I

"Allá donde el cielo se baña en oro y los árboles dejan perlas bajo su sombra. En ese lugar descansa el tesoro que solo un hombre añora".

¡Bah!

Riki arrugó la nota con desinterés.
Desde que su último atraco había resultado un éxito, su mesa estaba repleta de cartas y valijas de hora que exigían su ayuda en misiones. Ninguna de ellas era lo suficientemente interesante como para llamar su atención.
Sin embargo, con el paso de los días, las cartas solo aumentaron. Aunque las ofertas se volvían más tentadoras, ninguna lograba hacerlo salir de su hogar para contribuir a la causa de la estafa, porque llamar robo al arte con el que se desenvolvía sería denigrar su oficio.

—Apesta —pensó, mientras su nariz captaba un olor que le disgustaba y lo hacía estremecerse con repulsa.
No era de extrañar que, aunque contara con fortunas, un poco de diversión fuera necesaria para su vida. Así que ahí estaba, en una ruta poco frecuente para él, que finalmente lo llevaría a un bar muy conocido en la frontera.

A las orillas de Aeloria, la vida se respiraba de forma distinta. En los caminos, el musgo ocultaba cuerpos de antiguos soldados, y en más de una taberna se encontraban armas para asaltar pueblos vecinos, buscando comida y ropa para sobrevivir. Era, en simples palabras, un infierno de ladrones donde el más fuerte siempre acababa siendo el sobreviviente.
Las noticias sobre estos hechos nunca llegaban a Thalir, la capital del reino, que estaba a más de 200 millas de distancia. Allí, el Rey recibía con banquetes a sus aliados en las guerras y a más de mil extranjeros que acudían a los palacios solo para contemplar las telas de seda más finas, confeccionadas por la antigua Reina en honor a su descendencia.
Riki no encontraba valor en tales extravagancias, especialmente porque, si quisiera, podrían ser suyas en cualquier momento.
Sin embargo, ese no era el tema justo ahora.
"La Bruma Dorada" se alzaba entre los campos descuidados de trigo, pasando por una tienda abandonada de telas y un taller de herrería. La entrada estaba custodiada por un par de mastodontes que, al verlo llegar, abrieron las puertas de par en par. Su recibimiento era una advertencia clara: si entraba tan fácilmente, su salida podría ser catastrófica a menos que aceptara la oferta.

Dentro, una mujer le ofreció un jarrón de cerveza y lo condujo hasta la barra, donde finalmente descubrió al dueño de la última y más interesante carta que había leído.
El hombre tenía un aspecto casi pulcro, una anomalía en comparación con la piel comúnmente desaliñada y dañada de los habitantes de la zona. Su piel era blanca, suave y bien cuidada, un contraste perfecto con su saco de terciopelo y un sombrero adornado con una pluma de pavo real. Riki reconoció en su apariencia una burla sutil a la alta clase: el hombre tomaba el jarrón de cerveza con una elegancia exagerada y daba golpes al piso con sus botas, como si desafiara a la crudeza del lugar con su actitud.

—¿Llegué tarde o era parte del acto de entrada? —preguntó Riki, llamando la atención de varios en el lugar.
El hombre giró lentamente en su lugar en la barra para encararlo. Dejó atrás su actitud exagerada y se quitó el sombrero, revelando el parche negro que cubría su ojo izquierdo.

—Riki. El legendario cazarrecompensas de Aeloria —exclamó. La muchedumbre comenzó a susurrar, su murmullo cubriendo por completo el sonido del violín que se había detenido por la falta de atención—. Un título impresionante.

Si las cosas continuaban así, el caos no tardaría en desatarse. Aunque el título de cazarrecompensas podría tener un impacto considerable, en boca de Riki sería mucho más siniestro, casi aterrador, obligando a todos a bajar la cabeza en señal de respeto. Sin embargo, el hombre frente a él no mostraba la más mínima intención de respetarlo o agradecerle por su presencia. Su tono estaba cargado de burla y narcisismo, como si fuera simplemente un objeto a su disposición para su entretenimiento personal.
La intriga lo consumió entonces y sonrió.

—¿Cuál es el tuyo? —preguntó tomando asiento a su lado.

