#2. Sin Salida.


Empiezo a reaccionar, afligida por la debilidad física y el fuerte dolor que siento en el costado derecho de mi cabeza. Los parpados se sienten aglutinados y, poco a poco, voy despegando los ojos; doy un gran sobresalto al notar que me encuentro en un lugar desolado y oscuro. Desconcertada por la situación, intento refregar mi vista con ambas manos, pero mis muñecas están ligadas; comienzo a alterarme, mi respiración se hace cada vez más rauda y breve. Miro a la redonda, sin poder avistar nada más que las tenues luces que iluminan el perímetro, rodeada de un peligro desconocido.

Presa de la impotencia, zarandeo otra vez mis manos, anhelando, con algo de suerte, poder liberarlas; pero unos fuertes pinchazos provenientes de los extremos de mis dedos me entrecortan la respiración. Una sensación de náuseas me invade, como si solo fuera estómago; soy un estómago revuelto a punto de reventar. Soy un punzante dolor. Soy una presa lista para su sacrificio. ¿Qué? ¡Dios! ¿Qué? ¿Dónde estoy?; ¿quién me está haciendo esto? ¡noooooooo! Llorar no sirve, tampoco va a salvarme, aunque es lo único que puedo hacer en este momento:

<<Mis...mis uñas...>>, Penas digo en un hilo de voz. <<¿Qué...qué...es...esto?>>

Solo un monstruo puede estar detrás de una atrocidad semejante. ¡Auxilio! ¡Auxilioooo!, ¿nadie puede oírme? ¡Por favor! ¡Por favor!. ¡Es inútil! Ni siquiera me escuchan, ¡Dios! ¿Qué es este lugar? No, no, no... No puedo rendirme ahora, no debo hacerlo; necesito tranquilizarme y respirar.

Este lugar es aterrador, el sonido de mis alaridos resuenan a vacío, a un eco muerto dentro de la sala donde estoy. La sensación de profundo dolor va aumentando de manera progresiva, junto con el efecto lacerante de las intensas punciones de mis dedos. Y así, sin poseer discernimiento del tiempo y el espacio, sin poder ver u oír casi nada, ni acordarme cómo llegué hasta aquí, me ahogo en un mar de lágrimas, hasta acabar adormecida.

**********

Reabro los párpados y agito con desesperación la mirada de un lado al otro, mientras escucho a lo lejos una eufonía; parece ser música clásica acompañada de unas delicadas pisadas que provienen de un piso superior. Los pasos comienzan a acercarse de manera parsimoniosa hacia el depósito <<¡Clac! ¡Clac! ¡Clac...!>> De repente el ruido cesa y una llave gira en el hueco de la cerradura. La puerta es tirada hacia afuera por el impulso de una mano aferrada al picaporte; un torrente de luz penetra en el recinto y puedo distinguir la silueta de un hombre que permanece inmóvil bajo el marco de la puerta.

Cierro los ojos, en un vano intento por hacer desaparecer esa figura de la entrada, que continúa allí, quieta, sintiendo su mirada aún sobre mí observándome con especial atención, mis parpados cerrados no son suficientes para desaparecer lo pesado que me resulta su presencia. Deseo moverme, pedir ayuda, pero algo me impide dejar de mirar a este desconocido que sigue estático, en el mismo lugar, sin pronunciar ninguna palabra. Pero ahora el extraño empieza a descender uno a uno los escalones, de forma cansina, y un haz luminoso que se proyecta sobre el primer tramo de peldaños me permite observar su silueta; es un hombre corpulento, de una estatura superior al metro ochenta, bien formado, vistiendo un amplio gabán enlutado que lo cubre hasta las pantorrillas.

Pestañeo y siento un seísmo en mi ojo derecho, una especie de tic nervioso que envía una rápida señal al cerebro, suscitando que una inmediata sensación de escalofrío me recorra toda la espina dorsal. Salgo del letargo y empiezo a tiritar de miedo. Todos y cada uno de los músculos, que antes fui incapaz de impulsar, ahora lo hacen de forma compulsiva y desenfrenada. En unos pocos segundos el individuo se sitúa delante de mí, apenas nos separa un metro de distancia. Enaltece muy despacio su cabeza y me mira fijo, de tal forma, que mis pupilas se contraen por el efecto del susto. Son cinco segundos eternos en donde siento la amenaza constante de esos penetrantes ojos color ámbar sobre mí.

—Tranquila, no te asustes, no te haré daño si te comportas. —su voz es pesada, asquerosa y repulsiva hace fricción en mis oídos.

—¿Dónde estoy? —pregunto con una voz apenas audible.

—Quería darnos la oportunidad de conocernos —responde encogiendo sus hombros de manera natural.

