Dos
Ese lunes por la mañana, Harry estaba demasiado emocionado como para preocuparse por El Profeta y ni siquiera lo ha querido leer para mantener su optimismo. Hoy tendría una cita con Draco, porque después de la fiesta se había apresurado en escribirle una carta para poder verse. Habían acordado que después del trabajo de Harry, en una cafetería muggle que conocía Draco.
Una cita. Ni siquiera debería considerarla como una, solo una salida amistosa y ya.
Con un café en mano y su maletín en la otra, Harry por poco y daba saltitos hasta llegar a su oficina. Pero como el mundo lo quería tanto, Hermione lo esperaba en la puerta con El Profeta a la mano y supo que talvez, talvez, Rita Skeeter volvía a ser sapa.
Hermione no se veía nada contenta.
Deteniendo su andar tan animado trató de saludarla como todos los días, pero en cambio, ella le estampó el diario en la cara.
— Ya es hora de que pongas un alto —le reprendió, Harry la miró confundido—. A esa mujer nadie la detendrá, solo tú puedes ponerle un alto.
Harry miró el encabezado de la primera página: mencionaba a Draco como un ex mortífago fugitivo y a la familia Weasley como "incapaz de proteger a los niños".
Mientras Harry se tomaba su tiempo para leer todo el artículo, Hermione seguía reprendiéndolo.
— Por Dios Harry —exclamó Hermione—. Has pasado todo tipo de cosas desde niño, ¡haz derrotado a Lord Voldemort! Y aun así, dejas que Rita Skeeter se salga con la suya.
Si, tenía razón. Pero las cosas eran más complicadas de lo que pensaba. Talvez Draco se sienta infeliz después de leer el artículo, y peor, cancele la cita por el bien de ambos. Y Harry se sintió miserable otra vez, viendo la cara desconcertada de su amiga.
— Esta vez me haré cargo —dijo—. No te preocupes.
Como siempre, mintiendo. Hermione le dedicó una última mala mirada y se marchó a su área de trabajo. Y Harry se tomó el tiempo para seguir leyendo el periódico, ignorando su rostro en la primera hoja.
Nuevamente estaría en boca de todos y ya se imaginaba a sus compañeros felicitándolo por "realizar su trabajo, como siempre". Llegó a pensar una vez que lo hacían por compromiso, pero de verdad se esforzaban en alabarlo.
Tomando una pluma y un pergamino, Harry dividió que le escribiría una disculpa a Draco, diciéndole que no debía hacerle caso a Rita Skeeter, que estaba loca y que él mismo le pondría un alto (vil mentira). Contento con su esfuerzo en redacción, llamó a la lechuza que trabajaba para él y le entregó la carta. Con suerte, la lechuza no se perdería y no levantaría sospechas del ministerio. No es que Draco sea un fugitivo peligroso o algo por el estilo, pero le gustaba mantener ese tema en secreto, como si Dracoy él ya fueran algo.
Se estaba precipitando demasiado, ni siquiera habían salido todavía. (Y ni siquiera sabía si Draco, después de las palabras de Skeeter, querría continuar con la salida).
Por el resto del día se concentró en sus deberes como auror, que no eran de los más grandiosos como se lo habían pintado. Últimamente, se la pasaba haciendo informes sobre algunos malos oscuros o algunos mortífagos que seguían en pie y que habían sido atrapados, y su única distracción es cuando Ron o Hermione se acercan a conversar. Ahora, su distracción sería la respuesta Draco y su estado de ánimo dependía mucho de ello.
Alrededor del mediodía, Ron y Hermione habían pasado por la oficina para almorzar y la carta de Draco seguía sin llegar.
— Te ves impaciente —dice Hermione—. ¿Haz denunciado a Rita Skeeter?
Harry se muerde el labio, lo había olvidado.
— Como siempre —susurra la castaña, cruzándose de brazos—. Yo sabía que esto pasaría, Ron y yo ya aplicamos la denuncia por difamación, tú puedes agregar una por acoso.
— Malfoy también podría agregar una por referirse a él de forma despectiva —menciona Hermione, Harry y Ron la regresan a ver al mismo tiempo, algo confundidos—. ¿Qué? Malfoy es una buena persona y un buen padre, él también merece respeto.
— Como sea, dejemos de hablar de Malfoy —dice Ron, sentándose en una de las sillas frente al escritorio de Harry—. Vamos a almorzar, ver tantos números me dejó hambriento.
Harry sonrió por la broma y Hermione solo rodó los ojos.