—No necesito títulos. —Su voz volvió a ser normal y la conversación entonces se volvió más privada—. Están hecho para crear personalidades ajenas.

—¿Insinúas que soy alguien falso?

—Afirmo que soy original.
Riki sonrió. El tipo parecía tener un alto ego, sería fácil lidiar con el sí llegaban a un acuerdo beneficioso para ambos, aunque eso resultará un poco difícil para él. Dudaba que el hombre tuviera algo que realmente lo obligara a aceptar su misión, pues los costales de oro y las piedras preciosas eran cosas que ya no le interesaban.

—Este es el trato. Robarás algo para mí. —sentenció sin más. Riki guardó silencio esperando las condiciones, el objeto y el nombre de la víctima—. El Grimorio.

Grimorio. La última vez que escuchó de ello apenas era un novato en su propio mundo. Aeloria que, además de desbordar belleza y riqueza también albergaba demasiadas historias con personajes ficticios y tragedias románticas escondía entre sus elegantes calles más mentiras que honestidad.
La mayoría de cosas que ahí se contaban eran falacias sobre caballeros místicos de armaduras plateadas y villanos oscuros con el anhelo de dominar el mundo bajo sus pies.
El Grimorio de Éter era una de las primeras leyendas que los niños conocían en todos los rincones del reino, una historia que con el tiempo se convirtió en un cuento desgastado, anhelado solo por aquellos que querían ascender en la escala del poder.
Utópico.

—Piensa en algo que exista —le dijo.

—¿Crees que no existe? O ¿No te crees capaz de encontrarlo?
Su tono, aunque relajado, mantenía un aire de autoridad. El hombre buscaba persuadirlo, hacerlo sentir incapaz, y así obligarlo a desafiarse para obtener lo que deseaba. Malévolo, pero eficaz.
Una ráfaga de viento los envolvió a ambos, y un hombre de apariencia elegante apareció frente a ellos, al otro lado de la barra.

—Señor Lee. Mantenga la calma —pronunció en un tono mucho más relajado y amigable.

—Eres inoportuno como siempre Sung-Hoon —le reprochó el hombre frente a Riki, confirmando que ambos se conocían.

—Si me permite opinar...

—Lo harás de todas formas —interrumpió de nuevo. Riki sonrió ante la actitud de ambos.

—Gracias —hizo una leve inclinación de cabeza y se dirigió al cazarrecompensas en la mesa—. El Grimorio existe.

—Me temo que deberían confirmarlo.

—Si es necesario, lo haremos. Sin embargo, nosotros no lo poseemos —el tono del nuevo hombre en la conversación era mucho más llevadero, lucía incluso como un mediador. Riki decidió escucharle—. Necesitamos de tus habilidades porque son excepcionales.
Atacar al objetivo crea un efecto de repelencia, lo opuesto a lo que se espera. En cambio, el elogio endulza los oídos y crea la ilusión de una confianza prematura. Riki era ese objetivo, y él estaba consciente de ello.

—Thalir tiene muchas leyendas. Si han vivido lo suficiente, deberían saber que las castas, los herreros y los peones del Rey opinan que el Grimorio es solo una ilusión de las fronteras del Reino.

—Opino que es demasiado idealista pensar que es solo una leyenda cuando hace apenas dos décadas se creía que las habilidades mágicas de los habitantes provenían de un Grimorio —interrumpió el hombre elegante.

—Sung-Hoon es un ex aprendiz de mago —aclaró el hombre del parche, señalando al elegante con un gesto de respeto—. Para ellos, hablar del Grimorio es casi tradición.

— Incluso si el Grimorio existiera, no hay certeza de su paradero —replicó Riki.

—Oh, claro que la hay. Pero descubrir su ubicación exacta y traerlo a nuestras manos es trabajo tuyo —respondió Sung-Hoon con una sonrisa confiada.
Riki se reclinó en su silla, observando a los dos hombres con una mezcla de interés y desconfianza. El enigma del Grimorio era un desafío formidable. Necesitaba entender el alcance de su misión y la verdadera motivación detrás de aquellos que se lo encomendaban.

—¿Y qué gano yo con esto? —preguntó, manteniendo su tono casual acompañado de una mirada calculadora.

