Capítulo 6
Casi a la vez que el vacío diluía por unos instantes la capacidad de entender mis propios pensamientos, impacté contra una superficie dura cubierta por un líquido cálido y el intenso dolor fue acompañado por una pegajosa humedad que empapó el pijama.
La oscuridad, casi como la encarnación de la ausencia de la voluntad de alguien al que le han arrebatado poco a poco los deseos y las ilusiones, era omnipresente. Lo único que fui capaz de percibir en medio de esa opresora negrura fueron unos constantes lamentos provenientes de voces ahogadas, sin aliento tras gemir y sollozar durante siglos.
Ignoré los quejidos y súplicas, apreté los dientes, flexioné los brazos, recuperé el control y traté de ver si había claridad por encima, si se filtraba algo de luz del lugar de donde caí, pero no encontré más que unas espesas tinieblas que emitían un débil crepitar.
Un potente chirrido me llevó a girar la cabeza y ver infinidad de chispas surgir de la fricción de un gran bloque cuadrado de metal que sobresalía de la pared.
—¿Qué es eso? —pronuncié un pensamiento en voz baja mientras me levantaba.
No muy lejos de mí se escuchó la dificultosa respiración de alguien que luchaba por cada bocanada de aire, como si se ahogara al tratar de llenar unos pulmones inservibles, encharcados.
—Esto es la obra —respondió entre resuellos—. La obra que no acaba nunca.
Poco a poco, a medida que el bloque sobresalía más de la pared y se incrementaba la intensa lluvia de chispas, una tenue luz rojiza cubrió todo y permitió ver los contornos de la gran sala. Las paredes estaban formabas por centenares de bloques metálicos argénteos con multitud de símbolos esculpidos —círculos, triángulos, cuadrados, rectángulos y hexágonos— tachados con infinidad de finas rayas púrpuras. El suelo, que se hallaba cubierto por medio palmo de sangre oscurecida por miles de partículas de polvo negro, resplandecía un poco mientras la parte más alta de la sala se perdía entre las sombras dueñas de todo más allá del alcance de la luz.
A unos siete metros de mí se encontraba el hombre que apenas era capaz de respirar, estaba desnudo, tenía la piel lacerada y el rostro en carne viva por los profundos rasguños de los arañazos, se flagelaba la espalda con un látigo de vértebras astilladas, sonriente, extasiado y con un enfermizo placer reflejado en el rostro.
—Somos motas, insignificantes, solo diminutas manchas en la obra. —Se azotó con fuerza y decenas de gotas de sangre salieron disparadas—. Nuestro sacrificio perdura y prolonga la ausencia que permanece y que nunca nos ha abandonado.
El estruendo de un bloque cuadrado que se desprendió de la pared y cayó contra el suelo, junto con la sangre que salpicó gran parte de la sala y me golpeó la espalda, me llevó a girarme.
—Qué demonios... —susurré, al ver cómo se resquebrajaba el gran cubo metálico.
De los restos del bloque surgieron bestias de seis patas que poseían una endurecida piel verde, repleta de pliegues, de la que sobresalían largos espolones de hueso que supuraban un denso líquido amarillo. Las criaturas tenían largas cabezas formadas por un fluido negro, putrefacto, tan espeso que casi parecía sólido; sus rostros estirados por cartílagos resecos que iban más allá del líquido pútrido, dispersos como raíces casi polvorientas, aparte de estar rodeados por una neblina azul, tenían adheridos grandes fetos, muy deformados, que sufrían espasmos y poseían un lejano parecido con nonatos humanos. Las puntas de las colas de esos macabros engendros, que variaban de tres a cinco en cada uno, terminaban en grandes ojos amarillos que palpitaban cubiertos de gruesas venas verdes a punto de estallar.
—¡El sufrimiento es libre! —bramó el hombre, que soltó el látigo, levantó los brazos y caminó hacia las bestias—. ¡Somos un error! —Giró la cabeza y me miró justo antes de que una de las criaturas le mordiera una pierna, que las venas del cuerpo se le inflamaran y que uno de los ojos se le hinchara hasta estallar y convertirse en una pulpa sanguinolenta que chorreó por el moflete—. ¡Nuestros caminos no debieron de existir nunca!
