CAPITULO 18
MATILDA
No sé, en que momento me dormí.
¿Sincera?
Tampoco voy a decirlo y contarlo, que fue como una narración romance de alguna novela.
Muchas de tantas que leí y amé.
Estilo, mis ojos pesaban tenuemente y de a poco los fui cerrando.
Hasta que fui vencida y sucumbí al sueño profundo por ese silencioso dios griego con alas, como la expresión lo dice y me entregué a los brazos de Morfeo.
No.
No fue así.
Porque, lo que menos quería era hacerlo.
Pero sí, reconocer.
Que su cometido se cumplió el de permitirme al dormirme, en huir de todos los agobios.
Los míos.
Y jodidamente bien, por más posición incómoda en ese espacio tan reducido como lo es el sofá.
Demás decir, con el profesor detrás y dueño con su cuerpo de casi todo el sector.
Sintiendo su pecho con esa simple camiseta que llevaba puesta, pegada a mi espalda y pese a mi abrigo.
Y hasta creo, que sus pies buscándome para cruzarlos con los míos y bajo la cobija.
Seguido de esa demandante posesión dominante y dormida de sus brazos hacia mi persona.
Y así, me dormí.
Sip.
No sé, como.
Y ni idea en que parte de mis movimientos, mientras quería deshacerme de su abrazo para poder escapar.
Pero lo hice.
La realidad es que así, fue.
Tranquila.
Soñando, pero no recuerdo qué.
Profundamente y como hace mucho no lo hacía de verdad y recargándome de energía como todo sueño reparador.
Vigor y ánimo que siento que mi rostro expresa, por más que soy despertada por algo punzando una de mis piernas, ya que me percibo una sonrisa en mis labios por tal siestita.
Punzada, que ya pica como me obliga a abrir mis ojos.
Y notar al hacerlo que esos desagradables toques incesantes.
Es.
Mierda.
El profesor con un dedo.
Que y pese, apenas su índice me toca la pierna bajo mis jeans.
Lo hace como si fuera el enter de un teclado y como tal su función, utilización para ejecutar los procesos más obvios.
En este caso.
Que de una vez me despierte por su poca paciencia.
Carajo.
Pestañeo fuerte y consecutivamente para despabilarme y lo veo sentado en uno de los mullidos apoyabrazos.
Ya vestido con una impecable camisa color gris al igual que el pantalón de vestir que lleva, pero un tono más oscuro.
¿Tanto tiempo, me dormí?
- ¿Eres acosadora? - Suelta de la nada mientras bostezo y cerrando el último botón del cuello de su camisa, para acomodarlo luego de forma prolija, continuo en ponerse la corbata que descansa alrededor y cuelga de este.
- ¿Perdón? - Digo, intentando acomodar mis pensamientos.
Uno que piensa en esas manos tatuadas prestas en como anudan esa corbata negra y preguntándome, que más podría hacer con ella entre sus dedos.
Pero la pesadez de su mirada fija en mí, me saca de estos recordándome su acusación y reacciono, disimulando con acomodar mejor mi abrigo y mi gorrita de lana sobre mi cabeza.
- ¡No! - Digo, mientras me pongo de pie de golpe.
Señalo el sofá y lo miro.
- Usted se quejaba dormido... - Titubeo. - ...parecía que estaba algo enfermo... - No sé, que más decir.
En realidad como explicar ese momento exacto que me tomó dormido para recostarme contra él, ya que su bonita cara agria me lo dice.
Que no me va a creer.
Y ahí, está.
Inmóvil sobre ese siempre apoyabrazos, sentado y con los suyos ahora entrecruzados pensativo y mirada tras sus lentes, fijos en mí.
Deliberando, silencioso mi respuesta.
Y a la mierda que piense lo que quiera.
- ¿Sabe, qué? - Ruedo mis ojos y caminando en dirección a mis cosas. - Olvídelo, profesor... - Doy como finalizada esta conversación que no tiene sentido.
Porque este hombre no va a percibir lo que hay a nuestro alrededor.
Y niego, mordiendo contrariada mi boca.
Porque, en realidad es en el mío.
Lo miro disimuladamente, cruzando mi cartera y tomando la caja de mi hermana.
Ya que, es lo que me colma y nació desde que lo conocí.
Este sincero, pero negado sentimiento.
SANTO
Calor.
Mucho de este, sentía.
Notaba mi sudor y cierto dolor muscular.
Incomodidad plena de haber pasado una mala noche y por hacerlo en mi sofá.
Como también.
Que por no buscar y pese a la calefacción de mi departamento, una frazada más gruesa ya acostado por el agotamiento visual, como de espalda por horas sentados escribiendo esta noche.
Y la pereza, hizo su estrago.
Sintiéndome peor y potenciando por mi triste pesadilla de siempre.
Y por ello, como una nebulosa donde en mi dormido entresueño por ese síntoma de resfrío.
Y aunque me niegue y me mienta a mí, mismo.
Sabía que Matilda no lo hacía, cuando la acusé sin razón de acosadora.
Porque sentí como con suavidad tímida su mano se apoyó en mi frente sudorosa, siendo calidez su contacto, pese a que me negaba a ello.
Como también.
Mezcla de oposición y más demanda, cuando ganó esta última al presentir y notar que su mano me abandonaba para alejarse.
Y un cóctel de furia y renuncia me embargó haciendo lo impensado.
Carajo.
Para tomarla sin previo aviso y atraerla junto conmigo, ayudado por la semi oscuridad y percibiera mi nerviosismo osado y contradictorio, pero que ansiaba.
Para que se recueste y yo, envolverla.
Forzarla de una forma tosca.
Mierda, conmigo.
Pero a la vez, dulce dentro de mi exigencia y mando somnoliento.
Totalmente comprendiendo mis actos, porque la necesitaba.
Yo quería su calor.
A mi musa conmigo.
Sentí, que se quejó.
Sentí, que quiso escapar.
Y hasta me encontré sonriendo y sin nunca abrir mis ojos por sueño dormido detrás de ella, en como negué su escape con un gruñido y abrazándola más a mi pecho.
