propia de la realeza. Sin embargo, esa idea se desvaneció cuando el joven príncipe le pidió que fuera su acompañante, no como un trabajo, sino como una oportunidad para explorar una ciudad que, aunque era su hogar, le resultaba desconocida.

Riki aceptó la oferta porque formaba parte de su plan: ganarse la confianza de Sunoo, volverse cercano a él y obtener información útil. No obstante, a medida que pasaban los días, esa motivación comenzó a incomodarlo, y la presencia constante de los guantes despertaba en él una curiosidad persistente e indefinida.

—¿A qué te refieres con eso?
Sunoo hizo una pausa. Titubeó por unos instantes mirando los guantes que cubrían sus manos y ajustó su pañuelo con nerviosismo. Riki lo observó morderse los labios con inseguridad e incluso pensó en detenerlo para que no llegase a lastimarse.
Estaba confundido, su cabeza dolía cada que pensaba en las cosas que pasaban a su alrededor y la sola idea de descubrir una pista sobre el Grimorio ya no le emocionaba como antes.

Sunoo golpeó ligeramente sus piernas con sus manos tratando de guardar la calma y cuando pareció haberlo logrado redirigió su vista al peligris que aguardaba su respuesta.
—Estos guantes no son adornos, ni una simple elección de vestimenta. Son una barrera necesaria. —Explicó. Riki asintió delicadamente sin presionarlo—. Sin ellos, podría ver cada pensamiento y recuerdo de las personas que toco. Es una habilidad que no siempre es fácil de controlar.

Como miembro de la realeza, Sunoo había nacido con una habilidad sorprendente. La mayoría de los habitantes de Thalir eran poderosos, algo que Riki había confirmado en sus viajes nocturnos y en sus encuentros con personas que se jactaban de sus poderes en las tabernas o se enfrentaban en los callejones. Sin embargo, a diferencia de ellos, Sunoo parecía temer aquello que se le había otorgado al nacer. Incluso cuando bebía té o comía, nunca se deshacía de los guantes.
Riki comprendió entonces aquel misterio que le pareció haber reconocido en sus ojos la primera vez que ambos habían coincidido y deseo no haber sacado conjeturas apresuradas sobre él, había fracasado en su interpretación confundiendo el misterio con el temor que el joven príncipe escondía detrás de su sonrisa, una que le parecía sumamente hermosa.

En Lykris, el sistema de magia era corrupto. Riki lo sabía bien. A pesar de eso, nunca se había burlado de otros por sus habilidades. Quizá porque nunca había sido particularmente cercano a alguien, no hasta la llegada de Sunoo. El joven rubio le mostró que no todos abusaban de sus poderes y que no todos eran indignos de ellos. Sunoo era la primera persona con la que compartía algo tan profundo como el miedo a una habilidad que se tiene desde el nacimiento y que no desaparece hasta la muerte.

—Entiendo.

Sunoo alzó la cabeza desde su lugar para observar al peligris que se mantenía de pie frente a él con una mirada pensativa. Desde su primer encuentro hasta ahora, Sunoo nunca había indagado mucho sobre el pasado de Niki. Solo sabía que provenía de una familia de riqueza moderada, nada lo suficientemente destacable como para atraer la atención de la realeza. Niki, como se había presentado, parecía ser el hijo mayor de una familia de artesanos que vivían a las afueras de Thalir.

Era enviado regularmente a la capital para encargarse de los asuntos familiares con los diplomáticos, aparentemente para proteger a su familia de posibles ataques y robos, o al menos eso pensaba Sunoo debido a la apariencia delgada pero fuerte del hombre. Si tuviera que describirlo en pocas palabras, diría que Niki era reservado, pero amable. A su alrededor, Sunoo se sentía más protegido y libre, una sensación que rara vez experimentaba en los pasillos del palacio o en los bailes de la realeza. Tal vez fue por eso que, después de ayudarlo a elegir vestidos para su joven hermana, que reunió valor suficiente para pedirle que le mostrara la ciudad y la vida de sus habitantes.

