CAPITULO 8
MATILDA
Sentada sobre mis talones en el piso, un ataque de tos me agarra al sacudir un par de cosas de Clara con meses de tierra que quedaron sin embalar de lo mucho que empaquetó Glenda.
Guardo los objetos dentro de una caja que viajó conmigo vacía, sobre una mueca de asco por tragar ese polvo en suspensión, mientras la comienzo a llenar su interior.
Una ráfaga de ventisca que golpea la ventana de la habitación, hace que la mire y me levante de un movimiento brusco para asegurar su perilla como cierre, provocando que mi hombro golpee contra una pequeña repisa situada al lado de esta y contra la pared.
Y por ello.
Caigan lo que parecen libros de bolsillo o algo así, al suelo sobre mis maldiciones y asegurando la ventana.
Una, porque este viento en aumento proveniente del sur, indica el adelanto de la jodida nevada anunciada por la radio hoy en mi viaje.
Y dos, que mi torpeza haya hecho caer cosas de Glenda al suelo.
Sobre mi inclinación para recogerlo, algo capta mi atención.
Y dudosa si debo o no, levanto lo que es una pequeña novela de cartera de bastante tiempo.
Uno de Agatha Christie.
Sonrío por sus buenos años y en su momento, opa también aficionados a ellos.
Pero a esta no la reconozco y por tal, debe ser de Glenda y no uno prestado por nuestro padre a mi hermana.
Pero mis dedos abren su mitad, por el papel indicando su última leída y que sobre sale de él.
Con la letra muy bonita de Clara y en bolígrafo rosa escrito, algo que no entiendo nada.
Copito de nieve123.
- ¿Qué mierda, significa? - Susurro, repitiendo esas palabras como numeración, frunciendo más mi ceño.
- ¡Dios! - Chilla de frío Glenda apareciendo sobre la puerta de la habitación abierta y quedando contra ella, al cerrarla de golpe con toda su espalda.
Bajo sus tres capas de abrigo.
Gorro de lana y pese a llevar guantes, frotando sus manos entre sí, para más calor.
Para luego, un.
- ¡Que bueno!¡ Todavía no te fuiste! - Emocionada, viniendo a mi dirección y envolverme sobre mis hombros de espalda.
- Pero estoy en ello, Glenn... - Murmuro y la miro sobre uno, elevando el pedazo de papel con esa inscripción. - ...sabes, que es esto? - Le pregunto curiosa.
Lo toma por mí y los inspecciona varios segundos, mientras arrojando su gorra y desabotonando uno de sus abrigos, camina en dirección a la calefacción para aumentarla.
Hasta lo voltea, por si hay otra cosa detrás.
Niega aflojando unos de sus guantes con la boca para sacárselo.
- No tengo idea, nena... - Dice seguido del otro, para arrojarlo también sobre su cama.
- ¿Una contraseña? - Murmuro, volviendo a poner lo que tiré sobre el estante y reanudando lo que me quedó final por empacar.
Vuelve a negar, recostándose en la cama y con sus manos al aire como frente a ella mirando el papel.
- No lo creo. Su laptop... - Señala una caja, ya cerrada por ella. - ...estaba libre de una por la mía rota y compartirla. Inclusive sus redes o plataformas sociales que usaba. - Me mira por sobre las almohadas de colores, extendiendo el papelito a mí. - Pero le perteneció a Clarita y debes conservarlo Mati...
Asiento, sobre mis pasos para tomarlo y con una última mirada a ese escrito intrigada, lo guardo en mi bolsillo trasero de mis jeans.
Una nueva ráfaga golpea otra vez contra el vidrio de la ventana, provocando que nos encojamos de hombros con Glenda por el frío que ataca afuera.
Y las dos caminando para ver a través de ella, corriendo más sus cortinas.
Pronosticamos lo inminente.
La jodida nevada.
Cerca.
Muy cerca.
- No puedes viajar así, cariño... - La amiga de mi hermana sentencia, cerrando estas de un movimiento.
Voltea a mí, seria.
- No me lo perdonaré si te quedas varada en medio de esta, en la carretera y la desolación de la tormenta de nieve... - Eleva un dedo. - ...recuerda que a cierto kilometraje de ruta, la señal de celular no es muy buena y mucho menos con nieve.
Froto mi nuca cansada, escuchando sus palabras.
Mierda.
No quería pasar la noche acá.
Y no, por Glenda.
Ella es genial.
Y una especie de pijamada viendo películas de chicos lindos con abdominales, arropadas en la cama mediante charlas y chocolate es tentador.
Más.
