CAPITULO 17

SANTO

<< Imposible, sentado bajo la sombra del árbol que me encuentro y apoyado tranquilo con mi espalda sobre su grueso tronco.

No observarla, desde la pequeña distancia que nos separa.

O como digo yo.

Nos une.

Porque es así, siempre.

Con uno de mis cuadernos de notas y bolígrafo en mano.

Mi compañero de aventuras como se decirle y llevarlo conmigo a todos lados.

Para anotar.

Plasmar.

Y escribir en el con cada punto y coma, cosas.

Sensaciones.

Bosquejos de emoción y sentimientos, hecha palabras.

Porque, ella era mi voz en cada hoja.

Mi lenguaje y habla.

En cada texto de mis obras que componía y subía a una plataforma de forma anónima y con el seudónimo de copito de nieve.

Droga, contemplarla con su andar juvenil y despreocupado.

Pelo a medio recoger por una hebilla su largo pelo castaño, que ese día se balanceaba suave por la brisa.

Manitos entrelazadas atrás silenciosa, pero sonriente.

Con su siempre jeans algo desgastados.

Blusa ese día y por pisar el verano en tono rosa y zapatillitas blancas acordonadas.

Escuchando con sus auriculares puestos, su viciada música ochentosa.

Ese día a Barbra Straisand, mientras se dejaba llevar por todo este vergel a poco kilómetros de la Universidad y campus.

En especial.

Donde sus pies se detuvieron.

Antes de cruzar el pequeño puente en madera antaño pero pintoresco que une las extensiones de este parque natural, florido y verde del diminuto río que divide esta.

Y como siempre antes de hacerlo.

Sonrío, acomodando mejor mis lentes desde el árbol que estoy.

Fijarse cada tanto volteando, para ver si la miro y que al confirmarlo.

Me regala una sonrisa feliz sobre el hombro cual me observa, seguido a caminar sobre él para detenerse luego a mitad de este y apoyarse en su baranda de madera ajada.

Siempre sonriente.

Siempre, escuchando su música.

Y hasta podía notar que, cerrando sus ojos por unos segundos para disfrutar de todo esto, como el sol que cuelga en su cielo despejado y baña.

Inunda.

Y colma todo lo que nos rodea.

Y no lo puedo evitar sacando mis lentes de lectura y guardarlos en un bolsillo, ponerme de pie dejando mi compañero de aventura entre nuestras mochilas, la botella de jugo y un par de sándwich que trajimos.

Para ir tras ella, discreto como cauteloso y tomarla por sorpresa por detrás.

Para abrazarla.

Mucho.

Cual, al sentirme como la rodeo, sonríe complacida y besando parte de mi brazo tatuado que la envuelve feliz.

Porque este, es uno de sus lugares predilectos para besar.

Mientras el mío, abrazarla.

Envolverla.

Cubrirla completamente por su pequeño tamaño y baja altura sobre la alta mía.

Y apoyar inclinado mi barbilla, en el espacio de curvatura entre su hombro y cuello.

Para sentir, no solo su dulce perfume muy femenino en su piel.

Sino, también.

Lo que solo y únicamente ella me trasmite.

Esa calidez, que nadie más me da.

Suspiro feliz sacando uno de sus auriculares de su oreja y acercar mi labios, para susurrarle.

- No me vayas a dejar nunca... - Bajito y tomándola más, contra mí.

Ríe con ganas, dejándose llevar por mi abrazo y descansando su cabeza en mi hombro, permitiéndome eso besar su frente.

Pero, seguido siempre y cosa que se hizo habitué y tipo juego por llevar siempre en mis prendas de todos los días, gorras deportivas o de lana, fuera de mis rigurosos trajes si no doy clases.

Con un golpe suave y divertido de su mano, bajarlos hasta tapar mis ojos riendo.

- ...siempre voy a estar, Santo... - Clara, me dice.

En realidad, escucho por no ver y también, río.

Me mira, me besa y me promete... >>


Promesa que me hizo y nunca sucedió.

Siento calor.

Ni se cumplió.

Juramento que ahora es desasosiego.

