CAPITULO 20
MATILDA
¿Cinco minutos?
Tal vez, más.
Y muerdo la sonrisa idiota que tengo.
Pero una muy feliz, contra una de las almohadas de la cama del profesor.
Quiero ahogarla para no despertarlo y así, poder seguir mirarlo.
Observarlo silenciosa desde que abrí mis ojos y sin poder creerlo aún.
Contemplarlo y apoyando con cuidado lentamente mi barbilla en mi puño.
En como sigue durmiendo profundamente a mi lado.
Me tienta la idea de con mi otra mano y muy suave, recorrer el perfil de su rostro dormido.
Acariciar el largo de sus pestañas que descansan en sus mejillas plácidamente y acusan una sombra de barba de par de días de no afeitarse.
Dibujar con mis dedos la simetría y diseño de esos centenares de tatuajes de la vieja escuela que tapizan sus brazos.
Al igual, que el único tribal y en negro, que lleva en un lado de su pecho.
Y finalizar mi recorrido, en esa porción de vientre desnuda y que las sábanas a medias cubren, dejando que la imaginación haga su trabajo con su subir y bajar pausado de su respiración adormecida y dibujando con cada una su abdomen tonificado y la gloria desnuda que sigue después y cubren estas pelitos oscuros.
Bebo todo de él y suspiro para mis adentros.
Despierto, el profesor da miedo con su presencia.
Porque impone.
No cruel ni tampoco como un bárbaro de época.
Pero sí, todo su ser con sus facciones viriles, algo salvaje.
Un hombre indómitamente caliente como misterioso.
Y mis dientes retienen mi labio inferior pensativa con mi conclusión y sobre una última mirada en él.
Cual es.
Esa indescifrable y sensual tristeza, que todo él emana.
Que atrae por saber más de lo que sea que oculta.
Un secreto.
O tal vez varios y protege con devoción.
Creo...
Me incorporo y salgo con sumo cuidado de esa cómoda, enorme y alcolchada cama que tuve la gracia de saber que se duerme de maravilla como mencioné una vez.
Y ahora, consumó mi otra duda.
Y mi cuerpo desnudo ya de pie, buscando algo por abrigo en la semi oscuridad me lo confirma.
Sonrío.
Que se cogía, de miedo también.
Porque lo que empezó en la mesa del comedor y finalizó en la pared.
En realidad.
Prosiguió en su cuarto y sobre la cama, llevándome a la habitación y yo, dejándome llevar con sus manos en mi caderas y sus dedos, reclamando como los míos más.
Cubriéndome con su cuerpo y sus labios, deshaciéndose de su jeans completamente al recostarnos mientras yo, más me apretaba a él.
Para sacar otro condón del cajón, abrirlo con sus dientes, ponérselo y tanteando mi entrada para comprobar sobre una sonrisa de sus labios pegada a los míos.
Lo muy lista y mojada que estaba de vuelta para él.
Y así, poco a poco nuevamente, volver a llenarme y sentirlo dentro de mí.
Otra vez.
No encuentro nada mío palpando por la oscuridad, ya que todo quedó en su sala y me envuelvo por el frío, en lo que diviso caminando silenciosa a un lado de la puerta y cuelga en un perchero un saco de vestir.
Acerco suave la puerta, pero sin cerrarla para que no emita sonido, mientras cierro más su saco sobre mí y busco mi ropa regada por toda la sala.
Levanto mi pantalón, envolviendo mi bufanda sobre mi cuello y que rescaté de una silla, pero miro desconcertada para todo lados y bajo cada mueble o cosa buscando.
¿Y mi braguitas?
Duda existencial, calzándome el pantalón sin ella.
Y me encojo de hombros, cruzando más el saco y en dirección a la cocina activando la cafetera.
De a poco el aroma a café caliente, invade el ambiente y más al verter una taza llena de él.
Que entre mis dedos y caminando hacia la ventana con sus cortinas corridas de par en par ya amaneciendo, es una combinación perfecta este elixir negro y fuerte, bebiendo entre sorbo y sorbo con el paisaje que me brinda.
Y suspiro profundamente e inhalando su caliente aroma.
Todo blanco y con suaves copitos de nieve.
Siempre cayendo.
Volviendo a mi mente el seudónimo de ese escritor o escritora.
Y la duda de su amistad con Clara.
Me apoyo sobre el ventanal, pensativa.
- Yo tengo que conocerlo... - Me digo muy bajito, afirmando con una mueca y sobre otro trago de mi taza.
Por mi hermana y ahora, también por mí.
Porque, ella o él escribe bonito.
Río silenciosa.