Y asombrado notando que también, mis pies por más que la frazada nos separaba.
Buscando los suyos.
Para luego de unos sucesivos esfuerzos en vano por escapar.
Una pausa vino.
Cual para mi sorpresa y por la forma tranquila que su respiración tomó, notando como su pecho bajo mis brazos, empezó a bajar y subir de forma suave.
Percibiendo que se había dormido.
Cinco minutos, me dije.
Solo cinco y cortos minutos, pero que fueran eternos le rogué a mi alarma antes que sonara, porque sentirla en este periodo de calma que se hizo entre mi eterna pesadilla de siempre.
La afiebrada noche.
Compartiendo mi sofá.
Su cuerpo contra el mío, pese a su abrigo.
Y a media luz por el amanecer comenzando.
Era un maldito, pero dulce sosiego para mí.
Y mi injustificable acusación, porque fue lo único que se me ocurrió mientras gruñía a mi alarma ante su primer sonido obligando a levantarme.
Pero con cuidado para no despertarla.
Y yendo por café y un par de analgésicos para estos síntomas en la cocina.
Seguido de cambiarme.
Se hizo presente en su rostro, cuando la desperté sin protocolo alguno.
No, enojado con ella.
Pero, furioso conmigo.
Por este idiota comportamiento lleno de cargo de conciencia por mi falta de promesa a esta cosa que provoca en mí, esta muchacha y a nada de días de conocerla.
Y de repente sin dejar de estar a mi lado por estas jodidas causalidades mencionadas anteriormente.
Preguntándome mientras bebo mi café a su dormido cuerpo momentos antes, porque se convirtió.
En un bajito y pelo cortito.
Lindo caos en mi vida.
Su lengua trabaja en el interior de su boca en que responderme, mordisqueando un lado interior de su mejilla al escucharme.
Donde sospechosamente presiento una mandada la mierda por mi queja con justificable razón.
Pero se contenta, dejando en la nada la situación.
Cual, agradezco.
Suspiro fuerte.
Ya que.
¿Cómo explicar el por qué, de mi postura a todo esto?
Porque existe una historia detrás y por ello.
¿Cómo se hace, ante mi musa que no lo sabe?
Y nunca lo va a saber.
A días de conocernos y convirtiéndose en la princesa de mis escritos.
¿Lo que, tanto me provoca y frente al recuerdo amado de Clara, aún latente y vigente en mí?
Cosas que ni yo entiendo y sin tiempo de procesarlo con calma.
Y por eso, mi mejor opción.
Omisión hasta que se pongan de acuerdo en mí, dos cosas que por lo general que nunca o rara vez van de la mano.
El cerebro y el corazón.
MATILDA
El camino a la Universidad es silencioso.
Como si yo no existiera, ni fuera en el asiento del acompañante.
Y hasta creo que por él tampoco y su camioneta, bajo la música tranquila que sale del radio y a modo navegación automática, se manejara y lo hiciera sola por la calle con el paisaje citadino blanco por la nieve.
Solo al estacionar en su lugar de siempre y a metros del sendero que conduce al pabellón de Literatura.
Y cuando ambos bajamos.
El profesor tomando su maletín mientras lee un mensaje entrante de su celular y yo, colgando mejor mi bolso y yendo al compartimiento trasero por la caja de Clarita.
Sus labios, se dignan a hablar.
- ¿Entonces, señorita Matilda? - Me dice del otro lado de su camioneta y con ese tono de voz jodidamente sexy y de mierda que tiene guardando su móvil en un bolsillo.
Y yo lo miro feo, pese a que dormí muy bien en mi segundo rounds de sueño en su incómodo sofá y con él.
Pero enterrada bajo cuatro metros antes que lo sepa y reconocer que me sentó de maravilla después, ese café calentito que me obligó a beber por más que me negué con algunas galletas dulces antes de salir.
Ya que, mi ánimo oscila entre Álien y Depredador por su volátil temperamento y entre dicho, antes de ese rápido pero delicioso desayuno.
Y por tal.
Ni mierda como ni ganas de jugar, adivina lo que el profesor dice con sus cortas y mezquinas palabras.
Tomo la caja de mi hermana y rodeando la parte trasera de su camioneta, camino hacia él.
Lo suficiente como para que me vea y diga respondiendo a su pregunta.
- Muchas gracias por auxiliarme en la carretera y darme un techo para pasar la noche... - Sostengo mejor la caja y haciendo a un lado mi mal humor, sonrío agradecida.
Porque, es así.
- ...prometo... - No lo miro por cierta vergüenza ante el recuerdo y mi vista deambula entre el centenar de estudiantes que caminan abrazados entre sí, por el frío por el campus. - ...que supongo hoy, arreglándose ya mi coche y despidiéndome de Glenda antes de volver, debo una visita al bodegón para una respuesta como corresponde a su devolución del muro... - Le digo.
No dice nada ante mis palabras y solo me inspecciona unos segundos con ceño fruncido por lo que dije.
Seguido de un asentimiento de barbilla como toda despedida y por mis palabras, para luego ver como camina en dirección al pabellón mientras acomoda mejor sus lentes.
Pero, se detiene a los pocos pasos y gira.
Y lo miro extrañada, porque me apunta con un dedo sin importarle que hay parte del público estudiantil mirándonos.
¿Pero, qué le pasa ahora?
SANTO
Cristo.
Su forma de hablar y forma de analizar las cosas, era como si charlara con un muro.
Su oído selectivo era exasperante.
¿Pensaba que lo que quería escuchar, era su agradecimiento?
¿En serio?
Y como ella dejó suspendida su respuesta momentos antes en mi departamento en un grueso ambiente, donde se podía cortar con tijera el aire.
Me limité a imitarla y tras asentir al escuchar como me agradecía, me encaminé al sendero directo al pabellón.
Mi pronta clase apremiaba.
Y yo, nunca llego tarde.
Bien.
Perfecto.
Era mejor, las cosas así.