— Eres un hambreado —le dice dirigiéndose a la puerta, Harry y Ron le copian, Harry tomando sus propias cosas para marcharse. A punto de cruzar el umbral de la puerta, una hermosa lechuza blanca aparece en la ventana de la oficina con una carta en su trompa. No era la del ministerio, se veía mejor cuidada y, esto pudo ser imaginación de Harry, pero actuaba con clase.
Fue inevitable que Harry se ilusionara.
— En un rato los alcanzo —les dijo a sus amigos, estos asintieron vagamente siguiendo su camino.
Cerró la puerta de su oficina y con cautela se acercó a la hermosa lechuza. Esta lo miraba con curiosidad, depositando cuidadosamente la carta en sus manos. Harry le dio un par de dulces y la dejó ir, concentrándose en la carta.
Draco tenía una hermosa escritura, su letra siendo cursiva y en manuscrita, su firma permaneciendo igual desde hace tanto tiempo.
Para el Auror Harry Potter.
Harry saboreo las palabras, imaginando como se escuchaba la frase viniendo de Draco Malfoy.
Abrió la carta con impaciencia y la analizó desde el aspecto. Estaba perfumada como a Draco siempre le había gustado, un olor a menta que cautivaba a Harry. El contenido de la carta era poco, Harry conociendo que a Draco le gustaba ir directo al grano. Sin embargo, un pequeño dibujo en la esquina inferior llamó su atención.
"Querido Harry Potter.
Esta vez tengo dos cosas por decirte. Primero, Rita Skeeter es un ser de lo más monstruoso que pude haber conocido jamás, siempre metiendo su nariz en todo. Pero, ella no me logró encontrarme en cinco años y dudo que descubra como me va ahora. Más bien, creo que tu necesitas mi ayuda, siempre veo tu rostro en la portada de los lunes, y me causa gracia (he de admitir) que nunca puedas salir de su radar.
Segunda cosa, perdona el dibujo, mis hijos se han empeñado en dibujar en cada pergamino de la casa.
La salida sigue en pie, si es lo que te preguntas.
Con cariño, Draco Malfoy."
La carta olía a menta y el dibujo, Harry adivinó, era de un perrito verde.
Harry sonrió, doblando la carta cuidadosamente y dejándola guardada en el cajón de su escritorio. Luego, con mucho más ánimo se reunió con sus amigos, quienes no hicieron preguntas de su repentino optimismo.
Esa tarde se sintió como una eternidad, contaba cada segundo, minuto y hora y apenas el reloj marcó las seis en punto salió corriendo de su oficina, siendo la primera vez en cinco que se apresuraba para salir del trabajo.
También, fue la primera vez que se debatía tanto sobre que vestir, pues no sabía si debía ir formal (para igualar a Draco, que siempre iba formal) o se vestía como acostumbraba, que era la misma camisa y el mismo pantalón de todas las salidas. Ron llegó a molestarlo sobre eso, diciendo que no tenía más ropa, pero Harry nunca había sido bueno con los atuendos y era vago como para ser muy precavido con eso.
Al final, decidió inventarse solo por la ocasión. El mismo atuendo solo que en diferentes colores (lo mejor que pudo llegar a hacer). Porque no todos los días cenabas con Draco Malfoy.
Le avisó a Kreacher que saldría un rato y luego de tomar un fuerte respiro se apareció en la dirección de Draco. El rubio vivía en uno de los barrios más tranquilos de Londres, donde las casas tenían decoraciones armoniosas y estaban pintadas del mismo color. En frente suyo habían unas cuantas escaleras en la puerta.
Luego de casi caerse en una de esas, tocó dos veces la puerta. Las manos le sudaban e intentó inútilmente de secarlas en su pantalón. No pasó mucho tiempo cuando la puerta se abrió despacio y unos ojos grises se asomaron por esta, Harry sonrió y Draco abrió por completo la puerta.
Harry se tomo un tiempo de analizarlo. Draco siempre lo hacía querer hacer eso. Llevaba un abrigo colgado del brazo, demasiado grande talvez, y podía ver que llevaba una camisa (como siempre) que estaba remangada en sus antebrazos y que tenía dos botones sin abrochar. Se le secó la bota y su corazón latió tan rápido que temía, Draco lo escuchase desde la distancia. El rubio le sonrió, acercándose tranquilamente hacia él como si no supiera el remolino que había causado en la cabeza de Draco.
Y se sintió muy tonto, la verdad, porque no le había traído algún obsequio.
— Hola Harry —saludó, manteniendo su sonrosa de oreja a oreja—. Me alegra que nos hallamos podido reunir.
— H-hola Draco —tartamudeó—. La verdad que sí, tenemos que mantenernos al corriente.
Creyó que había dicho algo demasiado estúpido, pero Draco asintió sin darle demasiada importancia y le hizo un movimiento de cabeza para que lo siguiera.
