Capítulo Cuarenta: ¿Familia?
Capítulo Cuarenta: ¿Familia?
Azhar
Siento que mi cabeza ha sido un caos.
Para ser alguien que ha quitado vidas, me ha afectado el que me quitaran la de mi mejor amigo.
Mi hermana lo asesinó.
La hermana que no sabía que tenía.
Mientras el chofer de África conduce llevándonos a la mansión de Rebecca para despedir en nuestros términos a nuestro amigo, miro por la ventana.
Fue un funeral tan... Elegante, posiblemente a Albert le hubiese gustado, pero para mí fue soso, aburrido e innecesario. Había demasiadas personas y de manera cínica me pregunté realmente a cuántos de ellos les importó mi amigo. Algunos lloraban teatralmente y otros solo lo tomaron como una reunión para socializar, me pregunto si incluso algunos tratos empresariales se cerraron.
No tengo cabeza para pensar en el hecho de que al salir del baño Leonid me abrazó en un intento de consuelo que no sentí porque estaba entumecida.
No tengo cabeza para unirme a África hablando en este momento, llenando todo el silencio porque Rebecca ha estado callada y distante, y no me interesa si es su manera de lidiar con el dolor.
No tengo cabeza para recordar que mi propia vida se encuentra atada a cuerdas de personas que quieren controlarme y que me perciben como un producto.
Pero sí que he pensado en todo lo que Odette me dijo: mi existencia.
Al final no puedo siquiera contar los abusos que he sufrido porque resulta que desde que era una niña empezaron.
Resulta que mis padres locos científicos no fueron los primeros que asesiné, los biológicos se llevaron esas primeras veces.
Cada día descubro algo nuevo de mí y no todo me gusta.
Mi gemela no me gusta y estoy segura de que tampoco le gusto.
Hay un toque en mi hombro y cuando volteo me encuentro con los ojos rojizos de África.
—Llegamos.
Miro por la ventana la enorme mansión que mayormente fue nuestro punto de encuentro. Es magnifica e impresionante, diseñada para intimidar, pero nunca logró ese impacto en mí aunque sí la codicié, aun lo hago.
Bajo del auto y seguimos a Rebecca. Mi vestido negro es corto y caro, de la mejor manera en la que hay que despedir a Albert.
La mansión se encuentra únicamente ocupada por algunos trabajadores ya que los padres de Rebecca se quedaron en la mansión de los padres de Albert en toda esa falsa pretensión de consuelo que vino después de sepultarlo, pero era demasiado para nosotras.
Nosotras, sus verdaderas amigas, vinimos a despedirlo de la mejor manera: poniendo música alta, con botellas de licor y fumando porros.
Muevo mi cuerpo al ritmo de la música mientras le doy una calada al porro y se lo paso a una África que canta a todo pulmón, es la primera vez que la veo tan desordenada, ruidosa y destrozada. Rebecca esnifa una raya de coca de la mesita de vidrio y nos mira en silencio, su rostro está demacrado, los ojos hinchados y luce muy pálida.
A Albert le hubiese encantado saber que de hecho sus amigas sí lo querían.
Soy lo suficiente egoísta y egocéntrica para creer que de las tres yo era a la que más lo quería y la que más lo va a extrañar porque pasábamos más tiempo juntos. Secretamente pienso que, aunque ellas lo lloren y luzcan más devastadas que yo, yo tengo el derecho de afirmar que, a mi manera, seguramente me duele más.
Ellas tienen otros amigos, una vida aparte, para ellas posiblemente es reemplazable y tal vez son pensamientos mezquinos, pero no me importa, nunca lo ha hecho.
África comienza a dar un paseo por los recuerdos de Albert y ruedo los ojos porque algunas cosas creo que son mentiras y otras las exagera, pero no pienso contradecirla ni contar mis historias porque esas son mías y no me interesa compartirlas si es todo lo que me quedará de él.
Mientras ella habla, me dejo caer en el sofá frente a Rebecca, quien me mira con fijeza y me doy cuenta de que las emociones en su mirada son bastante claras y todas parecen negativas.
¿Ahora por qué me odia?
