CAPITULO 7
MATILDA
La unión de las cadenas que sostienen el columpio en el que estoy sentada contra el hierro que las sostiene, rechinan pese al suave movimiento de mis pies empujados por la punta de mis zapatos negros contra el piso arenoso.
Columpios mandados hacer por nuestro padre.
Uno para mí y otro para mi hermana cuando llegamos por primera vez a casa.
Y donde ahora el otro vacío y a mi lado, solo se balancea apenas por la brisa nocturna.
Mis manos rodeando las cadenas se amoldan a la forma de cada eslabón por mis dedos al apretarlos con más fuerza para sostener mi peso en el momento que hecho mi cabeza como cuerpo hacia atrás, para poder ver pese a las grandes ramas de los tupidos, altos y frondosos árboles que me rodean y que se interponen algo a mi visión de 180 grados con sus ramas altas, de mi vista al cielo nocturno.
Uno libre de estrellas por cubrirlo completamente gruesas como pesadas nubes en su azul y gris noche, por la posible amenaza de una próxima lluvia.
Y que, pese al frío.
Desearía que cada gota cayera de forma fina y lenta.
Para que cada una de ellas con su humedad y al tacto con mi rostro mojando.
Y por más que empapen las prendas negras que llevo puesta.
Me laven, aunque no llevo nada de maquillaje.
Me limpien, aunque no esté sucia.
Me despejen, aunque no esté dormida.
Y me purifiquen, aunque no esté contaminada.
Solo, para que cada gota cayendo sobre mí, sentirlas y que me llene de todo ese sosiego que necesito.
- Cariño, si no entras, enfermarás. - La suave y anciana voz propia de su edad avanzada de mi madre, suena a mi lado.
- Oma... – La nombro como le digo de siempre, mientras palmeo el columpio vacío a mi lado para que tome asiento junto a mí.
Y sobre una caricia a mi mejilla con ternura con una de sus manos toma asiento, entrelazando más su grueso y largo saco de lana oscuro sobre su pecho para contrarrestar la fría noche.
Manos sobre sus siempre ojos color celeste que me miran, lleno de amor maternal.
Que siempre cocinaron para mi hermana y para mí.
Peinaron nuestras largas trenzas cada mañana para ir al colegio.
Que nos abrazaron sobre palabras bonitas en nuestras noches, si mi hermana o yo sufríamos de alguna pesadilla ocasional, mientras dormíamos.
Y las que nos entrelazaron con mucho amor y felicidad, cuando una mañana en el juzgado de menores, la persona a cargo de nosotras.
Mi hermana con cinco años y yo, con solo dos.
Nos dijo que teníamos un hogar.
Una familia.
Porque oma y opa, tras varias visitas al hogar transitorio que vivíamos.
Por fin le habían otorgado nuestra guarda, para luego la adopción definitiva.
Matrimonio alemán ya en sus cuarenta pasados años.
Pero con la jovialidad, amor y carisma como cualquier pareja joven.
- ¿Sabes que Clara, odiaría verte así? - Oma me dice nombrando a mi hermana en el momento que la puerta de vidrio trasera de nuestra casa, se desliza para que del interior de la sala salgan un grupo de personas para fumar afuera.
Que, con taza en mano de café caliente y abotonando más sus abrigos oscuros como bufandas que rodean sus cuellos, gorras y guantes de lana.
Y entre ellos Glenda, mejor amiga y compañera de cuarto universitario de mi hermana.
Que al vernos a cierta distancia y sobre nuestros columpios sentadas, iluminadas por la única farola.
Eleva su mano como saludo con una sonrisa en sus labios, al igual que los demás.
Sonrisas algo triste y pese a ser pequeñas, dibujan en el aire el vapor blanco por la helada noche, mezclándose con el humo gris de los cigarrillos que fuman mientras algunos conversan y otros, solo se limitan a escuchar.
Exactamente todos vinieron.
Por más distancia de un poco más de 400kms de casa.
