Capítulo 2
La oscuridad a mi alrededor se quebró. Los sentidos, aturdidos, retornaron poco a poco junto con una débil sensación de consciencia. Tratar de pensar dolía, era como estar encadenado a las rocas al borde de una costa en pleamar, luchando por las últimas respiraciones antes de que el agua salada inundara la garganta y los pulmones.
Lo primero que escuché fueron gritos, distorsionados, molestos, sin sentido, tan punzantes que creí que agujerearían los tímpanos. No tardaron en seguirles los tirones en el pantalón, bruscos, insistentes, haciendo que la tela apenas resistiera sin romperse, y casi al mismo tiempo percibí el rasposo tacto de la arena revuelta con hueso en la cara y las manos.
Con gran esfuerzo, tras varios intentos, abrí los ojos; la visión, convertida en una amalgama de pequeños puntos negros y de otros traslúcidos que centelleaban, estaba demasiado emborronada. Por más que parpadeé, siguió sumida bajo una fina capa nebulosa y apenas fui capaz de ver los contornos difusos de una figura corpulenta.
Los tirones en el pantalón desaparecieron, los gritos resonaron más y una fuerte presión en los tobillos me llevó a tratar de moverme. Me arrastraron, esparcí arena a mi paso, algunos granos se introdujeron mi boca y el sabor ácido se propagó por la lengua poco antes de que impactara contra una superficie muy dura.
Apenas alcancé a soltar un leve gemido antes de que el dolor se intensificara, una patada en el estómago me obligó a encorvarme en el suelo. Los golpes aumentaron, uno tras otro, como si fueran granizos de fuego abrasándome la barriga y el pecho, y no fui capaz de defenderme. Ni siquiera tenía fuerzas para pensar y recriminarme lo inútil que era.
Otro golpe, de algo muy duro, me sacudió en la cara y el sabor salado y ferroso de la sangre impregnó mi boca. Un nuevo impacto, esta vez cerca de la mandíbula, me fracturó una muela. Escupí saliva, seguro que teñida de rojo, y un pedazo de diente.
Estaba exhausto, con la sensación de que un grupo de elefantes en estampida me habían pisoteado el alma una y otra vez hasta casi pulverizarla, dejando tan solo una voluntad inservible atrapada en un cuerpo inútil. La extraña mujer drenó mi ser, me privó de mi fuerza y acabé convertido en un saco de carne y huesos destinado tan solo a ser golpeado sin descanso.
«Necesito...» me fui imposible continuar el pensamiento, mi mente se había trasformado en un inmenso espacio vacío y oscuro sin tan solo una sola estrella que diera luz a mi conciencia.
Volvieron a sujetarme de los tobillos, me arrastraron un buen tramo, el calor de la fricción con la superficie dura, que atravesó la ropa y casi quemó la piel, solo se detuvo cuando mi espalda chocó contra algo muy denso. El ruido, aunque lo percibí distorsionado, me permitió saber que provenía de un objeto metálico.
«La ciudad... —Por fin conseguí ordenar algo mis pensamientos—. La mujer me dejó partir...».
Se olvidaron de mí durante unos minutos, los suficientes para esclarecer la vista y retomar un poco el control sobre mi cuerpo. Estaba apoyado en un contenedor de basura en el callejón que vislumbré en el presagio, por el que la mujer fue arrastrada. Tenía los músculos agarrotados, daba la sensación de que hubieran esparcido cemento sobre ellos y que la mezcla llevara seca unos cuantos días.
Varios metros delante de mí, al lado del furgón, los dos con el pelo rapado y las facciones rígidas, se encontraban los hombres de los uniformes con protecciones. Ambos apuntaban con linternas al interior del vehículo y mostraban un nervioso temor, como el de un reo que depende del humor del verdugo para evitar ser ejecutado.
Inspeccionaban mientras la mujer, tirada en el asfalto, con cuerdas atándole las muñecas y los tobillos, y un saco tapándole la cabeza, parecía hallarse inconsciente.
—Me dijo que te salvara... —me costó hablar, con cada palabra sentí como si mis pulmones se llenaran de líquido corrosivo y como si una barra al rojo me atravesara muy despacio la garganta.
Traté de levantarme, pero no conseguí más que tensionar un poco los brazos antes de que el dolor me obligara a desistir. Estaba perdido, sin escapatoria, me sentía igual que un vivo en un pútrido ataúd, bajo tierra, incapaz de evitar una segunda muerte.
La mujer del paraje extraño no solo evitó que liberara las llamas rojas, también rompió la pequeña conexión con ese fuego interno que me permitía usar una porción de su brillo y calor.
