Capítulo Treinta y Tres: Hola ¿...?
Capítulo treinta y tres: Hola ¿...?
Shaina.
Mis ojos se abren y tengo un grito atascado en mi garganta, sin embargo, como si mi subconsciente me protegiera no lo dejo escapar.
Mi corazón late de prisa y aunque mis ojos se encuentran clavados en el techo de la habitación de mi infancia, mi cerebro me bombardea con las imágenes de la pesadilla.
Soñé con una niña llamada Odette y esta niña era igual a la versión de mí que siempre me aparece, pero era más pequeña, tal vez de siete años.
Tenía las manchas de sangre en su vestido, pero esta vez supe por qué.
La sangre no era suya, la sangre que la salpicaba la vi salir del cuerpo inerte al que seguía destrozando, no pude ver el rostro, solo sangre y la expresión vacía en la cara de la niña. La imagen había cambiado para darle paso a la niña un poco más grande ¿Tal vez once u doce años? Y ella estaba atada a una camilla boca abajo y aunque sentía dolor en su espalda con pinchazos en su piel, nunca se quejó, nunca gritó, parecía resignada mientras se esforzaba en pensar en alguien a quien le obligaron a olvidar.
Y esa niña soy yo.
Una niña con un pasado borrado, criada bajo el yugo de una familia controladora y que ahora vive con el conocimiento de que su madre no lo es biológicamente y que nuevamente de alguna manera consiguió drogarla.
Me parece triste que ya no haya sorpresa, que me sienta familiarizada con la molestia. Lo que sí me desconcierta es la sensación de perdida de control, como si mis emociones fueran demasiado para mi cuerpo y me abrumara.
Llevo demasiado sin tomar mis antidepresivos y todas esas píldoras que mi psiquiatra me suministraba y de alguna manera es como despertar, como redescubrirme porque puedo pensar con mayor claridad, puedo soñar con mi pasado y aunque las emociones parecen más grandes que la vida, por primera vez no tengo tanto miedo de sentir y no me siento ansiosa.
Simplemente, no hay miedo.
Ecos de voces vienen desde la sala por lo que con cautela me levanto y bajo de la cama sintiendo mis extremidades rígidas, lo que me da una idea de que he estado sin moverme por demasiado tiempo ¿Cuántos días fueron esta vez?
Consigo mis zapatos y mis dedos son temblorosos mientras ato los cordones y una mirada a mi alrededor me hace saber que no hay mochila o bolso que me pertenezca.
Olisqueo debajo de mis axilas, pero no hay hediondez lo que me garantiza que esa mujer que me llama hija y me droga, debió asearme y explica por qué traigo una de sus horribles pijamas que me queda demasiado grande debido a su complexión mucho más gruesa y maciza que mi delgadez.
Una tranquilidad me invade al descubrir que no estoy encerrada en mi antigua habitación cuando la cerradura cede y salgo dirigiéndome primero al baño porque quiero orinar, pero la puerta se encuentra cerrada anunciando que está ocupado, así que continúo pasando por la sala hasta llegar a la cocina en donde mamá está hablando con la tía Francis, esta última da un grito ahogado cuando descubre mi presencia, como si yo fuese una aparición.
Mamá voltea a mirarme llevándose una mano al pecho, palideciendo y teniendo un desliz cuando murmura:
—Tendrías que seguir durmiendo.
«Tendría» pero no lo estoy.
Ladeo la cabeza en tanto las miro, evaluando el panorama de platos de comida en la encimera y la estufa hirviendo con lo que parece una sopa con un olor que me atrae, sin embargo, mis pasos me dirigen al refrigerador.
Ninguna de las tres hablamos, pero siento el peso de sus miradas y también la tensión de un miedo que no es mío.
Tomo una botella de agua que bebo de un solo trago porque mi garganta está seca y necesitado, dejando escapar un sonido de satisfacción por el alivio que supone a mi boca pastosa y reseca sin importarme que gotee por mi barbilla mojando la horrible camisa del pijama y al terminar me limpio con el dorso de la mano.
—¿Estás bien, mi ángel bueno?
De nuevo ese incómodo apodo, pero ahora se me ocurre que quizá con ello disfraza quién soy, porque según esa pesadilla llena de recuerdos junto otras que he tenido a lo largo de posiblemente días drogadas, no soy muy buena.
Mi vestido de princesas se manchaba de sangre cuando lastimaba y esa niña nunca sentía culpa, estaba llena de tanta frialdad y satisfacción con causar daño que me extraña no estar enloqueciendo por ello.