Al principio, Niki pareció reacio a aceptar la oferta, pero tras casi media hora de silencio, finalmente accedió con la condición de que se detendrían si las cosas se volvían peligrosas.
—Ya estamos aquí… —anunció Niki cuando ambos se encontraron frente a una taberna en un callejón que Sunoo no reconoció.

—¿Qué hacemos aquí? —se animó a preguntar mientras intentaba abrir la puerta del local.

—Si hay alguien que pueda ayudarnos a pasar desapercibidos entre la multitud, es Lunn —comentó Niki.
Sunoo siguió al hombre dentro de la taberna, hasta la barra, donde una mujer los recibió con una sonrisa.

—Creí que estabas muerto… otra vez —dijo ella, lanzándole un paño a la cara que el peligris esquivó con gracia. Sunoo los miró a ambos con confusión.

—Necesitamos de tu habilidad para coser, Lunn —explicó Niki, y ella sonrió con diversión.

—¿Necesitamos? ¿Desde cuándo trabajas en equipo? —respondió ella, levantando una ceja mientras dejaba de limpiar las copas apiladas a un lado.
El murmullo de los hombres en las mesas era tenue y la música del violín había cesado tras la partida del intérprete. Sunoo miró a su alrededor con inquietud, poco acostumbrado al ambiente de personas bebiendo y apostando en las esquinas.

—¿Qué tipo de trabajos? —preguntó, confundido por el intercambio de palabras. Niki y Lunn continuaban mirándose con desafío, esperando la respuesta del otro—. ¿Por qué siento que soy el único ignorante aquí?

La mujer sonrió y se alejó unos pasos hacia las estanterías con licor detrás de ella. Luego regresó con una botella en la mano y tres copas, que llenó y ofreció a los dos hombres frente a la barra.
—¿Un disfraz? —bromeó ella—. ¿Qué tipo de disfraz necesitas?

Niki ladeó la cabeza hacia Sunoo, quien aún no había probado la copa y parecía más interesado en identificar el licor por su olor, que no le resultaba familiar.

—Quiere ir al baile de máscaras de esta noche —explicó, y Sunoo asintió, comprendiendo que ella era la persona a la que Niki había mencionado.

—¿Un disfraz para el niño rico? —soltó Lunn con gracia—. ¿En qué lío te has metido esta vez? ¿Secuestraste al hijo del Rey?

—Creo que estoy confundido —intervino Sunoo, sintiendo que la conversación tomaba un giro que no entendía.

—No voy a explicarte nada de eso —replicó Riki, manteniendo un tono amable—. Solo necesito un traje, nada más.
Lunn suspiró, dejando a un lado el paño de limpieza. Se quitó el delantal y gesticuló para que ambos la siguieran a la parte trasera de la taberna.

—¿Nos está pidiendo que la sigamos? —preguntó Sunoo, aun sosteniendo la copa llena.

—Oye, grandísimo idiota —dijo Lunn a Riki—. Dile a tu amigo que no es necesario que se beba la copa…
Riki sonrió y, con un asentimiento de cabeza, ambos la siguieron. La taberna era oscura, iluminada tenuemente por candiles en cada esquina, y el olor a cerveza impregnaba el aire. Sunoo nunca había estado en un lugar como ese, y el aroma del licor era extraño para él, algo que Niki le había dicho era obvio, ya que el licor allí era preparado y almacenado por los mismos aldeanos en enormes barriles.

La parte trasera a la que se dirigían tenía un ambiente completamente diferente. No era similar a los altos castillos a los que Sunoo estaba acostumbrado, pero, a diferencia de la taberna, las ventanas estaban cubiertas por retazos de tela vieja, y la mesa principal estaba adornada con una manta con pequeños bordados encantadores. A la izquierda, cerca de una ventana cerrada, había un lecho cubierto por cojines de diversos colores, y en el otro extremo se veía una estufa de carbón con una tetera de porcelana sobre ella.