Cuando no has hecho nada de ello y sobre todo, dormir cómodamente en un colchón bajo muchas cobijas calentitas y conciliar un sueño reparador que adeudo, por un poco más de seis meses para acompañar a mi hermana querida.
Pero, mi tormento en dejar solos a mis padres en estos momentos, me supera.
Yo no puedo.
No quiero.
Y algo pesado, cubre mi visión de golpe.
Por lanzar mi grueso abrigo sobre mi cabeza Glenda, al sacarlo del perchero en un rincón.
Ríe, mientras vuelve a ponerse el suyo, acomodando su larga cabellera por afuera de su cuello.
- No muy lejos hay una linda fonda con temática country, sirven el mejor estofado contra el frío y resaca de la ciudad. - Exclama haciendo que ría por lo último, mientras toma mi brazo para envolverlo a los suyos, obligando a que camine a la puerta. - Vamos por un buen tazón, para luego unos chocolates con muchas calorías y ver algo de televisión en la cama hasta que reventemos de sueño... - Abre esta. - ...y mañana cuando despiertes y haya pasado la caída de la nevada y a plena luz del día, te doy permiso a que te marches... - Finaliza sin dar su brazo a torcer y ya, sobre los primeros peldaños para bajar las escaleras con mi suspiro de aceptación obligada.
Pero, dándole la razón sobre mi mirada a cada ventana al exterior del edificio que veo.
Porque, sería muy imprudente ya casi anochecido y sobre la marcha de esta tormenta blanca, con su amenaza de cubrir toda la ciudad.
Viajar sola en plena carretera oscura y con su soledad.
***❤***❤***❤***
El ambiente es cálido.
Algunas mesas ocupadas por clientes, saboreando sus comidas calientes.
La suave música envolviendo el lugar.
El aroma de lustre de madera rústica con sus sillas como mesas y sobre estas, acogedores manteles a cuadro en rojo y blanco.
Su cierta cantidad de objetos antaño y de colección, decorando paredes como los mobiliarios.
Desde chapas de patente de viejos coches.
Discos de pasta de varios grupos y solistas musicales de los años '70 y '80.
Herraduras.
Y hasta un gran cuadro sobre una pared cubriendo una parte de esta por su tamaño, de lo que parece una pintura.
Pero al acercarme y notar aunque aparenta lienzo sobre la imitación de un muro con su empapelado.
No lo es.
Pero sí, cientos.
Tal vez, miles de firmas como reflexiones que hay sobre ella.
Hasta declaraciones de amor.
Donde las diferentes tipografías, sea imprenta o manuscrito.
En resaltador o bolígrafos de colores.
Y diminutos dibujos, decorando algunos como emojis y en otros no.
Confirman que muchas personas han escrito sus pensamientos a mano alzada.
Unos que agolpaban en su mente en ese momento o alguna emoción.
Como también, frustración.
Pero siempre.
Un sentimiento verdadero, rigiendo en todos.
- ¿Lindo, no? - La voz de Glenda me saca de la mirada de todo, mientras desliza su silla para tomar asiento a una mesa vacía cerca del mural.
- Creo, que original. - Digo, desenroscando mi bufanda de mi cuello como sacando mi abrigo, ante la calefacción del bar y tomando asiento frente a ella sin dejar de observar todo maravillada.
Porque me gusta el lugar.
Me gusta esa pared llena de sentimientos.
Me gusta su ambiente.
Me gusta la música que pasa.
Y me gusta más al ver la camarera pasar junto a nuestra mesa llevando un pedido a la cercana a nosotras y sobre su bandeja, lo que parece el potaje rico de algo muy elaborado como casero junto a las gaseosas.
SANTO
- Temprano en la mañana, podría haberte ayudado... - Digo sobre el último empujón al mueble con ayuda de mi hermano a la cajuela de la camioneta. - ...no tengo una clase temprano... - Miro el cielo nublado ya anochecido y cargado de nubes sobre el viento que se levantó, acomodando más abajo de mis orejas mi gorra de lana gris. - ...hace un frío de mierda. - Exclamo.
Porque, odio el frío.
Mucho.
Y el golpe de puño de mi hermano a uno de mis hombros no se hace esperar, cerrando la compuerta trasera por mí.
- Si ese mañana fuera la de hoy, encantado cabrón... - Ríe, dándose calor a ambas manos con su aliento, acelerando sus pasos al lado del acompañante y abriendo la puerta para montarse. - ...pero, estoy retrasado con la entrega...
Le ruedo los ojos negando y abriendo la del conductor, cual ambos al mismo tiempo, yo enciendo el motor como la calefacción y Marco la radio buscando su estación.
En la que trabaja como locutor.