Me siento serena, con una tranquilidad que me resulta familiar, me siento en sintonía con mi cuerpo y a su vez es extraño porque no se suponía que yo fuera así, no es quien me han dicho que soy.
Pensaba cosas malas cuando estaba acostada en una camilla en el inicio de mi adolescencia y hay tantas cosas borrosas viniendo a mi mente en este momento. Gritos, chapoteos, risas y el olor a cobre de la sangre.
No hay miedo.
Solo necesidad de hacer algo, de hacer cosas, de ser yo.
—Estoy bien —consigo responderle con la voz rasposa.
Cuando comienzo a caminar hacia ellas, tía Francis se aparta y mamá me mira con ¿inquietud? Paso de ellas para asomarme hacia la sopa hirviendo. Huele bien y mi estómago suena haciéndome consciente de mi hambre hasta el punto en el pienso en introducir la mano en el agua, pero no soy tan tonta ni invencible. Sin embargo, mi hambre me causa dolor ¿No me alimentaron? Bajo la mirada a mis brazos pálidos notando pequeños hematomas con pinchazos cubiertos de costras, tal vez me alimentaban de manera intravenosa, podrían haberlo llevado así de lejos.
Estas personas no me protegen. Me lastiman.
«Eres superior. Eres perfecta» el susurro ronda mi cabeza y la sacudo solo para parpadear continuamente cuando una ráfaga de imágenes sangrientas aparece en mi cabeza.
El dolor en mi cabeza se vuelve agudo, rivalizando con el de mi hambre ante cada respiración que me hace inhalar el olor delicioso de la sopa.
—Tengo hambre —dejo escapar y mamá ríe de manera forzada detrás de mí.
«No descuides tu espalda, puede ser tu punto vulnerable. Un segundo y estarías muerta.»
La voz me hace enderezar la espalda al reconocer mi estado vulnerable y de inmediato mi mirada va a el vidrio de la ventana frente a mí, captando el reflejo de mamá detrás de mí y confirmando que quería tomarme en un descuido. Capto el relieve apenas reflejado en el vidrio de lo que prepara en su mano, una jeringa con aguja larga ¿Planea dormirme nuevamente? Porque no lo pienso permitir.
Bajo la mirada a un lado de la estufa en donde el filo de un cuchillo ancho resalta y con lentitud mis dedos se deslizan tanteando el mango, la hoja filosa está sucia por las verduras que corto con el, pero mi mente me dice que me sirve.
—Pronto estará la comida, Shaina —Me dice con dulzura mamá, pero ya no creo en su protección.
—Huele bien —murmuro mientras miro mis dedos envolver el mango del cuchillo.
Y entonces me doy cuenta de la nitidez con la que miro y cuando alzo mi mano libre para tantear mis ojos confirmo lo que ya sé: no estoy usando mis lentes y mi visión es cien por ciento nítida, no veo borroso, pero eso no es lo único de lo que soy consciente.
Alzo nuevamente la mirada hacia la ventana de vidrio, exhalando con lentitud al encontrar las sombras de un rostro que ya no está pixelado ante mis ojos.
Me reencuentro después de muchos años con un reflejo de baja calidad de mí.
El vidrio es oscuro por lo que no me permite verme en plenitud, pero miro el contorno de mis rasgos. Ojos rasgados en las esquinas, nariz recta, labios carnosos en un rostro demasiado delgado y enmarcado por una maraña de cabello grueso despeinado.
Estoy desconcertada con la persona que me refleja, con esta parte de mí a la que había renunciado hace tantos años ¿Por qué puedo mirar ese bosquejo de quién soy?
No puedo evitar estirar una mano como si fuese a tocar mi reflejo y quizá eso es lo que me delata porque la tía Francis maldice y miro a mamá venir por mí, pero tomo el mango del cuchillo con familiaridad antes de girar y apuntarla.
Mi mano no tiembla y en mi mente todo parece claro. Tengo esta voz susurrándome los puntos letales, los más dolorosos, los más lentos y los puntos débiles de mi oponente.
En su mano ella sostiene una jeringa mientras me mira con miedo y con determinación.
—¿Qué estás haciendo, Nadine? —Le pregunto.
—Quiero ayudarte.
—No pedí tu ayuda —digo con voz serena sin despegar mis ojos de ella y eso parece ser suficiente para inquietarla.
