CAPITULO FINAL

MATILDA

A la mañana muy temprano y tras un desayuno calentito con mis padres.

Comienzo mi jornada demandante y a toda velocidad para tener casi todo listo, antes del prometedor almuerzo y presentación del profesor a mis padres.

Un jeans, mis botas de invierno de siempre y un ligero suéter haciendo a un lado mi ropa de dormir, es suficiente como puesto mientras con ayuda de una silla y sobre ella ya en mi habitación, busco mi maleta de un alto de mi armario.

La sacudo algo y abro su cierre depositándola en mi cama para empacar todo lo que voy a necesitar.

Ropa.

Documentación faltante y mi portátil personal.

Como también.

Alegría mientras desocupo cajones de mi escritorio de bolígrafos, cuadernos, libros y anotadores que van a mi mochila.

Mis pertenencias más queridas.

Dos portaretratos.

De mis padres sonrientes y abrazados junto a la chimenea.

Y acaricio la otra su imagen con mis dedos con amor.

La última de Clara y mía, juntas.

En una de sus últimas visitas y vacaciones, vísperas de las fiestas.

Siendo adultas pero como niñas sentadas sonrientes, sobre la alfombra de la sala y el gran árbol detrás de navidad abriendo nuestros regalos.

Y la abrazo con fuerza contra mi pecho.

Meses, antes de que su insuficiencia renal fuera extrema y nos tomara por sorpresa.

Seguido al jodido accidente.

Suspiro, guardando la foto de mis padres en el momento que siento el sonido ronco de una camioneta llegando a mi calle.

Corro hasta mi ventana entusiasmada, dejando la de mi hermana y mía, junto a mi cama arriba de la maleta abierta.

Y sonrío más, al notar que es la del profesor estacionando frente a mi casa.

Y no pierdo tiempo.

Después, seguiré empacando.

Salgo de mi habitación para descender las escaleras a su encuentro, pero bajo un rápido chequeo de un espejo de mi rostro y acomodando mejor mi pelo.

Soy veloz.

Y ni siquiera doy lugar a que Santo toque la puerta, abro esta y me lanzo a sus brazos.

- ¡Llegaste! - Le doy la bienvenida, besando su mejilla y a la vez lo impulso alegre sobre su asombro y mi risa, dentro de casa por el frío agotador de afuera y sin ánimo de apaciguar de la mañana tocando el mediodía.

SANTO

Cargo mis cosas en mi camioneta, una vez que entrego la llave del Hostal.

Abotono hasta arriba mi grueso abrigo ya afuera y mientras chequeo mejor el lugar.

Siendo de día, se aprecia mejor.

Una pequeña ciudad muy vistosa y agradable a medida que manejo entre las calles.

Al igual, cuando me detengo frente a la casa de Matilda.

Un pequeño chalets estilo colonial de tejas francesas y donde me recibe, sin tiempo siquiera a golpear la puerta de entrada.

Su risa me contagia al igual que su abrazo, mientras me invita a que pase y me presenta a su padres que vienen a nuestro encuentro.

Y les sonrío, mientras estrecho sus manos y me presento.

Porque, son tal cual Matilda los describió.

Una dulce y amena pareja anciana.

Que y sobre un grato, sabroso y casero almuerzo.

Seguido de un café de sobremesa y un hogar encendido, ambientando cálidamente el lugar.

Me cuentan su historia de vida.

Provenientes y nacidos ambos en Schiltach.

Un pequeño pueblo ubicado en el suroeste de Alemania y en el corazón de la Selva Negra.

Casi nada turístico, pero observando las fotos que me alcanzan mientras me relatan, como deciden inmigrar a este país y siendo jóvenes recién casados.

Secuela post segunda guerra mundial y precaria demanda laboral.

Que cada foto, pese a las antañas imágenes del pueblo.

Pintoresca población como de cuentos, por sus grandes montañas con flores rodeando y cubriendo este.

Y lo que me llama más la atención, cuando ayudo a traer más leños en la parte trasera de la casa para alimentar el hogar, lo que me comenta su padre.

Ya que, les fue imposible por más que buscaron.

Que Matilda como su hermana, eran adoptadas.

Me relata a grandes rasgos en como se enamoraron de ellas, cuando las vieron por primera vez y a mitad de lo escalones subiendo y mencionando el fallecimiento de su hermana.

Una mayor.