Me pregunto si este será el fin para nuestra supuesta amistad. Albert era el gran pegamento del grupo y tal vez Rebecca y yo finalmente nos cansemos de fingir que estamos bien la una con la otra.
La aprecio, pero a veces me pregunto si ese sentimiento es lo suficiente amplio para abarcar el desagrado que se ha ido gestando por ella desde el principio.
—Estoy harta de esto —Interrumpe Rebecca a África con una risa seca y poniéndose de pie.
—¡Estamos recordando a Albie! —Se rompe África con lágrimas—. No es el momento para que tu drogadicción te haga ser una maldita imbécil.
—¿Recordando a Albie? ¡Está malditamente muerto, África! Y que lo recuerdes con tus exageradas vivencias no lo traerá de vuelta ¡Lo viste con el puto estómago abierto!
—Perdóname por arruinar tu triste excusa de usarlo para meterte porquería por la nariz —Levanta las manos África.
Ella llora tanto que por un momento frunzo el ceño preguntándome si de verdad hay alguna posibilidad de que le duela más de lo que debería dolerme a mí.
—Te crees mejor por simplemente beber y fumarte un porro —Le grita Rebecca—. ¿Crees que soy una basura? Entonces lo eres también, porque frecuentas la casa de esta basura, te tomas su basura y fumas su basura.
Posiblemente esta debería ser la parte en la que intervengo, pero simplemente las miro dar fin a lo que fue una amistad. Las dejo enemistarse porque sé que posiblemente es la última vez que nos reuniremos y es una pena porque a África definitivamente le tengo cariño y la pasamos muy bien.
Las palabras van y vienen y apago el porro, sonriendo porque algunas de las cosas que se dicen son muy crueles y me parece divertido como las caretas caen. Aquí no hay nada que rescatar y me parece un buen final, porque sé que no las volveré a frecuentar y una parte de mí se regocija de que sin Albert y sin mí, ellas tampoco conserven alguna amistad.
África llora mucho y Rebecca está roja de la ira, perdiendo el control, diría que algo desequilibrada.
—¿Sabes qué? —Se ríe de manera inestable—. Tal vez deberías preguntarle a Azhar por qué Albert está muerto.
Arqueo una ceja hacia Rebecca y África me mira como si yo tuviese todas las respuestas y tan devastada que es incómodo presenciar cómo alguien tan altiva y majestuosa se derrumba ante la pérdida.
—Sí, vamos, dinos qué sucedió, Azhar —Me insta Rebecca con rabia.
—No lo sé —digo con bastante simpleza—. Cuando llegué, tú llorabas y África lo sostenía.
—¿Y en dónde estabas?
—Eso se lo respondí a la policía —digo con sequedad.
De hecho, es casi gracioso que el novio de la asesina hizo de mi cuartada, solo que usó el nombre de Anders Hamill y aparentemente estábamos follando en esa habitación. Estoy al tanto de que, si su pene se acerca a mi vagina, Odette lo castraría y a mí me rociaría acido.
—Deja de mentir ¿En dónde estabas? —insiste Rebecca y me pongo de pie dando un paso hacia ella.
—Follando en una habitación con un delicioso hombre. Estaba siendo empotrada contra una pared, gimiendo por más y ansiosa de meterme otra polla a la boca cuando el abrían el estómago a Albert o tal vez, cuando lo asesinaron en realidad fue cuando me la metieron por el culo mientras mis tetas se sacudían con tanta fuerza, estaba a cuatro patas y le gemía que me llamara su puta. Sí, Albie era asesinado y yo solo escalaba por múltiples orgasmos.
Para estar drogada Rebecca es bastante ágil con la mano que alza y me estampa en la mejilla. La piel me escuece y mi cuerpo se tambalea.
¿Ella acaba de...?
Algo se calienta en mi interior: la ira.
La rabia de haber perdido a mi mejor amigo solo se ve expandida ante la bofetada que acabo de recibir.
¿Cómo se atreve a ponerme una de sus sucias manos encima?
Y la muy cobarde huye.
Comienza a salir a su jardín y estrello mi vaso contra el suelo sobresaltando a África cuando los fragmentos de vidrio se esparcen por el suelo. Un sonido escapa de mí mientras veo la espalda de Rebecca alejarse en el jardín y mis pies avanzan yendo detrás de ella, empujándola y haciéndola tropezar cuando la alcanzo.
