#6. Un Último Suspiro.
Córdoba, Argentina. 27 de Julio de 2007.
Me sobresalta el alborotado sonido de una frenada. Unos segundos después, escucho ruidos provenientes de la planta baja; cierro los ojos simulando estar dormida, mientras unos escalofríos de pánico recorren todo mi cuerpo. Por desgracia, el captor se detiene frente a la puerta del sótano y encasilla la llave en la cerradura. Tras algunos intentos, logra abrirla e ingresa un asqueroso hedor a alcohol mezclado con tabaco. Cierra la hoja de un portazo y desciende fluctuando los escalones hasta posicionarse frente a mí.
-¡Niña, despierta! -Dice alzando el timbre de voz- ¿Adivina quién está de regreso? -simulo despertarme con los alaridos, abriendo los ojos de a poco.
-Hola -finjo sonreír- quise esperarte despierta, pero el sueño me ha vencido -me percato de su mandíbula herida- ¡Oh, por Dios! -dramatizo- ¿Qué te ha ocurrido? ¿Estás bien? ¿Quieres que te cure? -pregunto tratando de apaciguarlo al percatarme de su mirada perdida.
-Me han dado un puñetazo, ¿Qué pasa? ¿Te hace feliz? -responde en un tono cínico.
-No, más bien me molesta -miento- ¿Quién podría hacerte algo así? Deberías vengarte -le sugiero proyectando una preocupación inexistente.
-¿Ahora me vas a decir que debo hacer, chiquilla estúpida? -el arrastre de algunas palabras deja entrever una leve borrachera.
-¡Vamos! Déjame bajar y curar tus heridas -insisto.
-¡Te voy a tapar esa maldita boca, para que no me interrumpas más con tus idioteces! -zanja furioso.
Gira sobre sus talones y se aleja del recinto; mi mente vaga sin poder especular un posible destino, solo tengo la certeza de no haber sido capaz de persuadirlo tras mi improvisada actuación. Esta situación supera mi capacidad de resistencia, llevo dos noches sin poder dormir bien y con el paso de los días estoy más débil, haría lo que fuera por poder regresar a mi hogar. Puedo oír un gran alboroto; suena a objetos estrellados, a cajones y puertas cerradas con vigor. ¿Qué será aquello que busca? ¿Qué nuevo castigo tocará padecer?
Un instante más tarde recula al subsuelo; lleva un gran cilindro de cinta superpuesto en una tela gris que parece encubrir otro objeto. Pronto abandona el lienzo a escasos metros de distancia y avanza orientándose hacia mí. Posee una mirada rabiosa, sus ojos yacen dilatados e inyectados en sangre. Tira del adhesivo cercenando una generosa proporción y me empotra una impávida mirada.
-Por favor -suplico- no sigas haciéndome daño, te lo imploro... -antes de que termine de hablar cubre mis fauces con el trozo de cinta.
-Tu voz y las constantes quejas colmaron mi paciencia. No quiero seguir oyéndote, niña. ¡Eres un fastidio! Ahora mismo voy a darte tu merecido.
Desenrolla el ancho cinturón de cuero que sostiene su pantalón y se ubica detrás, quedando con mi espalda a su merced. Extiende la correa y con gran ímpetu, se impulsa para inaugurar una serie de azotes sobre mi dorso, sin ningún tipo de compasión. Colmada de rabia, siento unas cuantas lágrimas escurrirse por mis mejillas; aprieto fuertemente los puños de impotencia y dolor mientras su asquerosa lengua explora uno de mis mofletes.
Con cada laceración percibo un calvario insoportable. La gruesa correa de cuero, insensible y tensa, cimbra en el ambiente antes de descalabrar mi piel. Una y otra vez repite la hazaña, ejecutando un cruel castigo que estalla sobre mi espalda y acaba en un chillido plañidero, angustioso. Mi cuerpo inerte tambalea de manera aleatoria, en todas direcciones con el rescoldo del cinturón. Nada parece interrumpir su concentración, nada aparenta detener su frenesí.