Pero nuestra charla se interrumpe por la llamada de oma apareciendo en la puerta, por tazas de chocolate caliente esperando en la mesa del comedor.

Y con un pedido en los labios, al encontrarnos solos otra vez de su padre.

Apoyando una de sus manos en mi hombro, me detiene en la puerta trasera.

- Preguntarte si amas a Matilda en este corto tiempo que se conocen, sería mucho... - Me dice. - ...pero preguntar muchacho, si mi niña te hace feliz? - Concilia.

Siento sus dudas y siento también, su temor de padre.

Mi mano libre de leñas que cargo, la apoyo en su brazo descansando en mí, con confianza.

- Mucho. - Sincero.

Y sonríe su anciano rostro, palmeando mi hombro feliz y agradecido.

Porque, sabe que respondí pese a que preguntó por lo segundo.

A las dos cosas.

MATILDA

- No es mucho... - Sigo protestando y por más que Santo, insiste en ayudar a llevar mis cosas a su coche.

- Pero, eso pesa. - Formula al entrar en mi habitación y ver el tamaño de mi maleta a medio cerrar, arriba de mi cama.

Sonrío, intentando cerrarla sobre ella encima para impulsar el cierre.

Y Santo ríe, al ver que me cuesta y por eso viene a mi encuentro.

Pero, su auxilio es muy cerca.

Sobre mí, con su peso.

Y robándome un jadeo al sentir su cuerpo arriba del mío, flexionada y casi a gachas sobre la cama.

Su pecho se frota, pero con cuidado a mi espalda al empujarme y sus manos con las mías, llevando la cremallera hasta el cierre total de mi maleta gracias a su fuerza.

Todo ese movimiento, fue sentir nuestros dos cuerpos.

Y me focalizo en ello, donde cada centímetro del suyo se acoplaba y apoyaba en el mío.

Sin verlo, porque la postura no me lo permitía.

Pero, pudiendo notar como me acariciaba con su mirada y con el calor de su cuerpo por ese contacto.

Como ese suave y de siempre olor a su perfume masculino en su piel.

Jesús de los cielos.

Se sonríe una vez que pudimos y roza ligero con sus labios en mi hombro, pero sin abandonar esa postura y al notar mi rubor, tiñendo todo mi rostro cuando viro a la puerta.

Una que, siempre quedó abierta y ante mi susto que mis padres aparezcan de golpe viéndonos en esa postura.

- Lindo... - Me susurra muy bajito, provocativo y acariciando divertido la curvatura de mi silueta, seguido de mi trasero con una nalgada de su mano libre, mientras la otra me retiene aún las manos con mis brazos extendidos sobre mi valija esclavisada.

Y aún, con esa posición sumisa.

Cual demoro en salir de este, cuando se pone de pie y tengo que elevar mi vista para nivelar su gran altura mientras me observa desde arriba y yo sin saber el motivo, mirando abajo por mi mentón al piso.

Guau.

¿Qué, fue esto?

¿Y qué, es lo que arremolina mi bajo vientre?

¿Escozor de placer, ante ese castigo?

Ni idea.

Elevo mi rostro.

Pero sí, algo atrayente y sin poder procesarlo bien.

Y obligo a juntar mis piernas con disimulo por una tibia humedad en mis braguitas, mientras me ayuda a ponerme de pie.

Porque me reclama y atrae mucho.

Demasiado esta nueva sensación.

Y me limito solo a asentir sin habla, cuando el profesor toma mi pesada maleta y me dice que la lleva a su camioneta.

Seguido de negar.

También, sin habla.

Cuando pregunta, si hay algo más que pueda cargar.

Lo veo irse, mientras tomo mi mochila.

Todo él con su presencia.

Rostro.

Y su cuerpo por más abrigo que lleve.

Es de fisonomía viril.

Una que demanda.

Y solicita lo que a la vez, uno reclama al sentir su contacto.

Un dueño entre lo sexual y lo que sigue y hay, desconocido en ese acto de momentos antes.

¿Y puedes aprender?

¿Pero, qué?

Dios...

Y gimo en voz baja, intentando con golpecitos suaves en mi pecho, tranquilizar los latidos de mi acelerado corazón, mientras cuelgo también mi cartera.

Ya que, solo basta un toque o una simple caricia y quieres más de él.

Resoplo y exhalo un fuerte aire para despejar mi mente de cosas sucias y que me dejó esa imagen flotando en mi mente de esa sensación ante él de pie mirándome desde su alto.