Lunn apareció minutos después con una caja llena de telas y otra con alfileres y herramientas de costura.
—Muy bien, niño rico —dijo, captando la atención de Sunoo, quien asintió nervioso—. Tomaré tus medidas y ajustaré una vestimenta que ya tengo avanzada.

—Eso suena bien.
Niki se acomodó en el lecho mientras Sunoo permanecía de pie, observando las cintas y telas que Lunn comenzaba a poner sobre su piel.

—Oye, tú. Holgazán, deja de estar acostado y ve a preparar té —reclamó Lunn, provocando la molestia de Niki.

—¿Por qué me estás mandando a hacer tus deberes?

—No lo sé, tal vez porque estoy perdiendo el tiempo haciendo ropa para tu amiguito… —ambos se sacaron la lengua y Riki desapareció detrás de unas cortinas.

Sunoo sonrió tímidamente ante la escena mientras Lunn continuaba ajustando mangas y mostrando diferentes trajes, buscando uno que favoreciera la apariencia del rubio. Al final, ambos se sentaron en el suelo de la sala mientras ella cosía y Sunoo comentaba sobre los patrones de las telas con gracia y asombro.

—Oye, niño —dijo ella de repente, captando la atención de Sunoo.

—¿Pasa algo?

—Nada en específico. Solo que es curioso que aparecieras con ese tonto de… Agh, ya sabes.
Ambos sonrieron cuando ella hizo un gesto con la cabeza, refiriéndose a Niki.

—Es extraño. Yo tampoco creí que terminaría conociéndote hoy… —admitió Sunoo, y ella sonrió sin entusiasmo.

—Sé honesto conmigo, ¿te debe algo?

—¿Por qué saldría con él solo si me debe algo? —preguntó Sunoo, confundido.
Lunn sonrió. Sunoo parecía no saber nada sobre las actividades en las que su amigo, si es que podía llamarse así a su relación con Riki, estaba involucrado. Parecía más bien ser el tipo de persona que el caza recompensas usaría para encontrar un atajo en sus misiones. Sin embargo, el rubio frente a ella parecía no ser el único que desconocía dicha información, pues Riki no había especificado quién era Sunoo en realidad, aunque todo indicaba que pertenecía a la alta sociedad.

—Solo olvídalo —dijo Lunn, retomando su costura en silencio.

Lunn guardó silencio nuevamente, y Sunoo hizo lo mismo, desviando la mirada hacia las telas que la mujer cosía con destreza. Una pequeña sonrisa se formó en su rostro al recordar vagamente a su madre. Había algo en la habilidad de Lunn que le recordaba a los relatos de la corte sobre la antigua Reina, su madre. Ella había sido una de las mejores diseñadoras del reino, y muchas de sus creaciones seguían siendo replicadas en las tiendas de ropa. Las mujeres de la corte aún admiraban con alegría las piezas que alguna vez diseñó. Sunoo también las admiraba, aunque lo hacía discretamente para no llamar la atención de su hermano, quien rara vez le dirigía la palabra.

—¿Por qué necesitas un disfraz tan elaborado? —preguntó Lunn de repente, rompiendo con sus pensamientos.

Sunoo dudó un momento antes de responder. — Deseo pasar desapercibidos en el baile de máscaras. Hay algo importante que necesito averiguar.— Lunn arqueó una ceja, visiblemente intrigada. La forma en la que el hombre se movía y el tono de su voz no hacían más que confirmarle que se encontraba frente a una entidad muy importante dentro de la jerarquía del reino.

Su mirada recorrió al joven de pies a cabeza, buscando una razón para que alguien como él, que parecía tenerlo todo, quisiera asistir a un festival clandestino organizado por los aldeanos, algo que se hacía sin el conocimiento ni la autorización del Rey. Pero sus especulaciones se desvanecieron cuando Sunoo desvió la mirada hacia las cortinas de la habitación.

—¿Importante? ¿Algo relacionado con… él? —señaló hacia donde Niki había desaparecido.
Sunoo asintió lentamente. — Sí, aunque no estoy muy seguro de todos los detalles, me gustaría conocer un poco más de estos lugares, ellos y… él me genera curiosidad… No lo sé muy bien.

