Capítulo Veintitrés: El beso de la muerte


Capítulo Veintitrés: El beso de la muerte.

Azhar.


Las noticias están por todas partes, todos hablan de ellos desde que recubren todos los lugares desde hace tres días.

Me encuentro junto a África y esperando por Albert en la casa de Rebecca, bueno, la mansión. Sobra decir que su habitación es del tamaño del apartamento en donde vivo, y no es que mi lugar sea pequeño, y la decoración es tan ostentosa que me pregunto cómo no terminaron bañando los marcos de la ventana en oro; pero ese no es mi foco, mi atención se encuentra en la gran pantalla ubicada en una de las paredes, el televisor que proyecta la fotografía de Caleb junto a la palabra "desaparecido."

Es su cabello castaño claro despeinado, los labios carnosos que besé y mordisqueé muchas veces, que besaron en cada rincón del cuerpo de una manera que me hacía gemir; es la mirada pícara y encantadora. Es Caleb, él Caleb que era un polvo delicioso y divertido hasta que se convirtió en algo diferente que comenzaba a incomodarme e irritarme.

Recuerdo su comportamiento en la discoteca en donde me maltrató, cosa que no perdono, también lo intrigante de su llamada el día que estuve en la playa con Leonid viéndolo surfear, fue la última vez que hablé con él y me es imposible olvidar que esa llamada tuvo un final abrupto. Las próximas veces cuando recordaba la llamada intenté contactarlo y fue cómo si la tierra se lo hubiese tragado incluso su teléfono salía como desconectado.

No me planteé que algo pudiese haberle pasado, que estuviese mal o necesitase ayuda, ni siquiera me tomé el tiempo de pensar en ello, en él, solo...Me dio igual, ignoré su existencia y ahora sé que Caleb estaba sufriendo o aun lo hace.

Tengo rencor e ira a su comportamiento la última vez que nos vimos, por cómo me trató, aun puedo sentir su agarre en mi cuello mientras su mirada desenfocada y drogada parecía no importarle el daño que podía infringirme. No me arrepiento de haber cortado las cosas con él, pero ver su foto en todas partes desde hace días junto a las palabras "desaparecido" y sabiendo que sus dientes junto a uñas fueron arrancados seguramente cómo algún tipo de tortura, no me sienta bien y pensar que puede estar muerto es simplemente desconcertante.

No siento dolor, pero tengo que admitir que me da pesar y que no deseo que esté sufriendo o que haya sufrido, tuvimos buenos momentos que terminaron de manera fatal, pero no deseo que pase por nada de eso.

Un resoplido viene desde algun lugar de la habitación, pero lo ignoro viendo cómo el rostro de Caleb permanece en pantalla mientras la conductora del programa de noticias Joana Lanzi relata una vez más los sucesos y los nulos avance dentro de la investigación.

Tengo que decir que ella es bastante molesta, siempre me ha fastidiado su voz y la manera en la que enfoca sus opiniones, sin contar que estuvo en una fiesta elitista que acudí con mis amigos los riquillos y fue...Una perra malvada que se llevó parte de mi veneno.

Analizo su postura, su tono de voz y la mirada aburrida en su rostro mientras habla, me queda claro que le da igual la persona que fue o es Caleb, lo que se notó cuando recalcó que él se drogaba, la noticia le da igual, pero seguramente cuando haya información más jugosa salivará en busca de una gran historia.

—Es una perra —mascullo.

— ¿No estamos en una era de no llamarnos perras o alguna cosa amable cómo esa? —Pregunta África y le doy un rápido vistazo descubriendo que se lima las uñas.

—No seré amable con alguien que me llamó prostituta de los barrios bajos —señalo volviendo la atención a la pantalla.

— ¿Te hirió los sentimientos? —Se burla mi amiga.

—Es una perra —repito haciéndola reír.

Quisiera reír, pero no puedo mientras me olvido de Joana Lanzi para una vez más enfocarme en Caleb. ¿Estás vivo Caleb? ¿Y qué tan horrible me hace desear que esté muerto? Porque si está muerto ya no sufre ni vive con las consecuencias físicas y psicológicas de la tortura.