Mientras las bestias saltaban sobre el hombre, le desgarraban la carne y él profería balbuceos de júbilo a la vez que la garganta se le llenaba de coágulos, me eché hacia atrás casi sin darme cuenta y mi espalda chocó contra una pared formada por decenas de bloques.
—¿Qué clase de pesadilla es esta...? —mascullé, tras recorrer la sala con la mirada en busca de una salida, sin encontrarla—. No puedo quedarme aquí... —Me miré la mano y maldije—. Siempre me quise librar de ti, siempre te odié por el dolor que trajiste, pero, para una vez que te necesito, te desvaneces. —Cerré el puño y apreté los dientes—. Maldito seas.
Un estruendo, causado por multitud de chirridos, me llevó a girar la cabeza y ver cómo varios bloques surgían de una de las paredes y caían sobre la sangre, liberando a un par de docenas de bestias que movieron sus colas para centrar sus ojos en mí.
Retrocedí unos metros con la espalda pegada a la pared, sin dejar de mirar a las criaturas que se acercaban poco a poco. La pesadilla, que creí que no podía empeorar, se tornó aún más siniestra. En una parte de la sala, la sangre burbujeó poco antes de que una llovizna de polvo negro descendiera emitiendo tenues destellos oscuros.
Cuando las diminutas partículas renegridas alcanzaron la zona burbujeante, un geiser carmesí se elevó y cubrió gran parte de una pared con un intenso y brillante rojo.
—¿Qué mente enferma ha creado este sitio? —mascullé mientras alternaba la vista entre las bestias y el geiser.
La superficie humedecida de los bloques de la pared se deshizo y varias personas esqueléticas, con la carne reseca, hundida en los espacios que había entre los huesos, con rostros de pellejo resquebrajado y las cuencas casi vacías, de las que tan solo surgían pequeñas arañas de polvo rojo, se arrastraron hasta los bordes de los bloques que no se habían descompuesto y se dejaron caer sobre la sangre, cerca del geiser que perdía fuerza.
—¿Qué clase de infierno es este? —solté entre dientes, observé a las bestias que seguían avanzando, de las que apenas me separaban unos metros, apreté los dientes y centré la mirada en mi mano—. Vamos, toda la vida me has torturado, siseando dentro de mí, y ahora desapareces. —Inspiré con fuerza y traté de prender la llama roja—.Venga, maldita sea, te necesito.
Tras esforzarme mucho, lo único que logré fue un intenso dolor de cabeza y que de la piel de la mano surgiera un poco de humo. Maldije, blasfemé sobre las entidades del vacío, escupí en sus nombres, golpeé la pared y me preparé para defenderme de las criaturas.
Una de las bestias saltó, la esquivé, le cogí la cola, la apreté, le pisé el costado y tiré con fuerza hasta que se la arranqué y tuve en mis manos un horrible ojo que tenía su pupila fija en mi rostro. Lo aplasté y lancé los restos a las otras bestias, que al oler el desagradable hedor que producía la plasta en la que quedó convertido, retrocedieron un poco.
—Coméis cualquier cosa, pero os repudian los vuestros —pronuncié entre dientes, tras centrar la mirada en la criatura a la que le había arrancado la cola, que se daba la vuelta para volver a atacarme—. Es bueno saberlo.
Estaba atrapado es una sala infernal y no podía hacer más que ganar algo de tiempo. Sin el fuego, solo era cuestión de que tras algunos ataques acabara convertido en alimento de esas bestias, pero, aunque eso era algo que siempre había querido, recibir el pago por mis pecados y crímenes, todavía no me rendiría, el ser azul y lo que podía hacer con la llama roja se habían convertido en una obsesión que me aferraba a la vida. Caer derrotado en la sala significaba que La Plaga resurgiría sin que nadie la frenara.
Moriría, lo deseaba, eso no había cambiado, pero caería cuando hubiera librado al mundo del mal del polvo, no antes. Esa plaga era mi responsabilidad y debía cumplir con lo que prometí.
La bestia, a punto de saltar sobre mí, escuchó los chapoteos de las pisadas en la sangre de los humanos consumidos que caminaban con pasos erráticos, a punto de caer los unos encima de otros, emitió un rugido, me ignoró y se dio la vuelta para alimentarse de esos desdichados. Las otras criaturas, bordearon los restos del ojo que aplasté, y avanzaron despacio para saciarse con la carne de los cadáveres andantes.