Lunn hizo una pausa. No quería profundizar más en los pensamientos del joven rubio, aunque le parecían peligrosos. Sabía que no era asunto suyo, y cualquier intervención de su parte solo complicaría las cosas. Se inclinó hacia Sunoo y, con una pequeña sonrisa, susurró:

—Bueno, lo que sea que estés buscando, ten cuidado.

—¿A qué te refieres? —Ella río ante su inocencia.

—No parecen ser del mismo mundo. Si pudiera darte un consejo, sería que pienses bien antes de actuar… Pero, sinceramente, no me interesa lo que pase entre ustedes —dijo, restando importancia con un gesto de sus manos—. Él siempre viene con sorpresas, así que no sé cómo terminaste involucrado con él.

Sunoo se sintió un poco incómodo ante la perspectiva, su pecho se llenó de una incertidumbre que no había sentido en mucho tiempo y una leve desconfianza comenzó a hacerse presente. A pesar de ello, asintió ante el consejo de Lunn.
—Lo tendré en cuenta, gracias.

Niki regresó minutos después con una bandeja de té justo cuando Lunn terminaba los últimos ajustes.
—Aquí tienes, el té favorito de Lunn —bromeó, colocando la bandeja sobre una mesa cercana.

—Muy gracioso —replicó Lunn, tomando una taza y sorbiendo el té—. Ahora, niño rico, prueba el disfraz. Vamos a ver si realmente pasas desapercibido.

Sunoo tomó el disfraz con cuidado y se dirigió a una pequeña cortina que Lunn había improvisado como probador. Mientras se cambiaba, no podía dejar de pensar en las palabras de la mujer. ¿De verdad era tan evidente que él y Niki eran tan diferentes? Se miró en el espejo roto que colgaba mínimamente de la pared y vio su reflejo con el atuendo nuevo. El disfraz estaba compuesto de telas oscuras y encajes sutiles, claramente diseñado para ocultar su identidad y hacer que se mezclara con la multitud.
Sus guantes lograban ocultarse entre la manga de su camisa y los detalles que Lunn había agregado con sutileza lograba redirigir la atención a otro lugar de la prenda.
Cuando terminó de ajustar el pantalón a su cintura, el rubio salió de entre las cortinas encontrándose con el par de chicos esperándolo de pie frente a la mesa.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Niki acercándose a él para contemplar su vestimenta más de cerca.
Sunoo se encogió de hombros. — Extraño, pero supongo que eso es lo que buscamos, ¿no?
Lunn asintió con aprobación, acercándose a inspeccionar su creación más de cerca, pero sin atreverse a tocar la tela.

—Parece que podrías ser un aldeano más. Al menos no llamará la atención como lo haría tu ropa habitual.
Niki se acercó, ajustando una última pieza del disfraz con su mano libre y después dio palmaditas en la espalda del rubio.

—Recuerda, el objetivo es no destacar. Mantente cerca de mí y no hables más de lo necesario. —Su tono era serio, casi autoritario, lo que hizo a Sunoo tensarse un poco.

—Lo entiendo —respondió Sunoo, tratando de sonar confiado.

Lunn los observó detenidamente cuando ambos se dedicaron una sonrisa. Niki colocó un pañuelo alrededor del cuello del rubio asegurando que con ello su disfraz de aldeano promedio estaría completo. Fue en ese momento que la mujer notó el pañuelo similar que adornaba en cuello del caza recompensas y que, Sunoo elogió en voz alta.

—Espero que sepan lo que están haciendo —dijo, más para sí misma que para ellos mientras guardaba sus materiales de costura nuevamente en su cajón.
Antes de que pudieran responder, ella se acercó y les entregó dos máscaras negras, adornadas con plumas. —Esto debería ayudar a completar el disfraz. Ahora, vayan y hagan lo que sea que necesiten hacer.

