16. La prueba de Artemisa
Eros se dio la vuelta y colocando las manos en la cintura de Artemisa la pegó contra la pared. Los ojos de ambos parecían haberse encendidos en una intensa llama de fuego. Eran como si una gran serpiente venenosa se le hubiera enrollado a un portentoso león, y este le había correspondido las evidentes provocaciones. Eros podía detallar a la perfección las facciones del rostro de Artemisa: hermosa, sexy y seductora, eran las palabras que la definían. El pecho de la joven Walton le saltaba y sus labios los tenía entreabiertos. Eros fue acercando su boca a la de ella y el aliento fresco y agitado de Artemisa le acariciaba la cara.
Artemisa observaba el semblante decidido y serio de Eros. Los ojos verdes como reluciente esmeralda de su nuevo guardaespaldas la traspasaban como intensa lanza. Cerró sus ojos ante el acercamiento de él, pero en los segundos siguientes no sintió el peso de los labios de Eros contra los suyos. Solo percibió cuando la hizo girar y la colocó de espaldas y le aprisionó las manos por encima de su cabeza y ahora ella solo veía la pared.
Eros separó uno de sus brazos y lo reposó en el abdomen de Artemisa, pegando el trasero de ella hacia él. Y fue deslizando las puntas del dedo índice y medio por el vientre de Artemisa, liso y duro, hasta que llegó a las tiras elásticas de su braga, los incrustó por debajo y se le levantó con cuidado.
Artemisa percibió el tacto delicado de los dedos de Eros al deslizarse por su abdomen, hasta que llegó a su pantaleta y se le alzó con levedad. No podía negar el hecho que esto le fascinaba, había logrado provocar al nuevo guardaespaldas, o eso creía.
—Yo no soy todos, yo soy solo uno —le susurró Eros en la oreja y se despegó de ella, dejándola libre—. Y ya puedes dejar de fingir, Artemisa.
—¿Te diste cuenta? —preguntó ella, girándose hacia Eros.
—Pensabas dejarme iniciado. ¿Otra prueba, señora Artemisa? —contestó arreglándose el cuello de su camisa.
Al estar separado se manifestaba ante los ojos la envidiable figura de Artemisa: abdomen plano, piernas y caderas gruesas, cintura angosta y su silueta era sin duda era como la de un reloj de arena, su ropa interior era un vestido de baño rojo de dos piezas: el sujetador era de banda y tenía por debajo una delgada tira, que le dejaba ver la piel más blanca por debajo y por encima de sus senos, y su pantaleta también tenía una tira que le cubría por el punto del ombligo. Sus piernas estaban cubiertas por las medias negras que le llegaban hasta los inicios de la pierna, cerca de la cintura.
—Simple pero efectivo. Así te tendría a mis pies —bromeó Artemisa—. ¿Te gusta lo que ves, querido Eros? —preguntó, viendo que él la analizaba a detalle.
—La vista es muy buena, demasiado, pero siempre se puede mejorar.
Artemisa soltó una pequeña risa, mientras movía su cabeza de izquierda a derecha.
—Tú y yo nos llevaremos muy bien Eros, y apenas nos acabamos de conocer, pero siento que ya somos íntimos amigos.
Artemisa se sentó en la cama, apoyó sus manos encima del colchón y echó su espalda hacia atrás, en tanto estiraba sus piernas hacia Eros y movía los pies.
—¿Me ayudas, Eros? —dijo, guiñándole un ojo y su cara solo expresaba malicia y perversión.
—Veo que la timidez y la vergüenza no es lo tuyo, Artemisa —comentó y se acercó a ella.
—Si esperabas a una chica tonta y tímida, que tiene complejos, aquí no la encontraras. Así como hay muchas que sienten inseguras, también existimos las opuestas que tenemos plena confianza en nosotras. Las Walton no somos mujeres cualesquiera, nosotras dominamos y tenemos el control. ¿Quieres verlo?
—No es necesario. —Eros apoyó sus manos en los muslos de Artemisa, sujetando las tiras de las medias, y acercó su rostro al de ella—. Ya lo estoy viendo.
Deslizó por completo cada una de las medias y las acomodó a un lado de la cama.
Artemisa moldeó una sonrisa y con sus ojos ámbar clavados en los verdosos de Eros, se levantó y se dirigió al armario, y comenzó a buscar entre la ropa y sacó una pantaloneta y un suéter de mangas cortas deportivo; las dos piezas eran de color azul.
—Desvístete, Eros.
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