Y yo, en esa posición dócil.

- Basta, Mati... - Sacudo mi cabeza y mirando por última vez mi habitación antes de bajar y ya despedirnos de mis padres.

- ¡Dios, casi lo olvido! - Exclamo, volviendo a mi cama y notar que dejo el portarretratos de mi hermana y mío.

Que, con nuestro seductor movimiento de cerrar mi valija, quedó a medio cubrir y a un lado de mi frazada semi oculta.

Lo beso antes de guardarlo en mi cartera y como pidiendo perdón por mi casi olvido.

Y gruño, porque no puedo cerrarla del todo por su tamaño en mi pequeña cartera.

Pero sonrío conforme, al ver que puedo al menos guardarla junto a mi celular tras un mensaje a Glenda, que estoy en plan de regreso.

La despedida con mis padres es muy emotiva, pero me prohíbo llorar por más que veo nublado por retener mi llanto mientras los abrazo.

Mi omita querida, me besa con amor y acunando mis mejillas sobre la promesa de opa que pronto me visitan o yo en algún fin de semana venga a verlos.

El profesor, también recibe su abrazo de despedida y bajo su brazo rodeándome sobre mis hombros y besando mi frente en mi eterna gorrita de lana.

Y con un último beso de mi parte en el aire a mis padres, nos encaminamos a su camioneta.

Sonrío entre lágrimas.

Unas que al fin derramo a mitad del viaje, cuando veo que sin dejar de manejar y notando mis llanto silencioso, me ofrece su pañuelo.

Las seco con la suave tela y acomodándome a su lado, para poder apoyar mi cabeza en su hombro.

A medias charlando, conversando y proyectando cosas del futuro durante el trayecto restante y bajo la música del radio que inunda el interior de la camioneta.

- ¿Mi departamento o tu habitación? - Dice, ya entrando en la ciudad.

Mi nuevo hogar.

Una universitaria que nos colma a medida que avanzamos y nos introducimos entre calles.

Y aunque, con el frío temporal de invierno y con su nieve cubriendo casi todo con su radiante y acumulado blanco como la noche misma acercándose entre las pesadas nubes grises que amenazan con otra pronta nevada y tiñéndolas de un azul oscuro por la llegada de esta.

Muchos transeúntes hay, caminando o en coches circulando.

Pero la mayoría alumnos y yo feliz, porque son estudiantes como ahora soy nuevamente.

Y por eso, lo miro radiante ante esa emoción.

- Habitación. - Digo sin dudar, ya que debo ver a Glenda como acomodar mis cosas.

Y sonrío ante su rostro no muy conforme.

- Pero, comer antes. - Prosigo entusiasmada y para estar un rato más con él.

Voltea a mí, cuando se detiene en un semáforo en rojo.

- ¿Comer? - Repite divertido y entendiendo.

Afirmo sonriente.

- ¿Cenar en el bodegón? - Ofrezco la alternativa.

Opción que le agrada y le hace reír al gruñir mi estómago por pensar en un buen plato de ese estofado de pollo y verduras con salsa.

- Bodegón, entonces. - No duda y poniendo la luz de giro una vez en verde, para doblar en la cuadra siguiente.

Que al llegar y entrar al local refregando nuestras manos entre sí, para darnos calor y por más que llevamos nuestros guantes puestos.

Me presenta a los dueños que al vernos en una mesa ambos, se acercan para saludar.

Elena y Oscar.

Un matrimonio en sus cincuenta y muy agradables.

Que nos ofrecen mientras el pedido se hace, una buena botella de vino rosa para combatir el frío de afuera que traemos y acompañado de unas rodajas de pan de campo con queso casero.

Entre bocado y bocado, charlamos de mi ingreso y la movida de trámite que va ser eso por ser mitad de semestre.

La fiesta estudiantil que se aproxima.

El receso de dos semanas después.

La llegada de la primavera en la ciudad.

Y lo que río ante su cara entre seria y divertida, cuando me nombra los temibles parciales finales en esa fecha y a su cargo.

Seguido de la historia del mural cuando pregunto a Oscar al dejar nuestra cena.

Se carcajea, señalando al precursor.

Al profesor Santo.

Guau.

- Él mismo, una noche de borrachera. - Responde, ante mi mirada curiosa a los dos mientras deposita a cada uno nuestro suculentos platos hondos colmado de guiso y se retira, aún sonriendo ante el recuerdo.