Sé lo que es ser torturado y sé cuánto jode con tu cabeza. Solo hay que verme, soy el resultado de años de abuso de padres que servían a la ciencia y que me trataban cómo su rata de laboratorio y aunque no recuerdo con exactitud sus prácticas, se metieron tanto en mi sistema que siento el eco de algunos dolores y lo bloqueé en mi cerebro de lo traumático que tuvo que haber sido.

— ¿Podemos apagar la televisión? Me deprime —Se queja Rebecca que acaba de terminar de esnifar una línea de coca.

No me extraña ni la droga ni su falta de empatía.

—Ten un poco decencia, Azhar se lo tiraba y está claro que le afecta lo que le ha sucedido a Caleb o lo que le está sucediendo —La corta África— ¿Puedes siquiera pasar un día sin meterte algo por la nariz?

—Cómo si no conocieras los efectos de la coca.

—Inhalar una línea de tanto en tanto en una que otra fiesta es muy diferente a vivir empolvándose la nariz la mitad del día. Solo espera a que te dé una sobredosis y me cuentas cómo te sientes si sobrevives.

—Maldita zorra —Le sisea Rebecca.

—No puedo tomarte en serio el insulto si me hablas con la nariz llena de tu porquería, al menos inhálala, bien, inútil.

Comienzan una de sus guerras pasivo-agresivas que te hace cuestionarte si son amigas o enemigas, pero no presto atención.

Me siento fría, entumecida, cansada y tan desconcertada.

Estos últimos días físicamente he estado teniendo un comportamiento bastante extraño en mi cuerpo, el constante chiste sobre tumores cerebrales ahora no me parece tan divertido cuando experimento cansancio, fiebres a altas horas de la noche y tantas alucinaciones si es que lo que veo no son muertos realmente.

Ya perdí la cuenta de las veces en las que he estado sudando frío y aterrada viendo a la mujer de blanco aterradora, pero he descubierto que mi miedo es mucho alto cuando se trata de mi madre, porque se ve tan real que temo que esté viva y esté viniendo por mí. Estoy inquieta sobre la forma en la que esa caja fuertemente resguardada de recuerdos que no dejo emerger esté luchando con tanta fuerza por abrirse.

Me he encontrado preguntándome si tal vez mis lagunas mentales, pérdida de memoria y comportamiento extraño no se debe a ello, a esa manera de reprimir los recuerdos, pero prefiere vivir de este modo a revivir cada instante de mi infancia y adolescencia en la que me sometí a un trato tan inhumano.

Mis noches se han convertido en continúas pesadillas de las que poco recuerdo al despertar y últimamente cada vez que abro los ojos, lo que sí recuerdo es sangre sobre mí, sobre mis manos, alrededor y tantos gritos de dolor. También estoy pensando mucho, demasiado, y recordando muchas veces en las que mis padres experimentaron conmigo, el daño que me hacían, el sufrimiento, el maldito dolor. No logró recordar cómo se detuvieron, solo sé que un día desperté y al llegar a casa supe que estaban muertos.

Mi vida es una mierda, me pregunto por qué sigo viviendo, tal vez se trata de que mi cuerpo y subconsciente son demasiados fuertes para dejarse perecer pese a que no aporto nada al mundo y que tampoco llevo una vida que valga demasiado la pena.

Pero tal vez Caleb sí quería o quiere vivir, quizá sí tiene mucho que ofrecerle al mundo. Yo solo lo conocía en calidad de fiestas, sexo y drogas, pero no quiere decir que eso fuese todo lo que tuviera para dar. No me interesé en conocerlo más allá de mis propios intereses egoístas y aunque no me arrepiento de ello, no puedo evitar preguntarme si su muerte o desaparición les habrá impacto a algunos.

¿Sería su muerte tan indiferente cómo la mía?

Nunca le pregunté si tenía familia, una novia o algo.

Soy una perra fría y vacía, ya lo sabía, pero esto me lo recuerda. Porque todo lo que siento es pesar incluso algo de morbo sobre si alguna persona lo llorará, intento ahondar en mis emociones y localizar alguna señal de dolor, arrepentimiento o tristeza, pero no hay nada de eso en mí, no para él, no para este momento.