—¿Cuál es tu maldito problema? —Exijo saber tomándola del brazo, pero se zafa sin responderme, volviendo a avanzar.
Oh, no. No se irá.
No huirá.
Mi mano la agarra por el cabello deteniéndola y tirando con fuerza de las hebras rubias.
—¿Acabas de darme una jodida bofetada? ¿Tú te has atrevido a ponerme tu sucia y maldita mano encima? ¡¿Quién te crees que eres?! ¿Qué te hace creer que tú entre todo un universo tienes el permiso de tocarme?
Con mi agarre en su cabello la arrojo al suelo y África viene corriendo, alcanzándonos, diciendo mi nombre e intentando agarrarme el brazo.
—¡No me toques! —Le grito y reconozco que mi voz suena diferente, filosa y agresiva—. No quiero hacerte daño, retrocede, África, suéltame.
África me mira con sorpresa y no sé cuál es mi expresión, pero con lentitud me suelta y Rebecca retrocede en el suelo, mirándome con rabia, rencor, odio y miedo.
—¿Qué te da el derecho de siquiera pensar que puedes golpearme? —Exijo saber—. ¿Por qué despiertas algo que no podrás volver a dormir? —siseo.
—Muestras tus verdaderos colores —Me escupe.
Si le mostrara mis verdaderos colores, todo sería rojo sangre.
Mi cuerpo se siente caliente, la emoción se aferra desde mis entrañas. La rabia ebulle queriendo salir mientras la miro.
—Lo que muestro es que me he enfrentado a cucarachas menos insignificantes que tú como para dejarme pisotear por ti, Rebecca.
—¡Eres una maldita asesina! —Me grita.
—¡Rebecca! Tu droga ya ido demasiado lejos —dice África—. ¡Basta! Tienes que parar.
—¡Es cierto! ¡No es ninguna droga! ¡Debes creerme, África! Azhar es una maldita asesina.
Me lanza un puñado de tierra que consigue alcanzar a medias uno de mis ojos y maldigo mientras escucho a África ir detrás de ella cuando corre.
Grito intentando liberar la emoción que me quema mientras me estrujo el ojo
Me estrujo los ojos y las sigo. Rebecca parece una desquiciada mientras gesticula con las manos.
—Me preguntó por qué la identificación de Alexander estaba aquí ¡Tuvo que ser ella! ¡Ella lo trajo para inculparme! —grita señalándome mientras me acerco—. Aléjate de mí ¡No te acerques a mí! —Me ordena presa de la histeria y le sonrío con lentitud.
—Así que ahora es mi culpa que la identificación de un cuerpo desaparecido estuviese aquí ¿Qué más es mi culpa, Rebecca?
—Estabas la noche que Carolie desapareció.
—Tú también lo estabas y me dijiste que no declarara.
—¿De qué demonios hablan? —grita África a un lado de Rebecca.
—África, ven aquí, claramente Rebecca está teniendo un mal viaje —extiendo mi mano y cuando ella intenta tomar mi mano, Rebecca lo impide golpeándole la mano para que caiga a su lado.
—¡No acabarás con África también! —grita Rebecca y su saliva vuela mientras saca un arma que no noté que tenía. Es pequeña, pero tan letal como cualquier arma.
—¡Rebecca! ¿Qué demonios haces con un arma! Arrójala —Le grita África pareciendo genuinamente asustada.
—¡No! Estúpida ¿No te das cuenta de que nos protejo de este monstruo? —Grita histérica, demasiado desequilibrada—. Retrocede, Azhar.
—¿Yo soy el monstruo? —Me río—. Yo, quien ha soportado tus idioteces, sobredosis y berrinches. Quien ha lidiado con la carga de soportarte y fingir que me agradas, quien como una estúpida te siguió la corriente de no declarar sobre la desaparición de dos personas ¡Mira a tu alrededor! —Hago un ademán con la mano y su mano tiembla con el arma apuntándome.