—No solo oro y joyas —respondió, inclinándose hacia adelante—. El Grimorio es un artefacto que, en las manos adecuadas, podría cambiar el equilibrio de poder en el Reino. Quien lo posea tendrá una ventaja estratégica considerable. Y bueno... también tendrás el reconocimiento de una hazaña que no muchos podrían lograr.

—No me interesan las hazañas ni el reconocimiento. —Riki se cruzó de brazos—. Lo que quiero saber es si realmente vale la pena el riesgo. ¿Cuál es el precio real de esta misión?

El hombre del parche observó a Riki con una sonrisa sutil, como si ya supiera la respuesta a esa pregunta.
—Los riesgos siempre están presentes en las grandes empresas —dijo con calma—. Pero tu éxito podría asegurarte una posición que trasciende las recompensas materiales. O podría darte uno de mis barcos, lo que mejor te parezca. —añadió.

—Y si fracaso —añadió Riki—, ¿Qué pasa entonces?
El elegante volvió a su compostura recta, colocó una mano en su barbilla y fingió pensar con diversión.

—En ese caso, —dijo—, tendrás que afrontar las consecuencias. Pero confío en que no llegarás a ese punto. Eres el mejor en lo que haces.
Ambos se miraron satisfechos de sus palabras. Riki pudo sentir que había algo más detrás de su misión, algo que aún no le habían revelado. Pero el reto era tentador, y su curiosidad estaba a punto de ser alimentada.

—Muy bien —dijo finalmente—. ¿Dónde empiezo?
—Tendrás que viajar a la capital de Aeloria—indicó el hombre del parche—. Allí es donde se cree que el Grimorio está oculto. Tendrás que pasar desapercibido y evitar a los guardianes.

—Eso es fácil. —dijo con una sonrisa—. ¿Cómo encuentro el libro?

—Eso dependerá de tu habilidad para descifrar pistas —respondió Sung-Hoon—. Pero ten cuidado, hay quienes también buscan el Grimorio y no todos tienen intenciones amistosas.
Riki le dedicó una sonrisa de confianza.

—Sin embargo, tengo un cuestionamiento especial. —les hizo saber. Ambos hombres le prestaron atención—. Si el Grimorio está en la capital, eso lo hace un blanco demasiado fácil.

—Te equivocas. Es posible que el Grimorio ya ni siquiera esté en Thalir a estas alturas. —respondió Sung-Hoon. Riki frunció el ceño y volvió a cruzarse de brazos.

—¿Qué sentido tiene ir ahí entonces?

—El sentido de que su última ubicación fue esa y que es allí donde podrías encontrar pistas sobre su paradero actual.
Riki lo observó con una mezcla de escepticismo y curiosidad. El hombre del parche asintió, como si confirmara la explicación de Sung-Hoon.

—Exactamente —añadió—. Además, no todos los caminos te llevarán al Grimorio. A veces, el primer paso es entender el terreno y sus jugadores. Allí podrás descubrir más sobre quién podría tener el libro o al menos, los que están más cerca de él.

—Entiendo —dijo Riki, levantándose de la silla—. Si no hay más detalles, me pondré en marcha.

—Perfecto —dijo Sung-Hoon—. ¿Debería darte un mapa de Thalir?

Riki lo observó divertido, negando.
—Tengo muchos de esos.

—Entonces. —volvió a colocar su mano en su barbilla y despues sonrió—. Mucha suerte en tu misión.
Riki asintió y caminó hacia la salida. La misión se estaba volviendo cada vez más clara, aunque aún mantenía muchos misterios por resolver. La combinación de riesgo y recompensa era suficiente para mantener su interés.

—Nos veremos en el camino —dijo con una sonrisa confiada—. Y recuerda, si el Grimorio es tan valioso como dicen, asegúrate de que tu oferta sea acorde al riesgo.
Con una última mirada a los dos hombres, Riki se dirigió hacia la salida de "La Bruma Dorada". La ciudad de Thalir y sus secretos le esperaban.