—¡¿En dónde están tus anteojos?! Los necesitas.
—No, no los necesito.
—Shaina, cariño... —Intenta razonar dando un paso hacia mí y no me muevo lo que parece darle una falsa sensación de seguridad.
—No creo que en este momento sea Shaina —dice Francis sin quitarme la mirada de encima.
—No digas más, Francis —La silencia Nadine sin despegar la mira de mí dando otro paso—. Mi ángel bueno, vamos, necesitas descansar.
Ladeo la cabeza y miro de una a la otra.
«No creo que en este momento sea Shaina»
—Shaina es un nombre bonito —dice la niña apareciendo desde algún lugar a mi lado, solo que suena algo más grande, sin embargo, no volteo a mirarla—, pero ese no es nuestro nombre.
Mis ojos van de Francis a Nadine mientras la voz de la niña repite sus palabras e imágenes pasan con rapidez por mi cabeza.
—Shaina —susurro—. Shaina —digo en un tono de voz más alto antes de sacudir la cabeza—. Shaina —digo con firmeza—. No, no suena bien.
Mi cuerpo se siente tenso y sin siquiera pensarlo me trueno el cuello a un lado y Francis parece querer llorar.
Tienen tanto miedo de mí.
—No somos Shaina —murmura la niña y asiento con lentitud antes de tronarme los dedos de la mano que no sostienen el cuchillo.
—Odette —susurramos ambas al mismo tiempo y Francis retrocede mientras Nadie palidece.
El nombre tiene poder y reconocimiento en ellas, también trae miedo.
—Odette —susurro—. Odette —digo más segura asintiendo al nombre—. Me llamo Odette.
—Shaina, para —Me ordena Nadine y simplemente la miro.
—Tú debes parar, Nadine —Le digo con una pequeña sonrisa.
—Basta, Shaina.
—Basta, Nadine.
Hago un movimiento para relajar mi espalda y noto un ardor por lo que me llevo una mano hacia atrás al sentir dolor en mis omoplatos y otros lugares cercanos a la zona, como si recién comenzara a registrar ciertos dolores.
—Me duele —Me digo a mí misma, pero el dolor me resulta familiar—. Me lastimaste.
—No, nunca te haría daño.
—Me lastimaste —repito asimilando mis palabras.
Mi cuerpo se tensa como si preparada para defenderme, para protegerme.
«Las amenazas se eliminan»
Nuevas imágenes pasan por mi cabeza. Sangre, tanta sangre y gritos, suplicas, pero también risas y dolor.
—¡Joder! —dice la voz de un nuevo intruso—. Está despierta.
Mi cuerpo se endurece cuando veo a quien un día llamé papá, a quién me lastimó y por quién tenía miedo siendo Shaina.
—¿Qué hace aquí? —exijo saber saboreando el asco.
—Shaina, hablemos —implora Nadine, pero no baja la jeringa.
Repito mi pregunta y nadie responde.
—Me tocó con sus manos sucias, me sentaba en su regazo y me hacía cosas ¡Me hizo hacerle cosas! Y lo dejas entrar a casa para que vuelva a lastimar a tu ángel bueno.
—No es así, cariño.
—¡Es así! No estoy mintiendo —grito sintiendo la rabia bullir a fuego lento, ellos parecen alertarse y creen que no noto como adquieren actitudes defensivas y la manera amenazante en la que Nadine se inclina hacia mí.
—Estoy cansado de escuchar a esta maldita niña decir que la herí ¿Te das cuenta del demonio que trajiste a nuestras vidas, Nadine? ¿Cuánto tiempo tendré que seguir tolerando esta mierda? ¿Qué es lo que esperas? ¿Qué te mate? ¿Qué muerda tu mano?
—¡Me heriste!
—No te hice una puta cosa —Me grita Charles—. En todo caso todo lo que hice fue alejarme de ti porque eres un maldito peligro, eres un puto monstruo, un error que llegó a esta familia.
—¡Cierra la boca, Charles! ¡Es nuestra hija!
—Esa maldita cosa no es mi hija y no te violé ni toqué, jamás te pondría un dedo encima al menos que tenga deseos de morir ¡No te toqué!
—Ahora vas a fingir... —espeto con calma.
—¡Fingir es todo lo que ha hecho esta familia por ti, Odette!
—¡Cierra la boca, Charles! —Le grita nuevamente mamá.