Porque, nadie quiso faltar para despedirse de mi hermosa hermana en su funeral.
Ya que, Clara era muy querida.
Excelente estudiante.
Incondicional amiga.
Generosa y buena compañera de facultad.
Mis ojos bajan a mis zapatos negros que no dejan de empujarme en mi balanceo al columpio, para luego a mi madre mirando como yo momentos antes, el cielo nublado silenciosa.
Y excelente hija, como hermana también.
Una hermana que fue y va a seguir siendo mi mejor amiga.
Y como dijo mamá hace un momento, me reprocharía verme así.
Respiro como exhalo un fuerte aire para que su frío, cope mis pulmones.
Intento sonreír.
- Debemos entrar, oma... - Digo a mi madre frotando sus ancianos hombros con cariño por el frío y los envuelvo rodeando con ellos mi brazo, incitando a que sigamos. - ...los invitados deben estar por irse y opa esperándonos para despedirlos... - Murmuro, acomodando mejor mi falda negra como abrigo.
Entrelazadas, caminamos por el estrecho sendero de piedras a la puerta corrediza de casa que momentos antes, compañeros de la facultad y amigos de Clara salieron a fumar, para luego volver a ingresar.
Despedimos a todos junto a mis padres, inclusive a Glenda que para en un hotel como algunos compañeros de facultad con nuevas condolencias y nuestros agradecimientos por venir, sobre las lindas palabras de todos ante el recuerdo de mi hermana y con la promesa de asistir todos a su funeral mañana.
- Podemos pedirle al primo Edgar que vaya y recoja las cosas de Clarita, que ya su compañera de cuarto embaló... - Escucho decir a mamá a papá saliendo de mi habitación luego de una ducha y bajando las escaleras tras quedar solos y acomodar algo la casa.
- No hace falta, oma. - Murmuro terminando de secar mi cabello suelto y húmedo con una toalla y rodeando mi cuello con esta, para ayudar a mamá a juntar restos de platos con algunos bocadillos que ofrecimos a los invitados horas antes. - Iré yo... – Digo, caminando seguida de ella a la cocina. - ...no hay duplicado de la llave y Edgar tendrá que buscar primero a Glenda por la U por estas, para luego las cosas de Clara. - Explico tirando restos de comidas a la basura de los platos como bebidas de los vasos, para ponerlo en el lavavajillas.
Obligo a mamá a que tome asiento junto a papá en la pequeña mesa de la cocina, para que descanse y terminar de ocuparme de lo que quedó yo.
- ¿Podrás tantos kilómetros sola, cariño? - Mamá me pregunta secando sus ancianas manos con el repasador que aún sostienen, mirando a papá por ello.
- Yo creo que es mejor pedir al primo Edgar que te acompañe, hija... - Dice este, bebiendo un poco del té de su taza con la mirada de aprobación de mamá.
Sé, que lo dicen por estar preocupados por mí.
Mi persona.
Y no por el hecho de conducir tantos kilómetros sola y que la situación de Clara lo ocasionó uno.
Por estar en el momento justo, pero lugar equivocado.
Hace seis meses.
Pero permaneciendo en coma todo ese tiempo en el Hospital, donde cada día mis padres y yo la acompañamos.
Hasta que ayer.
Su débil corazón, dijo basta.
Poco más de 180 días de sufrimiento por verla dormida y saber que nunca iba a despertar por más ayuda de la medicina que tuvo y frente a los pronósticos de los médicos por las insuficiencias de sus órganos colapsados producto del accidente.
Pero, esperando el milagro junto a mis padres cada dí que sus ojos se volvieran a abrir.
Y nunca ocurrió.
Saboreando en primera persona, uno de los dolores más grandes que puede soportar alguien.
La pérdida de un ser querido.
Mi mejor amiga y hermana.
Cosa que, en este doloroso tiempo pude haber procesado su lenta despedida.
Pero, nunca es suficiente.
