9. Las enseñanzas de Afrodita

Capitulo dedicado Maikelyrodriguezh

Eros movió un mechón del castaño cabello de Deméter y le acarició la frente. Ella dormía con suma placidez con la cabeza encima del pectoral de Eros. Sin despertarla y con mucha cautela, Eros, la cubrió con una sábana y la cargó en sus brazos. Caminó por la sala y la llevó hasta la el cuarto normal. Reposó a Deméter con cuidado en la cama, como una mamá recostaría a su bebe en la cuna para no despertarlo. Se colocó otra pantaloneta y salió a la sala de su departamento. Encendió su computadora portátil y tecleó con velocidad los botones: Hermanas Walton. Puso en el buscador del navegador y aparecieron miles de resultados posibles pero el que le interesaba estaba en el encabezado de la búsqueda: Las tres hermanas de la realeza, las hermanas Walton. Eros abrió el artículo y comenzó a leerlo.

"Las hermanas pertenecientes a la familia más rica del mundo: Hestia, Atenea y Artemisa Walton. Sí, ostentan unos nombres tan fantásticos como la inmensa fortuna que poseen, que quizás se deba a uno de las profesiones de su madre.

Son las hijas de la hermosa, Hera de Walton, maestra en literatura y del multimillonario empresario, Hector Walton, propietario de la empresa, Walcorp, recibiendo de esta manera la distinción de: Las damas Walton.

La tres estudiaban en la distinguida universidad: Diamantes Rojos, la más costosa del mundo, pero claro, para ellos el dinero no era ningún problema, lo tienen de sobra.

La mayor, Hestia, de veinticuatro años, está comprometida con el reconocido magnate, Apolo Koch, de veintiocho años. La familia que ocupa el tercer lugar en cuanto dinero. Ella estudia administración y dirección de empresas y era modelo de vestidos de gala en su misma marca de ropa familiar.

La segunda, Atenea, de veintidós años, estudia economía y era atleta y modelo de ropa deportiva en su misma marca familiar.

La menor, Artemisa, de veinte años, estudia comercio internacional y era una experta en mixología.

Este era el top de las personas más adineradas del mundo.

1. Héctor Walton.

2. Hariella Hansen.

3. Afrodita Wertheimer.

4. Marcus Mars.

5. Apolo Koch.

6. Heleanor Heard

Eros terminó de leer y cuando cerró la computadora, Himeros estaba a un costado del sofá moviendo su cola.

—¿Qué haces, Himeros? —Le acarició la cabeza mientras le hablaba—. Ve a dormir.

El perro soltó un pequeño ladrido, como si le quisiera pedir algo.

—¿Tienes sed? Entiendo, ya te daré un poco.

Eros terminó de atender a su mascota y se fue a la cama donde había acostado a Deméter. Se acomodó con cuidado entre las sabanas, recostó su cabeza en una almohada y también se rindió ante el sueño.

Eros extendió su brazo hacia la alarma que estaba en una mesa de madera cercana, justo el reloj marcaba las 4:59 am y presionó el botón para desactivarla, siempre un minuto antes de las 5 am. Se desenredó a Deméter que se le había enrollado como una vigorosa serpiente con sus brazos y piernas.

—Un minuto más, Afrodita, solo un minuto más —balbuceó Deméter aún dormida y a Eros se le formó una ligera sonrisa en la comisura de los labios, recordando su niñez junto a la castaña y las veces que Afrodita la regañaba cuando no se quería levantar.

Eros se dio una leve ducha y se vistió de con ropa deportiva: una licra, un buzo con gorro y unos zapatos, todo de color negro. Se subió la capucha tapándose el rostro y le dio una mirada a Deméter que seguía en un sueño profundo. Salió de la habitación y se encontró con Himeros. Se preparó una malteada y le dio comida y agua al perro, que luego lo acompañó y salieron por las escaleras traseras del edificio. Algunos autos pasaban por la carretera y él empezó una marcha lenta hasta llegar a un amplio parque cercano recubierto de un cuidado césped verdoso. El lugar es espacioso con grandes árboles organizados. Otras personas, tanto hombres como mujeres ya estaban en lugar haciendo ejercicios en unas máquinas públicas y otros corriendo por la gran pista ovalada. Esta es la rutina diaria de Eros: despertarse, correr, ejercitarse y levantar pesas para mantener su estado físico. Todo se lo inculcó la preciosa Afrodita cuando era un niño: "En primaria, los niños veloces son los populares, Eros", le dijo su amada maestra...

Una deslumbrante mujer y un delgado y pequeño niño estaban de pie en un amplio jardín de una increíble mansión que más parecía un campo de práctica de atletas profesionales.

—Afrodita, ¿qué hacemos despiertos tan temprano? Tengo sueño —dijo el niño Eros pasándose las manos por su cara y bostezando de gran manera frente a la joven y preciosa Afrodita la cual tenía puesto un atuendo deportivo que se le ajusta de modo delirante a su esbelto cuerpo.

Afrodita llevaba puesto una licra vino tinto que le manifiesta su trasero levantado y un sujetador de ese mismo color que le deja ver a la perfección su abdomen plano y sus senos firmes y su cintura angosta. Su piel era tan blanca como el mármol puro e inmaculado y su sedoso y ondulado cabello rubio, resplandecía como un rio de oro; lo tenía todo del lado derecho de su gran pecho y por último sus profundos ojos brillaban como dos hipnotizantes zafiros verdes. Sí la preciosidad y la sensualidad tomaran imagen de una mujer, esa sería Afrodita, que a sus veinticuatros años estaba destinada a convertirse en la mujer más hermosa del mundo.