»Eres una maldita niña rica que ha destruido a muchos, una imbécil a la que ni siquiera su novio traficante quiso ¡Mírate! Enferma de drogas, incoherente, alucinando y no dejándonos vivir el duelo de nuestro amigo ¡Porque no te importa! Ahora me apuntas con un arma y aterrorizas a África. ¿Me llamas monstruo? Mira como explotas a emigrantes en tu casa que te atienden como una reina y si miras atrás verás como mantienes cautiva a vida silvestre en un pozo con la esperanza de que sean tan miserables como tú.
»Porque eres una miserable. Tienes riqueza, pero te sientes tan vacía que de una manera patética esperas que cada línea de coca llene el vacío de tu simple existencia —Le sonrío—, pero ¿Adivina? Las cucarachas como tú no tienen ningún aporte al mundo y su simple existencia molesta, haciendo que cualquiera que se tope contigo quiera aplastarte para acabar con tu miseria. Te duele mucho ¿Cierto? No encajar en ningún lugar y saber que hagas lo que hagas, nadie nunca te amará porque no vales la pena.
—Azhar basta... —intenta detener mis palabras África, pensando que me he excedido.
Pero de hecho quiero lastimarla aún más.
Quiero cortarla con palabras para después cortarla a pedazos.
—¡Eres un puto monstruo! —Me grita Rebecca sacudiendo el arma.
—¡Baja el arma! —Le exige África.
La verdad no tengo miedo.
Me he enfrentado a muchos monstruos y he sobrevivido a muchas cosas para acordarme ante alguien tan patética.
Mi muerte tiene que ser grandiosa, digna y memorable, no frente a un estanque de cocodrilos con una inestable drogadicta desquiciada que no sabe sostener un arma.
Ella puede tener lujos, dinero y una gran educación.
Pero yo tengo poder.
—Asesinaste a Albert. Le abriste el estómago —Me acusa Rebecca y África jadea diciendo su nombre—. ¡La vi! ¡Yo vi como lo hacía y él imploraba!
Ella vio a Odette.
Vio mi rostro. Ahora tiene sentido.
No me doy tiempo para analizarlo, simplemente ataco con mis palabras.
—¿Me viste o fue la coca la que te hizo creer que me viste?
—¡No jugarás con mi mente! ¡Te vi! ¡Te reías y le diste un beso suave mientras lo abrías como a un animal!
—Voy a vomitar ¡Basta, basta, basta! —grita África.
—Y si supuestamente me viste abrirlo ¿Por qué no me detuviste? —pregunto.
Parpadea como si mi pregunta la inquietara y es entonces cuando África hace más que llorar y se abalanza por ella intentando tomar el arma.
—¡Ya basta, Rebecca! Lo estás llevando demasiado lejos —Le grita.
—¡Suéltame! Ella es una asesina.
Una bala se escapa hacia el cielo mientras luchan y luego el arma cae al suelo y cuando África intenta alejarla, Rebecca la golpea contra el estanque gritándole que debe detenerme. África le pide que pare e intenta alejar el arma una vez más que es precisamente cuando Rebecca la empuja gritándole que se aleje y África con sus tacones de aguja tropieza.
Miro el horror en los ojos de África cuando pierde el equilibrio en unos barrotes demasiado bajos tras su espalda se esfuerza por agarrarse de Rebecca que intenta con desespero tomarla, pero es demasiado tarde y el grito aterrado de África resuena antes de que lo haga el chapoteo de su cuerpo impactando en el pozo.
Oh, no.
Algo en mi estómago se contrae al darme cuenta de que África no podrá salir de ahí, no a tiempo.
Rebecca parece en estado de shock antes de asomarse.
—¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí! ¡Haz algo! —grita África con terror.
—Voy a ayud... ¡África! —grita Rebeca desgarrándose la garganta antes de que los gritos de dolor de África opaquen al suyo.
Sus gritos son desgarradores, crudos e impactantes mientras Rebecca llora gritando su nombre una y otra vez antes de dejarse caer en el suelo sentada, tapándose los oídos.
Cada grito de África alimenta mi ira y creo que siento dolor, porque a diferencia de mis sentimientos hacia Rebecca, quise a África.
