#14. La Reflexión.


Córdoba, Argentina. 7 de Septiembre de 2007.

Con la punta del tenedor, mezclo la comida en mi plato, intento probar bocado sin éxito; es mi segundo día consecutivo sin poder alimentarme, y es que los diferentes estados de ánimo por los que he pasado hicieron estragos en mi organismo. «Maldición», gruño empujando el platillo al suelo, que se fragmenta ante el impacto; de un sorbo, bebo el agua que serví en un vaso minutos atrás.

Dos días antes...

Salgo del sótano con los brazos suspendidos a ambos lados de mi cuerpo; tiemblo de pies a cabeza. Tomo una silla, la aparto de la mesa y me siento encima, mirando a un punto fijo en la nada misma. Todo lo ocurrido desde que este individuo me capturó, pasa delante de mis ojos de una manera lenta y perturbante; con la palma de mi mano quito una pequeña lágrima que se pasea por una de mis mejillas ¿en qué momento me transformé en un ser tan detestable?

Decidí vengarme y hacer justicia por mano propia, sin tener en cuenta las consecuencias de mi elección. Comienzo a recordar cada una de las torturas, ejecuciones, y todo aquello de lo que fui capaz de hacer por desquite; no puedo evitar sentir asco de mi misma, del monstruo que se ha despertado en mi interior.

Camino hacia el baño, me despojo de la vestimenta, y a continuación me doy una ducha fría. Me siento en un rincón de la bañera mientras dejo caer el agua sobre mí; envuelvo entre mis brazos las rodillas y lloro de angustia

¿En dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Quién soy? ¿Cómo acabará esto? Quiero que este ser inmundo pague por lo que me hizo a mí y a cada una de esas inocentes mujeres que tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino; pero ya no quiero seguir así, me niego a ser igual a él.

A paso lento salgo del baño, seco mi cuerpo y vuelvo a cubrirlo con la ropa antes seleccionada; me dirijo al living, donde no hago nada fuera de lo común. Solo analizo en detalle la situación, y aun hipando de tristeza, resuelvo lo siguiente: No seré como él.

Echo un vistazo por la ventana, ya la oscuridad de la noche tiñe el cielo casi por completo; las lluvias cesaron, aunque persiste una incipiente garuga. Me abrazo a mi misma pensando en cómo me gustaría poder pintar este paisaje que tengo ante mis ojos, disfrutando de la compañía de Firulais sentado en mi regazo mientras bebo una taza de chocolate caliente. Es así como el dolor, la ira y la impotencia, se fusionan una vez más dentro de mí para hacerme sentir miserable. Me recuesto en el sofá, donde sin darme cuenta me quedo dormida.

**********

Unos pequeños golpes me despiertan; busco su origen; me encuentro con un ave picoteando el vidrio del salón, ensimismada, la contemplo por un instante, pretendiendo evadirme de esta triste realidad. Luego, voy hasta la cocina, humedezco mi rostro con abundante agua y regreso otra vez a la sala; una vez allí agarro mi bolso y saco del interior los guantes de cuero que compré hace un tiempo.

Aquí mismo es donde inicio una pesquisa; vacío cajones, aparadores, quito los cojines de los sofás... literalmente, doy vuelta el lugar. Tengo el presentimiento de que voy a hallar algo valioso e importante.

Hago lo mismo en la cocina, y después en el baño; los resultados son negativos. De repente me encuentro frente a la vieja puerta de madera de su habitación; el simple hecho de pensar en estar allí adentro me produce escalofríos. Respiro profundo y al armarme de coraje ubico mi mano izquierda sobre el picaporte de la puerta para abrirla. Antes de ingresar, advierto un sitio rodeado entre penumbras desde donde brota un asqueroso hedor imposible de describir. Me muevo dentro de la oscura habitación, palpando las paredes con la intención de encontrar algún interruptor de luz y tras una intensa búsqueda, consigo hallar uno y lo presiono.

Lo primero que advierten mis ojos es su cama, revestida con unas sábanas, revueltas, de un color caoba; dos almohadones caídos en el suelo y una colcha enrollada al pie de la cama. La mesa de noche tiene un desorden descomunal; varios vasos vacíos, un plato sucio y una pequeña radio, que reproduce una extraña melodía a un bajo volumen. Sobre el respaldo de la litera, en la pared, cuelga un cuadro de imagen tétrica; volteo hacia mi derecha y veo un gran ventanal cubierto por unas cortinas azules; avanzo algunos pasos más hasta quedar en medio del dormitorio, y cuando desvío un poco la vista quedo sorprendida.