Sí Afrodita se convertiría en la mujer más preciosa, su contraparte era el tierno niño de diez años que está a su diestra, Eros, que llevaba puesto una pantaloneta y un suéter negro deportivos, junto a unos tenis. Aunque el pequeño niño de cabello castaño rubio ahora solo inspiraba ternura y sus ojos verdes no lograban transmitir más que otra cosa que dulzura, Afrodita se encargaría de convertirlo en un cautivador de mujeres y en el amante perfecto.

—En primaria, los niños veloces son los populares, Eros. Así que hoy como en los días siguientes correremos —habló Afrodita moviendo sus gruesos labios rosados, explicando la causa del porqué lo había sacado de su nuevo colchón; blando y suave, a las 5:00 am.

—¿Y no puede ser más tarde?

Mala elección de palabras utilizó el niño ya que Afrodita entrecerró los ojos y endureció su expresión haciendo que Eros abriera los ojos y como si le hubieran dado bebida energizante perdió todo el sueño.

«¿Cómo un rostro tan precioso puede causar tanto miedo?», pensó el niño Eros empezando una serie de estiramientos para que todo rastro de somnolencia se le esfumara del cuerpo.

—Señora Afrodita, ya llegamos —dijo la adolescente Deméter al lado de la muchacha de corte hongo y cabello rojizo.

Las dos eran lindas pero aún estaban en proceso de desarrollo, la castaña tenia dieciséis años y la de cabello rojo de diecisiete. Ellas dos también tenían un atuendo deportivo parecido al de Afrodita; Deméter tenía uno de color azul marino y la otra muchacha de color gris.

—¿Deméter, también correrás? —le preguntó Eros a la castaña de puntas rubias.

—Por supuesto. Lo hacemos todas las mañanas —le respondió acariciándole la cabeza a Eros.

—Mi niño, ahora inicia la primera fase de tu entrenamiento: correr. Todas las mañanas a la misma hora nos levantaremos a hacerlo y no quiero que andes de perezoso como cierta muchacha que está por aquí.

Deméter se cruzó de brazos y empezó a silbar con disimulo.

—¿Y cuándo terminará esta fase, Afrodita?

—Excelente pregunta y la verdad es sencillo: solo debes alcanzarlas a ellas dos y quitarles esas banderas que llevan sujetadas en la licra —respondió Afrodita—. Pero eso no quita que puedan combinar con las fases siguientes.

La linda Deméter y la muchacha de cabello rojizo se dieron vuelta y le mostraron la bandera que llevaban asegurada entre la cintura, aprisionada por el elástico de la prenda.

—El crío se hará viejo y no podrá quitárnoslas —agregó la de cabello con corte de hongo y caminó varios pasos delante de ellos y Deméter la siguió.

Esas palabras molestaron a Eros. Lo estaba menospreciando y él quería demostrar que no era así

—¿Y qué pasa si las alcanzo hoy? —le preguntó mirando con fijeza a la rubia y en ese instante Afrodita vio como el semblante de Eros cambió por completo.

—Terminaría hoy entonces porque has demostrado que eres más capaz de lo que pensaba.

—Entiendo. —Eros se inclinó hacia adelante y reposó las manos en el suelo colocándose en posición de partida—. Inicia cuando quieras, maestra.

—¡Comenzaremos a la cuentas de tres! —gritó Afrodita para avisarle a sus otras dos protegidas—. Uno, dos... Tres.

Eros salió a toda prisa hacia donde estaban las dos muchachas y casi les logra agarrar la bandera, pero las jóvenes al verlo tan cerca aumentaron la velocidad y lo dejaron detrás. Así siguieron corriendo y después de varios intentos en vano, Eros, no pudo quitarle el banderín y se tumbó en el suelo con el pecho subiéndole y bajándole de forma agitada y con un abundante sudor que le recorría la frente. Su piel y sus labios los tenía pálidos por el tremendo esfuerzo que había hecho. Ya hasta veía borroso y no podía sostenerse en pie. Afrodita llegó con prontitud en su auxilio.

—Maestra, ayúdame, siento que voy a morir. —Apenas lograba pronunciar palabra el exhausto Eros por todo el desgaste físico que había hecho y que le había quitado todas las energías.

Afrodita, a pesar de la escena no puedo evitar sonreír. Lo llevó de nuevo a la sala de la mansión con ayuda de Deméter y lo recostó en un sofá.

—Eso es por correr forma imprudente y apenas pasaron cuatro minutos —lo reprendió Afrodita después de que Deméter se había marchado de nuevo a seguir con su práctica—. Eres veloz, pero todavía te falta resistencia. Debes empezar con moderación y luego podrás aumentar el ritmo. ¿Prometerás que te despertaras todas las mañanas y lo harás con mesura, hasta que te fortalezcas?

Eros se asomó por la ventana y observó corriendo a las dos muchachas con tranquilidad y sin ningún esfuerzo. Él también quería hacerlo de ese modo. Cruzó sus ojos verdes con los de la preciosa Afrodita con una determinación que cautivó a la rubia de cabello ondulado.

—Lo prometo, maestra.

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