Cada uno por su lado, porque la comprensión mutua no estaba entre nosotros.
Bufo.
Y que pensara lo que quiera.
Ejerzo el control sobre todas las cosas que rodean mi vida.
Como también y pese a cientos o tal vez miles de capas y entre otras cosas, en mi forma de ser y desenvolverme.
Como mi manejo como profesor.
Uno que sale, cuando veo un potencial o como en este caso.
En frente a un estudiante con muchas ganas de formarse.
Una, que no entendió mis palabras y lo confundió con la espera de un agradecimiento narcisista.
Pero mis pies pesaban con cada paso.
Porque me veía como un cubo de mierda y me sentía uno también, por lo que pasaba por mi cabeza.
Sí.
Que me estaba engañando y no puedo evitar voltearme.
Señalarla.
Y acabar lo que empecé, porque condenadamente me estoy dando cuenta.
Lo admito.
Y es.
Que no quiero dejarla ir.
Resoplo.
Jodido corazón, bipolar...
MATILDA
Es acusatoria la forma en que me apunta y si mi piel estaba fría por este invierno polar.
Creo que se torna más helada, porque siento que palidezco.
- Una cosa... - Logra decir, cambiando ese dedo fiscal para elevarlo entre nosotros. - ...mi pregunta, no fue por un jodido agradecimiento...
Oh.
Vuelve, sobre sus pasos hacia mí.
- ...era... - Mira la hora de su reloj. - ...que en trece minutos, la quiero en mi clase... - Es duro su tono.
Camina otro paso.
Mierda.
- ...porque mi pregunta iba y quiero creer, por lo que me dijo ayer... - Se inclina algo para nivelar nuestras miradas. - ...que decidió otra vez usted estudiar, señorita Matilda?
Y carajo.
Porque esto me lo dice.
Lejos de ese tono autoritario y ahora bajito.
Como una caricia y más bien.
¿Será?
¿Una dulce ansiedad dentro de una advertencia a la espera de mi respuesta?
Por un momento, no me hubieran venido mal los lentes de mi oma querida.
Los de mucho aumento para una mayor visión.
Para dejar a un lado, esa especie extraña de dulce amenaza que me da y poder absorber.
Y si puedo, empaparme.
En todo lo que es el paquete completo de este hombre frustrante de poco más de su metro ochenta y cinco.
Cuerpo que es el lienzo por sus tintas, sea trajeado o solo llevando lo que empecé a notar este par de días sencillas ropas, donde predomina su color favorito.
El negro.
Porque, todo él emana atracción.
Lo ejerce con su mirada.
Y como en cada letra que forman sus labios sobre esas tacañas sonrisas, si se tiene el privilegio de ser testigo cuando habla y sin saber, si es consciente de ello el profesor Santo.
Suspiro por esto último y por su pregunta, aferrando más la caja de mi hermana contra mi pecho.
- Tengo ganas... - Digo sincera.
Inclina su cabeza dudoso.
- ¿De retomar sus estudios? - Pregunta.
Y de hacer una locura como comerlo a besos, si se acerca más profesor.
- Sí... - Respondo.
Soy una desvergonzada.
Porque y aunque, es sincera mi afirmación como la decisión para retomar mi amor por mis estudios.
La presencia de su perfume masculino que me es familiar por haber dormido y sentido en su almohada toda la noche y ahora viniendo su recuerdo y con todo lo que es él, en nuestra corta distancia.
Hace que en silencio me maldiga y patee mentalmente por convertirme en una mujerzuela fácil de cautivar.
Y enamorar.
Mierda con usted, profesor.
Sus cejas se arquean al escucharme.
Y espero que sea, por lo que dije de la boca para afuera y no por mis sucios, pero lindos pensamientos.
Pero lo que sea que captó, le dio satisfacción.
Ya que hace un último contacto visual conmigo y la comisura de su boca se inclina hacia arriba, por una sonrisa de complicidad oculta mientras pasa por mi lado.
Mi cuerpo se sacude.
¿El dulce y grato escalofrío, existe?
Y ahora sí, se dirige directamente hacia su aula.
Sospechoso.
Y mi turno de detener su andar.
- No podré asistir como oyente a su clase, profesor... – Porque es verdad. - ...necesito encontrarme con Glenn... - Elevo la caja, aún entre mis manos. - ...llamar al taller mecánico y reprogramar mi regreso... - Miro toda esta ciudad universitaria, para luego a él. - ...y poder pedir el ingreso y pase estudiantil.
Busca algo del interior de un bolsillo interno de su saco de vestir.
Lo que parece un pequeño papel como su pluma.
Anota algo rápido y regresa a mí, para dármelo.
Lo tomo y es una tarjeta en blanco con un número telefónico anotado.
- Es del del taller, donde llevaron su coche el auxilio mecánico. Me notificaron con un mensaje recién, que el coche estará listo pero en la noche... - Mira el cielo que nos rodea, midiendo el tiempo. - ...sería bueno que su viaje lo haga mañana, de día y no arriesgar a que le suceda lo mismo pero en plena noche invernal.
Tiene razón.
Ni siquiera lo dudo ya que mi viejo coche de noche y con alta temperatura bajo cero, no entra en mi margen de apuro por querer regresar.
Pasaré otra noche acá y con taza de chocolate caliente de por medio en la habitación de Glenda hasta que amanezca y me resultará más fácil como avisarles y comentarles a mis padres, mientras manejo por la oscura carretera mi decisión de retomar mi querida carrera de Literatura.
- Sí, eso haré... - Digo.
- Bien. - Solo es su respuesta satisfecho.
Y así y sin más.
El profesor retoma su caminata a su pronta clase y yo a la habitación de Glenn, que ya deber haber regresado de su excursión.
Y sonrío caminando.
Porque de pronto esta fría y blanca mañana se había tornado más brillante y cálida.
Ya que mi coche está arreglado.
Abrazo más la caja.
Las cosas de Clarita están conmigo.
Y por el pensamiento que voy a regresar con mis estudios y sé, que mi hermana desde el cielo lo aprueba tan feliz como yo.