Y porque, ya me convertí en su fans, ya que me gusta como escribe y adoro como lo expresa.
Me gustó leerlo y lo voy a seguir haciendo.
Mis ojos vagan a la puerta de la habitación casi cerrada.
A lo que en realidad, duerme en la cama tras ella.
Porque, quiero.
Y otra exhalación se me escapa empañando una porción del vidrio.
Ya que me pregunto sinceramente, si yo podría vivir como en sus noves.
¿Una historia de amor, así?
Y de esa romántica como nostálgica pregunta, el sonido de mi celular vibrando sobre la mesa me saca de ella.
Cual, apuro mis pasos y atiendo rápido para no despertar al profesor.
- ¿Cogiste con el profe Santo?
No hay buenos días ni nada parecido en la voz curiosa de Glenn.
Por lo que, no sé, si reír o tomarla a bofetadas.
- ¿No me vas a preguntar ya que no regresé, si al menos estoy bien? - Susurro bajito y alejándome de la sala.
A una puerta anexa y que parece otra habitación.
Bufa del otro lado.
- A la mierda eso, Mati... - Ríe con ganas. - ...quien conoce al profesor Santo, sabe que es re cuida... - Dice. - ...y créeme, lo que querríamos todas si nos lleva, como él te sacó a ti del bar anoche... - Otra carcajada. - ...es que se porte muy mal. - Acentúa esto último entre risas, mientras yo reprimo la mía. - Hay un mito que se corre, donde sus caprichos o complacencia está en práctic...
- Hablamos luego ¿si? - La interrumpo ahogando un bostezo y susurrando, apoyada contra dicha puerta y provocando que por mi peso esta, se abra de golpe.
- ¿Me vas a dejar, así? - Chilla del otro lado.
Y aunque, sé que no me ve.
Imposible que no haga ademanes con mi mano, que guarde silencio mientras ingreso a esa habitación, porque sus quejas se sienten fuera del móvil.
- Prometo en el almuerzo, Glenn... - Murmuro una vez dentro y contra la puerta.
- ¿Pero...lo hicieron? - No me escucha.
Y se me escapa una risita.
La emoción y la curiosidad, la superan.
- Luego te cuento... - Vuelvo a prometer. - Juro que paso por la U, antes de que viajemos...
- ¿Viajemos? - Procesa lo que dije.
Y golpeo mi frente.
Mierda.
- ¿Dijiste en plural, nena?
Juego con la taza.
- Dijo que me va acompañar... - Contraataco rápido, para no darle tiempo a seguir. - ...después de su clase... - Sigo. - ...yo te busco y prometo, mantenerte al tanto...
- ...y con lujos de detalle, cariño... - Es lo último que escucho antes de colgar su inquisidor y divertido llamado, mientras me volteo de la puerta guardando el celular en uno de los bolsillos de mi pantalón.
Para mirar.
Y mis ojos se abren mucho.
Guau.
Al notar el interior de esta habitación.
Donde, no es un segundo cuarto tipo de huéspedes, como imaginé.
Y dejo mi taza a medio beber sobre un viejo mueble y en su superficie que está colmado de tintes de acuarelas.
Muchos colores, junto a un viejo tarro que contiene docenas de pinceles y brochas.
Acaricio algunos con mis dedos mientras camino por la habitación, asombrándome que no solo hay un caballete con un lienzo sobre él y a medio pintar un paisaje a grandes trazos con sus pinceladas y en la gama de los ocres y verdes.
También.
Algunos ya terminados y apoyados uno encima del otro, sobre un rincón de una pared.
Y me inclino para ojear mejor.
Siempre, vistas y horizontes de campiñas o campos.
Y sonrío, porque son lindos.
Pero, otra cosa llama mi atención en el otro extremo y me acerco despacio.
Una especie de máquina de pie.
Tipo torno.
Algo obsoleta, pero muy bien cuidada con arcilla sobre él.
Y a su lado, una banqueta que por su tamaño y altura hace de mesa, donde más de este material y herramientas para moldear reposan arriba.
Levanto una de las espátulas de tallado y acaricio el dejo arcilloso seco que hay en ella, mientras me dejo llevar por un par de esculturas ya terminadas pareciendo una, la figura abstracta de una mujer aborigen de origen Africano y amamantando su bebé.
Y la otra, una vasija que con su redondez y tamaño, sería para contener cosas.
Ambas, puestas por un tablón empotrado en la pared y cumpliendo la función de estante.
- Mi abuela. - La voz del profesor, me sobresalta tras mío.
Nunca cerré la puerta y por eso, no lo sentí llegar como calcular de cuanto tiempo estuvo observando mi intromisión.
Y demás decir.