— La cafetería que te mencioné no está muy lejos de mi casa —menciona, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón—. Suelo ir con mis niños seguido, especialmente los domingos.
— Me alegra escuchar eso —sonríe y se atreve a decir:—. En la vida hubiera pensado que Lucius dejaría a su familia pisar un local muggle.
Harry nota como las facciones de Draco decaen, pero el rubio no borra su sonrisa.
— Tenemos mucho de que hablar —contesta Draco, y cuando Harry mira al frente ya estaban en la puerta de la cafetería.
Desde el exterior se veía bonita, con una fachada pintada de colores tierra y las ventanas adornadas de flores. Cuando entraron una campanita sonó por encima de la puerta y el interior resultó ser más sorprendente, era acogedora y tenía un poco del estilo vintage.
Se sentaron en una mesa cerca de la ventana y al poco tiempo les entregaron el menú. Pero por más que trataba de concentrarse, no podía dejar de pensar en las palabras de Draco. ¿Qué habrá pasado todos estos años separados? Según recuerda, Dumbledore le aseguró que el rubio estaría bien, lejos de los mortífagos y del peligro en general.
Luego recuerda que para Dumbledore, él era un cerdo para el matadero y empieza a dudar de sus palabras.
Cuando terminan de ordenar su comida, Harry es el primero en abordar el tema.
— Repito, nunca te imaginé viviendo en Londres muggle —afirma, Draco suelta una risa falsa—. Es la verdad, ¿la mansión es accesorio?
Draco parece morderse el labio.
— Lamentablemente, hubieron demasiados objetos malignos en esa casa y ya no pude reclamarla como herencia —dice, Harry frunce el ceño—. Incluso si podría, no dejaría que mis hijos crezcan en un ambiente tan escalofriante.
— ¿Y tus padres? ¿Dónde viven? —sabe de inmediato que la pregunta causa estragos en la mente de Draco y ahora él es el que se muerde el labio para no hablar de más.
— Mi padre murió en Azkaban, ya sabes, corrupción y cosas así —confiesa, sin mirarlo a los ojos—. De todas formas igual se moriría si supiera como estoy viviendo ahora.
Aunque suelta una broma y se ríe de sí mismo, Harry se queda perplejo. Ni siquiera El Profeta había dado una noticia de eso ¿Si quiera Lucius había tenido un funeral?
— Yo... Lo lamento mucho Draco —habla, apoyando su mano sobre la derecha de Draco—. No tenía ni idea, ¿cómo está tu madre?
— Ella está mejor, vive un poco lejos de Londres, en un pueblito. Ya se ha acostumbrado —contesta Draco, admirando el contacto de sus manos—. Igual, tampoco es que a muchos les importe los mortífagos hoy en día, es por eso que la muerte de mi padre pasó desapercibida.
— Tu no eras mortífago y aun así desapareciste del mapa —menciona tratando de aligerar el ambiente, Draco sonríe.
— Pero soy hijo de uno.
Harry decide no hablar más, ansioso por no preguntar algo incorrecto y volver a tener una conversación triste. Además, su respuesta le había dado a entender que no había estado tan bien como Dumbledore le había asegurado. Entonces ve conveniente cambiar el tema de conversación.
— ¿En qué trabajas? —pregunta.
— Estoy estudiando en una universidad muggle para ser abogado, este año me voy a graduar, para mantenernos trabajo como asistente en un buffet, aunque entre tu y yo —se apoya en la mensa para acercarse a su oído—. Trabajo con pociones para San Mungo, un trabajo que me paga bien la verdad.
— ¿Por qué eso sería un secreto? —cuestiona el moreno.
— No fueron muy amables conmigo después de la guerra y además no me había graduado —Harry frunce el ceño—. Ya lo sabes, no me daban trabajo, entonces tuve que vivir como muggle y con algo de ayuda logré estudiar en una universidad mientras estaba embarazado de mis hijos, las malas lenguas me avisaron que San Mungo buscaba pocionero y ahora trabajo para ellos. Larga historia ¿No es así?
Harry negó.
— Fueron muy injustos contigo —opina, Draco se encogió de hombros—. Pudiste buscarme, te hubiera ayudado con algo.
— No es tan fácil —atinó a decir y ambos se quedaron en silencio. Harry seguí ensimismado por la historia del rubio y no pudo evitar sentirse culpable, él había insistido en que escapara, él ni siquiera hizo el intento en volver a buscarlo, ni siquiera se preocupó por sus padres.
Draco pareció darse cuenta de sus pensamientos.
— Pero no es tu culpa, ya me habías ayudado demasiado y estoy feliz con mi vida —le sonríe, la mesera llega justo a tiempo. Draco había pedido un cappuccino con crema y un pedazo de tarta, Harry solo café.