Retrocedí sin perder de vista las fauces que desmembraban cuerpos hasta que alcancé los huecos en la pared que dejaron los bloques tras desprenderse. Amontoné varios fragmentos de metal, los suficientes para poder usarlos como punto de apoyo, cogí impulso, los pisé y salté hasta alcanzar el borde de uno de los orificios.
Terminé de subir, me puse de pie en el agujero, observé la oscuridad que había más allá, una que desembocaba en una espesa niebla, y caminé hasta perderme en ella. El tacto con la bruma caló en los huesos, heló la carne y me rozó el alma. Las habitaciones y las salas, por más que fueran capaces de desprender una esencia que penetrara un poco en mi ser, no lograban alcanzar del todo las profundidades que se encontraban mucho más allá de mi consciencia. Quizá la bruma que interconectaba las diferentes pesadillas de ese lugar fuera un punto de unión con mi mundo y con la llama.
Al terminar de traspasar la niebla, llegué a una gran sala repleta de infinidad de espejos, pequeños y sin bordes y más grandes con marcos de madera tallada. Incluso había algunos gigantescos que flotaban muy cerca de la parte más alta, cercana a la oscuridad que se adueñaba por completo del lugar donde debería haber estado el techo.
En la sala también había rocas formadas por diferentes fragmentos cristalinos, de colores vivos y oscuros y de formas simétricas e irregulares, que ascendían y descendían sin cesar, sin caer a menos de un par de metros de un suelo compuesto por un vidrio negro tan oscuro que no solo no reflejaba la luz, sino que la engullía, la deformaba y la convertía en una ceniza plateada que era espolvoreaba por encima del cristal negruzco.
Caminé hasta el centro de la sala, los espejos que me rodeaban mostraban imágenes de muchos lugares, de ciudades consumidas por hongos negros y esporas rosáceas, de parajes repletos de estatuas de carne pétrea que parecían estar vivas, prisioneras de una maldición que las obligaba a mantener sus cuerpos en posturas de dolor, con los huesos de las rodillas partidos, sobresaliendo por detrás de las piernas, y los brazos dislocados, al mismo tiempo que sus rostros reflejaban una intensa agonía. Los espejos reflejaban lugares sin vida a rebosar de árboles muertos trasformado en rocas oscuras a punto de resquebrajase, donde el viento arrastraba una ceniza gris que producía leves destellos, en muchos se veían desiertos de arenas cristalinas con partículas de polvo que azotaban a figuras dementes que reían antes de descomponerse en gotas negras.
Los parajes que revelaban los espejos tenían en común una cosa: algo los había consumido o lo estaba consumiendo.
—¿Esto está más allá de la capa de realidad...? —solté un pensamiento en voz alta con la incertidumbre de si eso era posible; siempre creí que más allá de la capa de la realidad no había más que vacío, pero esos mundos no pertenecían a los que estaban en el mismo plano de existencia que el mío.
El zumbido de varios espejos, que emborronaron las imágenes de los lugares que mostraban mientras revelaban nuevos, reverberó en la inmensa sala y acompañó a mis dudas mientras estas cobraban más fuerza. Me sentía un ignorante, uno que creyó tener todas las respuestas, cuando en realidad sus conocimientos eran poco menos que garabatos en una pizarra, trazos sin orden ni sentido que conferían una falsa sensación de seguridad.
El ruido explosivo de incesantes goteos, que impacto tras impacto creaban tenues estallidos en el palmo de sangre, me llevó a darme la vuelta y contemplar con sorpresa cómo, a apenas un par de metros de mí, se formaba un espejo de tinta del que se escurrían finos hilillos negros que resbalaban por encima de una intensa oscuridad.
—Se están consumiendo. —La voz provino del interior de la capa de tinta—. Las fronteras de la existencia se derrumban, los mundos se infectan y sus habitantes se convierten en fantasmas que agonizan condenados en los lugares donde murieron. —La negrura del espejo comenzó a esclarecerse—. No tenemos mucho tiempo.
Poco a poco, quien habló quedó a la vista en un reflejo colorido tras la tinta, era un hombre con las venas ennegrecidas, en el rostro la oscuridad se le marcaba más, los ojos también estaban inyectados en ese intenso tono opaco, llevaba una gabardina raída, prendas negras debajo y unos pantalones de ese color, y tenía el cabello desaliñado.