—¿De qué estás hablando? ¿Estás loco? ¡Déjame salir de aquí! —exijo a los gritos.

—Y si no lo hago... ¿qué vas hacer? A ver, cuéntame —dice muy sereno y sonriendo de lado, en un gesto despectivo.

—Estás totalmente enfermo —le respondo llena de rabia.

—Te diré lo que harás —el matiz repulsivo de su voz empieza a despertarme grima y asco—. Vas a respirar profundo y calmarte. compórtate como una niña buena y vas a darte tiempo para conocerme. Ahora voy a quitarte las esposas para que veas que no soy tan malo como crees, pero no intentes ninguna estupidez —me señala con su dedo índice.

Estoy aterrorizada y confundida, no comprendo nada de todo esto, no puede ser real; pero para mi desgracia lo es. El sujeto se acerca con el aparente propósito de quitar las esposas de mis muñecas; pretende tantear mis rizos entre sus dedos, pero logro eludirlo con astucia. Y es cuando, con la suerte de que mis piernas no me fallaran al levantarme, me abro paso a través del recinto implorando ayuda. Al fijar la mirada en la parte superior, advierto que la puerta del sótano permanece entreabierta. Sin perder un solo segundo me aprovecho de ese descuido. Subo presurosa sin tiempo para sentir miedo a tropezar.

—No te molestes —escucho a mis espaldas—,está todo cerrado y la casa más cercana está a unos veinte kilómetros. No hay ninguna salida, chiquilla —vocifera desde abajo de forma victoriosa.

Me muestro indiferente y sigo husmeando en el interior de la planta baja buscando algo que me ayude a escapar. Recorro cada rincón y advierto que mi abrigo reposa en el respaldo de una silla. Exacerbada, me apodero del teléfono móvil alojado en el fundillo derecho del saco, y me recluyo dentro del baño. Cierro la puerta con el pasador y posiciono una barra de hierro para hacer tope entre el picaporte y el suelo, y de esta manera reforzar un poco la entrada. Me siento en el escusado y despliego la tapa del teléfono móvil intentando comunicarme con el número de emergencias.

—¡Niña! ¡Abre de inmediato la maldita puerta! No querrás verme enfadado —oigo al secuestrador del otro lado, a todo pulmón, golpeando con rudeza—. No cometas una idiotez porque lo lamentarás, estúpida.

Al no conseguir una respuesta, el hombre cambia de inmediato su conducta y la impavidez del principio se ahuyenta, cediéndole paso a una ferocidad incontrolable. Yo continúo dentro del baño, sentada, paralizada, con un terror inusitado. No me atrevo a ponerme de pie y enfrentar al secuestrador, que con la potencia de un corcel, patea insistente la puerta. Intento conseguir que mis temblorosos dedos se pongan de acuerdo con la mente, para dar en las teclas correctas del 911; al conseguirlo, espero impaciente durante cinco tonos, hasta que escucho una voz masculina del otro lado de la línea.

—Emergencias, buenas noches —dejo salir un suspiro desesperado.

—¡Auxilio! ¡Tienen que ayudarme, por favor! ¡Me han secuestrado! —ruego sollozando.

—Tranquilícese, señorita, ¿dónde se encuentra? —pregunta el oficial, bajo una perpetuidad de calma y sosiego.

—¿¡Cómo diablos voy a saberlo!? ¡Le estoy diciendo que me han tomado a la fuerza, por Dios! ¡Necesito que me ayuden a salir de aquí! —digo desconsolada en llanto.

—Para ayudarla, necesito conocer su ubicación, señorita —las reiterativas preguntas despiertan en mí, una mayor desesperación.

—Estaba drogada cuando me transportó, no lo sé. Está forzando la puerta y no tardará en entrar. No sé que pretenda hacerme. ¡Ayúdenme! —grito colmada de impotencia.

—Respire hondo, por favor —sugiere el operador— ¿Cuál es su nombre?

El delincuente no me da tiempo a revelar mi identidad. Antes de poder hacerlo la puerta se viene abajo con el último puntapié que suponía el resguarde del peligro. Me despoja del móvil, destrozándolo por completo. Sin dilación, me sujeta del cuello y lo presiona fuerte, mientras yo pretendo expedirme con ligeras sacudidas, que disminuyen en tanto la sofocación aumenta.

—¿Cómo pudiste, maldita perra? —me grita— ¡Eres una egoísta! ¡No me has dado una sola oportunidad!

Al soltarme del cuello, me inclino estremecida en la superficie para permitir que mis lesionados órganos torácicos se sacien otra vez de oxígeno.

—¿Ves lo que me obligas a hacer? Te he dicho que no quiero dañarte, pero no me desafíes —dice mientras desliza la hoja de su cuchillo por una de mis mejillas.

