CAPITULO 1
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Muy felices Pascuas, gente!!
CRISTO.
<< Un dom real, no pregunta ni exige por títulos o nombres a su sumisa.
Él lo adquiere, porque ella lo siente.
Porque dom real se nace, no se hace. >>
MARCO
El teléfono junto a la mesa de mi cama no para de sonar.
Tanteo entre la oscuridad con una mano de muy mala gana por el interruptor del velador y bajo el gruñido intangible y dormido de mi esposa al lado mío.
La luz encendiéndose provoca que refriegue mis ojos, intentando con continuos pestañeos adaptar mi vista, mientras me incorporo atendiendo el llamado y con la otra, giro para ver mejor la hora en el despertador.
3:14AM.
Mierda.
- ¿Si? - Sale de mí, con voz pesada, ronca y dormida entre dos bostezos seguidos, mientras rasco mi mandíbula somnoliento.
Escucho lo que me dicen del otro lado sentándome en la cama y haciendo a un lado las cobijas que me cubren, negando en silencio y equilibrando el teléfono contra mi oreja y hombro, para buscar algo de ropa.
Porque, no me queda otra.
Agradezco colgando la llamada y por más que intento no hacer ruido al ponerme lo primero que encuentro sobre la silla para vestirme y las zapatillas bajo la cama, pero mi mujer me habla entre las sábanas.
- ¿Otra vez? - Solo dice entredormida.
Sonrío cansado y calzándome un abrigo.
Anunciaron en la radio ayer por la mañana, que los primeros fríos polares comenzaban esta semana.
- Otra vez, cariño... - Respondo con un resoplido y haciendo dos giros sobre mi cuello a mi bufanda, seguido a la gorra de lana hasta abajo de mis orejas.
Claudia se incorpora de la cama, chequeando la hora que es.
Me mira.
- No seas duro con él, Marco ¿si?
- Pendejo de mierda... - Solo gruño y tanteando en el bolsillo de mi abrigo, si se encuentran las llaves del coche.
Pero su mirada, pese al sueño de trabajar casi 12h en la farmacia.
Inclusive guardias los fines de semanas.
Esposa y madre de nuestras dos hijas.
Sumando a que esto, se estaba volviendo algo cotidiano en casi todas las madrugadas de nuestras vidas en el último tiempo.
Está llena de compasión por él.
Suspiro inclinándome y apoyando una rodilla sobre la cama, para poder besar la frente de mi mujer.
Acaricio y pongo detrás de una oreja, su pelo rubio revuelto por el sueño.
- Prometo, no ser tan malo... - Sonrío.
Y ella también, volviendo acomodarse entre el calor de las frazadas y sábanas.
- Ok... - Un suspiro de alivio, cerrando los ojos.
Y así, sin más.
Salgo de la habitación verificando la contigua.
La de las niñas.
Que profundamente dormidas y tapadas, duermen plácidamente cada una en su camita.
Vuelvo a sonreír cerrando con cuidado su puerta apenas, para que la tenue luz del pasillo llegue y corte algo, la oscuridad de ella.
Ya que la más pequeñita, aún no supera su miedo a dormir en la totalidad de esta.
La madrugada está fría y obliga a encender la calefacción como luces, mientras me abrocho el cinturón de seguridad y hundo la llave en el contacto.
La gran fresca que prometieron, se hace sentir sobre las calles y parte de la carretera casi desierta por el horario, mientras conduzco a la dirección que me dieron.
Los olores familiares de bar llegan a mi nariz al abrir la puerta y aflojo algo mi bufanda como abrigo, para combatir el calor sofocante del interior.
Alcohol.
Carcajadas por el buen ambiente.
Perfume de hombres como mujeres, flotan en el ambiente como el aroma a muzzarella por alguna pizza pedida.
Y el sonido estridente como tradicional de este, por aún con bastante gente todavía, de las bolas en un golpe directo de jóvenes jugando al billar en sus respectivas mesas y bajo la música típica de los '70 de estas tabernas sonando por el lugar a todo volumen.
Los gruñidos o aplausos con choques de jarras de cervezas heladas entre ellos mientras camino, me traen de vuelta a mi pasada vida de estudiante con amigos años atrás.
Camino entre las mesas esquivando personas y levantando mi cabeza, para registrar el bar y en cada joven bebiendo o bailando sobre su lugar con trago en mano, mientras me dirijo en dirección a la barra ubicada sobre el fondo y a un lado de esta.
Buscando.
Hasta posarse mis ojos en mi hermano, cuando lo encuentro.