—No, no me callaré más. Tuve que irme de mi casa, aceptar ser visto como un puto predador y que temblara por cosas que no le hice. Para ti es facil, Nadine, no tienes el papel que ocupo yo.
»Te dije que no la aceptáramos, que era un puto error, pero no me escuchaste y ahora tenemos a una puta loca asesina con nosotros. Esta niña ha sido nuestra ruina, simplemente deshazte de ella.
—No es Shaina —advierte Francis.
—Somos Odette —dice la niña a mi lado, por supuesto que ellos no la ven.
—Asesina —susurro su acusación y cierro los ojos durante un segundo asimilando la imagen de mis manos cubiertas de sangre, mis risas, la indiferencia—. ¿Qué me has hecho? ¿Quién eres? ¿Quién soy? —pregunto a Nadine.
—Te he amado a mi manera y he hecho mucho por ti, Shaina.
—Has arruinado todo —Me escupe Charles.
—¡Abusaste de mí! ¡Me violaste! ¡Eras mi padre y me violaste!
—No te violé y no soy tu puto padre. No tengo la culpa de que tu padre drogadicto e inservible lo hiciera.
—¡Charles! —grita Francis.
Soy un caos de emociones mientras miro de uno al otro y todo lo que escucho durante unos segundos es mi respiración demasiado calmada y pausada.
—No fue él. No fue Charles, fue papá —Me asegura la niña.
Volteo a mirarla y me desconcierta solo un segundo que ella es una versión de mí más grande, de la misma edad de cuando me soñé o recordé boca abajo en una camilla, once o doce años.
Por alguna razón mis instintos y reflejos son rápidos por lo que giro justo a tiempo cuando Nadine me clava la aguja de la jeringa en el brazo, pero la empujo antes de que pueda presionar el líquido, sacándome la jeringa y lanzándola a un lado mientras viene de nuevo por mí y blando el cuchillo, sabiendo como detenerla y también como evitar asesinarla.
Es como si algo se adueñara de mi cuerpo, algo en mí sabe qué hacer, es memoria muscular, pero también es mi mente sabiendo tantas cosas.
Corto su costado en profundidad, abriendo su camisa que se empapa de sangre porque también corto su piel, no lastimo ningún órgano, pero la sangre los detiene mientras se agrupan alrededor de ella que intenta venir de nuevo por mí, pero sin importarme sentir el material caliente en la palma de mi mano tomo uno de los mangos de la olla de sopa empujando el líquido hacia ellos que gritan mientras el agua hirviendo les salpica y golpea partes de la piel.
Los gritos más fuertes vienen de Francis que absorbe la mayor parte mientras su piel enrojece y se vuelve frágil como si se derritiera. Grita con desesperación mientras su hermana sangrante aun quiere venir por mí, pero está herida y le duele.
—No volverán a dominarme —Les digo arrojando el cuchillo lejos de ambos y caminando fuera de la cocina con mis zapatos pisando sobre el líquido caliente de una sopa que nunca será saboreada.
De nuevo mis instintos me hacen girarme y moverme a un lado, evitando que Charles cargue hacia mí y luego estoy golpeándolo en el pecho de una manera precisa en el que su dolor es agudo en tanto le clavo las uñas en las mejillas cuando le sostengo el rostro.
—Tienes suerte de no haber sido tú, de no ser el degenerado de mi padre —susurro—. ¿En dónde está él?
—¿No lo recuerdas? —Escupe antes de reír—. Cierto que solo eres un juguete, te tomó años despertar y aun sabes tan poco —Ríe más fuerte—. ¿Quieres saber en dónde está tu papi?
Libero sus mejillas y bajo la mano clavándole las uñas en los testículos. Su grito agudo resuena mientras se los retuerzo y lo miro con fijeza. Cuando lo suelto vomita por el dolor mientras de dobla y cae al suelo.
—Te odio tanto —Lloriquea—. Fuiste lo peor que pasó en nuestras vidas.
Veo su lamentable estado con la barbilla cubierta de vómito, agarrándose la entrepierna y lloriqueando.
—Qué patético —susurro antes de pasar de él, tomando un abrigo de la tía Francis para ocultar las salpicaduras de sangre en el feo pijama prestado y también tomó su bolso con su identificación, tarjetas de crédito, débito y efectivo.
El sol me lastima los ojos mientras camino a paso apresurado con mi estómago retorciéndose con hambre y mi mente en un revuelto de imágenes e información pasando con demasiada rapidez.