- Mala época, meses atrás... - Santo solo me dice, abriendo y acomodando su servilleta de tela en su regazo.

Lo imito, mientras me dispongo a comer y palpitaciones dentro de mí, por más curiosidad.

¿Será por esa mujer?

¿La que Glenn me mencionó días pasados?

- ¿Por amor? - Atino a preguntar con mi primer cucharada.

- Lo fue... - Responde, sin dejar de comer.

Y mi cuchara hundida y apoyada en mi plato, queda entre mis dedos sin moverse.

Solo miro al profesor, para luego el vistoso mural lleno de grafitis con reflexiones de centenares de personas a pocos metros de nuestra mesa.

Preguntándome.

No solo, que grado de intensidad fue ese amor y lo que parece uno unilateral, tanto y por lo que me comentó Glenn, suficientemente fuerte para derrocar lo que es este hombre con todo dominio.

Control.

Y el gobierno y conducta de su persona.

Creo.

Sino, también.

La curiosidad.

Una que a cualquier ser humano, carcomería por amar y por más saber al igual que yo.

Que es correspondido y el profesor, me quiere.

¿Pero, quién es esa persona?

Y lo más importante.

¿Dónde está y si tendré la oportunidad, sabiendo o no de ella si la cruzaré?

O lo haremos los tres en algún punto.

- Pasado, Matilda... - Habla y creo al ver mi rostro pensativo y por demás silencioso.

Mierda, no quería eso.

Pero advierto, que pese a ser un tema tenso de charlarlo.

Pendiente para ambos, si queremos que funcione nuestra relación.

- ...un tema antiguo... - Continúa tranquilo, mientras prosigo con mi cena. - ...y remoto, donde suponer o estimar el por qué no fue, ya no entra en juego por...- Reitera. - ...pasado y haber llegado a su fin y sin una conclusión por parte de ella...

Cubre con su mano la mía libre de mi cubierto, para acariciarla y darme confianza.

Acomoda sus lentes y me mira profundo como muy sincero.

- Todos sufrimos por amor. - Prosigue. - No es algo propio y único, de solo la mujer... - Me sonríe.

Y yo, lo hago también.

Por esa eterna duda majadera y existencial que a veces etiquetamos o nivelamos, si su género como nosotras, también sufre por desamor.

- ...es algo esencial del ser humano. Solo que veces ese descargo emocional es introvertido y para uno mismo o... - Me explica la diferencia. - ...extrovertidamente. - Mira el mural y un lugar específico.

Al espacio de esa pared y donde esa noche algo ebrio y por ese desamor, escribió desahogando su tristeza.

Una que, yo no estaba de acuerdo.

Pero ahora, comprendo mejor esa reflexión.

Suspiro.

- Lo siento... - Me disculpo ante mis respuestas algo pendejas después en el muro.

Sonríe apretando su mano que aún sigue con la mía, para luego de su billetera pagar la cuenta.

- Me sirvió. - Me dice divertido. - Fuente de inspiración aparte de conocerte...

¿Eh?

¿Por qué, fuente de inspiración?

No entendí.

Pero no insisto en preguntar por Elena la dueña del bodegón, apareciendo al ver que nos retiramos y ofrecernos un frasco de dulce casero hecho por ella como regalo.

Y lo agradecemos con una promesa de los dos de un pronto regreso.

La fría noche ya avanzada una vez en la calle, nos golpea.

Que por la hora y la baja temperatura, casi no hay gente transitando y donde la nieve acumulada, provoca que se dificulte caminar como cruzar algo la calle para llegar a la camioneta estacionada del otro lado.

- ¡Olvidé a avisar a Glenn! - Exclamo al profesor, deteniéndome casi llegando a su coche y sentir que mi móvil suena del interior de mi cartera.

Es su ringtone y debe estar esperando por mí.

Me cuesta sacarlo y forcejeo apurada por atenderla con mi mano dentro.

Carajo, muchas cosas en el interior por su escaso tamaño.

Y por eso, flexionada sobre una pierna apoyando mi cartera en el cemento nevado, comienzo a sacar cosas para llegar al celular, mientras el Santo viene a mi lado y observa interrogante con el frasco de dulce en mano.

Pese a eso quiere ayudar, tomando un par de cosas que dejo a un lado y sobre la calle de mis pertenencias, cuando al fin llego a mi móvil y atiendo a mi amiga.