Se quedan en silencio mientras comen, Harry tomando su café sin azúcar con con sorbos pequeños, Draco disfrutando su capuccino con mucho azúcar y sonriendo al saborear el chocolate. Se ve feliz se recuerda, parece que ya ha superado su pasado, yo gané una guerra, ¿por qué eso me sigue persiguiendo?
Cuando Draco termina su tarta, Harry vuelve a hablar.
— Tienes razón —dice, Draco levanta las cejas mientras toma su capuccino—. Te ves bien a pesar de que el mundo mágico te trató mal.
Draco le sonríe.
— A veces me deprimo sobre lo que pude cambiar en el pasado, pero no dejo que eso se mantenga conmigo, pasado pisado suelen decir los muggles y tienen mucha razón —dice, limpiándose con una servilleta el bigote de espuma que le ha dejado el capuccino, Harry también sonríe—. He aprendido un montón de cosas y he aprendido que guardar rencor lo envenena a uno, por eso me hijo se llama Albus.
— Es un nombre mu bonito —opina, Draco asiente.
— Sabía que te gustaría.
Hablan de cosas triviales el resto de la noche, sobre el trabajo de Harry y de Draco, la vida de sus amigos y las personas que extrañaban ambos. Harry volvió a sentirse como en sus días de estudiante, y sintió paz después de mucho tiempo. Con Draco la conversación fluía de manera natural y solo en esas ocasiones Harry no sentía miedo de decir algo equivocado. Le recuerda también al calor de la sala de menesteres, la chimenea de la sala común de Gryffindor y el frío de las habitaciones de Slytherin. Se siente en casa. Sin embargo, a Harry se le hace un poco extraño que Draco no mencione mucho a sus hijos, porque Hermione y Ron y todos sus amigos que ya son padres los nombran cada que puede, pero supone que es un poco reservado con ese tema y lo deja pasar.
Cuando deciden irse la ciudad ya estaba oscura y a duras penas pasaban carros. Harry quiere quedarse a hablar con Draco toda la noche si pudiera, pero el rubio empieza a estar apresurado por dejar a sus hijos más tiempo de lo normal. Aun así, Harry lo acompaña a su casa, ambos soltando risas por el frío que hacía esa noche, sintiendo escalofríos por ello pero manteniendo el optimismo.
Cuando llegan a la puerta Draco voltea hacia Harry.
— Por favor, no dejes que esta salida sea la única —le pide.
— Te digo lo mismo —dice, metiendo las manos en los bolsillos. Se siente nervioso y no sabe por qué, aunque tiene la teoría que es la cercanía de Draco, su nariz roja por el frío y el brillo de sus ojos grises. O talvez sea el impulso que tiene de acercarse a su rostro, y lo hace, Draco ahora estaba más cerca, con una boba sonrisa en su cara y los ojos mostrándole tranquilidad. Algo en el interior de Harry se sacude, y está decidido a acortar el espacio que tienen.
Apenas rozó sus narices, un estruendo dentro de la casa exalta a ambos y una mujer rubia sale de la casa. Draco suelta una carcajada con las mejillas sonrojadas y saca un par de billetes de su bolsillo.
— Gracias por cuidar a los niños Rosalie —dice y le entrega los billetes—. Te veo otro día.
La chica ni siquiera lo regresa a ver cuando sale de la casa y pasa por en medio de ambos. A Harry le parece descortés su actitud (también le parece una mujer malvada por interrumpirlos) y solo atina a hacer una mueca, Draco sigue riendo.
— Me tengo que ir —dice y no sabe muy bien como despedirse, así que solo sacude su mano y pasa a su hogar—. Hasta luego, Harry, nos vemos pronto.
Harry también sacude su mano, mirando embobado la imagen de Draco desapareciendo por la puerta, y se queda allí unos segundos más. Se muere de frío, debió haber traído una chaqueta, debió besar a Draco o debió maldecir a la niñera que los interrumpió. Suelta un suspiro, bajando por las escaleras hasta la calle.
Cuando llega a la mansión, el peso en su pecho de lo que pudo hacer seguía ahí y tuvo que tomarse un par de pociones para poder dormir. También, porque aunque Draco le había asegurado que no tenía culpa de nada, hubiera deseado poder haber hecho más.
¿Qué hubiera pasado si nunca le hubiera pedido que escapara?
¿Qué hubiera pasado si esa noche no hubieran ido con Dumbledore?
Talvez, ahora estuvieran casados y los hijos de Draco serían los suyos también, y Harry no estaría inseguro de besar a Draco en los labios, o no lo habría extrañado tanto como lo hacía ahora.
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