Un lindo broche para este día.
Pero, solo un dejo amargo palpita mi pecho.
El recuerdo del profesor y ese nunca más.
Sea a su ayuda en una carretera como también, dándome refugio en su departamento para pasar la noche.
Verlo después de una ducha.
Sentir su almohada en mi rostro por recostarme.
Y ya, nunca más.
Suspiro.
Compartir ese incómodo, pero lindo momento.
De dormir juntos en su sofá...
Ahora solo será el profesor Santo que cruzaré cada tanto por corredores y campus a futuro.
Y si llegamos a coincidir en alguna de sus clases.
Su simple alumna como tantas enamoradas de él.
Volteo para mirarlo por última es.
Sube los escasos escalones de ingreso al pabellón.
Y sonrío ilusa.
Como si fuera que el profe agrio y sexy, voltearía para verme.
Si todos estos días, solo fui un estorbo para él.
Y resoplo resignada mientras con una gran fuerza vuelvo a acomodar mejor y contra mi cadera la caja de Clarita.
SANTO
Mi calzado se apoya en el primer escalón de entrada al pabellón, cuando antes de guardar mi pluma en mi saco tras haber escrito esa tarjeta en blanco.
Y no puedo disimular una sonrisa como girarme sobre las escaleras, para mirar a mi musa antes de entrar al edificio.
Y niego algo divertido, mientras la observo como intenta acomodar esa condenada caja que no la deja ni a sol ni sombra.
Preguntándome no solo, qué, diablos lleva dentro.
Sino, también.
Reproche por mi corta caballerosidad y no darme cuenta en ayudar de llevarla hasta la habitación de su amiga y alumna mía.
MATILDA
Un hola efusivo con un abrazo de Glenn ya en la habitación, seguido de un adiós fugaz tomando su mochila, abrigo y un par de libros es lo que recibo por la llegada tarde a su próxima asignatura y culpa de la demora de su excursión.
Prometiéndome feliz y al saber que paso otra noche acá, que a su regreso un bar con un par de bebidas fuertes para contrarrestar el frío invernal y acompañado de algo caliente como calórico para cenar.
Cosa, que me parece bien.
Es pasado el mediodía y el tiempo apremia, si por la mañana del día siguiente regreso a casa.
Lo uso con otra ducha caliente y muda de ropa.
Algo sencillo, pero más acorde si por la noche iremos a un bar.
Almuerzo algo de queso y galletas que Glenda tiene en su refri.
Para luego y tras visitar la oficina de informe generales y de ahí, derivarme a la oficina del decano, donde mato el tiempo completando la docena de formularios que me entregaron su espera, sentada en una de las sillas plásticas del pasillo y frente a su oficina.
Después de la entrevista, cual me promete una vacante al leer parte de los papeles que llené, donde hago vista de mis materias cursadas en mi tercer año y con promedio sobresaliente.
Y sobre mi promesa como obligación, que en breve entregaré la documentación pendiente.
Siendo ya, pasada la siesta y bajando las escaleras feliz tras la entrevista con el rector del pabellón.
Bajo con saltitos alegres cada escalón y con la tentativa posibilidad de ir hasta la cantina por un humeante, delicioso y acaramelada taza de buen café de máquina.
Cosa que todo el regimiento estudiantil comparte mi idea cuando abro las puertas y se empieza a llenar la cafetería por tocar un timbre de pausa de estudio.
Tomo asiento en una mesa algo alejada del abarrotamiento de gente con mi vaso de café extra grande y una masa dulce en mano.
La combinación de ambas cosas mientras los pruebo, me hace gemir de placer por la dulzura amarga de una y azucarada de la otra en el ínterin de que busco mi celular para hablar con el taller mecánico y convenir una hora de entrega por mi coche.
Como también, hablar con mi oma y avisarle que me quedo otra noche más.
Omito lo sucedido en la carretera para no preocuparla y que mande al primo Edgar por mí.
Como también, el conocimiento y presencia del profe desde que pisé esta universidad, seguido de la idea reanudar mi carrera.
No, porque me lo niegue.
Remuevo mi café.
Solo por el hecho, que esa noticia se las quiero dar estando presente.
- Cariño, si deseas quedarte más tiempo para descansar aprovechando la habitación de Clarita, no lo dudes... - La dulce voz de mi oma me hace sonreír y emocionar al escuchar que está feliz de saber que me encuentro por fin animada después de estos tristes seis meses.
Y más.
Al nombrar con tanta dulzura a mi hermana.
Niego, intentando impedir lágrimas que amenazan, ya que, quiero que me sienta y después de mucho tiempo.
Llena de felicidad.
Suelto una risita negando, mientras limpio mi nariz y la humedad de mis ojos con el puño de mi abrigo.
- Mañana vuelvo, oma... - Digo sonriente y dando un sorbo a mi café acaramelado, mientras busco de un bolsillo la tarjeta con el número del taller que anotó y me dio el profe.
Juego con ella de a ratos y entre mis dedos y dando cada tanto, una mordida a mi masa con chispas de chocolate durante mi charla animada con oma.
Contándome desde opa con su reuma, hasta que por fin conoció a los vecinos nuevos en nuestra manzana por comprar las únicas dos casa que quedaban a la venta.
Eso fue meses atrás.
Y aunque, si los vi en la lejanía y si nos cruzábamos coincidiendo ellos viniendo o nosotros volviendo por casi residir en el hospital por cuidar a mi hermana.
Nunca estuve con ánimo de socializar.
- Los de la casa más elegante, son un matrimonio gay muy agradables... - Me comenta entusiasmada. - ...uno es un renombrado y famoso diseñador internacional de zapatos femeninos. - Prosigue y yo, ni idea.
Porque, cero lo que es tendencia y moda.
- ...y los de la casita en frente, una simpática pareja joven recién casada y padres de una hermosa bebé... - Continúa. - ...él es policía y su bonita esposa una médica pediatra.
Se me escapa una risa divertida ante su ocurrencia antaña y de otros tiempos.