Los hombres se presionaron un poco los oídos y hablaron por unos comunicadores adheridos a las mangas, cerca de las muñecas. Me miraron con el odio tiñendo de rojo sus rostros, miraron a la mujer y continuaron hablando. Seguro informaban de que un vagabundo, borracho y loco, había entrado en el furgón para revolcarse en la arena y quedarse dormido.
Volví a tratar de levantarme, pero fue inútil. Estaba indefenso, era incapaz de salvar a la mujer y detener el ritual, fracasaría de nuevo, tallando otra muesca en el funesto mural de mis derrotas, pero esta ver dolería más porque alguien querido volvió de la muerte para pedirme que evitara el sacrificio y le iba a fallar.
—Perdedor hasta el final. —La insufrible voz del desgraciado del reluciente traje rojo apareció para regocijarse con mi fracaso y escupir sal en la herida en carne viva—. ¿No te cansas de no ser más que un burdo intento de desecho humano sin dignidad ni palabra? —Chasqueó la lengua con asco—. Hasta los adictos que malviven en los edificios de las afueras, que entre atraco y atraco se pasan el día rebuscando en la basura algo para llenar los estómagos, tienen logros más interesantes y memorables que los tuyos.
Giré un poco la cabeza y vi a ese mal nacido apoyado en la agrietada y sucia pared de un edificio. Me hubiera gustado levantarme, agarrarlo del asqueroso traje, lanzarlo al pavimento húmedo, reventarlo a patadas y borrarle la insufrible sonrisa del rostro.
—Si soy un perdedor, ¿en qué te convierte eso a ti...? —murmuré con gran esfuerzo mientras por mis labios resbalaba un poco de sangre.
La sonrisa del desgraciado se profundizó y su piel marchita estuvo a punto de quebrarse y esparcirse por el pavimento en montones de polvo.
—Touché —dijo y miró a los hombres que seguían hablando—. ¿Cuánto crees que tardarán en venir a rematarte? —Sacó el reloj de bolsillo, abrió la tapa y fijó la mirada en las agujas—. ¿Un minuto, dos, quizás tres? —Me observó de reojo—. Si estuviera en tu pellejo, saborearía los últimos agonizantes momentos de tu vida. En la muerte no vas a encontrarte con nada bueno.
Me fui imposible contestar rápido, mis pulmones suplicaban por aire y tuve que esforzarme en dárselo.
—No creo ni que llegue a uno... —pronuncié en voz baja.
El desgraciado del traje, que dio unos pasos hasta quedar a mi lado, apartó los restos de una rata muerta con el zapato.
—¿Y aquí va a acabar tu historia? —preguntó, tras mirar a los hombres que asentían—. Tanto dolor, tanto lucha por salvarlos, tantos sacrificios, y te vas a rendir en un sucio callejón lleno de orín, excrementos y basura. —Se agachó un poco para acercar sus labios a mi oído—. Me sorprende que te dejes vencer, que permitas que tu vida se consuma sin que hayas podido compensar un poco las dos ofrendas. —Soltó una corta e hiriente risa—. ¿Qué van a pensar de ti? ¿Se alegrarán de que su martirio se vuelva más duro? ¿Les gustara que las lágrimas que derraman les abrasen aún más el rostro? —Se separó de mí y sonrió complacido—. Piénsalo bien.
Ese desgraciado sabía dónde hurgar para remover mi culpa y sufrimiento, me conocía tanto o más de lo que me conocía yo. Me colocó delante de un gran espejo que reflejaba mi infierno, me puso ante los cadáveres y las almas atormentadas de los que me importaban, y ayudó a que prendiera la lumbre del fuego rojo.
El odio que sentía por él, junto con el profundo anhelo de satisfacer el deseo de alguien querido y poner fin a mi penitencia, encendieron las primeras chispas de la diminuta llama roja que permitía que ardiera en mi interior.
El calor se propagó con fuerza por el pecho y se extendió despacio por el resto del cuerpo, calentando los músculos, cicatrizando heridas y devolviéndome el vigor poco a poco.
—Si quieres que te dé las gracias, ya puedes pasarte la eternidad esperando —le dije—. Los dos sabemos por qué haces esto.
—Cierto —respondió, antes de caminar hacia la salida del callejón y comenzar a convertirse en polvo rojo—. En el fondo, por más que nos repudiemos, nos necesitamos.
Cuando la última partícula del desgraciado se descompuso, dirigí la mirada hacia los hombres. El odio emergió descontrolado y su impulso terminó de prender las llamas y darme las suficientes fuerzas para levantarme.
