#12. La Gota China.


Córdoba, Argentina. 4 de Septiembre de 2007.

Luego de martirizarlo por más de veinte minutos instando la misma acción, solvento enroscar la tapa de la botella con amoniaco; en silencio me aparto del subsuelo para dejarlo descansar y fructificar el proceso, fraguando el castigo venidero. Al cruzar la puerta del salón principal, la sinfonía que aún resuena en el ambiente se vuelve importuna, por lo que me dispongo cambiar la emisora y sintonizar algo más afín con mi estado anímico; ajusto el dial hasta encontrar lo que busco.

Una banda, de la cual desconozco su nombre, interpreta música de rock and roll; subo el volumen al máximo mientras regreso el recipiente utilizado a su lugar de origen. Canturreo y retumbo mis dedos sobre el mármol de la mesada, dilucidando cuál será la próxima operación a la que someteré a este maldito; no puedo evitar sentirme colmada de euforia rememorando su deteriorado estado.

Su respiración malograda, los ojos dramatizados y venosos segregando lágrimas de abatimiento; pero no es suficiente, preciso provocarle un mayor detrimento. El grifo del baño no me permite concentrar debido al insistente sonido de una gota rebotando en la tina; y así sin más, mientras me dirijo a sellar el pase por completo, una nueva representación de tortura se origina en mi mente.

Hace unos años leí acerca de una forma de tortura que consiste en inmovilizar a la víctima en decúbito supino -tumbado boca arriba-, de modo que una gota de agua caiga sobre la frente sistemáticamente, en cortos lapsos de tiempo. Después de varias horas, el goteo continuo provoca daños en la piel, similar al que sufren las yemas de los dedos después de un baño de inmersión.

Es una idea magnífica para poder concretar y sumirlo en la desesperación pero... ¿cómo llevarla a cabo? La rodilla de Fausto está fracturada, y no puedo obligarlo a moverse hasta la bañera a punta de pistola en una sola pierna; tampoco puedo transportarlo, pesa demasiado. En la cochera he observado una vieja carretilla, supongo que tampoco será de mucha utilidad para poder concretar mi propósito, si considero la escalera como un gran obstáculo a sortear.

Una vez más dirijo mis pasos a esa cochera que se ha vuelto mi mayor aliado a la hora de elaborar parte de mis sergas, e intuyo que esta vez no será la excepción; Al llegar paseo mi mirada de forma pausada, no es fácil encontrar cuando no sabes con exactitud qué es lo que buscas, hasta que de repente allí la diviso, con sus franjas verdes y negras adornando toda su extensión, una bonita manguera enrollada a una ganzúa. La suelto del gancho para colocarla encima de mi hombro derecho y así transportarla al baño, que es el lugar más próximo al subsuelo. De pasada junto a la puerta, veo un trozo de alambre dulce, ideal para lo que tengo planeado.

Ya dentro del toilette dejo despeñar la manga a un costado de la bañera y al hacerlo fricciono mi hombro en la zona donde ésta se apoyaba, debido a su gran peso; muevo un par de veces mi hombro para relajarlo mientras lo escucho crujir; protesto y continúo. Tomo uno de los extremos del conducto plástico y lo conecto a la embocadura del grifo; cuando pretendo asegurarla con alambre, me percato de que necesito una pinza para poder cercenarlo, por lo que me oriento a buscarla al subsuelo veloz.

Al ingresar advierto al imbécil más recuperado de cómo lo dejé; su respiración se oye suavizada. Me acerco pellizcando uno de los extremos de la cinta que cubre sus labios, así como él lo hizo conmigo algún tiempo atrás y lo jalo de un solo tirón.

-¡Eso dolió, enferma! -su voz suena rasposa y pesada.

-Me alegra saberlo -informo sin adoptar expresión alguna en mi rostro.

-¿Hasta dónde piensas llegar Lizbeth? -escucharlo decir mi nombre hace que mi estómago de un vuelco, produciendo una bilis inmunda, que provoca un fuerte ardor en mi faringe.

-Hasta matarte, rata asquerosa. Pero antes te llevaré al límite, haré que sientas en carne propia lo mismo que sentí yo, lo que sintió cada una de las mujeres que no tuvieron la oportunidad de defenderse, de pelear...ni de vengarse.

-Ya aprendí la lección, no volveré a hacerle daño a ninguna mujer. Ahora acabemos con esto, llévame a un hospital a que me curen, también necesito un baño y comer...