Sunoo tomó la máscara y se la colocó ocultando su rostro casi por completo resaltando con elegancia las plumas de la misma con su disfraz. Niki a su lado, imitó su acción colocándose también su propia máscara y ambos salieron en silencio por la puerta que la mujer les había indicado.
La atmósfera en el exterior era densa, cargada de anticipación y secretos. Sunoo miró a Niki, quien parecía estar completamente cómodo y en su mundo, casi acostumbrado al frío que los caló a ambos cuando se encontraron caminando por las calles en busca del callejón anfitrión.

—Disculpa por preguntar. —Llamó Sunoo haciendo que el peligris volteara a verlo—. ¿Por qué ella no viene con nosotros?

—¿Hablas de Lunn? —El rubio le asintió—. ¿Querías que ella nos acompañara?

—Creo que hubiese sido más divertido.
Riki sonrió genuinamente cuando ambos doblaron una esquina adentrándose en un callejón aún más oscuro antes de chocar con una puerta de madera.

—Lunn no vendrá aquí a menos que haya dinero o telas de por medio. —Le hizo saber. Sunoo pareció comprender a lo que se refería así que guardo silencio.

Riki tomó el cerrojo de la puerta y golpeó la misma con este creando un estruendo que se extendió como eco por todo el callejón.

Unos minutos después las puertas fueron abiertas invitándolos a pasar junto a la multitud que bailaba y disfrutaba de la música de instrumentos al aire mientras muchos más organizaban espectáculos de magia creciendo flores e iluminando el cielo con mariposas y luciérnagas. Una verdadera belleza de la naturaleza que el Príncipe admiró con sutileza.

—¿Qué te parece? —preguntó Riki a su lado cuando lo observó boquiabierto viendo el cielo y los espectáculos a su alrededor.

—Es… Hermoso…

—¿Mucho más de lo que esperabas?
Sunoo sonrió ante el comentario del peligris. Si, las cosas ahí eran hermosas porque las personas actuaban de forma libre, incluso si eso era ir en contra de las leyes de la realeza parecían estar llenas de vida, mucho más que todos aquellos banquetes a los que en su vida había asistido.

Sunoo sintió que lloraría cuando a lo lejos distinguió a una familia completa haciendo un espectáculo con sus habilidades sin ser juzgados por ser inútiles o por no querer usarlas. En cada rostro que vió y en cada mano que fue extendida para recibirle e invitarlo a bailar Sunoo pudo distinguir alegría, libertad, una efímera, pero intensa forma de vivir que lo hizo reír por encima de la multitud cuando los tambores y violines comenzaron a tocar una melodía contagiosa que los presentes bailaron aún con máscaras y antifaces en la cara.

—Luce muy feliz… —Escuchó en su oído mientras bailaba sobre una mesa junto a un grupo de niños. Niki estaba ahí, acompañándolo en silencio sin cambiar su expresión sería de siempre.

—¡Es porque estoy feliz! —gritó para que el otro pudiera escucharlo, pero, Niki simplemente sonrió mientras negaba a su lado—. Tú también deberías divertirte.

—No creo que eso sea lo mío… —lo escuchó decir de nuevo contra su oído y un escalofrío recorrió su espina dorsal como una reacción a su voz.

—¡¿Cómo lo sabes?! —preguntó él que aún se movía entre los niños tratando de seguir el ritmo.
No hubo respuesta.
Niki detrás de él se mantuvo en silencio y el rubio temió que lo hubiese abandonado. Detuvo sus pasos de baile alejándose de la multitud en busca del peligris entre todos.

Niki se encontraba de pie sobre un par de costales viejos que llegaban a la altura del muro que los separaba del resto de callejones. Sunoo sonrió al verlo y el peligris le devolvió la sonrisa ayudándolo a subir para sentarse junto al borde del muro.
—¿Estás feliz? —Preguntó Niki entonces.

—Creo que nunca me había sentido tan libre como ahora.

—Eso es bueno…
Sunoo se quedó mirando las luces parpadeantes de las luciérnagas, su mente absorta en los eventos de la noche. La sensación de libertad y alegría que había experimentado era algo nuevo para él, y no pudo evitar preguntarse si ese sentimiento tenía algo que ver con la compañía que había tenido.