—Solo quiero que me dejes ir —suplico—, no le diré nada a nadie, no iré a la comisaría...Ni siquiera se en dónde estamos, ¡por Dios!

—Lo lamento mucho, no será posible —chasque la lengua—...Pasaremos un buen tiempo juntos y tendrás que aprender a quererme por tu bien.

—¿Cómo se te ocurre eso? No puedes retenerme aquí y obligarme a permanecer en este horrendo lugar.

—Claro que puedo. En unas semanas conmigo, sabrás que soy capaz de hacer lo que me plazca.

—Me buscarán, denunciarán mi desaparición —intento hacerlo recapacitar.

—No te preocupes por eso, tengo cada detalle planeado, no eres la primera ni serás la última.

—Tú no estás bien —muevo mi cabeza negando con suavidad— ¿Cómo piensas que pueda querer a una persona que me ha secuestrado, amenazado, maltratado e intenta asesinarme?

—Lo harás por tu bien, ya te lo he dicho antes —añade convencido.

—Y si no logras conseguir que te quiera, ¿qué ocurrirá? ¿Me matarás, desgraciado? —Me atrevo a enfrentarlo.

Enfurecido, tironea mi remera y a las corridas me arrastra por el corredor principal. En medio de la desesperación alcanzo a observar ciertos detalles que podrían ser útiles para escapar: el pasillo es bastante extenso, pincelado de un tono verdoso; el suelo revestido como si lo cubriera un largo tapiz rojo de pana. Varias puertas se distribuyen a lo largo del pasadizo y, en el fondo, hay una escalera ondulada que da acceso a un piso superior.

—¡Eres una maleducada! ¿Cómo te atreves a desafiarme de esa manera? —gruñe.

—Ya, déjame —Libera mi sudadera, haciendo que la parte superior de mi cuerpo caiga con brusquedad contra el piso.

—Por cada vez que te dirijas a mí de esa manera, me des una orden o intentes algo como lo que acabas de hacer... voy a hacerte escarmentar, ¿lo entiendes? —enreda mi cabello entre sus asquerosas manos y jala de éste con tanta fuerza que puedo sentir mi cuero cabelludo palpitar. Continúa arrastrándome por el suelo —Eres una niñita malcriada y desconsiderada.

—Me duele, detente, por favor —él no responde, tan solo prolonga el recorrido —cierra la boca, ya empiezas a aburrirme y en poco tiempo. Eso no es bueno, al menos no para ti.

A medida que avanzamos, mi corazón palpita a una velocidad de vértigo; mis ojos se llenan de lágrimas y el miedo comienza a apoderarse de todo mi ser. Cada vez me siento más angustiada y aterrorizada, no puedo creer lo que me está sucediendo; necesito escapar de este lugar y no tengo idea de cómo voy hacerlo.

Tras lo que parecen horas de recorrido, nos detenemos ante la puerta del subsuelo. El secuestrador, apresurado, arrastra mi cuerpo escaleras abajo; mi espalda y las costillas son las zonas que más sufren los golpes contra los peldaños. Al llegar al final de la escalera, me jala hasta el mismo rincón donde antes estaba para encasillarme de nuevo los grilletes. Desde mi posición, me atrevo a alzar la vista con cuidado; pretendo mirarlo a los ojos, pero la poca luz del lugar no ayuda.

—¿Y ahora qué? —digo, y se me escapa un gemido de debilidad, de lo que me siento avergonzada en el momento.

—Mmmm...Debo pensarlo —frota su mentón desviando la mirada—.Haz sido una niña mala, me desobedeciste en mi primera demostración de confianza, así que solo me tocará prepararte una agradable sorpresa —sonríe—. Pero tranquila, con el tiempo todo esto te va gustar. Eso, o resignarte a morir; lo que suceda primero.

El individuo gira sobre sí mismo y se ausenta del sótano, después de mi frustrado intento de fuga. <<¿Por qué a mí?>>, digo lamentándome. Hipeo, mi cuerpo vibra y mis dientes rechinan al golpearse entre sí. Hago un esfuerzo desmesurado por acurrucarme, intentando tranquilizarme; termino adoptando una extraña posición y las lágrimas retornan una vez más a mis ojos. Pienso en qué habré hecho para merecer este calvario, que encima, recién comienza. Pero alguien va a notar mi ausencia, o al menos eso espero; lo cierto es que casi no tengo contacto con nadie, salvo mis clientes, y no sería extraño que nadie denuncie mi desaparición.

El dolor de mi cuerpo, sumado al maltrato psicológico, al shock de ver mis uñas faltantes, los pensamientos poco esperanzadores y la necesidad de hidratarme e ingerir alimento, solo logran inducirme en un nuevo estado de inconsciencia.

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