Algo me dice que no puedo caminar demasiado porque me alcanzarán y me esfuerzo en conseguir detener un taxi, perdiendo algo de mi tensión una vez estoy dentro.
Murmuro una de las pocas direcciones que conozco mientras cierro los ojos intentando captar algunas de las imágenes pasando por mi cabeza de manera fugaz o las voces.
Mis recuerdos pasan a toda velocidad en varias de mis edades, pero solo me veo con claridad en mi niñez.
Escucho gritos de dolor, imploraciones, ordenes, risas... Tanto. Mi cabeza duele y escalofríos me recorren mientras controlo las arcadas y un sudor frío me recorre.
Quiero que pare por un segundo porque estoy enloqueciendo.
Pero no se detiene, sigue durante todo el trayecto, hasta que mis ojos lloran y tengo la impresión de que obtendré un accidente cerebrovascular.
—Hemos llegado —anuncia el conductor.
Tiro billetes de Francis y me tambaleo fuera del taxi, el conductor seguramente piensa que estoy ebria mientras me dirijo hacia el edificio y presiono sin parar el botón del apartamento en el que buscaré refugio.
—Pero ¿Qué pasa? —dice una voz con acento que reconozco pese a que me encuentro agitada.
—Soy Shaina, por favor abre —murmuro con voz temblorosa.
La reja suena y la empujo entrando, mirando detrás de mí para confirmar que no me persiguen, no sé quiénes, pero algo en mí sabe que podrían estar detrás de mí.
No confío en el ascensor por lo que en la agonía de mi dolor de cabeza subo las escaleras hasta el piso cinco, en donde minutos después encuentro un rostro conocido esperándome frente a una puerta abierta.
—Shaina... —dice con preocupación dando un paso al frente.
Mi labio inferior tiembla y voy hacia ella, haciendo algo que la sorprende porque Shaina no es así.
Pero ya no sé quién soy y dijeron que yo no era Shaina.
La abrazo envolviendo su cuerpo mucho más delgado contra el mío mientras recargo mi mejilla de su hombro.
—Sun Hee —suspiro sintiendo algo de tranquilidad en la familiaridad y el confort de su abrazo.
—¿Qué ocurre? —susurra alarmada dejándome aferrarme a su cuerpo menudo que muchas veces me pareció frágil.
Cierro los ojos con fuerza queriendo detener los gritos, las imágenes que ahora son sangrientas y explicitas, quiero detenerlo todo porque me duele y creo que he vivido con mucho dolor, uno que adormecían junto a mi consciencia.
—Shaina estás asustándome ¿Qué pasa?
—Mamá me ha echado de casa —miento—, ha descubierto que estoy viendo a un chico y nos hemos peleado, no quiero que me encuentre por ahora, no puedo ir al apartamento y...
—Pasa, pasa.
Me desenredo de su cuerpo y me asombra poder reconocer la sorpresa en su rostro al escucharme hablar con tanta fluidez y por nuestro contacto físico.
No solo la dejé tocarme, yo fui quién la tocó, quién se aferró a ella.
Cierra la puerta detrás de nosotras y me mira de pies a cabeza, por fortuna no puede ver las manchas de sangre por el abrigo que uso pese al calor, pero tengo escalofríos y mi estomago se retuerce con nauseas, solo que no tengo nada para vomitar.
—Pareces enferma.
—Son mis emociones enfermándome —respondo.
—No tienes gafas y te ves... Diferente.
—Solo... ¿Puedes prestarme algo de ropa? También una ducha y... No he comido. ¿Puedo quedarme? No quiero ir a casa y ver a mi familia, no puedo.
—Necesito más explicaciones, Shaina, pero claro, por supuesto, puedes quedarte si es lo que necesitas —dice aun sorprendida con mi actuar, pero sonriéndome con amabilidad.
—Gracias, Sun Hee.
—¿Ya no soy tu unnie? —pregunta sonriendo—. No seas irrespetuosa.
Ambas somos tomadas por sorpresa cuando una carcajada sale de mí, pero la cubro con mi mano mientras ella sacude la cabeza y parece desconcertada.
—Lo siento —Me disculpo con la mano aun sobre mis labios.
—¿Por reírq?
—No lo sé.
Traga y me doy cuenta de que la quiero tanto cuando pese a mi extraño actuar me mira con dulzura, con ese amor maternal que siempre parece tener para mí al quererme cuidar, pero me doy cuenta de que no necesito sus cuidados, que yo puedo y debo cuidarla a ella, la única persona en la que estoy confiando.