Giró la cabeza hacia Niki, observando cómo la luz de las linternas se reflejaba en su máscara. Había algo en él, una mezcla de misterio y vulnerabilidad que lo atraía. Por primera vez, se preguntó si su curiosidad por Niki iba más allá de la simple necesidad de comprender al hombre que le había mostrado un mundo diferente, uno que comenzaba a amar y temía perder.

—¿Sabes? —comenzó Sunoo, estaba completamente inseguro, pero no pensaba callar—. Normalmente, me siento como un ave enjaulada en el palacio. Esta noche… ha sido como una bocanada de aire fresco. Y creo que tiene mucho que ver contigo.

Niki lo miró, sus ojos brillaron con una emoción indescifrable detrás de la máscara. Era la primera vez que lo veía cambiar su expresión a una más ¿Avergonzada? Sunoo tembló en su lugar.

—Yo solo… quería mostrarte que hay más en el mundo que las paredes del palacio —respondió suavemente—. Pero, me alegra que lo estés disfrutando.

Sunoo notó un leve rubor en las mejillas de Niki, apenas visible bajo la luz tenue de la noche. Sintió un calor similar en su propio rostro, y un silencio cómodo se asentó entre ellos.

—Me has hecho ver cosas de una manera diferente —admitió Niki, finalmente rompiendo el silencio—. Desde que apareciste… mis prioridades han cambiado. No sé si es para mejor o peor, pero sé que… no quiero que te pase nada.

Admitir debilidad siempre sería la peor cosa que alguien como Riki podía hacer, era entregarse completamente a otro ser y permitirle hacer con cada parte de su alma lo que quisiera. Estaba consciente de todas las cosas que debía terminar, de como aquella noche en lugar de acompañar a un príncipe enjaulado a un baile clandestino debió haberse escabullado entre los muros del castillo para encontrar información que le fuera útil en su misión, sin embargo, la idea ya no le emocionaba como antes, no desde el primer encuentro con el rubio y el último que no deseaba dejar ir.

“Si los humanos están condenados al sufrimiento, Riki finalmente estaba experimentando el suyo,” pensó con amargura. Porque al final, para él, Sunoo siempre sería un príncipe liberal con cadenas en las manos, alguien que vivía una vida de privilegio y opresión al mismo tiempo. Pero para Sunoo, Riki era Niki, un hombre que deseaba dejar todo lo que alguna vez fue para permanecer a su lado, un hombre que no existía. Riki sabía que cualquier cercanía que desarrollaran estaba construida sobre una mentira. Y eso, más que nada, era lo que le causaba el mayor conflicto.

—Niki, yo…—trató de hablar el rubio haciéndole recobrar consciencia sobre la tierra.
De repente, sus ojos se iluminaron sobresaltando un poco al príncipe que trató de redirigir su agarre a los brazos del peligris.

—Tenemos que irnos —dijo Niki con urgencia, su vista estaba clavada en un objeto detrás de Sunoo que se giró para seguir su mirada, pero no vio nada inusual más que sombras y oscuridad.

—¿Qué pasa? —preguntó, sintiendo la preocupación en su voz.

Lamentablemente, las acciones que cometes en el pasado son las que determinarán tu futuro, es una ley casi inexorable que no se puede cambiar, sino más bien redirigir.
Riki comprendió aquello cuando tomó la mano del príncipe a su lado y lo obligó a darse prisa cuando corrieron lejos de ahí tratando de perderse entre el resto de los habitantes de Thalir sin éxito.

—¿Puedes explicarme qué pasa? —pidió Sunoo obligándolo a detenerse con fuerza.

—Alguien nos persigue… —le hizo saber—. Mejor dicho, alguien me persigue…


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Nueva actualización espero
les guste... Denle mucho apoyo porfis

Nos leemos el siguiente fin de semana
besos y abrazos... (⁠。⁠•̀⁠ᴗ⁠-⁠)⁠✧

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