Nunca.
Jamás.
Se acepta.
Solo eso.
Pero, nada más.
Y me obligo a ello frente a las miradas de mis padres queridos que sufrieron tanto como yo la pérdida.
La de una hija.
Que expectantes por mi bienestar futuro y ya sin mi hermana, me observan desde sus sillas y en la mesa ante alguna reacción mía, que los alerte frente a esta tristeza.
Sonrío.
- Confíen en mí... - Tomo asiento frente a ellos y dejando a un lado, demás vajillas sucias. - ...quiero ir para no olvidar nada de las cosas de Clara...
- Matilda. - Papá sobre una última mirada a mamá quien asiente sobre esta y como leyendo lo que me va a decir, me habla. - Sería bueno, que retomaras tu carrera... - Menciona ante mi abandono por el estudio en la estatal de nuestra ciudad, luego del accidente de mi hermana. - ...la habitación de tu hermana esta rentada por todo el año y esa U, es la mejor del país con su ciudad y campus universitario...
- Podrías pedir el traslado... - Mis ojos van a mi madre, que prosigue.
Sacudo mi cabeza.
¿Dejarlos solos?
- No. - Niego, mirando a ambos decidida. - Creo que no es lo mío... - Me excuso.
Oma se sonríe.
- ¿Cariño a quién quieres engañar? Amas leer de pequeña...
- Antes de muñecas, pedías como regalo un libro. - Interrumpe opa.
- Y ser editora era tu sueño. - Oma sigue.
- Faltando tan poco para que te recibas... - Suspira mi padre, dando el último sorbo a su taza de té.
- Si... - Ahora mi madre, entrelazando sus dedos con nostalgia.
- Ya es hora que sigas tu vida, hija...
- Opa... – Murmuro ante las palabras de mi padre interrumpiéndolo y mirándome tristes.
Y este, me sonríe cubriendo una de mis manos con las suyas.
La acaricia.
Y su mirada clara como las de oma herencia de su pueblo alemán, me miran con ternura.
- Solo, piénsalo ¿si? - Negocia.
- Sería lindo, Matilda...y Clara estaría de acuerdo y orgullosa, ver como persigues y concretas lo que tanto amas, estudiar... - Oma, también se sonríe. - ...como también, que te enamores y encuentres el muchacho indicado para ser tu compañero de vida...
Suelto una risita por lo último y lleno de anhelo que oma me augura.
Tiro mi húmedo pelo hacia atrás pensando en ello.
Como si fuera fácil eso, frente al mar de idiotas que te cruzas cada día.
Tomo una pequeña miguita de pan de la mesa con mis dedos y lo soplo pensativa, apoyada en la mesa.
Preguntándome si ese muchacho indicado existe y si realmente vive, respira y habita este planeta.
¿Y si es así, qué, estará haciendo en este momento de la noche?
SANTO
Un grito de frustración sale de su garganta, pero reclamándome más.
De la chica estudiante de Odontología que no dejó de provocarme toda la noche en el bar, mientras jugábamos al pool sus amigas y ella, contra mis amigos y yo de forma inocente.
¿Inocente?
No me jodan.
Y me sonrío por ello tras y luego de seguir su mirada invitándome sugerente, pero con disimulo frente a todos los chicos que siguen con la partida, cuando se excusa y pierde entre la multitud, bajo la música sonando en todo el bar y en dirección a los baños.
Para luego, segundos después.
Yo hacerme paso entre estudiantes y aledaños de la zona colmando el lugar y sin perderla de vista entre el gentío, seguirla a pocos metros acomodando mejor mis lentes en el puente de mi nariz.
Y llegando a ella y sobre una pared lateral a pocos metros de la puerta que, con su cartel y diseño de una figura femenina indicando que es el de damas.
Acorralarla contra esta, por uno de mis brazos en alto apoyado e interrumpiendo su paso.
He inclinado por la diferencia de mi altura y para mirarla a los ojos.