— ¿Azhar? —pregunta África y volteo a verla dándome cuenta de que ya terminaron su repetitiva discusión.

—Perdón solo pensaba en que es...Lamentable —digo lo último con un tono débil porque no estoy segura de si eso es lo que pienso de la situación.

Lo que sí sé es que la noticia me hace sentir rara, pero no sé de qué forma.

—También es inquietante —comenta Rebecca desde algún lugar de su cama.

— ¿Declaraste, Azhar? ¿O piensas ir a declarar? —Me pregunta África y apago el televisor girándome hacia ella.

—No lo he hecho y no quiero hacerlo —Enarca una ceja ante mis palabras— y es que ¿Qué puedo decir? ¿Qué me atacó en una fiesta luego de quererme meter una píldora a la fuerza a la boca? Me hace sonar cómo una posible vengativa que fue tras él y yo no hice esa mierda.

África ladea la cabeza de un lado a otro cómo si analizara mis palabras y termina con un lento asentimiento.

— ¿Segura que no hiciste esa mierda? —pregunta Rebecca y con rapidez giro la cabeza para verla.

Tiene una expresión despreocupada, pero hay algo en su mirada que me impide tomarme sus palabras cómo broma.

— ¿Qué quieres decir?

—Nada, es solo que me resulta curioso —Se levanta de su enorme cama y camina hacia su ventanal— que te relaciones con todas las personas de los casos que han salido.

— ¿Perdón? No tengo ninguna puta idea de quién es o era Alexander tampoco de Mariel...

Sus nombres han resonado tanto en toda Australia que sería imposible no saber sus nombres y no recordar sus rostros.

—Pero tuviste problemas en el pasado con Carolie y con Caleb la última vez que fue visto. A veces cuando te perdías decías que estabas con él.

—Tal vez sería conveniente mencionar que estuve en la misma fiesta que tú la noche en que sucedió lo de Carolie y que me imploraste que no lo mencionara a nuestros amigos —digo con sequedad—, me dijiste cómo no querías declarar porque estabas hasta arriba y alguna mala reacción con la droga que tu noviecito traficante está vendiendo, incluso podemos hablar acerca de cómo encontré la identificación de Alexander cerca de tu pozo ilegal de cocodrilos.

» ¿La última noche, en la que Caleb desapareció? También estabas ahí, de hecho recuerdo que huimos precisamente porque de nuevo tu noviecito llevó droga adulterada que mató ¿Puedes recordarlo, Rebecca? —Le doy una fría sonrisa—. Me parece que tus manos desde afuera se ven más sucias que las mías

Rebecca aprieta los labios y alza la barbilla de forma desafiante luego camina hacia mí hasta detenerse a una escasa distancia. No bajo la mirada ni borro mi sonrisa condescendiente.

—Claramente estoy perdiendo algo aquí ¿Qué es todo eso de fiesta con Carolie e identificaciones en el pozo? —Pregunta África sin ningún interés de meterse entre nosotras dos.

—No es nada, África ¿Cierto, Azhar? —Me da una lenta y falsa sonrisa.

—No es nada —repito sus palabras cómo si las probara—. ¿Así lo llamaremos?

—Es lo que acabo de decir.

Doy un paso hacia adelante y planto un beso en la comisura de su boca, no es afectuoso, es más un símbolo de veneno y ella lo entiende porque se tensa, con mi pulgar limpio el polvo blanco en la esquina de su nariz y luego se lo paso por el labio inferior antes de volver a hablar en un susurro.

— ¿Si no es nada, entonces por qué tienes miedo? —Retrocedo sin despegar la mirada de ella—. Iré a tomar un poco de aire, ya sabes, retozar un rato con los cocodrilos ¿Puedo...Amiga?

—Mi casa siempre será tu casa —dice con tensión.

—Amo tu hospitalidad, Rebecca —Hago una leve inclinación con la cabeza.