Una enorme mesa auspicia de altar, repleta de velas de varios colores, apagadas pero dejando entrever que, en algún momento, fueron utilizadas; también hay otros elementos extraños, pero nada comparable con aquello que descubro al alzar mi ojos; la pared está cubierta por una gran variedad de fotografías de sus víctimas. Confirmo en este instante que se trata de alguien muy buscado, un criminal que ha logrado escabullirse de las autoridades sin mayor inconveniente durante mucho tiempo.

Curiosa, me acerco para examinarlas una a una, y al verme a mí misma, siento como mi piel se eriza por completo; arranco la fotografía de la pared para poder observarla mejor, mi respiración se colvulsiona y mi pulso se acelera. Aprieto fuerte la mandíbula de bronca mientras cierro los ojos; arrugo la imagen entre mis manos, y la arrojo de manera violenta contra el piso.

Paseo mi vista por el resto de la habitación y descubro en el extremo inferior de la mesa, una caja; me arrimo hacia ella para abrirla. En su interior hay varias cintas de video, que remuevo con presura; todas ellas están marcadas con fechas. Hundo mi mano hasta el fondo de caja, y palpo un elemento que parece ser de material plástico, lo saco y me encuentro con una enorme cuchilla, de apariencia limpia, envuelta en una bolsa. La devuelvo dentro de la caja, y sin perder tiempo camino hasta la sala, para poder reproducir las cintas que encontré.

Una vez allí, conecto el video al televisor y enciendo ambos artefactos rogando que reproductor funcione; la pantalla del aparato se tiñe de color azul hasta que su dúo da un aviso de funcionamiento. Abro la bandeja de entrada e introduzco una de las primeras cintas, con fecha del año 1989; le doy «reproducir».

Mis ojos comienzan a abrirse, enormes, y luego a aguarse; me rodeo entre mis brazos, frotándolos con las palmas de mis manos. De nuevo invade esa sensación de impotencia, rabia, asco...todo junto. En el afán de comprobar si todas estas cintas poseen el mismo contenido tomo otra, que dice «2003»; descubro escenas similares, sólo varían las mujeres.

Una sensación de repugnancia se apodera de mi estómago, y siento como si hubiera dado mil giros; corro hasta la cocina y dejo salir una gran bocanada de vómito en el fregadero. Me lleva unos cuantos minutos recuperarme del malestar, empapo mi rostro, enjuago mi boca y regreso a la sala; donde las escenas continúan reproduciéndose. En un arrebato, se me ocurre fijarme si alguna de estas grabaciones corresponden a este año, veo en una de ellas «2007»; pongo la cinta a reproducirse.

Si haber visto al resto de las víctimas me provocó una sensación de repulsión e impotencia, verme a mí misma resulta algo terriblemente abrumador; verme tendida en el asqueroso piso de hormigón, inerte, sin vida... me provoca una inevitable pena. Al desgraciado no le bastaba con secuestrar, torturar, o violar, sino que también, al culminar sus «hazañas», el muy hijo de puta se filmaba junto a los cadáveres de las víctimas, alabándose, como si de un héroe se tratara.

Decido que ya es suficiente, nadie puede soportar ver semejantes atrocidades; este animal debe pagar por estas bestialidades, por todo el daño que ha causado; pongo todas las cintas en el lugar de dónde las saqué, me paseo por el salón pensando, meditando como puedo salir limpia de este asunto. Tengo varias cosas a favor, y una de ellas es, sin dudas, que no conozcan mi identidad; porque a pesar de tener una descripción física de mi persona, ya no llevo el mismo aspecto.

Mi mente es una mezcla de pensamientos, los «buenos» y los «malos»; lo correcto y lo incorrecto. Me acerco a la puerta del sótano debatiendo conmigo misma, si acabar de una vez por todas con este sujeto, o entregarlo; al final lo entiendo: si le arrebatara la vida perdería mi alma, mi esencia, sin posibilidad de retorno. Así mismo será difícil recuperarme, pero al menos de esta manera podré conservar mi alma y mi conciencia tranquilas. Regreso a la sala, me recuesto sobre el sofá y observo el techo, estoy en blanco; lloro hasta dormirme.