Era extraño, pero, aunque lo siniestro de las venas renegridas por la tinta, junto con su aspecto descuidado, trasmitía una imagen entre amenazadora e inquietante, su ser, que se alcanzaba a vislumbrar en la profundidad de sus ojos, me hizo sentir que no representaba una amenaza.
—¿Todo se consume? —solté, tras girarme un poco y contemplar las imágenes en los espejos de lugares que padecían los estragos de la destrucción de la realidad—. ¿Qué es lo que lo causa?
El hombre permaneció en silencio unos segundos.
—Aún no lo sé. Estoy buscando el origen. —Lo miré a los ojos, estaba exhausto, como si hubiera agotado sus fuerzas y continuara adelante tan solo porque se negaba a caer, como el atleta que le tiemblan las piernas en los últimos metros, que le va a estallar el corazón, pero sigue corriendo para llegar a la meta y romper la cinta—. Llevo buscándolo mucho tiempo. Demasiado. —Era fácil apreciar el dolor que desprendía su rostro, tan o más desgarrador que el mío—. Creo que puede provenir de tu realidad.
Nos mantuvimos callados durante unos instantes que parecieron volverse eternos.
—¿De mi realidad? —solté, pensativo, y volví a mirarlo a los ojos—. Entiendo que has venido a verme por eso.
Afirmó con un ligero gesto de cabeza.
—Sea lo que sea lo que está destruyendo las capas de la existencia es muy probable que provenga de tu realidad —me explicó mientras la agónica apatía que reflejaba su rostro poco a poco se desvaneció para dejar paso a la frustración y la rabia—. He tratado de alcanzarla, pero me es imposible. Un engendro, que nunca tuvo que existir, me impide llegar a ella. —El odio se apoderó por completo de sus facciones—. Un Antecesor, uno que creí muerto, ha alimentado una barrera para aislar tu mundo y al resto de mundos de esa porción de la existencia.
Agaché un poco la cabeza y me perdí entre pensamientos y recuerdos. Si la existencia en verdad se extendía mucho más allá de la capa que contenía mi realidad, quizá encontrara un sitio seguro y lejano para contener por siempre a La Plaga. Una tenue esperanza brotó con la suficiente fuerza para no convertirse en un brote marchito por mi culpa y mi dolor.
—Un Antecesor —pronuncié en voz baja—. El mal nacido de las marcas en la cara. —Elevé la mirada y la fundí con la del hombre de las venas de tinta—. Tuvo que ser el mismo que me mandó aquí.
Los zumbidos que produjeron los cristales al temblar se oyeron con fuerza durante unos instantes.
—Hierdamut —pronunció con mucho rencor—, así se llama el Antecesor extinto. El que ha anulado tu ser con su esencia. —Giró un poco la cabeza para observar los espejos—. Ese miserable, junto con el resto de los suyos, es el culpable de mi desgracia. —Cerró los ojos, apretó los dientes e inspiró con fuerza por la nariz—. Él desgarró una capa de la existencia para manipular el polvo negro. —Abrió los ojos muy despacio mientras una lágrima de tinta le recorría la mejilla—. El creó la inestabilidad que acabó con la vida de mi pequeña. De mi Kayi.
El dolor de ese hombre era tan intenso, tan profundo, que traspasó la tinta, impregnó la sala, hizo que los espejos se llenaran de vaho negro y que resbalaran gotas oscuras por ellos; su pena y culpa me llevaron a tener una borrosa visión de su hija escapando de sus manos y siendo engullida por el polvo negro.
—Lo siento... —pronuncié con la mirada fija en su rostro al mismo tiempo que me era imposible no padecer por mis pérdidas—. Nunca se supera la muerte de los que quieres...
Me miró a los ojos y asintió, sabiendo bien a qué me refería. Entre ambos fluyó una ligera conexión que le permitió ser capaz de percibir el sufrimiento que causé y la carga que apenas me permitía vivir.
—Somos dos condenados —aseguró, ante de cerrar los ojos, suspirar y tomar aire con fuerza—, pero no todo está perdido. —Abrió los párpados y centró la mirada en mi rostro—. Tu grito me salvó.
No entendí a qué se refería.
—¿Mi grito? —solté, confundido.
Movió la mano y se creó un espejo de tinta que me mostró tirado en el pavimento repleto de grietas, cuando fui vencido por ese Antecesor, el mal nacido de las marcas en la cara.