Y sobre su labio inferior de brillo cereza mordiendo como un sí, a lo que pregunto con mi mirada y dibujando con su índice parte de un diseño de un tatuaje de la vieja escuela que se ve por elevarse mi camiseta por la posición de mi brazo.
Tomando su mano, me sigue por el semi iluminado pasillo donde la música golpea como un muro por su alto volumen de los parlantes, mientras caminamos por el gran bar hasta unas escaleras que subimos y arriba nos recibe unos reservados en su oscuridad mediante pequeños sillones y bajas mesas que adornan este.
Pero, no me hacen falta.
Sobre el rincón más oscuro y ajeno a la vista de curiosos, la empotro con la pared logrando que su cuerpo por la presión del mío, choque sin lastimarla haciendo que apoye toda su mejilla contra la superficie.
Y un jadeo sale de ella, cuando mis labios se pegan a su cuello aprovechando su alto recogido manteniéndolo despejado para mí.
Mi brazo rodea su cintura, abriendo mi mano por abajo de la blusa que lleva puesta sobre su vientre desnudo.
Y sonrío más y sobre su piel, ante su cuerpo reaccionando a mi calor y mi voz grave pero baja, susurrando en su oído.
- ¿Segura?
Se sonríe, asintiendo sobre la pared y contra mi cuerpo.
Y es suficiente para mí.
Con una de mis rodillas abriendo sus piernas y mi otra mano libre de su vientre tomando las suyas, las pongo sobre su cabeza.
Mi movimiento la deja sin aliento por las expectativas.
Y con su jadeo de frustración por más, ante mis dedos bajo la cintura de la falda que lleva puesta, me hago camino hasta sus bragas para correrla e inundarme en su interior.
Empapándome de su humedad.
Mojándome.
He indicando que está lista para mí.
Y con un beso que los dos nos quedamos sin aliento, mientras froto mi duro pene contra ella.
Y de un.
- No te muevas. - Que ordeno, mordiendo su cuello con suavidad y abandonando su interior mis dedos, para buscar del bolsillo de mis degastados jeans un condón.
Otro gemido escapa de su boca al sentir la hebilla de mi cinturón abriéndose para dar paso al botón como el cierre de mi pantalón bajando, mientras abro con los dientes el envoltorio, lo escupo y me lo pongo deslizándolo por mi pene, elevando su falda y haciendo a un lado más sus bragas.
Empujando mi cuerpo y alzándola algo por mi altura para enterrarme en su interior, robándonos un jadeo de gloria a ambos.
De placer profundo.
Y minutos de buen sexo, bajo la adrenalina del lugar y por lo que hacemos.
Ella, siendo satisfecha a sus deseos de mí.
Y yo, agradecido por su presencia.
Donde, su cuerpo, uno hermoso y sobre sus pechos que no dejo de acariciar bajo su sujetador, apretando y jugando con sus pezones endurecidos por la excitación.
Y sin perder mi ritmo, penetrándola.
Uno, que va en aumento.
Entrando y saliendo de ella.
Mojándome con su humedad y acercando mi clímax.
Y por ello la embisto con más rapidez, provocando que el suyo se aproxime, bajo su suave gemido en aumento sin abandonar la pared.
Fuerte.
Duro.
Y sobre mis manos ahora aferrando su cadera, saliendo de su interior para entrar nuevamente sobre un duro empujón, haciendo que gimamos ambos de placer.
Su orgasmo llega desfalleciendo su cuerpo y la tomo más contra mí por eso, chocando su espalda contra mi pecho y sin dejar de moverme en su interior.
Hasta que llega el mío y así, me quedo en mi eyaculación.
Sin moverme por unos segundos, pero con todo mi miembro latiendo en su interior ordeñándome.
Tan profundo que con su orgasmo, aún siendo parte de ella, tiembla y apenas puede sostenerse.
Jadeante, intento recuperar mi aliento y sonrío, porque es muy linda después de correrse.