Sin su permiso en esta habitación.
Y que por su postura relajada, pelo algo disparado para todos lados y solo como toda ropa, llevando el mismo jeans oscuros y gastados de anoche, pero acomodando sus lentes para ponérselos.
Mierda, sin palabras de lindo.
Y delatando, que hace un rato despertó por su aire de brazos cruzados sobre su torso desnudo y apoyado con un hombro en el marco de la puerta, diciéndome que vio lo suficiente desde que entré y curiosee el cuarto.
Empuja este, para apartarse y caminar hacia una segunda y vieja banqueta, pero más chica y baja para tomar asiento cómodamente.
- Lo siento... - Murmuro. - ...no quise... - Soy sincera.
Niega bostezando como rascando su cabeza y yo babeo, porque lo hace aún más lindo y natural.
- ¿Por qué? - Solo me pregunta.
Avergonzada, señalo el lugar.
- Por entrar sin pedir permiso...
- No lo escondo... - No duda y me da tranquilidad.
- ¿Tu abuela las hizo? – Pregunto, porque la mencionó antes y niega, poniéndose de pie para caminar hasta mí y ponerse a la par mía y mirando como yo, todavía esas esculturas en arcilla en ese estante.
- Es artista y me enseñó de pequeño...
Se inclina cerquita de mí y me mira.
Mierda.
- ...pero, estas son mías... - Me susurra bajito y me sonríe.
Una que crece más al notar y escanear que llevo su saco de vestir.
Y por el gran espacio y solo abrochado por los dos únicos botones, por más que llevo en mi cuello mi bufanda cubriendo esa parte.
Deja a la vista lo que tengo debajo de esa prenda.
O sea, nada.
- ¿Pintas, también? - Suelto, escapando de su espacio y en dirección al caballete con pinceles de colores y tamaños.
Mejor dicho.
Mi espacio y que hizo.
Humedad.
Suyo también.
Niega divertido por mi reacción.
Cabrón.
- También... - Afirma y repite, acercándose.
Pero ahora sin reclamar mi espacio como suyo, mientras toma del tarro uno de los pinceles de mayor grosor.
Y aunque, yo me fui negando por cierta vergüenza y timidez.
Ilógico, por lo que ocurrió anoche en la madrugada y después dormir juntos.
Ahora, siento vacío y desazón por no sentirlo cerquita.
- ¿Qué es la pintura para usted, Matilda? - Me pregunta, mojando el pincel de un pequeño recipiente con agua, para luego a un tinte de las acuarelas.
Uno en tono naranja.
Seguido al cartón del caballete, para hacer un trazo y colorear una parte en blanco.
Un espacio vacío a completar de lo que parece un ocaso.
Supongo.
Miro como colorea y que sin limpiarlo de ese naranja, humedece nuevamente su punta con apenas un toque del color siguiente.
Esta vez un azul y vuelve a la pintura, pero ahora con más suavidad el pelo del pincel.
Como esfumándolo.
Y con la unión de ambos pigmentos, se torna cerca al color verde.
Uno suave dentro su oscuridad y cálido.
Guau.
Para luego, cerrar ese diseño pareciendo un crepúsculo indefinido y atractivo.
- Una sustancia líquida o parecido... - Dudo. - ...que da color a las cosas? - Es lo que se me ocurre y sonríe dentro de su seriedad.
No me mira, porque está atento a sus pinceladas.
Pero, también a mis palabras y mi presencia.
Y yo tengo ganas perdiendo la noción del tiempo y el espacio que hay detrás y fuera de estas cuatro paredes.
De los deberes del profesor con sus respectivas responsabilidades y mis obligaciones propia.
En sentarme en la banqueta que momentos antes lo hizo él y solo poder admirarlo desde ese lugar.
Quietita y sin moverme, para no romper esa concentración y la destreza de su mano focalizado al caballete y ese lienzo.
En realidad, ese cartón.
Para admirar su perfil con solo esos jeans oscuros, que levemente caen de él.
Altura.
Y tatuajes como ese dragón de su espalda misma y que ante sus movimientos, parece que recobrara y tuviera vida propia.
- En la Literatura... - Suelta, tomando ahora otro pincel, uno de numeración más chica.
La humedece en un rojo puro y retoma la pintura.
- ...se expresa la realidad artística de un autor y su creatividad emocional. Otro caso, un escritor... - Me mira. - ...en sus palabras con cada escrito que empuña en una hoja, como también se puede hacer sobre un lienzo...
Deja por un rato de pincelar ante mi cara rara.
Sonríe, otra vez.
Y eleva su otra mano libre y con un ademán, que me acerque a él.