—Antes de que la llama en tu interior apenas prendiera, gritaste y tu grito atravesó las capas de la realidad. —Volvió a mover la mano y se creó otro espejo que lo mostró a él siendo atacado por un gigante que tenía los ojos de polvo amarillo, los labios cosidos con un hilo plateado y la piel negra recubierta de esquirlas de metal—. Estaba perdido, sin fuerzas, atrapado en un desierto de arenas cristalinas que incrementan la agonía, pero tu grito no solo destruyó al ser que estaba a punto de matarme, también me sacó de esa maldita porción de la existencia. —Me miró y se quedó pensativo—. Unos susurros resonaron entre mis pensamientos y me dijeron que te ayudara, que teníamos un enemigo común. —Inclinó un poco la cabeza y ahondó en recuerdos—. Dijeron ayuda a Draert, poco antes de que te viera a través de una fisura en una capa de la realidad, vencido por ese maldito Antecesor.
¿Los susurros le pidieron que me ayudara? Siempre me habían conducido al borde de la locura, estaban unidos a la llama y al desgraciado del traje rojo, ¿por qué trataban de ayudarme?
—Los susurros... —murmuré, me di la vuelta y contemplé los espejos que mostraban mundos consumidos—. Las voces en mi cabeza lo único que han buscado es destruirme... —Observé la imagen de una ciudad ardiendo—. Por su culpa sacrifiqué mucho... —Vi a decenas de personas corriendo mientras eran devoradas por las llamas—. Por ellos y por el maldito tipo del traje rojo sellé dos ofrendas...
Permanecí inmóvil, azotado por dolorosos recuerdos, a la vez que mantenía la mirada fija en la imagen de una madre y su hija, ambas aferradas la una a la otra, mientras una ráfaga de aire cargada de humeantes partículas azules las convertían en polvo negro.
—No sé por qué me han pedido que te ayude —me dijo el hombre de tinta—, a saber cuáles son los verdaderos motivos de esos susurros, pero tienen razón en algo, tenemos un enemigo común. —Me giré despacio y lo miré a los ojos—. Si no paramos al Antecesor ahora, perderemos la oportunidad de impedirle que lleve a cabo su plan, lo que sea que trame contigo y con el fuego rojo.
Tenía que apartar las dudas sobre los susurros, debía volver a mi mundo, ya habría tiempo de recapacitar del porqué me ayudaban. El mal nacido de las marcas en la cara, ese Antecesor, era una gran amenaza. Si obtenía el control de la llama roja podría invocar La Plaga. Y eso no podía permitírselo.
—¿Tú me has traído aquí? —le pregunté al hombre de tinta, tras echar otro vistazo a la sala repleta de espejos.
Él negó con un ligero movimiento de cabeza.
—No del todo —contestó—. La esencia que el Antecesor usó para privarte de la llama arrojó tu ser a uno de los pozos sombríos. —Sus palabras me recordaron la habitación oxidada y las sierras, el lugar al que me mandó ese desgraciado de las marcas en la cara—. Supongo que creyó que quedarías atrapado lo suficiente para llevar a cabo sus planes sin que te entrometieras, pero no contó con que los pozos conectan con El Ninfadrem, con este rincón de la existencia que refleja las realidades infinitas, el borde de La Oquedad Originaria.
Lo miré sin comprender los lugares que mencionaba.
—¿La Oquedad Originaria? —pregunté, extrañado.
Asintió.
—Lo más cerca que se puede estar de lo sin forma, lo innombrable. —Al ver que mi confusión no hacía más que aumentar, me explicó—: Lo que existe nació de los tumores que crecieron y extinguieron las estrellas de carne. Una pesadilla tomó forma al principio y la gigantesca mano de polvo, que desgarró la constelación de entrañas cancerosas, cercenó hasta crear La Oquedad Originaria. —Dio forma a un espejo que mostró centenares de palpitantes soles de carne, con grandes zonas en necrosis y otras llenas de gigantescos tumores, rodeando un inmenso agujero más oscuro que el mismo vacío—. A través de ella terminaron de propagarse la ceniza, las ascuas extintas y los pensamientos muertos. —Observó el espejo que reflejaba La Oquedad Originaria—. El Ninfadrem está más allá de las capas de la existencia y también está unido a ellas. Aquí se existe en todas partes y en ninguna a la vez.