Dormí, lo que presumo fueron muchas horas, aunque no estoy segura de esto; decido que debo al menos intentar alimentarme, en vano preparo algo de comida, debido a la falta de apetito que me provoca la angustia; así que resuelvo poner en marcha el plan que idee mientras cocinaba. Tomo una hoja de papel y un bolígrafo para comenzar a redactar una carta.

7 de Septiembre de 2007

A la autoridad que corresponda:

En primer lugar aclaro que cuando esta carta llegue a sus manos, ya estaré demasiado lejos; aun así les dejaré material sustancioso para que puedan obrar. Junto a esta esquela, accederán a varios elementos que he dejado a su disposición; así podrán incriminar al sujeto que vienen buscando desde hace ya varios años, y que han bautizado dentro del ámbito policial bajo el seudónimo de «el sádico». Les dejo un arma blanca dentro de la bolsa plástica debajo de esta carta, es la herramienta con la que es muy probable, haya apuñalado a una gran parte de sus víctimas. No sabría especificar si uso el mismo elemento con todas; asimismo debo mencionar que sí la usó conmigo. En segunda instancia, pido disculpas por el salvajismo con el que se han de encontrar; tal vez no lo entiendan, solo alguien que vivió una situación similar a la mía podría hacerlo. Además de los elementos antes mencionados les dejo una caja encontrada en su recámara, con las grabaciones que él mismo hizo al luego de asesinar a varias mujeres, y dónde se lo puede ver ejecutando dichas acciones. Entiendo la ilegalidad de mis acciones y por ello no estoy dando a conocer mi identidad, pero confío en que se haga justicia y se condene a esta asquerosa rata por todos los crímenes cometidos.

ANÓNIMO.

Dejo sobre la mesa cada uno de los elementos detallados en la carta, recorro la casa revisando que no haya quedado ningún tipo de indicio de mi existencia. Tras asegurarme de haber dejado todo en orden, desciendo por última vez al subsuelo. Observo al que supo ser mi víctima, en la misma posición que lo abandoné dos días atrás; respira con dificultad. Como si sintiera mi presencia, abre los ojos y me observa; balbucea algo en un tono tan débil que no alcanzo a entenderle. «Hasta nunca, basura», pestañea varias veces y salgo de allí. Voy a recoger mi auto en el mismo lugar dónde ha permanecido oculto todos estos días, subo en él, lo enciendo y antes de emprender la marcha observo la casa; siento escalofríos pero al mismo tiempo una sensación de liberación me invade por completo.

Me dedico a recorrer las calles en busca de un teléfono público para dar aviso a las autoridades sobre el paradero de Fausto; me percato de que aun no ha oscurecido por lo que decido detenerme en un pequeño lugar y pido una taza de café para pasar el tiempo. Al caer la noche, continúo mi búsqueda; al encontrar uno de esos aparatos detengo mi vehículo y desciendo. Ingreso a la cabina, coloco una moneda y marco el número de la estación; quito veloz el pañuelo rodeando mi cuello y cubro el parlante.

—Estación de policías; buenas noches —dicen del otro lado de la línea.

—Buenas noches; seré breve. Voy a pasarle una dirección para que anote; James Brands 1756. ES a las afueras de la ciudad.

—Ya tomé nota pero, ¿Qué hay allí? —su tono suena a burla.

—Es la dirección de un hombre que hace mucho tiempo buscan. «El sádico», ¿le suena familiar?

—¿¡Cómo dice!? —Se exalta— ¿Cómo sabe usted eso?

—No importa cómo lo sé; allí lo encontrarán a él y todas las pruebas que necesitan. Solo espero que hagan un buen trabajo —Decido finalizar la llamada, antes de que sea tan larga como para poder rastrearla; no quiero correr riesgos.

Regreso a mi vehículo y marcho hacia la posada donde recojo mis pertenencias y abono el dinero que corresponde por el período de estadía. Luego de dar varias vueltas pensando, regreso a mi casa; empaco la mayor cantidad de ropa posible, recojo a Firulais, para colocarlo dentro de su canasto y trasporto el equipaje al auto. Me despido de los recuerdos y cierro la puerta.

No sé cuando volveré, ni siquiera estoy segura de sí regresaré; pero hoy me alejo de lo que ha sido el capítulo más atroz de mi existencia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top