De darles a ambas familias vecinas y presentándose a sus puertas en compañía de opa.
Tarde, pero seguro.
Sus deliciosas tartas de coco y chocolate crujiente como un presente de bienvenida.
Nos despedimos con muchos abrazos en el aire y ante mi último trago a mi café, cuando corto la llamada y retomando la tarjeta del profe, prosigo con llamar al taller mecánico.
Y sobre ella mirando y jugando nuevamente entre mis dedos y celular en oreja, mientras espero ser atendida.
Mi mirada se congela al ver que hay algo anotado del otro lado y contrario al número telefónico.
Porque, nunca lo vi.
Obligando a colgar la llamada para ver lo que dice por su intangibles palabras, porque escribió rápido.
Emoción.
Él profesor.
<< Espero que antes de que se marche para su pronto regreso. Cumpla en la devolución de responder, mi escrito en el mural esta noche. >>
Miro escaneando toda la cantina.
Aunque albergué para mis adentros la idea tal vez cruzarme con el profesor, sea en algún pasillo o lugar para mirarlo por última vez antes de mi regreso a casa.
Nada.
Solo me encuentro con docenas de rostros estudiantiles y uno que otro profesor supongo en las mesas.
Pero no, el rostro de él.
Y me desinflo poniéndome de pie para irme, abotonando mi abrigo y vuelvo a cruzar mi cartera sobre mí.
Es lo mejor, me aliento.
Es preferible, las cosas así.
No te ilusiones Matilda, me digo caminando y abriendo la gran puerta para salir.
Bajando unos escalones y continuar al gran recibidor que da la salida.
Hundo más mi gorra de lana una vez fuera y odiándome por haber olvidado mis guantes, al sentir que nuevamente se levanta una fría brisa que viene del sur.
- Maldición... - Rebuzno, buscándolas en el interior de mi bolso si por ese milagro los guardé y no como tengo pensado sobre la cama de Glenn.
Nada.
Y desdichada camino de regreso a la habitación y me limito a llevar ambas manos a mi boca cubriéndolas como puedo y estirando los puños de mis abrigos para darle calor con mi aliento corporal.
Uno que, queda a mitad de hacerlo.
Cuando al pasar mi vista por el estacionamiento, veo la camioneta del profesor.
Notando a metros de ella, al él caminando en su dirección y veo como.
Gruño.
Al queridísimo profesor en la puerta del acompañante y como un jodido galán.
La abre para una despampanante morena de lacio y largo cabello con mucha sonrisa en sus labios.
Cosa que él, es egoísta de regalar al resto.
Y me incluyo.
Seguido.
Y con esa siempre sonrisa, siendo testigo que para nada escurridiza ahora.
En como vuelve sobre sus pasos rodeando su coche a la del conductor y ya con linda morena dentro.
Mierda.Mierda.Mierda.
Solo estoy a pocos metros de ellos.
Miro para todos lados con urgencia, ya que no tengo un jodido árbol cerca para esconderme.
Idea que se viene abajo como naipes armando un castillo y como más de una vez hice de pequeña, por caer ante cualquier corriente de aire.
Y como tal.
Sucumbe mi castillo.
Uno de ilusión.
Cuando nuestras miradas se encuentran.
Con él acompañado y yo, desde uno de los senderos inmóvil y con una de mis manos lejos del calor que me daba, ahora apretando y arrugando por tristeza el papel donde está el teléfono del taller, como esa mierda que me pidió del mural y preguntándome, para qué lo hizo.
Ya que no le encuentro sentido sobre mi cabeza dando vuelta de los celos al verlo tan bien acompañado, mientras él acomodando sus lentes también queda con su puerta a medio abrir, porque nos seguimos mirando.
Jesús.
Observo y me acabo de dar cuenta.
En lo ingenua fui.
Porque, el profesor atrae a las mujeres que lo rodean.
Retrocedo.
Y que se deshacen a sus pies con su fisonomía como andar seguro de sí, mismo hasta el asco de lindo.
Sigo retrocediendo y camino rápido, ocultando mis ganas locas de ir arañarlo con injustificada razón.
Porque la única que siente algo por el otro soy yo.
Y por eso, disimulando mi sorpresa de vernos.
En realidad de verlo.
Apuro mis pasos por el lado contrario y lejos del perímetro del estacionamiento.
No volteo, para mirarlo como lo hice hoy temprano.
Solo, sigo caminando veloz.
Porque no quiero ver como sube como si nada a su camioneta tras vergonzosamente ser descubierta mirándolos como idiota.
No quiero que note mi acelerado corazón que bombea fuerte por esto, bajo una oleada de náuseas en mi estómago eclipsando mi tristeza.
Niego.
No.
No quiero, para nada.
Y limpio la primer lágrima con el dorso de mi mano.
Que note, que lloro por él.
SANTO
Romi se inclina desde el interior de mi camioneta y hacia el lado del conductor, al ver que no subo.
No la veo, pero siento que hace eso.
Porque mi vista se clavó en Matilda caminando por uno de los senderos y que al notarnos.
También, queda al igual que yo.
Inmóvil y a distancia.
Entrecierro los ojos ante el resplandor del sol, golpeando de frente con su reflejo a mis lentes.
Y por eso los acomodo más firmemente en el puente de mi nariz al igual que la correa de mi maletín sostenida por mi otra mano.
Para verla mejor.
Niego.
Pero, imposible fijar mi vista.
Y locamente y pese a eso, la siento taladrante.
Carajo.
¿Y triste?
Cosa que, me deja nulo de movimientos.
Pero con la sería posibilidad de que voy a tener un tipo infarto por la amargura, ya que me colma al notarlo y porque esa jodida cosa se expande en mí.
Nunca me pasó.
Esta sensación.
Que y como si fuera una flor abriéndose de par en par, invade todo mi cuerpo y al mismo tiempo haciéndome sentir.
Me apoyo contra la puerta de mi camioneta.
Miserable...
- ¿La conoces? - Vuelvo a sentir la voz de mi vecina y mejor amiga, al notar el motivo de mi demora y fijeza de mis ojos al mirar por el vidrio trasero.