Al verme de pie, uno de los hombres se acercó y me señaló.
—¡Vas a pagar por haber vuelto impura la arena! —gritó, tras llevar la mano a su pistola y estar a punto de desenfundarla.
Como un actor que se juega su carrera con su último papel, solté un eructo e interpreté.
—Amigo, tampoco es para tanto... —pronuncié, imitando a un borracho, antes de hacer ver que casi perdía el equilibrio y apoyarme en el desgastado muro de un edificio—. Estaba abierto... —Volví a eructar y agaché la cabeza—. Pensé que el furgón estaba abandonado, entré y me quedé dormido...
Mi interpretación lo convenció lo suficiente para apartar los dedos de la pistola y decidirse por usar los puños. Levanté un poco las manos, me mostré asustado y le insté con unos gestos a que no me golpeara.
—Amigo, no hace falta usar la violencia... —Carraspeé, escupí al pavimento y señalé el furgón—. Te traeré arena para que lo rellenes...
Esperé a que se acercara, inclinando un poco la cabeza, mostrando que era una presa fácil, tanto como un infeliz atado a un tronco en un bosque repleto de bestias hambrientas.
—¡Vamos a hacer puré con tus entrañas! —bramó.
Inspiré despacio, cerré los puños, aguardé el instante en que cogió impulso para golpearme, me eché hacia delante, levanté el brazo lo suficiente para bloquear el suyo y le di un puñetazo el punto de unión de dos protecciones, arrancándole un gemido.
—Tan bravucones con los débiles —mascullé, antes de hundirle el canto de la mano en la nuez y obligarlo a retroceder, cogiéndose el cuello, costándole respirar—. Sin daros cuenta de que los débiles sois vosotros, que necesitáis golpear vagabundos, secuestrar niños, ancianos, mujeres, tullidos, para sentiros que estáis por encima, cuando no sois más que cobardes que temen verse cómo son.
Trató de desenfundar el arma, pero le sujeté la muñeca mientras le daba un cabezazo y le partía la nariz. Le quité la pistola, la guardé entre el cinturón y la camisa, me puse detrás de él, llevé su brazo a su espalda y lo subí hasta que sentí la tensión previa a la rotura.
—Te mataré —pronunció con ira, antes de que le tirara más del brazo y lo partiera.
Los gritos llamaron la atención del otro hombre que corrió hacia nosotros con el arma en alto. Cogí el brazo que aún no había roto y lo llevé a la espalda para tensarlo y que mi presa no pudiera hacer nada más que implorar y temer.
—Me habéis dado una paliza —le dije al que sostenía el arma, que se detuvo a unos tres metros de nosotros—. Yo le he roto un brazo. Estamos en paces. Dejémoslo así. —Trató de apuntarme, pero me cubrí con el cuerpo de su compañero—. Nos vamos cada uno por nuestro lado y hacemos como si no hubiera pasado nada.
—¡Mátalo! —bramó el que tenía inmovilizado.
Eché su brazo un poco más hacia arriba y gritó.
—Tú cállate —le ordené—, si no quieres escuchar de nuevo como crujen tus huesos. —Miré al otro—. ¿Qué me dices? ¿Lo dejamos aquí? —Dirigí la mirada hacia la mujer, tendida sobre el asfalto, cerca del furgón—. Será mejor que no perdáis más tiempo conmigo. El tiempo corre y alguien puede verla. —Fijé la vista en el que trataba de apuntarme—. Lleváosla, haced lo que tengáis que hacer, y yo me iré a emborracharme en una sucia callejuela.
Acercó la muñeca de la mano que no sostenía el arma a los labios y se activó el comunicador.
—La escoria que ha vuelto impura la arena ha reducido a Bued —informó con el tono de un autómata programado para servir—. Le ha roto un brazo. —Observó la funda de la pistola de su compañero vacía—. Lo ha desarmado y no hay posibilidad de neutralizarlo sin sufrir más daños. —Guardó silencio unos segundos mientras la voz de alguien le llegaba a través del auricular cerca del oído—. La ofrenda está lista para ser entregada, eso no ha cambiado. —Volvió a callarse unos instantes—. No, no tiene nada que ver con ella ni le interesa. Solo quiere que no haya represalias. —Unos nuevos momentos de silencio—. Entiendo, así se hará. —Me miró, bajó el arma y asintió—. El Sharekhar acepta que lo dejemos aquí. Eres libre de irte.