¿Y Anders?
Sacudo la cabeza recordando la última vez que nos vimos, cuando me fui de su apartamento por su parentesco con Lo, la persona que Atlas dijo que aparecería. Hay tantos cabos que debo unir.
Como el estanque de cocodrilos en donde sea que descanse la información que Atlas dijo.
Mi cabeza duele porque es demasiado información, siento que me rompo en muchos pedazos, como si me quitará un disfraz que me ha calzado durante demasiado tiempo.
—¿Shaina?
Parpadeo hacia Sun Hee que parece esperar una respuesta y jadeo.
—Necesito el baño —susurro.
—Te conseguiré ropa que te dejaré fuera de la ducha mientras te bañas, sígueme. Luego tendrás que contarme de este chico con el que sales del que no sé nada y por qué estuviste desaparecida durante más de una semana.
Más de una semana, es el tiempo más largo que creo que he estado inconsciente.
—Lo prometo —Ni siquiera sé si miento, pero ¿Qué explicación podría darle?
No es la primera vez que estoy en el apartamento de Sun Hee, pero de alguna manera no puedo evitar ser cautelosa viendo todo sobre el minúsculo lugar, cerrando la puerta detrás de mí cuando llego al baño y con seguro tras pedirle que deje la ropa afuera de la puerta.
Me desvisto con lentitud porque mi cabeza no para y hago una bola el pijama sucio, cubriéndolo con el abrigo.
Entro en la ducha con agua fría lavando mi cabello y enjabonando cada centímetro de mi piel. Es una ducha rápida porque pese a que creo en Sun Hee estoy paranoica sobre lo que hago, sobre quién soy. Así que limpio lo necesario y me envuelvo en una toalla al salir, tomando su peine para desenredar mi cabello excesivamente mojado y luego caminando hacia el pequeño espejo ovalado sobre el lavamanos.
Primero veo hacia mis pies tomando profundas respiraciones mientras los escalofríos se vuelven más fuertes y los gritos escalan en volumen en mi cabeza.
Cierro los ojos con fuerza y miro un poso oscuro y pantanoso con reptiles a la espera, siento la familiaridad y luego mis manos empujan, alguien cae y es tan sangriento. Sacudo la cabeza recibiendo ahora la imagen de estar colgando de mis brazos en un lugar estéril con mis pies a carne viva mientras conectan algo a mis sienes y frente a mí miro un rostro tan hermoso que parece irreal.
Jadeo abriendo los ojos mientras dejo caer el peine a mis pies y luego alzo la cabeza enfrentándome al reflejo frente a mí.
Me encuentro con ojos extraños devolviéndome la mirada. Tienen un centro marrón que se aclara en destellos de diferentes tonalidades de verdes, no lucen como nada que haya visto, son diferentes en color de los que veía en la niña de mi infancia, pero tienen la misma forma rasgada en las esquinas y en forma ovalada. Mi nariz es recta y mis labios amplios y carnosos agrietados. Me toco la frente y sigo las líneas gruesas y rectas de vello oscuro que representan mis cejas y mi rostro es menos pálido que el resto de mi cuerpo al estar expuesto al sol, pero sigue siendo tonalidades más claras que mi piel de niña. Mi rostro es ovalado con la mandíbula definida de una manera que pensé que solo sucedía con cirugías estéticas.
«Ojalá te vieras como yo te veo» Me había dicho Anders.
«Shaina, eres tan hermosa» dijo muchas veces Sun Hee.
Hoy puedo ver el reflejo de lo que ellos veían y me desconcierta. Esta persona es quien soy.
—Hola, Shaina —susurro viendo mis labios moverse con las palabras—. Hola, Shaina —repito viendo mi garganta moverse.
Me lamo los labios resecos sin creerme que estoy viendo mis reflejos y todo lo complejo de ello. Y esos extraños ojos derraman lágrimas que me corren por unas mejillas algo ahuecadas por la pérdida de peso.
—Hola, Shaina —repito con un susurro, estirando la mano para tocar mi reflejo en el espejo.
Mi otra mano toca mis pestañas tupidas y rizadas, oscuras y húmedas por las lágrimas.
¿Es esta persona las que todo han visto? Pero...
—No, no es hola, Shaina —susurro—. Es: hola, Odette.
Holissss, volví y vengo con: respuestas, sorpresas, acción, sexo, fiestas y bombas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top