Y ver como yo.
Que ella regresa sobre sus pies y para el lado contrario al estacionamiento donde estamos.
Me tiento a correr en su dirección y ofrecerme a llevarla, ante este despiadado frío que aumenta por el viento.
Pero, ya casi la pierdo de vista.
- Larga historia, Romi... - Solo le digo subiendo, mientras me abrocho el cinturón de seguridad y hundo la llave al contacto.
MATILDA
Destrucción.
Centenares de huevos estrellados contra su ventana como también, dibujarle y escribirle ASNO en grande y en toda su camioneta con un labial.
O mejor aún.
Un aerosol de color chillón, corrosivo y duración permanente.
Son ideas que deambulan en mi mente mientras llegamos con Glenn al bodegón.
Me ofreció un par de bares diferentes para que conozca.
Pero el resaltador de fibra.
Trazo bien grueso.
En rojo furioso como está mi corazón.
Y que robé de arriba de su escritorio de estudio y que ahora juega con mi mano dentro del bolsillo delantero de mi abrigo.
Me dice, aquí.
Jodidamente, acá.
La música nos recibe al abrir su puerta.
Un oldie pero tan vigente como en sus tiempos y contagiando esta noche concurrida, tanto de estudiantes como gente de la zona dentro y su ambiente calefaccionado con su decoración rupestre y agradable a disfrutar, pese a la noche polar que azota afuera, como a degustar de un buen plato de comida casera acompañado de buenas canciones y grata atmósfera.
Cosa que hacemos al ubicar a Glenda, un grupo de estudiantes que por su cantidad y uniendo dos mesas amistosamente, nos invitan a tomar asiento con ellos.
Y así, el tiempo pasa divertido entre potajes de estofado caliente y un dulce vino espumante con choques de nuestros vasos brindando al presentarme.
Y más.
Sobre el grito de alegría de mi amiga llenando más mi vaso y el suyo, cuando le doy la noticia que decidí retomar mis estudios y en esta universidad.
- ¡Salud, mi dulce Matilda! - Exclama feliz, poniéndose de pie y elevando su vaso a todos nosotros, pero en especial a mí.
- Proyectos nuevos y por lo tanto... - Me regala una sonrisa cariñosa y llena de emoción. - ...vida nueva, pequeña... - Me augura y me pide con el corazón y ante el recuerdo de su amiga querida y hermana mía.
- ¡Salud! - Dicen todos y digo yo brindando, mientras me felicitan por mi nuevo propósito de vida y dando al unísono todos, un gran trago a nuestras bebidas.
Una que al beber y mirando a través del vidrio por mi vaso inclinado.
Mis ojos van al mural escrito.
No estamos en la mesa de siempre.
Mas bien en una alejada.
Y sobre el último sorbo vaciando el dulce vino mora de mi vaso, seguido de dejarlo en la mesa junto a las botellas y platos con restos de pan.
Y aprovechando que Glenda conversa animadamente con el chico que está sentado en uno de sus lados.
Pido permiso para pasar tras las sillas al resto y bloquean mis pasos, sin saber que es por el alcohol que está haciendo de las suyas ya en mis venas sin dejarme coordinar.
Pero me hago camino al mural entre la gente y demás mesas ocupadas, mientras destapo el resaltador de rojo furioso en el proceso.
Y en nombre del manda.más.sexy.te.odio.pero.te.quiero.profe.
Una vez frente a este y esperando mi turno por unas estudiantes escribiendo en él.
Cual y con risas divertidas, una pone una frase tierna de una canción conocida y la otra, una reflexión romántica.
Les ruedo los ojos.
Lo siento.
Ñoñadas románticas, hoy no.
Y por eso busco con mis ojos y entre los colmados escritos, la porción donde el cretino de lentes lindos escribió la suya como luego la mía de días atrás, objetando desacuerdo contestándole.
Y sonrío al encontrar ambos.
El suyo y el mío un poco más abajo.
Apoyo la punta de la fibra otra vez cerca de sus palabras escritas en el momento que ese par de chicas que anteriormente escribieron, saludan a alguien que llega y se acomoda detrás mío.
No me importa, estoy concentrada pensando que poner.
Anteriormente, llegué a reflexionar sus palabras en el mural y hasta llegué por un instante y como le dije esta mañana temprano, cuando nos despedíamos.
Que fuera de mi verborragia cursiva de aquella noche pasada antes de irme, iba a darle una devolución como corresponde a ese pensamiento escrito por él.
Pero ser coherente y devolver esa promesa ahora, no me nace y me vale mierda su escrito.
¿Rencorosa por celos?
Sí, totalmente.
Y sonrío empezando a escribir, solo bastándome tres palabras suficiente para definir lo que siento en este momento.
Tres escasas y cortas palabras que en su rojo furioso de tinta sobre muchas en color negro como la del profesor, se destaca.
Y debo decir que me esmeré en que sea con una prolija imprenta de un importante tamaño, para que mejor se comprenda y vea o llame la atención de cualquier punto y cada sector de este lindo bodegón, en su rojo pasión mi segunda leyenda recién escrita.
Porque, no me aguanté y le puse.
Y le dediqué, un:
"BESA MI CULO."
Guardo el resaltador en mi bolsillo trasero de mi pantalón y retrocediendo unos pasos para admirar mi obra maestra orgullosa.
No es un Picasso, pero la miro como tal.
Y sobre las exclamaciones por mi descaro de estas chicas al verlo y que por ello dicen algo negativo de mí, a la persona que sigue detrás mientras sacudo mis manos entre sí, satisfecha y sonriente.
No me importa.
Decido regresar a mi mesa con una sonrisa.
Sonrisa que se ahoga bajo mi exclamación de susto al girarme, cuando solo pensando en ir tras un cuarto vaso de ese dulce vino espumante y beberlo a placer con Glenn y sus amigos.
Me encuentro al profesor.
De pie.