El Sharekhar... Hacía tiempo que no escuchaba ese escurridizo nombre vinculado a los peores rituales. Aparecía de repente, se rajaban decenas de cuerpos en días y se perdía en las oscuras sombras de la ciudad. Siempre quise dar tras la persona tras él y mostrarle el dolor de ser una ofrenda, que padeciera en sus carnes lo que significaba extinguir un alma.
Liberé despacio el brazo del mal nacido y me separé un poco. Todo había cambiado, no los iba a dejar tullidos y moribundos hasta que me dijeran más de El Sharekhar.
—Entonces, ¿en paces? —Volvió a asentir, sujeté la empuñadura de la pistola con los dedos índice y pulgar, saqué el arma muy despacio y la aparté un poco haciendo ver que la iba a dejar caer en el pavimento—. Perfecto... —Me mostré sorprendido y señalé a la mujer—. ¡Esos de ahí se la van a llevar!
El hombre se giró, le disparé en las rodillas y cayó a peso muerto. El otro trató de correr, pero volví a disparar y la bala le trituró el tobillo. Cuando el primero intentó girarse en el pavimento, le pegué un tiro en el hombro y le destrocé la articulación.
—Ahora vas a hablarme de El Sharekhar —le dije, tras llegar a su lado, posar una rodilla en el suelo, apartar su arma y apuntarle a la cabeza—. ¿Quién es? ¿Cómo doy con él?
El otro logró levantarse y caminar cojeando al lado de la pared, apoyándose con una mano. Le apunté al tobillo sano, le disparé y cayó sobre unas bolsas de basura medio rotas.
—Te arrepentirás de esto —me dijo el que estaba tumbado cerca de mí.
Pegué el cañón al otro hombro y disparé.
—Dime lo que quiero saber y tendrás una muerte rápida.
No le dolió, sonrió como un demente que ha perdido el contacto con la realidad, movió un poco la mandíbula, mordió algo con fuerza y escupió espuma por la boca.
Inspiré despacio, rabioso, se me había escapado. Me levanté y fui a por el otro que parecía más dispuesto a conservar la vida y no correr el mismo final.
—El Sharekhar —le dije, nada más que lo alcancé, antes de dispararle en el codo del brazo sano y reventárselo—. Quiero saber todo. Cuánto antes hables, más articulaciones conservarás.
Apretó los dientes y negó con la cabeza.
—No lo entiendes —contestó, atemorizado—. Esto está muy por encima de ti y de mí. —Hundí la rodilla en su estómago, apoyé todo el peso en sus intestinos y le apunté a la cabeza—. Ellos lo ven todo...
Aunque no quiso morder la cápsula de veneno, eso no le libró de padecer una muerte agónica. Sus ojos se enrojecieron, las venas del rostro y del cuello se volvieron negras, y una nube de polvo oscuro emergió del pavimento, resquebrajándolo, y le rodeó el rostro.
Me aparté mientras observaba cómo las partículas le roían la piel, la carne y los huesos, como hormigas voladoras hambrientas, antes de que unos símbolos triangulares con rayas en medio se marcaran en la frente y la cabeza explotara.
Permanecí inmóvil casi un minuto, el estallido provocó que la misma capa de la realidad temblara y que una esencia maldita impregnara el aire alrededor del cadáver.
Miré a la mujer, aparté mis pensamientos del polvo negro, solté el arma, cerré los puños con rabia y, mientras las risas del desgraciado del traje y los susurros sonaban en la distancia, caminé a paso ligero para llevarla algún lugar seguro. Si es que lo había.
Imagen creada con nightcafe
🌟 Muchas gracias por leer y pasarte por esta locura. Espero que te esté gustando. 🌟
💥 Hemos tenido una autentica explosión. 💥
🔺 ¿Quién crees que pueda ser El Sharekhar y a quiénes crees que se refirió el hombre antes de que le explotara la cabeza con "ellos lo ven todo"? 🔺
🔸 ¿Qué opinas de la relación entre Draert y el "desgraciado" del reluciente traje rojo? ¿Cuál crees que pueda ser su origen? 🔸
🔻¿Qué piensas del giro que ha dado la historia tras la explosión de la cabeza? ¿Se percibe que la oscuridad en ese mundo va aún más allá que al principio de la historia?🔻
☑️ Me encantaría leer tus teorías y comentarlas para ver si entre los dos descubrimos qué hay detrás de todo lo que va sucediendo. 🤔
⭐️ Si te gusta la historia, se agradecen los comentarios y los votos. Además sería de mucha ayuda si compartes o le hablas de la novela a alguien que le pueda interesar. ⭐️
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