- ¿Llegaste? - Me pregunta del otro lado.

- En perfecto estado... - Sonrío aún a gachas, mientras intento juntar lo que saqué y volver a ponerlas en mi cartera, sintiendo como Santo se pone de pie espaldas a mí, con algo entre sus manos de mis cosas que recogió. - ...solo, nos detuvimos a cenar algo...

- Ok, nena... - Glenn habla. - ...esperaré despierta tu llegada. - Promete.

Cuelgo la llamada, sonriendo y girando al profesor.

Pero, mi sonrisa se nubla al verlo y miro el piso de la calle.

Al escuchar de golpe el quiebre de algo.

Por el frasco de dulce casero y su vidrio rompiéndose, al estrellarse por su caída contra el piso y por más que amortigua la nieve.

Vuelvo a Santo, que no se inmuta ante eso y por más que lo soltó.

Creo, que ni lo percibió.

Solo sigue de pie.

Silencioso.

Y mirando fijamente lo que tomó por mí, al sacar la docena de cosas del interior de mi cartera y ahora, solo sostiene con sus ambas manos.

El portarretratos donde estoy con mi hermana.

No habla, solo observa la foto.

Me acerco pasando mi mano cubierto por el guante de lana que tengo puesto, para intentar limpiar parte de mi nariz con nieve y elevando algo mi rostro al cielo oscuro y nublado.

Porque, empezó a nevar nuevamente.

Y trato de dibujar una sonrisa, pese al recuerdo triste.

- Soy yo con mi herma... - Quiero explicar.

- ...Clara... - Me interrumpe.

En realidad.

Susurrando.

Su nombre.

- ¿Se conocieron? - Pregunto curiosa, porque en esta ciudad universitaria de miles de estudiantes y perteneciendo al área de la cardiología, difícil ese vínculo, aunque puede existir una baja probabilidad que sí.

Y por eso, sonrío más ante esa idea de que haya sucedido.

Que hayan podido conocerse.

Pero mi sonrisa desaparece, cuando al fin la mirada de Santo se nivela con la mía.

Y me mira.

Porque, no hay diversión ante esa coincidencia.

Su rostro consternado no tiene para nada gusto o placer.

Por esta casualidad.

Y un frío helado me supera y no tiene nada que ver a la temperatura invernal.

Es el de suponer lo impensado por la forma en que mira, tanto la foto como a mí, y cita a mi hermana.

Y una más escalofriante se apodera de mi cuerpo invadiendo todo mi sistema y fuera de mi eje de contención y estabilidad tras intentar retroceder unos pasos.

Porque trastabillo, ahogando una exclamación con mi mano mientras procuro con la otra buscar equilibrio de la parte trasera de su camioneta.

Empieza a nevar y mucho.

- ...ella, es tu hermana fallecida? - Confundido y aturdido como yo, murmura sacudiendo la nieve de la foto.

Cada copito de nieve, cayendo sobre nosotros y como esa noche en el bodegón.

Porque, comprendemos lo incomprensible.

No puede ser.

Niego.

No puede ser, me repito mentalmente.

- ...ella, fue ese pasado? - Respondo con otra pregunta la suya.

Y todo me da vuelta, cuando me afirma tan consternado como yo.

Tengo náuseas y lo que cené me obliga a orillarme e inclinarme a la acera, ante la amenaza retorciéndose en mi estómago.

Levanto mi mano frente a él, cuando intenta acercarse a ayudarme.

Suprimo arcadas con mi mano en mis labios, mientras le niego que se aproxime nuevamente.

Quiero espacio.

No sentirlo cerca.

¿Clara fue ese amor que lo desbastó con esa supuesta unilateralidad?

¿Pero lo suficientemente profundo, para ser mi hermana parte de él?

Más náuseas.

Niego.

¿Por qué, Clara aunque nos veíamos poco, jamás lo mencionó a nuestros padres o a mí?

Éramos hermanas.

Amigas.

Más lágrimas.

Y eternas confidentes, porque nos amábamos incondicionalmente.

- Matilda... - Se aproxima y lo vuelvo a rechazar.

Pasos que se acerca, yo retrocedo y eso, lo congela desde su lugar.

Entre lágrimas puedo ver las suyas que tan confundido como yo, me mira intentando procesar toda esta jodida y maldita casualidad.