Y lejos de su atuendo rígido siempre serio y perfectos en sus trajes de vestir cuando da sus clases.
Está rígido y semi apoyado por un hombro en una columna del lugar a metro y medio de distancia.
Ambas manos guardadas en los bolsillos delanteros de sus gastados jeans oscuros.
Zapatillas acordonadas y a juego en color con un pie descansando delante del otro.
Abrigo en cuero negro como la gorra de lana que cubre su cabeza y una bufanda de ese mismo material pero en gris, que por su prolongado largo varias vueltas cubriendo su cuello y caen en ambos lados de este.
Dándome cuenta con verlo así, natural y sencillo.
Como si fuera un estudiante más.
Y solo, limitándose a observarme caviloso y silencioso, pese a la indignación de dichas chicas que no dejan de hablarle y despotricar contra mí.
Jodida vida.
Que el profesor.
Es el hombre de mi vida.
Y nunca pero nunca nadie, podría cambiar ese hecho.
Pero este sentimiento solo es algo mío, porque soy la única que lo siente.
Muy mío y que debía resguardar este secreto, si iba rehacer mi vida estudiantil como social acá.
Le estrecho los ojos para disimular que me descubrió, mientras intento irme.
Ya que, jamás se debe enterar bajo su periferia de baja bragas y mujeriego, lo que siento por él.
No tengo idea que es lo que dice frente a algunas bromas de la mesas aledañas al leerlo y reconocerlo, mientras me retiro ignorando su presencia.
Pero sí, que al llegar a mi mesa el profe lo hace también.
Sorprendiéndome, que tras saludar a todos con un ademán de barbilla.
Inclusive a su asombrada alumna y mi amiga.
Tomando mi mano impide que me siente, como en la otra la botella que sostengo para llenar nuevamente mi vaso, me la quita y entrega esta a otro compañero mientras agarra mi abrigo del respaldo de mi silla y con un:
- Cuida sus pertenencias... - A Glenn pasmada pero que asiente a eso, tomando mi cartera para ponerla con la suya.
Y me jala para que lo siga en dirección a la salida.
Mis ojos bajan mientras caminamos con nuestra manos entrelazadas.
Pero una vez fuera, obligo a que detenga su rápida caminata a medio cruzar la calle llena de nieve y en dirección a su camioneta estacionada casi frente nuestro.
Como también y de un movimiento brusco de mi parte en que suelte mi mano.
Me mira en donde me quedé y como me abrazo a mi misma por el fino suéter rosa que llevo contra la helada noche y con ganas nuevamente de nevar despiadadamente.
Intenta ponerme mi abrigo que aún sostiene, pero rechazo su ayuda empujándolo y tomando este, con ira por toda esta situación.
Hasta que comprendo su enojo y que por eso, me llevó obligada a afuera.
- ¡Lo siento! - Exclamo, procurando ponerme mi abrigo.
Y mierda.
Porque es imposible por mis nervios y desisto tras una lucha y con solo un abrazo a medio poner.
Chillo sobre una risa que oculta él, bajando más su gorra de lana y mirando el pavimento nevado.
Creo.
- No debí, escribir eso... - Suelto.
Aunque para nada estoy arrepentida por mis infundamentados celos de verlo hoy irse con esa morena.
Y se da cuenta, pero prosigo igual.
- ...perdón por poner esa burrada, cuando le prometí algo coherente... - Señalo el bar excusándome y una sonrisa juega en sus labios, cuando hace solo un paso hacia mí, y su mirada se resbala por mis caderas.
Mi cintura.
Seguido de mi abrigo a medio poner y quedó colgando de uno de mis brazos.
- ¿Por qué lo hizo, Matilda? - Me pregunta sobre otro paso acercándose, pero manteniendo una distancia.
Y una risa se me escapa, que intento ocultar tapándola con mi abrigo.
Porque es nerviosa y hasta yo, no puedo creer por lo que voy a decirle sincera por culpa del alcohol o porque, ni yo misma lo entiendo que en solo tres putos días.
Lo miro como espera mi respuesta y bajo los primeros copos de nieve comenzando a caer.
En este sentimiento tan fuerte y que comencé a sentir por él.
Y necesito que su mente fría como inteligente, me haga notar esta locura.
- Por celos... - Murmuro, cerrando mis ojos cuando lo digo y ante el contacto de los primeros copitos cayendo del cielo en mi rostro.
Pero los abro para recibir su testamento de insulto, porque me lo merezco.
- ¿Celos? - Repite y sin blasfemias por mi fechoría escrita en resaltador rojo furioso.
Afirmo bajo su otra vez, mirada silenciosa y que medita, pero ahora en un punto fijo de la calle acumulándose más de nieve.
- ¿Por lo de esta mañana? - Indaga y comprende al notar el descontento de mi rostro por venirme a la mente él, acompañado de esa linda chica y montándose a su camioneta para ir.
Y con este frío de mierda.
A lo mejor a su acolchada.
Por demás grande y suave cama del profesor.
Arrugo mi ceño.
Y seguro, que para coger de miedo.
- Lo siento ¿si? - Vuelvo a decir, pero esta vez sinceramente arrepentida y triste como muy avergonzada al reconocerle mis imprudentes celos.
Descubra mis sentimientos.
Respiro profundo y exhalo el mismo, ya que sacar el aire me ayuda a proseguir.
- Yo... - Retrocedo sobre mis pasos a la puerta de ingreso del bodegón y la señalo con mi pulgar. - ...voy a pedir un trapo a los dueños y tratar de borrar lo que escribí...
- ¿Por qué? - Me dice curioso.
Y miro ingenua un árbol que está cerca nuestro, para luego a él.
¿Eh?
- Porque lo ofendí, profesor... - Digo ante mi mandada al diablo escrita y el recuerdo de las mesas aledañas riendo por mis dichos, frente a él hace un rato.
Y eleva su dedo fiscal.
Ese índice que siempre pone a modo explicativo de esa forma tan suya y que estoy aprendiendo a conocer.
Y donde te dan ganas.
Porque es una batalla interna siempre.