Lo miro indecisa.
Pero su mano extendida, sigue alta e involuntariamente lo imito con una mía, mientras camino hasta donde está.
Suficiente tres pasos para que sus dedos tomen los míos y me atraiga.
No con fuerza, pero sí, con demanda y ponerme frente a él como al caballete, mirando este.
- ...pero, ese proceso creativo siendo escritor... - Prosigue y me pregunto, cómo sabe eso. - ...o no, puede expresar también su realidad interior Matilda, mediante lo cromático y no con letras... - Y sus brazos me envuelven por delante, provocando que su pecho.
Desnudo.
Se pegue a mi espalda dejando ese pincel, para reemplazarlo por una de mis manos, bajo su mando y una de las suyas.
Entrelazadas.
Y guiándolas a las acuarelas.
Retengo mi aliento anticipado y propio de sentir como dos de mis dedos, hace que las moje en el recipiente con agua.
Para luego, al contacto de la tersura de las acuarelas con sus colores.
Primero en ese rojo anterior, continuo a un amarillo.
Y bajo la cremosidad de ambos, ante la humedad de mis dedos y sin importarle que se manche el puño de su traje por quedarme grande.
Tras mí.
Con su calor y la suavidad de su respiración jugando en mi cuello por apoyar con cuidado su barbilla entre el espacio de mi hombro y nuca.
Para guiarme al blanco cartón medio pintar y dibujar con nuestras manos embardunadas de acuarela, más trazos a lo largo de él.
Se siente lindo y empiezo a sonreír.
- ...porque, los colores pueden representar las emociones... - Me dice. - ...cientos de ellas... - Se corrige y prosigue, mientras me dejo llevar pintando con él y me abraza más, sintiendo como fuerte late su corazón y el mío. - ...impresiones emocionales que llevas dentro y no sabes como sacar. - Explica. - Alegres o tristes, pero logras plasmarlas así, mismo pintando... – Y la unión de los dos colores en mis dedos y ahora en los suyos también se unen, causando una amalgama de tonos nuevos y más cálidos, como las emociones que siento ahora en mi interior y golpea mi pecho.
Combinación que a través de ellos, noto que nosotros también.
Y cierro mis ojos.
Para sentirlo más.
A esta dulce atmósfera con la sensación de su cuerpo y el mío unidos, mientras suave y lento el profesor me conduce pintando.
Porque, quiero experimentar esta sensación de plena felicidad con nuestro silencio y lo que nos colma.
Me colma y muy parecido a un clímax.
Uno mental y de colores, porque está lejos de lo físico.
Pero, dolorosamente agradable y que viene de mi bajo y necesitado vientre y de querer más, como un mismo orgasmo.
- ...porque todo es expresión, Matilda... - Murmura, desenredando mi bufanda y liberando mi cuello de ella.
La lanza a esa banqueta baja.
- ...y a veces, más que las palabras solo con ver una pintura o tal vez una obra, es suficiente para darte cuenta la emoción que trasmitió, quién la hizo en ese momento... - Su mano entrelazada con la mía y llena de pintura salen de la hoja, para pincelar su saco de vestir sin importarle otra vez, su caro valor y sumergirla para hacerse camino al interior y a mi pecho desnudo bajo este.
Acariciando.
Y pintando algo mi torso como mis pechos desnudos, sintiendo como coloreados por la acuarelas, mis pezones se endurecen ante nuestras caricias y contacto.
- ...manifestación de lo que se siente y revela... - Besa mi cuello, seguido de acariciarlo con la punta de su nariz. - ...la otra persona, de lo que quiere desahogar... - Me abraza más. - ...o siente y no se anima, Matilda... - Finaliza.
Y con esa frase última, se aleja de mí.
No tengo idea por qué y un estremecimiento me abarrota.
Como de tristeza.
Y no tiene sentido, ya que lo hace para humedecer un trapo de esa mesa y limpiar con cuidado mi mano y entrelazándola nuevamente, salir de la habitación y en dirección al baño para una ducha.
Miro por última vez y sobre mi hombro, el cuarto o taller de arte con el cartón en el caballete mientras me dejo llevar.
Y sonrío igual.
Ya que en esa especie de obra y para mí, ahora la más linda el mundo.
Son nuestras emociones, plasmadas según me explicó.
Igual que nuestros escritos en el muro del bodegón.
Pero, esos señalando el pasado y esta acuarela, recién hecha con él.
Vuelvo al profesor que me empuja a la ducha mientras nos desnudamos y competimos quién besa más a quién, empotrándome contra la pared de azulejos conduciendo su pene a mi entrada.
¿Nuestro presente?
Ojalá...
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