Y mi estómago se retuerce.
Por notarlo, casi tirado sobre esta y entre unas mujeres hablando entre sí, pero intentando entablar conversación con él.
Su expresión es ilegible desde la distancia que me encuentro y espalda a mí, pero a medida que me voy acercando.
Percato que está inmóvil y con un vaso de algo oscuro en una de sus manos, mientras le entrega a una de las mujeres.
Tal vez, estudiante de la U.
Su celular luego de agendar supongo su número en él y a duras penas, intentando mantenerse en pie.
Pero errando, cae su hombro de la barra y su teléfono por la borrachera que carga, se desliza por su mano aterrizando en el suelo cuando llego hasta él.
Suspiro largamente.
Porque, ya perdí la cuenta de que busco a mi hermano menor en este estado y lo encuentro así.
Corro a una de las chicas muy acaramelada a su lado, para ponerme contra la barra mientras recojo su móvil tirado y toco su hombro para que eleve su mirada perdida de alcohol a mí.
- Hora de regresar a casa y dormir, pendejo... - Le digo, agradeciendo con la barbilla al cantinero por su llamado que me lo devuelve con otro gesto y sin dejar de atender la clientela.
Sus ojos ahora mirándome, intentan focalizar y los abre más al reconocerme.
Y se sonríe, bajo su potente estado de ebriedad.
Hace a un lado su pelo todo revuelto de sus ojos y dando una gran calada al cigarrillo que tiene entre sus dedos, me mira.
- Tú, no eres la linda rubia que estaba recién a mi lado... - Me dice divertido.
Le resoplo rodando mis ojos y sacando el cigarrillo entre sus dedos a medio fumar como vaso de alcohol, para golpear con mi mano a un costado de su cabeza como reproche, que lo hace reír más.
Y lo reconozco.
A mí, también.
El pendejo no cambia, pienso negando divertido, tomando uno de sus brazos para rodearlo sobre mi cuello, para que lo ayude a mantenerse y empiece a caminar en dirección a la salida.
- Mañana, las llamo...nenas... - Hipa y promete, girando sobre su hombro mientras lo arrastro a la puerta a las estudiantes, que quedaron en la barra comiéndolo con la mirada y ganas.
- Mañana nada de mujeres, cabrón... - Lo corrijo. - ...te voy a dar un sermón hasta que sangren tus oídos... - Le juro, acomodándolo como puedo del lado del acompañante de mi coche y abrochando su cinturón de seguridad una vez fuera.
Su carcajada seguido de otro hipo, suena en el interior.
- Podía volver solo, Marco... - Me dice, acomodándose más contra el asiento y abrazado así mismo por la helada de la madrugada, cerrando los ojos.
Niego sacando mi gorra de lana como abrigo grueso, para ponérsela a él sobre su cabeza y taparlo por solo llevar una camiseta de mangas largas.
- ¿Manejar en ese el estado que estás? - Sonrío. - Mañana cuando estés sobrio y te cuente lo que dijiste, no te lo vas a perdonar señor seguridad... - Le digo, cerrando la puerta para rodear el coche y subir de mi lado.
El motor ruge pese al gran frío cuando lo enciendo y dejo que caliente algo, mientras me refriego mis manos entre sí, por calor y a pesar de la calefacción prendida.
- Gracias...Marco... - De golpe la voz de mi hermano suena.
Volteo a él.
Sobre la semi oscuridad del interior de mi coche y por la noche, una apretada de bola se forma en mi garganta, cuando me doy cuenta que mi hermano seca con su puño una lágrima.
Inclino mi cabeza y lo miro lleno de cariño.
- ¿Quieres hablar de ello? – Pregunto, apoyándome más sobre mi asiento.
Niega en silencio con la cabeza, apartando su mirada llena de dolor y ebria de mí.
Y como cuando éramos chicos, revuelvo su pelo por sobre la gorra de lana obligando a que su mandíbula tensa se afloje, logrando que sonría y a manotazos saque mi mano.
- Eres mi hermano menor y siempre voy a estar, Santo... – Le murmuro, palmeando su mejilla y alcanzándole sus lentes, que dejó por la borrachera contra un borde de la barra olvidado.
Asiente, poniéndoselos y ajustarlos mejor sobre su nariz con otro hipo ebrio.
- Lo sé... - Solo responde acomodándose, cerrando los ojos contra su asiento y cubriéndose más con mi abrigo, mientras retomo la marcha y conduzco en dirección a mi casa.
Y el turno de él, ahora.
De suspirar de forma larga y muy triste...
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