Como toda mujer.
Y la beso sobre su pelo algo revuelto.
Ya que, no sabe que regalándome algo de su tiempo.
Uno lindo, húmedo y lleno de placer.
Me hizo olvidar por un momento.
Mis tristezas.
Gracias, nena...
MATILDA
Mis ojos del papel que sostengo, se alzan a los grandes pabellones de varios pisos que, como tamaño son inmensos y acaparan todo el campus sobre sus grandes parques que se pierden a mi vista entre centenares de estudiantes caminando por él.
Robándome un gran silbido de admiración en uno de los senderos que estoy inmóvil.
Muy merecido como lo llaman por su gran y kilométrica superficie que ocupa, como población de estudiantes que la habitan hasta viniendo de otros países.
La famosa ciudad Universitaria.
Una que solo viniendo una vez junto a mis padres.
Acompañamos como trajimos, la pequeña mudanza de Clara en su primer día aquí.
Y no me había percatado de su tamaño por solo estar pendiente de mi hermana y su alegría de independencia estudiantil, como ayudarla con oma en sus pertenencias en subirla a su piso mientras opa terminaba su papelerío en la oficina del decano.
- Mierda... - Exclamo, poniendo un mechón de mi pelo suelto detrás de mi oreja con mi mano, para luego poner esta, tipo visera por el sol que me llena de frente, ya que la gorra blanca de lana que llevo puesto no ayuda mucho y pueda ver mejor todo.
El mapa que me dibujó una estudiante en el edificio de mi hermana y notar su habitación cerrada y por ende, Glenda no estar.
No es de mucho apoyo, ya que no logro descifrar muy bien su dibujo con señalizaciones que me hizo de forma apurada por estar sobre la hora a su próxima clase.
Pero igual le agradecí, ya que se tomó el tiempo de ayudarme.
Clara conoció a Glenda cuando le asignaron juntas el cuarto universitario.
Casi seis años de ello.
Y de ahí.
Se hicieron mejores amigas, pese a que mi hermana estudiaba medicina para convertirse en cardióloga y Glenda, lo que tanto amo yo.
La Literatura.
Y por eso, aparte de su buen carácter y ganas de socializar con todo el mundo, la mejor amiga de mi hermana y yo, el primer día que fuimos presentadas, congeniamos enseguida.
Como también, estuvo para mí y mis padres estos seis meses de coma de Clara tras su accidente al igual que su funeral, acompañándonos como una más de la familia días atrás.
Tras seguir preguntando a algunos chicos por el campus que me fueron guiando, por fin me detengo frente al pabellón de Literatura.
He ingresando a este, no puedo evitar suspirar por él a medida que camino, recorro su interior y me conduzco escaleras arriba a los demás pisos.
Por su belleza arquitectónica reformada de diseño Jesuítas como decoración.
Ya que estos, junto a la Arquidiócesis levantaron esta docta a principio de siglo.
Chequeo la hora de mi celular y un bufido se escapa de mis labios.
No quiero perder mucho tiempo.
Solo buscar las llaves, recoger lo de mi hermana sin olvidar nada de su cuarto y partir antes que me agarre la noche completa de regreso a casa.
Pero el gruñido de mi estómago, delata mi hambre por mi poco apetito estos días como también que no desayuné esta mañana temprano cuando salí de casa.
Y la imagen de un gran vaso de café caliente cortado con algo de leche para llevar, acompañado de alguna masa dulce de la cafetería del pabellón sobre el infierno de frío que afuera acecha, hace que cambie mi itinerario por breves minutos descendiendo los pocos peldaños que subí, para luego seguir buscando la clase de Glenda.
Pero algo pesado, interrumpe mi empuje de abrir la puerta de la pequeña cantina, seguido de un.
- Carajo... - Muy poco protocolar, grave y demasiado sincero en lo agrio del otro lado.
Pero al asomarme sobre mis disculpas a esta y a su medio abrir.