Unos minutos después deja de causarme dolor e intuyo que todo ha finalizado pero mi apreciación es incorrecta, solo es el principio; escabulle su mano dentro de mis pantalones e introduce sus dedos entre mi ropa interior. Afianzo los párpados implorando acabar inconsciente o desvanecerme, y evitar padecer tan repugnante sensación; pero a pesar de mis rezos nada de eso ocurre; permanezco lucida, lo siento todo, y esto es lo más aflictivo.
Luego, aferra mi camiseta a la altura del cuello y la fracciona de un tirón. Suplico piedad con los ojos inundados de lágrimas, pero solo consigo recibir una salvaje bofetada que hace reventar la parte inferior de mi labio, ocasionándome un ligero sangrado. El abusador encuentra en aquella acción cierto atractivo morboso que no pretende esconder en absoluto.
-¿Te duele? -dice en tono de burla- No deberías haberte movido.
No obstante, hurga el bolsillo trasero de su desgastado jean, para recoger una llave plateada; se despoja del pantalón y alcanzo a entrever sus piernas desnudas, esto hace cumplir la desdeñosa perspectiva que tengo acerca de la situación. Se inclina en posición de cuclillas, y utilizando el diminuto elemento despliega los grilletes que inmovilizan mis piernas.
Luego procede a despojarme de las bragas y sitúa la palma de su mano en la parte interna de mis muslos, rozándolos con suavidad para distanciarlos posteriormente a ambos lados. Su expresión se vuelve afanosa, sádica y sus globos oculares permanecen tan abiertos que parece carecer de párpados.
Sujeta el extremo izquierdo del adhesivo que recubre mi cavidad bucal y lo desprende con rudeza, arrancando parte de la piel de mi bozo. Declina un poco, examinando mis heridas, atraído por el aroma y el sabor del flujo sanguíneo ocasionado por los correazos; sin mirarme ni emitir palabra alguna, embriagado de placer, desata la cuerda adherida al tirante superior y procede a descolgarme. Tras hacerlo, arroja mi cuerpo sobre la rústica superficie de cemento y quedo en posición horizontal.
No puedo moverme, solo me delimito a observarlo aterrada desde allí. Me sujeta por la muñeca izquierda, ubica mi mano alrededor de su sexo, intercalada con la suya y me obliga a deslizarla por la erección. Su rostro denota una axiomática lujuria que pronto origina un nauseabundo efecto en mi estómago. Luego de instados movimientos, jala de mi cabello por la nuca y de un empellón coloca mi cara junto a su palpitante miembro.
-Ahora mételo entre tus labios -dice obligándome a practicarle una felación.
-Por favor, no me obligues a hacerlo.
-¡Cállate y hazlo! -ordena posicionando el arma blanca en mi garganta.
Su cara amenazante no tarda en cambiar a una placentera tras sentir la humedad de mis labios alrededor de su miembro. La repulsión que aviva en mí se combina de forma inhumana con la pena. Me siento sucia y miserable; su impúdico sabor latente con las primeras segregaciones, hacen del acto algo más fétido. No puedo evitar pensar en cómo mi pureza está siendo desposeída de manera salvaje por un agresor primitivo sin ningún tipo de límites, escrúpulos ni compunción.
-Vamos, con ganas. ¡Si te detienes ahora, juro que no vas a vivir para contarlo! -menciona, presionándome a continuar.
No sabría decir cuánto tiempo pasa hasta apartarme de su inmundo órgano sexual, pero al hacerlo, acomoda un condón donde antes estaba situada mi boca; me penetra y mi transpiración se fusiona con gotas lacrimosas. Sin posibilidad de defenderme, solo me limito a gritar; mis alaridos son tan estremecedores e impotentes que detienen el tiempo en la desesperanza.