Un dial muy conocido y su programa es muy escuchado en el horario de la siesta hasta la tarde.
Pero en sus tiempos libres hace su hobbie favorito.
Muebles en madera, estilo artesanal.
En un pequeño galpón en el jardín trasero de su casa en sus ratos de ocio, mientras cuida de mis sobrinas cuando Claudia hace sus turnos en la farmacia que trabaja.
Me regala una mueca y movimientos graciosos de sus hombros, pese a llevar un abrigo sobre otro, haciéndome sonreír al mirarlo de reojo ya en plenas calles, cuando al encontrarla y escuchar la canción de moda sonando subiendo su volumen por su ritmo contagioso.
Que pendejo.
Pero sobre su contoneo sexy en el asiento al compás de la canción, reímos.
- ¿Hoy escribes? - Dice al fin, señalando que doble en la próxima calle.
Hago un gesto dudoso, acomodando mejor mis lentes y pidiendo giro.
- No lo creo. Ceno con la abuela. - Digo, mirando por el espejo retrovisor. - Si el sueño no me vence luego, tal vez...
Y si el cierto malhumor que tengo, se va también.
Uno bajito de altura.
Con carita de nena.
Ojos oscuros.
De pelo castaño claro y corto, estilo hombre y que manchó de café mi camisa favorita en su impecable blanco.
Estaciono frente al local sin problema de espacio y dando una ojeada a la hora de mi reloj.
- Bien. - Digo, encaminándome con mi hermano a la parte trasera de mi camioneta una vez bajando, al comprobar que estoy en horario y con tiempo suficiente a mi cena pendiente.
Y sobre el agradecimiento a un cliente saliendo del negocio para recibirnos y sosteniendo la puerta abierta para nosotros, con Marco y entre los dos, ingresamos cargando la mediana vinoteca pedida por el dueño y fabricada por mi hermano.
Solo saludo con la barbilla al propietario por más que lo conozco mucho y nos recibe con una gran sonrisa de felicidad, admirando el mobiliario con su madera oscura y finamente trabajada a mano, mientras me deshago de uno de mis guantes para tomar como Marco una taza grande de café con gotas de coñac para combatir el frío que nos ofrece la mujer del dueño.
Le agradezco con una sonrisa, sin dejar de mirar el lugar con su clientela.
Me gusta.
Ya que, sé venir, pero en horas tardías cuando me quedo en mi oficina de la U.
- ¿Hay nuevos? - Pregunto a Elena, su dueña.
Una mujer en sus cincuenta y como su marido, siempre con una gran sonrisa cálida como sus platos elaborados por ellos mismos, cuando atraviesas su puerta.
- ¡Muchísimos! - Exclama sonriendo mientras doy un sorbo a bebida.
Caliente y fuerte.
Cual, el suave aroma del brandy con su fragancia de uvas blancas, perfuma y colma de calor con su fuerza mi garganta como cuerpo, ante el primer trago.
- Lo que comenzaste, se hizo viral... - Me dice satisfecha, mientras observo a mi hermano apoyado contra la barra muy cómodo, hablando con su marido. - ...hay unos muy bonitos como tristes, Santo... - Prosigue, mirando como yo ahora la mitad del mural que está a la vista por una columna en el medio del salón ocultándolo.
Se acerca algo a mí, codeando mi brazo y para murmurarme bajo.
Lo que es mi secreto.
- Nuevas inspiraciones... - Me susurra, guiñando un ojo cómplice.
Elena y Oscar su esposo.
Gente de bien y muy buenas personas.
Pocos meses atrás me recibieron sobre la madrugada y ya cerrando la noche en su fonda.
Borracho, demandando comida y obviamente, más alcohol.
Pero, solo recibiendo frente a mis reclamos una buena taza de café cargado y un vaso de agua helada en la mesa donde me ubicaron.
Una junto a una pared con un espacio de su empapelado vacía de todos los adornos y de colección con la temática del bar.
Y yo, sobre mi gran ebriedad.
Capricho a querer más alcohol.
Mi taza de café puro como negro entre mis manos.
Y mi mar de emociones embargados de tristeza en mi borrachera.
Elena y Oscar me encontraron minuto después al traerme algo de sopa de pollo caliente y unas rodajas de pan de campo.
Según ellos, la receta justa para la resaca.
Escribiendo una porción de esa pared con un resaltador negro, que busqué en un bolsillo.
Un pensamiento.
El que me colma siempre, desde hace poco más de seis meses.
Y solo se potencia con cada salida y vaso de cerveza, cuando solo quiero escapar de él.
Para luego, al otro día apareciendo para pedir las respectivas disculpas de mi pendejada como hacerme cargo del daño material que hice.