Con mi dignidad intacta y una arrogancia espectacular camino fuera de la habitación bajo la atenta mirada de mis dos amigas, estoy segura de que le contará su loca versión a África y sé que esta última no le creerá y solo asentirá mientras piensa en todo lo que dijimos y luego en busca de más información con disimulo. Camino por el pasillo silencioso y eterno para luego bajar las amplias escaleras en forma de caracol.

Esta mansión es espectacular, quizá incluso soñada, pero tengo esta teoría de que podría esconder muchas cosas porque ¿Para qué necesita una casa tan grande una familia de tres integrantes? Ni siquiera puedo hablar del espacio que conforma las áreas verdes, solo piensa qué tanto espacio ocupa el pozo de cocodrilos al que me dirijo a paso lento.

Me toma aproximadamente siete minutos – los cronometré una vez – llegar a mi destino y al asomarme puedo ver a dos de los enormes reptiles reposando en el pequeño pedazo de isla pantanoso y con césped en medio del lugar. Desde donde estoy al agua debe haber unos seis metros de altura. En el agua dos cocodrilos más se encuentran sobresaliendo y si mal no recuerdo debe haber otro en las profundidades u oculto.

Analizo la estructura, barrotes de metal unos centímetros por encima de mi cintura, no hay cerca o medidas de seguridad. Abajo algunas rocas y matorrales en varios de los bordes, la forma no es un círculo exactamente, pero se asemeja y sé que el agua del pozo tiene unos buenos cuatro metros de profundidad. Por un lateral con una pequeña isla se encuentra la puerta a través de las cuales accedes por unas escaleras que hay colina abajo o un ascensor subterráneo en algún lugar de la casa que no recuerdo porque nunca he bajado a verlos de cerca.

Es como ir a un zoológico, o cómo supongo que es ver cocodrilos en otros países dentro de un zoológico, con la única diferencia de que si caes aquí, posiblemente mueras porque nadie te salvará.

La identificación de Alexander estaba muy cerca del pozo y no es cómo si mágicamente hubiese aparecido ahí, él tuvo que venir o alguien que estuvo con él, vino aquí.

En un gesto inconsciente y bastante estúpido, suspiro y mis manos toman con fuerza la baranda principal antes de pasar una pierna sobre ella y luego la siguiente, mi pie casi resbala enviando unas piedrecillas al agua que hace que los reptiles dentro de ella se muevan.

—Ahora, no vayas y consigas una muerte así de dolorosa, Azhar —murmuro volteándome con cuidado para estar de frente al pozo.

Con mis manos hacia atrás me agarro de los barrotes y trago viendo la altura y la manera en la que uno de los cocodrilos parece intuir mi vena temeraria. El concreto alrededor de ellos en donde sé que vi manchones rojizos aquella vez, ya no tiene rastro de ello y parece fantasioso creer que alguien entró a limpiarlos, pero entonces ¿Qué? ¿Lo aluciné?

Veo de nuevo a los fuertes animales debajo de mí, la forma en la que sus dientes poderosos y puntiagudos se vislumbran, son capaces de destruirlo todo con sus mordidas y si nadie lo sospecha, desaparecer cualquier rastro.

Alexander se encuentra desaparecido, pero ¿Tal vez simplemente esté muerto? Quizá nunca encontrarán su cuerpo, pero eso significaría que él estuvo aquí, en este jardín, en este pozo.

Mantengo clavada la vista en el lugar y comienzo a imaginarlo de una manera muy vívida, visualizo de manera perversa cómo pudo terminar aquí.

El cielo era oscuro cómo cualquier madrugada, el sonido de los insectos en una noche silenciosa, el arrastrar de un cuerpo sacudiéndose y pidiendo de manera amortiguada, por una mordaza alrededor de su boca, una clemencia que no obtendría. Una risa alrededor, burlas, el humo de un cigarrillo, frío, mucho frío.

Alexander intentaría irse arrastrándose por el pasto y alguien tiraría de su pierna arrastrándolo más cerca. Inyectarían algo en su cuerpo...

— ¿Por qué imagino que lo inyectan? —murmuro a la nada.