Aprieto mis ojos con fervor deseando excusar la mente y no hilar pensamientos; me duele el cuerpo, mi interior se fragmenta a cada instante y en cada movimiento la poca dignidad que me queda se esfuma, de manera veloz. Me siento denigrada, miserable y agotada. Tiemblo de exasperación, el padecimiento físico se incrementa, así como también el odio hacia este maldito que está marcándome a fuego cuál ganado.
En pocos minutos se pone muy efusivo, y al alcanzar el ritmo más intenso clava sus uñas en mi rostro. Escucho sus gemidos, mientras desprende fluidos salivales desde el mentón, hasta conseguir eyacular, trémulo. Persiste en la gestión, cada vez más incentivado y descarriado, cada vez más alienado, hasta hartarse del mismo "agujero", como murmura para sí mismo invirtiendo de inmediato mi posición.
El dolor es agudo, vivaz y dinámico; no puedo evitar llorar asumiendo la crueldad con la que este miserable perpetra el ultraje, teniendo la certeza de mí conciencia sin ceder al shock y las agujas del reloj deleitándose en mi pesadumbre. Con un movimiento brusco se vuelve, apartándose de mí. En medio de la desazón, advierto como se quita el condón tirándolo a un lado, alza del suelo el objeto abandonado y lo desenvuelve despacio; es un cuchillo de caza. Lo sostiene en su puño y sonríe, su expresión evoluciona a risa y su risa a carcajada.
-No, no lo hagas -mi fonética retumba endeble en el álgido sitio- ya obtuviste lo que querías de mí, aprendí la lección. Ahora déjame ir, no mencionaré nada a nadie, lo prometo -suspiro acongojada- ¡ten piedad!.
-Lo siento mucho, preciosa; eso no será posible.
-Por favor, recapacita. No es necesario que lo hagas; será nuestro secreto, lo juro -vuelvo a suplicar.
-Ha llegado tu hora, niña. Nada personal; son las reglas del juego.
Al adjuntarse otra vez, zarandeo mis pies en un desesperado intento por apartarlo de mi cuerpo, juiciosa del inminente riesgo al que estoy siendo sometida; mi frágil estado no me permite hacer mucho, puesto que con gran habilidad e ímpetu aprisiona mis piernas debajo de sus rodillas y extiende una de sus manos para sostenerme ambas muñecas; con la otra, hinca apenas la cúspide del puñal en mi estómago y comienza a garabatear una especie de símbolo, un emblema que -presumo- es su marca, su firma; y entonces, al culminar el dibujo, siento el frío metal en mi interior.
Cuando se distancia puedo ver el elemento dentro del abdomen, y sin apartar su vista de la mía lo retira pausado. Pero el sufrimiento no cesa, al contrario, aumenta a límites insospechados. Caigo hacia atrás soltando un suspiro y leves espasmos. Respiro enrevesada y un goteo de sangre surca la unión de mi boca entreabierta. Vuelve a declinarse y comprueba si aun estoy viva, dándome un par de bofetadas.
-¡Despierta, maldita perra! ¡Aún no he acabado contigo!
Me inclino levemente, estupefacta, palpándome el vientre; la sangre mana abundante, cuál tramo de un curso fluvial. No voy a cederle la satisfacción de verme derrotada; si agonizo aquí, será batallando hasta el final. En tan solo unos segundos resuelvo enfrentarlo e intento aplicarle una patada en los testículos que solo me provoca una cisura en el talón izquierdo por efecto de la afilada hoja del cuchillo.
Soy consciente de que desangrándome a este ritmo, pronto comenzaré a notar los incipientes signos de la muerte. Un instante más tarde, siento una secreción fresca recorrer todo mi organismo; creo que es aquí donde pierdo la razón de ser y percibo cómo se me escapa lentamente la vida. Mi respiración se vuelve más lenta y los latidos del corazón empiezan a apagarse. Pestañeo por última vez y la oscuridad se adueña de mí.
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