Mi cuerpo arde.

Y se convirtió lo que era ese lindo sueño en una triste realidad.

Una que, poco más de seis meses se adueñó de mis noches y que milagrosamente, estos últimos días no lo padecía.

Pero hoy.

Esta noche.

Vuelvo a sufrirla mientras me retuerzo por mucho calor que siento en el sofá y obligándome a despertar, porque sé, que es una maldita y jodida pesadilla.

Pero no puedo.

Calor, mucho calor.

Porque, me cuesta abrir mis ojos.

MATILDA

Miro satisfecha la cama con la última palmada sobre ella, al terminar de tenderla.

Perfecta.

Chequeo la hora desde mi reloj pulsera ya vestida, seguido de tomar mi bolso colgándolo de uno de mis hombros, como la caja con cosas de mi hermana para abrir con cuidado la puerta de la habitación del profesor y salir.

Intento no hacer ningún sonido, al ver que todavía duerme tendido en el sofá y puedo divisar su cuerpo cubierto apenas por una cobija, por el resplandor y primeras luces de la mañana, que llegan desde las cortinas semi corridas del ventanal.

Aún, es muy temprano.

Demasiado.

Y un escalofrío me colma inducido y por acercarme, al ver a través de esta.

Como el frío polar que golpea afuera con su ventisca.

Y mi boca, se abre de asombro.

Mierda.

Al ver casi 10cm de nieve acumulada y como toda esta, cubre la ciudad por culpa de la tormenta de anoche.

Pero algo me saca de mi fascinación blanca y fría.

Gemidos o más bien, quejas.

Y volteo curiosa para encontrarme al profesor incómodo y lamentándose en el sillón muy dormido.

Me acerco un poquito y con cuidado, dejando mis cosas en la mesa.

¿Tendrá una pesadilla?

Otro paso, pero me detengo a una prudente distancia y noto como se contrae más sobre la frazada y me alarmo, porque las líneas de expresión de sus ojos cerrados por su profundo sueño, muestran dolor.

Y del mucho, bajo el semblante de su rostro que se mueve sobre la almohada improvisada hecha con un abrigo.

- Profesor... - Murmuro despacito y desde mi lugar tentada a tocarlo al ver que no despierta.

Me arrimo un poquito más.

- ...profe... - Vuelvo a llamarlo suave.

Y nada.

Me alarmo más.

¿Será, que enfermó?

Ya que esta baja temperatura de mierda y por más calefaccionado el departamento puede haber tomado frío anoche.

Miro la delgada cobija que lo cubre, como al incómodo sofá donde durmió.

Y ahora gimo yo, porque es mi culpa.

Y ya no me importa nada, porque puede tener fiebre y me arrimo hasta él e inclinada, reposando con cuidado mi mano en su frente.

Se sigue moviendo y me cuesta medir su temperatura.

Demás decir.

Que jodidamente no tengo mucha idea.

Pero imito lo que vi en muchas películas o cuando oma lo hacía con nosotras, mientras me siento suavemente a un lado de él.

Comparar su calor con mi otra mano en la mía.

No logro notarlo, pero sí, que un sudor tibio lo cubre con esos movimientos dormidos que sin ser exagerados, son imposibles por alguna dormida molestia.

- Y eso no debe ser bueno... - Susurro palpando su rostro, seguido de ponerme de pie para ir en busca de algún analgésico a la cocina o una batea con agua fría y un paño.

Pero apartar mi mano de su frente y levantarme de golpe, algo provoca que mi corazón de un vuelco.

Y es ver.

En realidad, sentir.

Que el profesor reacciona mascullando una protesta dormido y tomando mi mano al vuelo con una de las suyas, mientras procuraba ponerme de pie.

Ay Dios, de los cielos...

Y me atrae de nuevo hacia él.

Abrazándome y obligando a que me recueste a su lado y contra su cuerpo el mío.

Mucho.

Oh Jesús.Oh Jesús.Oh Jesús.

¿Qué, mierda hago?

Me abraza más.

¿Y qué le digo, cuando despierte?

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