Y luego lo harían ponerse de pie porque su cuerpo se encontraría paralizado, un sonido de dolor vendría de sus labios cuando con un cuchillo le dibujaran una marca en la mejilla. Después un cuchillo pasaría por su oreja, arrancándola, y él lloraría con pequeños gemidos porque estaba paralizado y no podía moverse.

Habría impaciencia para terminarlo todo, pero dirían que esperaran a que el efecto del paralizante comenzara a pasar y justo cuando él recuperaba el movimiento de sus manos, varios dedos fueron mutilados y arrojados al pozo cómo un abreboca a los reptiles, cómo la promesa del festín que se iban a dar.

"Tienen hambre" diría alguien y luego le daría un beso en la boca a Alexander, el beso de la muerte.

Le quitarían la mordaza, pero el paralizante aun tendría su lengua pesada lo que traería unos balbuceos de ruego inentendibles que haría reír a los que estaban ahí y luego lo empujarían.

Él caería con un golpe estrepitoso en el agua en el que poco podía moverse por el sedante, por el dolor y entonces los chapoteos comenzarían y luego...Los gritos no tan fuertes mientras sonidos que no todos podrían soportar serían la melodía de la fría noche.

El concreto de al lado estaría ensangrentado mientras pasaba de una mordida a otra y solo dos cocodrilos conseguirían partes grandes de él, partes que se almacenarían en su interior durante un tiempo, partes que ya no existen, que ahora son nada.

Una nada cómo lo mencionó Rebecca con tanta convicción.

Parpadeo y dejo ir una respiración lenta mientras con lentitud me llevo una mano a la garganta, sintiendo un agarre invisible ahí. Pudiendo ver todo lo que imaginé con un realismo impresionante que me retuerce el estómago.

El sostenerme de una mano no es la mejor idea y mi pie resbala, pero logro recuperarme con tiempo enviando piedrecillas al agua que crea más movimiento. Uno de los cocodrilos en la pequeña isla se adentra al agua con lentitud cómo si esperara que yo cayera, como si estuviese preparando a uno de los festines que ya ha tenido antes.

— ¿Pero qué se supone qué haces? —grita desde no muy lejos la voz de Albert.

No volteo, solo veo los reptiles e imagino sus dientes cubiertos de sangre, los chapoteos, esos ojos amarillentos brillando en la oscuridd...

— ¡Azhar! Baja de ahí, pedazo de zorra caliente enloquecida.

Cómo no hago lo que me pide, Albert me toma de los costados y tira de mi cuerpo alejándome y bajándome, con éxito, de la baranda.

Reacciono y tomo bocanadas de aire profundas cómo si hubiese estado asfixiándome. Una de mis manos está sobre mi pecho y cuando Albert me hace girar, tiene una expresión de desconcierto en el rostro mientras me mira.

—Estás ardiendo —dice retirándome sus manos de los brazos y ubicando el dorso de la mano sobre mi frente—. Podrías tener fiebre ¿Algo te duele?

No respondo y eso parece frustrarlo porque vuelve a tomarme de los brazos y me sacude. Los dientes comienzan a castañearme.

—Tengo frío.

—Claro que tienes frío, estás ardiendo en fiebre — Me atrae a un abrazo intentando darme calor—. Tienes tanta maldita fiebre que estabas a instantes de arrojarte a un pozo de cocodrilos.

No, yo no me iba a arrojar, yo imaginaba una muerte sorprendentemente muy real de Alexander Pérez.

Se sintió muy real.

Tan real que aun puedo escuchar sus gritos una y otra vez.

Chapoteo, gritos, chapoteo y luego nada, solo silencio. Ese fue su destino luego del beso de la muerte.



Ayyyy, Azhar, cómo te decimos que te lo imaginaste muy real, para que fuese simplemente "imaginación."

La amistad Azhar- Rebecca- África es súper rara, no alcanzamos a entender si son amigas, enemigas o se tienen ganas. Qué locura.

Para más noticias de la historia: Instagram/Tiktok: DarlisStefany / Twitter: Darlis_Steff / Younow: DarlisStefany

Espero les guste.

Un beso.


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