La búsqueda del Grimorio sería más compleja de lo que inicialmente había imaginado. Aeloria estaba llena de trampas y engaños, y Thalir no era la excepción. Sin embargo, también estaba llena de oportunidades para aquellos que sabían dónde buscar. El primer paso era familiarizarse con la capital y sus alrededores. Adaptarse.
Utilizó rutas de comercio para viajar durante el día y, por las noches, inspeccionaba túneles subterráneos que le permitieran acercarse más al palacio del Rey.
Sus conocimientos sobre la realeza eran básicos, principalmente porque rara vez le interesaban las reliquias que ellos poseían. Cuando alguna lograba captar su atención, siempre la obtenía antes de que llegase al palacio.

La Reina había muerto hace más de un lustro. Desde entonces, el control de la corona estaba en manos de su hijo mayor, quien era alabado por sus tratados de paz y la expansión del comercio extranjero con los reinos más amplios. Los últimos rumores decían que intentaba negociar la paz con Nerathia, el reino vecino y su eterno rival. Sin embargo, solo eran rumores de camino, sin una fuente confiable.

A medida que la ciudad de Thalir se acercaba a lo lejos, Riki sintió una mezcla de anticipación y cautela. La capital del reino era conocida por su esplendor y sus intrincadas redes de poder, pero también por sus oscuros secretos. Los próximos días serían cruciales para descubrir qué parte de las leyendas eran verdad y cuáles eran simplemente humo y espejos.
El cielo comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del amanecer cuando finalmente llegó a las afueras de Thalir. La ciudad se extendía ante él, majestuosa y desafiante, prometiendo tanto peligro como oportunidades. Con una respiración profunda, cruzó el umbral que lo llevaría hacia el corazón de la capital.

No le sorprendió en lo más mínimo el marcado contraste que la ciudad tenía con los pueblos de la frontera. La mayoría de la gente se movía despreocupada, comprando objetos de valor e intercambiando chismes livianos sobre temas tan variados como el regreso de un capitán de una misión o el matrimonio ideal de alguna princesa con la corona de Thalir.
Las mujeres de la alta clase conversaban entre ellas con los rostros cubiertos y sombrillas en mano. Riki se sorprendió solo cuando muchas de ellas ofrecían pequeños paños de seda a hombres importantes y familias que se detenían a agradecerles con sonrisas. La abundante felicidad lo mareaba.
Se alejó en busca de un callejón específico y, cuando lo encontró, se dirigió a la taberna de la que emanaban ruidos de instrumentos musicales y canciones de baile. La multitud bailaba sobre las mesas mientras pedía cerveza, y las mujeres del coro en el escenario se movían elegantemente, mostrando sus habilidades con listones. En una esquina encontró a su fuente de información.

—¿Estás de vuelta? Creí que ya no volvería a ver tu sucio trasero por aquí —dijo ella con una sonrisa mientras limpiaba un par de jarras de cerveza.

—Ahuyéntame todo lo que quieras. Necesito tu ayuda —le hizo saber de inmediato, y la mujer frunció el ceño con intriga.

—Me sorprendería mucho si no lo haces. Siempre vienes aquí para pedir información.

—¿Debo guardar mi obsequio para ti entonces? —encorvó una ceja con diversión, y la mesera golpeó la mesa con molestia.

—Depende de qué quieras saber y lo que yo obtengo si hablo...

—Un vestido de la colección de la Reina. Puedes hacer lo que quieras con sus telas.
Ella sonrió divertida y luego le ofreció una jarra de cerveza.

—Maldito el día en que te conté que me gustaba coser, Riki.
El hombre tomó asiento en la barra antes de disponerse a hablar. Se conocían desde hacía años, y sus encuentros siempre coincidían para intercambiar telas por información útil. La mujer trabajaba para diplomáticos, a veces redactando postales e incluso lavando ropa de las telas más finas. Sus temporadas en aquella taberna eran cortas, simplemente para recordarse que jamás sería parte de la alta sociedad y que, si quería ser reconocida por algo, lo sería siendo una habitante normal de Thalir.

—¿Qué buscas esta vez? ¿Una princesa perdida? ¿Un rey en busca de su corona? ¿Misión de secuestrar un banco?
Riki ladeó su cuerpo hacia atrás con el ceño fruncido. Ella sonrió, sabiendo que ninguna de sus suposiciones era acertada.

—Lees demasiados libros, deja de hacerlo. No tengo misiones de romance y tampoco busco secuestrar un banco.
Ella lo golpeó con la manga de su vestido. Luego continuó limpiando la barra y Riki sonrió divertido al verla inflar sus mejillas con resentimiento.