-Detente ahí -gesticulo un <<alto>> con mi mano derecha- estás de suerte, lacra. Hoy te toca baño -frunce su ceño confundido- no comas ansias, en un rato ya verás.

Coloco un pico regador en el extremo restante; tomo una de las tres barricas de roble del fondo y la desplazo sobre su eje para poder ubicarla de forma estratégica a unos cinco metros del último peldaño. Con la ayuda de la agujereadora realizo dos huecos en la parte superior del roble y traspaso un trozo de alambre por dentro para sujetar la manguera, dejándola estirada a un poco más de metro y medio sobre el nivel del suelo. Me enorgullezco del logro parcial, dado que aún falta concretar la parte más importante para hacerlo funcionar.

-Bueno, pedazo de basura -me dirijo a Fausto, mirándolo con suficiencia- espero que en realidad disfrutes de esto, porque me está costando mucho trabajo y ha sido todo un despliegue.

-Debo admitir que has resultado bastante astuta, niña. Pero para acabar conmigo hace falta más que unos simples jueguitos.

-Es chistoso que digas eso cuando hasta hace -miro el reloj de mi muñeca- cinco minutos, rogabas que te liberara y no sé qué más.

-Escucha, zorra estúpida. Cuando esto termine y no te quede más remedio que soltarme, me las voy a cobrar una por una.

-¡Ay, tus ocurrencias me estresan! De verdad que no sé cómo te soportas a ti mismo. Dime algo, ¿de niño también eras así de inestable? Porque eso explicaría esa marcas en tu asqueroso cuerpo. ¿Tu padre te quemaba para poder dominarte? -le sonrío con burla.

-Maldita, desgraciada -sus pupilas se dilatan y los iris se tornan oscuros como la noche.

-Como que di en el clavo, ¿no? A veces soy muy intuitiva -sin darle tiempo a responder, subo a una de las otras dos barricas y desengancho la cadena que sostiene a Fausto; al hacerlo, su cuerpo cae de lleno contra el duro pavimento.

-¡Hija de puta! -pronuncia en un grito desgarrador que evidencia el inevitable resentimiento en su rodilla rota tras el impacto; también el profundo raspón en su pecho, que se encuentra en carne viva por la quemadura del café de esta mañana.

-Me encanta verte sufrir.

Sin darle tiempo de reponerse, lo sujeto por las axilas y lo jalo boca arriba; esto me supone un gran esfuerzo debido a la diferencia de masa corporal entre ambos, anexado a mis heridas todavía sin sanar del todo. Abandono la ardua tarea dejándolo debajo del plástico; retrocedo unos pasos y recojo de la superficie la cadena donde antes pendían sus brazos para a la postre rodear su cuello y encastrar algunos clavos de aproximadamente quince centímetros de largo en los eslabones que ahora contienen su cabeza al rígido piso de cemento.

Saco de uno de los bolsillos delanteros de mi pantalón un encendedor catalítico, el mismo que utilizo para encender mi tabaco; con él le brindo temperatura al extremo más fino de uno de los clavos que reservé en mi anterior movimiento. Cuando la cúspide emprende a enrojecer, la aíslo de la llama para arrimarla al elastómero y realizar una pequeña perforación.

-¿Qué ha...ces? -su pregunta me toma por sorpresa, provocándome un respingo, haciendo que el objeto resbale de mi mano y golpee en su frente- ¡Ayy! -se queja.

-Eso te pasa por imbécil -rió y levanto el clavo que rueda por el piso, quedando a un lado de su rostro; él intenta girar su cabeza pero la cadena está tan ceñida en el cuello que se ve impedido -y continúas con tus estupideces. ¿Acaso crees que esa cadena te la he colocado de adorno? Mejor cálmate ya y disfruta de mi ingenio, no volverás a ver algo igual, jamás.

Retorno al baño con rapidez, me inclino sobre la bañera y giro el grifo de la canilla dejando correr el agua con suavidad, dando comienzo a un improvisado testeo; vuelvo al subsuelo para controlar la distancia que hay entre la caída de una gota y la siguiente. Miro mi reloj de mano, controlo"quince segundos es demasiado", pienso en voz alta; el individuo pronuncia un gemido que prefiero ignorar. Me encamino nuevamente hacia el toilette, regulo otra vez la corriente de agua para luego ir a inspeccionar al sótano; las manillas de mi Q&Q blanco marcan una distancia de cinco segundos entre cada gota; perfecto.