Encontrar un chico que con su mirada en la camisa blanca que viste, intenta con su mano libre de llevar su café medio vacío ahora, limpiar con su pañuelo la gran mancha líquida y oscura que abarca casi todo su pecho mojado.
Uno que, inevitable no notar.
Ancho y trabajado.
- ¿No te enseñaron en tu casa a tener cuidado? - Gruñe, sin tomarse la molestia siquiera de elevar su mirada hacia mí.
Pero, que mal educado.
Y le estrecho los ojos con bronca por eso.
Me acomodo mejor sobre mis pies, como mi gorra de lana y abrigo.
- Es lo que me sobra, por la excelente educación que me dieron mis padres. - Digo con orgullo. - El cartel dice empuje. - Señalo la cartulina que cuelga de ella.
Que se vaya a la mierda.
- Y de este lado, dice tire. - Su tono de voz, aunque no tiene un gramo de paciencia y humor, denota sarcasmo. - La cuestión señorita, es... - Su índice señala la pequeña ventana de vidrio de la puerta de madera, que a través de ella se puede ver todo del interior de la cantina.
Cosa que yo la verdad, no hice antes de empujar.
- ...ser más atenta... - Prosigue, elevando su rostro y resignándose al fin a mirarme.
Y no puedo evitar hacerlo también, una vez que endereza todo su cuerpo frente mío y sobre su mirada de pocos amigos.
Una castaña tras sus lentes, seria.
Muy seria.
Y sin un atisbo a sonreír sobre sus labios.
Unos muy lindos por cierto y que me juego que deben guardar una linda sonrisa también.
Si sonríe de casualidad este hombre, demás decir.
Preguntándome, quién diablos es.
Porque y aunque, su vestimenta prolija en detalle por su camisa ahora manchada, como pantalón de vestir oscuro como sus zapatos a tono y ese aire intelectual lo acusaría de ser un profesor.
Sumando todo el mal humor que emana su trabajado y alto cuerpo.
Pero su poca edad, una no muy lejos de la mía.
Pelo del mismo tono de sus ojos, pero cortado en los lados dejándolo algo largo arriba medio revuelto y tipo recién me levanto.
Y los tatuajes que tapizan sus brazos por llevar arremangados hasta la altura de sus codos las mangas de su camisa, hacen que dude, ya que bien podría tratarse también de un estudiante modelo o nerds.
Pero de algo estoy segura sobre su última mirada sobre mí, callado y pasando por mi lado tragándose la ira como ignorándome completamente, dando por terminada nuestra discusión.
Es que tiene un rico perfume.
Ya que su aroma amaderado, fuerte y masculino me colma.
Y tapo mi boca por no creer lo que voy decir, al mirarlo irse con sus pasos decididos sabe Dios donde, mientras le hecho una última escaneada de arriba abajo.
El bonito trasero que tiene, además de un alto y un agrio genio.
Se me escapa una risa y niego divertida, abriendo la puerta para por fin entrar y comprar mi dichoso café con leche.
Minutos después encontrando el aula de Glenda con mi humeante y dulce bebida en mano, sobre la puerta abierta de par en par y avistándola dentro, la saludo como a los demás compañeros que asistieron al funeral de Clarita.
Que al verme, palmotea feliz y excusándose de sus compañeros con quienes hablaba sobre su pupitre, corre hacia mí, sonriente y para abrazarme con cariño.
- Te esperaba mañana. - Me dice alegre.
Niego.
- Era la idea... - Digo. - ...pero anuncian nevada y no soy buena manejando con ella tramos tan largos... - Murmuro.
Acomoda mejor el cuello de mi abrigo mientras me escucha, como si fuera una niña pequeña.
- Haces bien, nena. - Me guiña un ojo. - ¿Quedamos en cenar, después de mi clase? - Saca las llaves del cuarto de un bolsillo trasero de sus jeans y me lo da. - Voy a tardar algo más, porque hay demora con nuestro profesor... - Señala con su barbilla el interior de su aula, que aprovechando su ausencia todos charlan y revisan sus celulares como consultan algo de la materia.