Me miré la mano, recordé cómo traté de prender el fuego rojo y cómo solo conseguí liberar una tenue columna de humo.
—Ha separado parte de mi alma de mi cuerpo y de la llama —musité.
El hombre hizo que se desvaneciera el espejo que mostraba La Oquedad Originaria.
—No, no lo ha hecho. —Lo miré confundido—. Ni siquiera sabe que estás aquí. —Movió la mano y cerca de mí se creó un símbolo de tinta: un círculo irregular cruzado por una alargada equis—. En mi agotadora búsqueda he aprendido algunos trucos. No soy capaz de traspasar la barrera que separa tu realidad de las demás, pero sí lo he sido de ayudarte a que llegaras a El Ninfadrem y también de crear un reflejo de tu esencia en el pozo sombrío.
Observé cómo el símbolo de tinta se cubría con fuego rojo.
—Entonces, ¿el mal nacido de las marcas en la cara, ese Antecesor, cree que sigo atrapado en el agujero al que me envió? —El hombre asintió y yo bajé un poco la mirada, pensativo—. Eso nos da una oportunidad.
—Una que debemos aprovechar —aseguró—. Ambos hemos perdido mucho, demasiado, pero no nos vamos a dar por vencidos. Hay que poner freno a Hierdamut y descubrir si él es el culpable de la destrucción de las realidades. —De forma inconsciente, el odio volvió a adueñarse de su rostro—. Si lo es, su muerte pondrá fin al derrumbe de las capas de la existencia.
Miré de reojo cómo el fuego del símbolo se intensificaba.
—Y, si no lo es, ambos nos habremos encargado de eliminar a un sucio bastardo. —Acaricié la esperanza de que por fin terminara todo—. Yo podré sellar por completo La Plaga, acabar con mi vida y pagar en el más allá. —Contuve las intensas ganas de que llegara el castigo tras la muerte y lo miré a los ojos—. Y tú podrás seguir la búsqueda sin tener que preocuparte de ese mal nacido.
El símbolo de tinta se descompuso, algunos espejos explotaron y los cristales rajaron el aire, creando líneas de luz roja por las que algunas llamas carmesíes alcanzaron la sala.
—Pase lo que pase, Hierdamut morirá —aseguró, movió las manos y las líneas de luces rojas se entrelazaron para formar un gigantesco y resplandeciente portal—. Su corazón dejará de latir, vacío de sangre, después de que lo degüelle.
Me empezaba a caer bien, ambos sabíamos qué era el verdadero sufrimiento y nos enfrentábamos sin piedad a nuestros enemigos.
—Me encargaré de que atravieses la capa de realidad, destruiré lo que no te permite traspasarla. —Lo miré a los ojos—. Tenemos algo pendiente con ese Antecesor y vamos a hacer que pague caro lo que ha hecho. Ambos pondremos fin a lo que hemos empezado. —Me di la vuelta, caminé hacia el portal, pero me detuve tras dar unos pasos—. Los susurros se presentaron por mí...
Me giré un poco para observarlo de reojo.
—Me llamo Makhor —contestó, antes de mover la mano y que el espejo que mostraba su imagen comenzara a evaporarse.
Volví a caminar hacia el portal.
—Encantado, Makhor —dije—. Haremos que ese Antecesor sufra mucho.
Mientras el espejo de tinta terminaba de descomponerse y la imagen de Makhor se desvanecía, al mismo tiempo que yo atravesaba el portal, sentí el calor de las llamas rojas avivarse en las profundidades de mi alma y también cómo me conectaba de nuevo con el resto de mi ser.
Aproximación al aspecto de Makhor creada con nightcafe
🌟 Muchas gracias por leer y pasarte por esta locura. Espero que te esté gustando. 🌟
😈 Nos hemos metido de lleno en El Ninfadrem y hemos visto La Oquedad Originaria. 😈
🔺 ¿Qué piensas del siniestro origen de la creación del universo de la historia con esas estrellas de carne cancerosas? 🔺
🔹 ¿Crees que Makhor se convertirá en el aliado que necesita Draert? 🔹
🔴 Y sobre Draert, ¿qué te ha parecido su viaje por este infierno? 🔴
✔️ Cualquier teoría que tengas, me encantará leerla y que la comentemos para ver si juntos desvelamos alguno de los misterios de la historia. 🤔
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