—No arruines mis ilusiones de verte casado.

—¿Yo, casado? —Riki rio divertido al ver a Lunn asentir con las mejillas infladas.

—Oye, no seas descortés conmigo. —Volvió a golpearlo, pero esta vez Riki logró esquivarlo—. Honestamente, he escuchado muchos rumores nuevos sobre ti. Todos dicen que eres increíble y que seguramente muchas mujeres querrían estar contigo ahora. Además, eres guapo... Si quisieras...

—Agradezco tu preocupación, Lunn, pero no vine aquí para que me des consejos de romance y matrimonio.

Ella infló sus mejillas una vez más.
—Está bien, está bien. Pero no digas que no te advertí. —dijo Lunn, resignada—. Entonces, ¿qué necesitas esta vez?

Riki tomó un sorbo de su cerveza, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchaba.
—Estoy buscando información sobre el Grimorio. He oído que podría estar en la capital, quizás en manos de alguien de la alta sociedad.
Lunn dejó de limpiar la barra y lo miró fijamente, la diversión desapareció por completo de su rostro y su mirada se llenó de preocupación y confusión.

—El Grimorio... eso es un asunto serio, Riki. No es como tus usuales búsquedas de reliquias menores. ¿Estás seguro de que quieres involucrarte en algo así?
Riki asintió, su expresión antes relajada se volvió sería y la mujer frente a él no tuvo más remedio que mirarlo detenidamente convenciéndose de que realmente era la misma persona.

—Lo sé. Pero es crucial. Necesito encontrarlo antes de que caiga en las manos equivocadas.
Lunn suspiró y apoyó sus manos en la barra, inclinándose hacia él.

—Muy bien. Sé de alguien que podría ayudarte. Un comerciante de antigüedades que tiene conexiones con la nobleza. Lo llaman Vareth. Es discreto, pero amable a su manera.

—¿Dónde puedo encontrarlo? —preguntó Riki, tomando nota mental de cada detalle.

— Su tienda está cerca de la Plaza del Rey. Pero ten cuidado. En serio, esto no es algo precisamente bueno.

Riki asintió, agradeciendo la advertencia.
—Gracias, Lunn. Sabes que siempre puedes contar conmigo.

Ella le dedicó una sonrisa, esta vez más sincera y relajada.
—Cuídate, Riki. Y ven a visitarme de vez en cuando, aunque solo sea para hacerme compañía.

Riki se levantó, dejando unas monedas en la barra. Le sonrió y después agregó:
—Lo haré, te lo prometo. Nos vemos pronto.
Dió un último vistazo a su alrededor y después se retiró sin más.

Afuera de la taberna la vida de la población de Thalir parecía continuar sin mucho problema. Los comerciantes ofrecían sus telas finas por precios a su gusto elevados y los niños corrían de vuelta a casa tras el colegio que alzaba sus banderas reales desde la punta.
Cerca de una fuente un anciano mostraba a los más jóvenes sus habilidades haciendo florecer las enredaderas que trepaban por uno de los relojes antiguos del centro mientras un niño aplaudía y hacia volar luciérnagas que salían de sus manos. Un espectáculo de magia.

En Lykris, su ciudad natal la magia no era algo de lo que muchos tuvieran ganas de presumir, al menos no si su magia era del tipo "inservible". Aquellos con habilidades más destacables terminaban siempre aprovechándose de aquellos que no podían utilizarla para hacer el mal y de muchos otros que aún no descubrían sus dones.
Riki jamás reveló pistas de su habilidad a los demás, los rumores decían que era capaz de ver a través de los muros y por eso conseguía escapar siempre que intentaban atraparlo. Otros afirmaron que poseía la capacidad de escuchar los pensamientos ajenos. Sin embargo, ninguno jamás acertaba.

—¿Vagando solo de nuevo? —escuchó a sus espaldas. Cuando intentó voltear se encontró con un camino vacío detrás de él.
Frunció el ceño extrañado y siguió caminando. El espectáculo de magia había terminado.