Llevarme ellos sonrientes y tomándome de mis brazos, para mostrarme sobre un rincón y detrás de un adorno de pie a pocos metros de mi mesa de la noche anterior.
Ver agolpados muchos estudiantes escribiendo, pero respetando ese único espacio.
Frases y pensamientos individuales, siguiendo el mío.
Que, con los días pasando, semanas y meses.
Mi caso fortuito y avergonzante.
Se convirtió en el mural de sentimientos de la U.
Algunos anónimos y otros directos.
Pero, llenos de sinceridad.
Como me gusta decir a mí.
A flor de piel.
Y como el mío, lo fue esa noche.
Incrementando el movimiento de ventas de arduos estudiantes al lugar por ello y ganándome pese a mis negativas y a modo agradecimiento, mi plato siempre de comida casera en las noches que voy, como también una buena taza de café al paso.
Y suspiro.
Hace días que no me siento frente al teclado.
Y jugando entre mis dedos en el interior de mi bolsillo delanteros de mi pantalón con mi celular, me tienta la idea de robar ciertos disparos de fotos a esas nuevas y espontáneas emociones.
Pero me decido, dando otro trago a mi café y encaminándome en dirección al mura, guiñándole yo ahora un ojo a Elena.
MATILDA
Con cada cucharada que le doy a mi estofado de muy buena gana y mordiendo el pan casero sopando el rico jugo de la carne con sus verduras.
Inevitable no ir cada tanto mis ojos, mientras charlo con Glenn.
Al mural con escritos.
- Escribe algo... - Su voz me saca de su vista.
- ¿Qué cosa? - Digo cortando mi carne y dando un gran bocado.
Lo señala con el tenedor.
- Desahógate mujer, que para eso está... - Me sonríe, bebiendo de su vaso de gaseosa. - ...mueres por hacerlo... - Eleva su vaso. - ...así que, solo hazlo... - Me incentiva.
- ¿Tú...crees? - Pregunto con mi boca cargada de comida.
Es que está muy bueno y pienso comérmelo todo.
Ríe.
- ¡Claro, Mati! - Exclama sacando un bolígrafo de su cartera que cuelga de un lado de su silla. - Solo escribe lo que sientas en este momento o un anhelo... - Me lo entrega.
Miro su bolígrafo, para luego a ella.
- ¿Segura? - No muy convencida.
Y su carcajada es la respuesta.
- Ok. - Digo poniéndome de pie y limpiando mi boca con una servilleta.
La dejo caer con mi puño con fuerza a la mesa.
- ¡Vamos hacerlo! - Decidida.
Y sobre el aplauso de Glenn para darme aliento, camino los escasos pasos al mural.
Pero antes de escribir en un lado que encuentro un espacio para hacerlo.
Me tomo mi tiempo a leer algunos sentimientos.
Unos muy lindos y otros muy tristes mientras recorro mi mirada en ellos.
Pero, me detengo en uno.
Abajo de todo.
Donde la letra algo intangible por no sé qué, delata que es masculina y sobre su escrito que no opino para nada de acuerdo, frunzo mi ceño.
Con un movimiento empuñando el boli, estrechando mis ojos y marcando una flecha en dirección abajo del escrito del fulano.
Para que note, mi respuesta a su reflexión si por esas casualidades llega a leerlo.
Le respondo.
Sip.
Y orgullosa me giro satisfecha por mis palabras escritas, una vez que finalizo.
Y sobre un.
- En tu cara, cabró... - Ahí, me quedo a mitad de mis palabras y maldición.
Cuando frente a mí.
Si los contara a unos tres pasos.
Inclino mi cabeza dudosa.
O tal vez cuatro.
Encuentro.
Al Chico.Profesor.Lindo.Como.Mal.Educado.De.Mierda.
De pie.
Inmóvil.
Y con sus ojos totalmente en el escrito del fulano, para luego bajar su mirada siguiendo la flecha a mi respuesta.
Que al leerla, solo su reacción es elevar una ceja.
Y por último a mí.
Santa Mierda.
Serio y como conteniéndose, porque esos labios llenos y marcados que posee, son una fina línea por retener algo.
¿Una blasfemia?
Y cual, sus nudillos blancos por apretar fuerte la taza de café que lleva en una de sus manos.
Me indica.
Que se está haciendo a fuego lento.
Mis ojos van a Glenda que a medio masticar su comida quedó su boca abierta, ya que ella también está asombrada por su vista que viaja a su agrio profesor como a mí.
Y tengo ganas de llorar con mis ojos al cielo raso, ante una señal del Misericordioso.
Entendiendo.
Puta y jodida suerte la mía...
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