Entre morderlo o lamerlo todo.
- ¿Quién le dijo que me ofendí, Matilda? - Me pregunta y sonríe divertido, repentinamente.
Y Dios querido.
Porque no entiendo este hombre, preguntándome si nació con un manual de instrucciones y así, poder leerlo e intentar comprenderlo.
- ¿Disculpe? - No sé, que otra decir, ya que estoy perpleja.
Su turno de mirar ese árbol como la incesante pero pequeña nieve que cae, guardando aún más sus manos en sus bolsillos delanteros de sus jeans.
- Lo que viste esta tarde en el estacionamiento, es irme con mi vecina y mejor amiga finalizando sus clases de hoy...
Oh Dios.
Y mis manos tapan mi boca por vergüenza.
- ...y como casi siempre lo hacemos, cuando coincidimos con nuestro horario de salida... - Me explica tranquilo y sin hacer caso a mi metida de pata. - ...volver juntos... - Sin más.
SANTO
Yo la miraba.
Casi sin aliento, dándome cuenta de todo, pero tratando de memorizar su rostro.
Carita que aún y sin darse cuenta de ello, seguía con sus manos ocultando su boca al oír mi tranquila justificación.
Pálida por el frío y al entender lo que realmente sucedió, como la misma nieve que cae sobre nosotros, con sus cientos de capa de abrigo y esa gorrita tejida de lana blanca pomposa de siempre.
Tan bonita sin saberlo y siendo tan mi musa sin esfuerzo.
Y cual, esta noche nevando sin cesar estaba siendo testigo.
No solo por mi paisaje inspirador que me sigue mirando asombrada y con cierta culpa por más mandada al cuerno que me regaló en el mural y frente a toda la gente en el bar.
Y donde toda esta situación en realidad, me hizo gracia y hacía mucho que no me divertía.
Dándome unas ganas locas de tener el teclado junto a mí o en su defecto mi cuaderno de anotaciones para escribir como una postal este momento.
Sino, además.
Y que, pese a que luché desde los primeros síntomas desde que la vi por primera vez.
Renegué de esas putas causalidades.
Y me enfurecí conmigo mismo y ante todavía el doloroso recuerdo de Clara, de llamarla mi musa sabiendo a miel y seda ese apodo en mis labios y en solo pensarlo.
Yo.
No puedo.
Repito.
Dejarla ir.
Y tras escuchar su celos y lo que siente por mí.
Quiero que entienda los míos.
Mi fanatismo y lo que provoca, porque ahora y después de mucho tiempo.
Poco más de seis meses.
Mi mundo vuelve otra vez a tener un significado gracias a ella.
Como un bálsamo que desenreda mi vida y que es la jodida esperanza a esa eterna soledad en mí, y se estaba convirtiendo.
La observo como camina sobre su lugar.
En mi jodido cielo.
MATILDA
Camino pensativa, pero sin punto concreto.
Más bien, voy y vengo pensando.
Y maldición.
Buscando la manera de resolver semejante metida de pata.
Loser, total.
Porque no se le ocurre nada a mi cobarde cerebro.
Pongo mis manos entre sí, y tipo ruego sobre mi rostro.
- Lo siento... - Murmuro misericordia. - ...lo siento mucho, profesor... - Digo, entrelazando más mis manos.
Me quedo también en silencio al ver que por mis consecutivas disculpas no me responde.
Mierda.
Creo que, no me quiere dirigir la palabra.
- Estás muy lejos. – Entonces, suelta de pronto.
¿Qué?
Lo miro por eso.
- ¿Perdón?
- Yo escribí hace mucho lo que me sucedía. - Habla de su palabras en el muro. - Y tiempo después, usted vino y respondió, estando de acuerdo o no a ellas... - Camina algo. - ...pero, como me gusta las cosas concretas señorita Matilda... - Me mira. - ...prometió una devolución, antes de su regreso por mi pedido...
Y lo hice cagándola, pero asiento, porque tiene razón.
- ...siendo mi turno de responder ahora. - Prosigue.
No me animo a mirarlo.
Porque seguro me va a replicar con una palabrota mayor.
- Cumplir en realidad... - Termina y dice sin blasfemias como pensé.
Abro mis ojos.
- ¿Cumplir? – Repito su dicho.
Y sonríe.
Y yo me quedo embobada, porque es una hermosa sonrisa de par en par.
Y sin llegar siquiera a los talones y que tanto celos me dio, cuando regaló esa otra sonrisa a su mejor amiga en el estacionamiento.
- Responder o más bien ejecutar... - Dios, con ese rostro sonriente y a paso de mí. - ...a esa amenazante, extraña y tentadora mandada a la mierda que me escribió...
Miro su boca, cuando lo dice.
Es tan llena y atrevidamente sonriente, mientras proceso el sentido.
Y abro más mis ojos.
CARAJO.
De mis tres simples palabras, escrita en rojo furioso.
Lo miro.
¿Acaso, él piensa de verdad acatar lo que escribí?
Y sus labios, uniéndose a los míos de golpe.
Responden por él.
Y así.
Pasamos llanamente de este enfrentamiento ardiente y sin tregua por mi culpa.
Jesús.
A buscarnos desesperadamente besándonos más, mientras me lleva contra su camioneta.
Nos tropezamos con la nieve y hasta revotamos en una parte de la cajuela, pero me presiona contra una de las puertas con nuestras bocas pegadas y me aprisiona contra esta con su cuerpo.
Su lengua busca la mía en una respiración.
Es duro.
Fuerte.
Y me gusta.
Su rígido pene abultado en su jeans, se frota sobre mí.
Y algo tibio me inunda, sintiendo como mi humedad ante sus caricias y besos posesivos con nuestras lenguas entrelazándose y buscándose más, mientras sus manos demandantes, se deshacen de mi abrigo como gorra, para enredar sus manos en mi pelo.
Tomándome y empujándonos por la necesidad imperiosa de sentirnos, por más ropa que llevamos mientras intenta abrir la puerta del acompañante.
Empezando a mojarse mi braguita...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top