Veo a Fausto en el piso, inmovilizado bajo la manguera, con la constante gota de agua cayendo sobre su frente, torturándolo. Él cierra sus ojos, incomodado por el salpique; unas escasas gotas y se lo nota desesperado. Frunce su ceño e intenta esquivar el líquido, le resulta imposible.

-Te vas a lastimar -le digo con una notoria falsa preocupación- porque mejor no te relajas. Esas expresiones solo logran que te salgan arrugas antes de tiempo.

-Perra...

-Pero hábil -tomo la barrica en la que antes subí para descolgarlo, y de un brinco me siento sobre ella- ¿Sabes que es lo bueno de todo esto? Que he aprendido lo bien que se siente llevar el control de una situación de esta magnitud. Me siento tan poderosa, como la maldita ama del mundo -suelto una profunda carcajada- ¿Y tú? ¿Cómo sientes estar del lado contrario? Cuéntame.

-Por más que lo intentes nunca no te saldrá

mi papel.

-¿Seguro? Yo creo que me sale demasiado bien para ser la primera vez, pero es normal que no quieras admitirlo; digo, no ha de ser fácil asimilar que una de tus víctimas sobreviva, te encuentre, logre dominarte y secuestrarte, ¡y de yapa te someta a varias torturas, físicas y psicológicas! ¡Ay Fausto, que mala suerte tienes, de veras!

-Estás jugando con fuego.

-No te imaginas lo divertido que es oírte amenazar bajo estas circunstancias -con otra risa escandalosa invado el lugar- y no juego con fuego, idiota; es agua.

-Si hasta eres chistosa.

-Para que veas. ¡Ay! -refriego mi estómago- me dio hambre. Ya vuelvo - de un salto, bajo de la tarima y me dirijo hacia la cocina. De forma rápida, aparto dos rodajas de pan a las que les coloco jamón, queso, tomate y mayonesa; reposo el sándwich sobre un platillo, lleno un vaso con agua y emprendo camino para volver junto a mi víctima -He vuelto -le informo tras sentarme de nuevo donde antes estaba -Mmmmm... ¡qué delicia! -exclamo mientras saboreo mi comida -No imaginas lo bien que sabe esto.

-Eres una...

-Sí, ya lo sé. Me lo has dicho cientos de veces. Lo cierto es que mientras tú pretendes ofenderme, yo disfruto de este exquisito emparedado -continúo deleitándome, digiriendo con delicadeza cada parte que mastico- este queso es tan cremoso, sabe a gloria.

-Dame un poco por favor.

-En tus sueños, desgraciado. Y este vaso con agua...¡oh, míralo! -lo llevo a mis labios despacio mientras dejo el líquido correr por mi garganta, hasta vaciar el contenido -¡Listo! Pues como dicen por ahí, <<panza llena, corazón contento>>.

-¿Ni siquiera me darás un sorbo de agua? Apiádate.

-¿De la misma manera que tú te apiadaste de mí? Esto en un típico ejemplo del <<haz lo que yo digo, no lo que yo hago>>. Además de ser un imbécil, tienes una pésima memoria y peor aún, me subestimas al creer que vas a lograr conmoverme -amago a marcharme de la habitación pero su voz me detiene.

-¿A dónde piensas que vas?

-Me retiro a descansar, ¿Qué más podría hacer? Nuestra plática ya me aburrió, así que no tengo muchas más opciones.

-¿Piensas dejarme aquí, debajo de esta maldita gota, durante mucho tiempo más?

-Llevamos -observo mi reloj que marca las 10 pm- veinte minutos, y el tiempo promedio para este desafío es de ochos a diez horas, así que saca tus propias conclusiones.

-¡Esto es desesperante! -alza la voz.

-No tan desesperante como lo que te espera, créeme. Que tengas una pésima noche, escoria.

-No, espera. No puedes dejarme aquí, desgraciada... -sus gritos se pierden en el ambiente cuando tranco la puerta, y me alejo del subsuelo.

Respiro profundo, llevando al fregadero la vajilla que acabo de utilizar para lavarla. Pierdo mi vista en por la ventana, en la oscuridad de la noche. Maldigo por lo bajo, mañana necesitaré salir en busca de unos artículos, y el viento caluroso sumado a un cielo que se halla ennegrecido y limpio de estrellas, indican que lloverá. Sin más, me dirijo al baño y luego al sofá donde pasaré mi segunda noche consecutiva; pero esta vez me aseguro de acondicionarlo de forma tal que pueda descansar de manera más cómoda. Sonrío pensando en lo que mañana le depara a ese infeliz; su final está cerca. Y sin darme cuenta, mis ojos se cierran.

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