—Si sigues así probablemente te corone como el mejor cazafortunas de todo Aeloria. —volvió a escuchar esta vez cerca de su oído.
Observó de reojo nuevamente solo para encontrarse con la presencia de transeúntes que caminaban sin prestarle atención.

—Idiota, estoy en tu hombro. —la voz volvió a hacerse presente y esta vez sintió un par de garras sobre su hombro derecho.
Una paloma estaba posada ahí, moviendo las alas para llamar su atención. Riki frunció el ceño, confundido.

—¿Quién eres? —preguntó en un susurro, temiendo parecer loco si se trataba solo de una ilusión y la paloma era producto de su hambre y fatiga.

—Oh, por favor. Debería ofenderme muchísimo haberte contratado hace unos días y que no me recuerdes.

—¿El tipo del parche? —preguntó tratando de ubicarlo en su mente.

—¡No!
La paloma saltó del hombro al suelo, y al tocarlo, se transformó en un hombre que vestía prendas moradas y sujetaba un pequeño abanico en las manos. Riki lo reconoció de inmediato.

—Es mi culpa por no presentarme correctamente la vez pasada —dijo el hombre, llevando una mano a su garganta y aclarando su voz—. Mi nombre es Park Sung-Hoon. Es un placer.

—Creí que te quedarías en Kaelaen —comentó Riki, refiriéndose al lugar donde se habían conocido.

—Si. Pero es aburrido estar ahí y tener que controlar a Lee todo el tiempo.  —se quejó Sung-Hoon.
Ambos continuaron caminando en silencio mientras el murmullo de la ciudad aumentaba, perdiéndose entre la multitud de personas.

—Pensé que él era tu jefe —dijo Riki, acomodando su cabello gris y observando al hombre que se había unido a él en el viaje.

—¿Quién? ¿Él? —Sung-Hoon sonrió con diversión antes de abrir su abanico y cubrir su rostro—. No, soy su consejero. Es distinto a ser amo y esclavo.
Riki soltó un "Oh" de sorpresa y ambos continuaron caminando.

—De todos modos, ¿qué hacemos aquí? Te dejé solo un par de días y sigues caminando por Thalir como si nadie fuera a reconocerte.

El peligris no le contestó. Se dedicó a caminar en silencio buscando entre la multitud el puesto de aquel hombre al que su fuente de información lo había llevado. Sung-Hoon, detrás lo seguía con la mirada pérdida en obsequios que las mujeres se detenían a darle y uno que otro postre que tomó por una bolsa de oro que sacó de sus prendas. Estaba más que claro que no venía a ayudarlo, sino a supervisarlo.
Cuando llegaron a la plaza, los puestos se volvieron más grandes y la alta sociedad se hizo más presente. Riki aprovechó para tomar un par de joyas de las mujeres que se cruzaba e incluso le quitó un sombrero a un anciano, arrojándoselo a Sung-Hoon como obsequio. Sung-Hoon sonrió, pero no protestó y aceptó el sombrero.

—Ahí está —dijo Riki finalmente, señalando una tienda de antigüedades. La puerta tenía un grabado tallado en madera y la estantería estaba repleta de ropas antiguas y relojes de la vieja guerra.

—¿Vas a comprar un reloj? —preguntó Sung-Hoon con diversión. Riki se acercó a la puerta, giró la perilla e hizo sonar la campana que anunciaba la llegada de un cliente. Caminó hacia el mostrador, donde un hombre mayor lo recibió. Sus manos estaban manchadas de tinta y llevaba un bolígrafo detrás de la oreja.

—¿Eres Vareth? —preguntó Riki, captando la atención del hombre que apartó los productos que estaba mostrando.

—La mayoría de los clientes solo vienen a comprar y se van —empezó a decir Vareth. Sung-Hoon sonrió, comprendiendo finalmente el propósito de la visita—. ¿Qué es lo que buscas exactamente?

—Me confirmas que eres Vareth, ¿cierto?

—Depende...

—Necesito información —explicó Riki, apoyando sus hombros sobre el mostrador. Vareth retrocedió para mantener la distancia.

—¿Sobre qué específicamente?

—Éter. El Grimorio.

—¿Por qué crees que tengo información sobre algo tan peligroso?

—Luces como el tipo de persona en la que cualquiera confiaría sus secretos —respondió Riki con una sonrisa.