Y lo que golpea mi pecho amargamente.

Que esa unilateralidad.

Limitada o incompleta afinidad que hubo por mi hermana y él.

No fue por abandono de parte de Clara.

Porque, no concluyó ni tuvo su fin en realidad como me lo afirmó mientras cenábamos.

Y su rostro ahora me lo dice.

Me arrastro por un lado de la camioneta, contrario a donde quedó y me mira como yo también lo hago.

Pero yo, para ambos lados de la calle y a los pocos autos, deambulando bajo la nevada y que pasan por nuestro lado.

Porque, jamás el profesor supo que ese abandono fue por su enfermedad y tras ese nefasto accidente que nunca comprendimos con fallecimiento de ella tras su coma.

De Clara.

Mi hermana.

Mi mano en alto, frena un taxi circulando.

Jamás, ella lo abandonó...

- Matilda, tenemos que hablar... - Intenta detener que suba al auto y cierre la puerta.

Sacudo mi cabeza, negando.

- No puedo... – Rechazo llorando. - ...no ahora...

- No lo sabía...y toda esta casualidad...

- ¡Yo tampoco! - Exclamo, procurando que afloje su agarre de la puerta a medio abrir y poder subir.

Lo miro con mis ojos llenos de llanto.

Pero con una duda y dolor que solo él puede responderme sincero, dentro de toda esta mierda.

- Esa mujer que amabas y creías que te abandonó... - Jalo la puerta con fuerza, logrando que la suelte al fin. - ...pero ahora sabiendo que falleció y anulando tus malas conclusiones pasadas de su desaparición... - Lo miro intensamente sin importarme ya, el frío ni la nieve que cae encima de nosotros.

Porque el temblor que me invade, es por todo esto sucediendo y su respuesta.

- ...cambió tu forma de sentir por ella o... - Limpio mis lágrimas y corrijo agregando a mi pregunta. - ...piensas, que Clara no te amó?

Silencio por unos segundos y solo mirándonos enfrentados.

Pero al fin, niega sobre su cuerpo que al igual que el mío, sacudiéndose al escuchar en voz alta el nombre de mi hermana en mis labios.

Un nombre que significó mucho y aún, lo es para ambos.

Por el profesor y por mí.

Abro la puerta y me introduzco en el interior del taxi.

Ya que ambos amábamos a Clara.

- Matilda... - Quiere detenerme, pero niego.

- Adiós, profesor... - Estoy colapsada.

No sé, si es la mejor opción mi huida.

Pero, necesito irme de su perímetro por ahora.

No puedo hablar por mi llanto, pero con señas le pido al conductor que arranque y que solo siga el trayecto de la calle.

Mi sollozo es amargo al voltear por última vez y verlo de pie.

A mitad de la calle donde quedó y observando sobre la media luz del alumbrado con esa nieve cayendo, en como me voy.

Me escapo.

Pero la situación me supera y solo lloro sin importarme que el chófer lo note.

Él, fue el amor de Clara.

Que no termino de comprender, porque lo ocultó y nunca lo mencionó.

Pero sí, entiendo y abrazo más mi cartera contra mí.

Que el mío.

Mi gran amor, también.

Y eso, no debió ser así.

No puedo.

No lo admito por amor a mi hermana y me duela el alma.

Estoy destrozada.

Y mi cabeza me da vueltas por las náuseas que todavía afloran en mi vientre y se atragantan con mi llanto en la garganta.

Y por la tristeza de mi conclusión.

Que en el adiós que le dije a Santo, marchándome y retumba en mi mente.

Fue mi despedida definitiva al hombre que no debí amar.

Y que, como un cartel imaginario que una vez describí y se sentí desde el momento que lo conocí y con solo mirarlo.

Observarlo con su rostro y cuerpo.

Llevando simples camisetas y jeans, por encontrarlo en el bar o cuando me socorrió en la carretera o de trajes, al escucharlo dando una clase tan seguro de sí mismo y exigente hasta el asco, pero fascinante y con una linda connotación al final de cada una.

Que y pese a que, no debía.

Limpio mis lágrimas con el puño de mi abrigo mirando por mi ventanilla, mientras el coche solo conduce por las calles.

Estaba prohibido, enamorarse del profesor Santo...


FIN...

De la primera parte.


PRÓXIMAMENTE - LA SEGUNDA PARTE DE ESTA SERIE, EL SANTO 2.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top