- ¿No vino? - Pregunto.
Niega con un resoplido.
- No, Mati. Está acá. Jamás falta. - Bufa aburrida. - Pero, avisaron que lo hará algo por un imprevisto que tuvo recién...
- Oh... - Digo.
Pero niego, después a su petición.
- ...tendremos que dejar la cena para otro encuentro, Glenda. - Digo de mala gana. - Ya me retrasé bastante y no quiero que me agarre la noche, si se concreta lo de la nevada anunciada en la radio en plena carretera... - Le sonrío. - ...solo busco las cosas de Clara... - Elevo la llave. - ...y te las traigo de inmediato... - Beso su mejilla y me giro rápido para encaminarme apurada por el corredor y escaleras otra vez abajo.
Tan rápido que casi, me llevo puesto a alguien.
Un alguien que, por su ágil reflejo esquiva preciso mi cuerpo como el vaso de mi café caliente que llevo en mi mano.
Pero que, sobre mi mirada de espanto y asombro por ser el segundo en el día que iba a empapar con una bebida, lo evita por su rápido movimiento impidiéndolo.
Me mira glacial donde quedó estático.
Y sobre su.
- Usted, de vuelta...
Y yo, cierro mis ojos al reconocer su voz de mierda.
Que mala pata la mía.
Ya que, es el mismo individuo que volqué su café en la cantina.
Individuo que ahora no lleva la camisa manchada.
Sino.
Una camiseta negra con el logo de una banda de rock.
Tornando su aire intelectual más tatuajes a peligroso.
Jodida y calientemente, peligroso.
- ¿Profesor? - La voz curiosa de Glenda, hace que nos giremos ambos a ella que no deja de mirarnos.
¿Dijo...profesor?
Y su mirada ahora completa y curiosa por llevar una camiseta de rock en el malhumorado que tengo al lado y que ahora lleva maletín en una mano.
Me lo confirma.
Cual, el aludido sobre sus lentes acomodándolo mejor en su nariz y rodando sus ojos, retoma su caminata en su dirección y otra vez ignorando mi presencia, pero con una seña a ella de mando a que ingrese a la clase.
- Que su amiga, se lo explique luego. - Gruñe como toda respuesta y sobre la seña de Glenda con sus dedos formando un teléfono en su rostro a que me llama luego, caminando a su pupitre como demás estudiantes que al verlo de forma ligera y en silencio la imitan.
Pero, sobre mis pies volteando para irme, su voz me interrumpe.
Y lo miro deteniéndome en mis pasos, viendo como el malhumorado profesor dejando su maletín en su escritorio, camina hacia mí, serio.
Siempre.
Serio.
Se detiene a metro de mí y de la puerta aún, abierta en el medio separándonos como un límite imaginario.
Cruza sus brazos sobre su pecho mostrando la rigidez de ellos como ahora, casi la totalidad de todos sus tatuajes por llevar mangas cortas.
Calientes y lindos.
- ¿Café con algo de leche? - Señala con su barbilla mi vaso express.
Asiento, pero dudosa y estrechando mis ojos sospechosos.
- ¿Y tomó, de él? - Prosigue sin gesticular movimiento.
No entiendo nada.
- Solo un poco. - Pero, le respondo igual.
¿A dónde mierda, quiere llegar?
- Bien. - Dice, tras tomarlo de mis manos como si nada.
¿¡Eh?!
Nunca sonríe.
Pero me eleva una ceja, mientras yo cruzo mis brazos en mi pecho enojada.
- Me lo debía. - Dice, bebiendo de él.
Y sin más.
Cierra la puerta detrás de mí, dejándome con la boca abierta del otro lado.
Y miro para todos lados intentando entender, para luego a la dichosa puerta cerrada en mi nariz.
Pero qué, hijo de pe***
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top