—¡Maldición! Es cierto. —Sung-Hoon acercó su rostro al hombre mayor inspeccionando sus facciones con diversión—. Si está dispuesto, puedo hablarle un poco de mis aventuras por el mundo.

—No estoy interesado en el Grimorio ni en qué alguien lo encuentre. —Vareth tomó uno de sus bolígrafos de su estantería y acercó una carta a ambos—. Hoy en día las personas están demasiado obsesionadas con la riqueza que cualquiera olvidaría que eso solo es una leyenda.
Riki frunció el ceño al verlo abrir aquella carta. Parecía tener mucho tiempo de haber sido escrita, pues la tinta estaba corrida y solo se alcanzaba distinguir el nombre de quién la había enviado.
Tu estimada: Sunna

—¿Usted cree que el Grimorio no existe? —preguntó entonces.

—Creería eso si no lo hubiera escuchado de la voz de los reyes. Hubiera preferido que no existiera.
Su tono de voz se quebró poco a poco y ambos tuvieron que alejarse para no incomodarlo cuando una lágrima rodó por su mejilla.

—Escucha, Vareth. Solo tienes que decirme dónde está o si sabes algo de él. Lo que sea que quieras a cambio de tu información, te lo daré mientras esté a mí alcance.

—Inteligente negociador. —Sung-Hoon se ocultó tras su abanico después de susurrar aquellas palabras.
Riki lo fulminó con la mirada pidiéndole que guardara silencio. Vareth frente a él limpió su rostro y después sacó un sobre amarillo de uno de sus cajones.

—Esta es la invitación al baile del Rey. —explicó extendiéndola para que los dos hombres pudieran observarla mejor—. Es una invitación para mí familia.

—¿Qué significa esto?
El hombre guardó silencio por un instante. Los ojos de Riki se achicaron tratando de identificar algo que pudiera servirle para distinguir sus emociones, sin embargo, lo único que consiguió apreciar en su mirada fue melancolía y un arrepentimiento que terminó por quemarle el alma.

—Mi hija debería haber asistido conmigo. Su madre y yo estábamos felices de que ella estuviera cerca del príncipe, aunque él no sabía que era nuestra hija.

—Suena a una tragedia... —interrumpió Sung-Hoon, con un tono de empatía.

—Es demasiado evidente que lo es...

—Oh... —El pelinegro mordió su labio inferior con arrepentimiento, cerró lentamente su abanico, se inclinó en señal de respeto y añadió—. Lo siento.

—A decir verdad, teníamos el presentimiento de que, por más que lo intentáramos, ellos no querrían casarse. Mi hija se marchó con su madre poco después y, al llegar la fecha de su regreso, solo recibí una carta diciendo que habían sido heridas en una guerra. No sabía todo, solo me dijeron que, si estaba dispuesto, podrían usar el Grimorio para curarlas.

—¿Aceptó hacer eso? —preguntó Riki.
Vareth sonrió sin gracia y mostró el reverso de la invitación, donde se leía: "Para el Señor y Señora Vanthaar".

—Cuando me convencieron, el Rey ya había muerto. Así que no hubo testigos de la pureza y benevolencia de mi familia, y el Grimorio nunca me ayudó.

—¿Ellas fallecieron?

—Ambas lo hicieron. El único testigo de ello fue el hijo del Rey, quien ahora lleva la corona. Y es probablemente el único que sepa dónde está el Grimorio.

—¿Tu sugerencia para encontrarlo es acercarme al Rey? —se animó a preguntar Riki. Vareth esbozó una sonrisa burlona.

—Me temo que ninguno de ustedes es lo suficientemente importante como para que el Rey los reciba.

Sung-Hoon cruzó los brazos con frustración. Nada estaba saliendo bien desde su perspectiva. Riki, sin embargo, parecía sereno, como si ya estuviera ideando una alternativa más. De hecho, sonrió y devolvió la invitación al anciano.
—Pero tú sí puedes ayudarme a entrar al palacio. —sugirió.

—Supongo que tienes un punto —dijo Vareth, sonriendo satisfecho—. Sin embargo, llevarlos al baile es todo lo que puedo hacer por ustedes. Lo que hagan después no tiene nada que ver conmigo.

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