Avanzo hacia el estanque y me asomo mirando a uno de los cocodrilos girar con el cuerpo de mi amiga que ahora es silencio y entonces se sumerge, arrastrándola consigo, pero alcanzo a ver que otros de los reptiles tiene sangre en sus dientes y sostiene una parte de ella.
África también se ha ido y no hemos sido ni mi gemela o yo quienes hemos acabado con ella, no somos quienes le dimos ese destino tan doloroso.
¿Qué sentido tiene que un grupo de "amigos" siga si dos de ellos en menos de una semana se han ido para siempre?
Solo me queda Rebecca y Rebecca no vale nada.
No me importa.
Exhalo con lentitud antes de retroceder y mirar a Rebecca que llora sin control, está pálida.
Ladeo el rostro y suspiro.
—¿Ves lo que hiciste?
—No quise, yo no quise...
—¿No? Porque te recuerdo siempre discutiendo con ella, recuerdo la envidia en tus ojos en muchas ocasiones. Pudiste tomar su mano, pero decidiste no hacerlo.
—¡No es cierto! Intenté tomarla.
—Desde aquí se vio que no lo intentaste lo suficiente de hecho, creo que la empujaste muy consciente de lo que sucedía.
—No, no, no ¡África! —grita llorando—. No quise, no quise.
—Tan patética —digo arrodillarme a horcajadas sobre una Rebecca que llora.
Ella me mira con su rostro lleno de lágrimas, mocos y saliva.
—Es tu culpa ¡Fue tu culpa!
—Yo no la arroje —susurro, pero mi voz suena letal—, fuiste tú. No tomaste su mano, no la salvaste.
—Eres un monstruo ¡Mataste a Albert!
—Esa es la cosa —Le digo acariciando sus brazos intentando consolarla, su cuerpo tiembla y escalofríos la embargan—. Yo no maté a Albie.
—Te vi ¡Yo te vi!
—No. Viste mi rostro, pero no era yo —Le sonrío—. Tengo una gemela, Rebecca, tampoco lo sabía y ella es muy, pero muy mala. Ella siempre da el beso de la muerte —Me inclino subiendo las manos hasta sus hombros—. Se llama Odette.
—No...
—Sí, es una gran sorpresa, lo sé —Le tomo las mejillas con suavidad—. Así que yo no maté a Albie, pero tú sí mataste a África y eso no me gustó porque ella sí era mi amiga. ¿Te conté que fuimos a un espiritista juntas? —Sonrío de costado—. Pensó que un demonio me llevaba y me trajo de vuelta. Y ¡Joder! Era tan buena besando, tan hermosa, sabía cómo tocarme y a diferencia de ti, ella sí se preocupaba por mí.
—¡Era mi amiga! ¡Mía! ¡Eran mis amigos! Y ahora están muertos por tu culpa ¡Devuélveme a mis amigos, monstruo asqueroso!
—No tengo ese poder, no puedo —Mis manos acarician sus mejillas—. Lo siento, basura, pero no puedo devolver a los muertos.
—Yo no quise... Yo...
—P ero ¿Sabes?Tienes razón y aunque no asesiné a Albie, sí soy un monstruo y no me gustas, Rebecca, no me gusta lo que hiciste con África.
Extiendo mis manos tomándole la cabeza y dejo que la ira me embargue mientras golpeo su cabeza de los barrotes del estanque una y otra vez. Al principio ella grita y me mira con horror mientras me rasguña intentando liberar mi agarre, sin embargo, soy más fuerte. Sus gritos se van volviendo gemidos mientras su sangre me salpica y me quedo mirádola a los ojos hasta que pierde su brillo, la vida. No dejo de golpear hasta que su cabeza se abre y pedazos caen en el césped.
Mis uñas están ensangrentadas y tienen algo viscoso, pero la ira poco a poco disminuye mientras retrocedo y su cuerpo cae inerte y sangrante.
En menos de siete días mi grupo de amigos se disolvió y soy la única superviviente.
Me quedo sentada en el suelo preguntándome por qué nadie de servicio ha venido, después de todo, el disparo sonó fuerte y claro.
La grama cruje bajo zapatos y cuando alzo la mirada me encuentro con dos personas que pueden conectar con toda la tortura que viví porque ellos vivieron la suya.
Yo era la número dos. Ella era la uno y él el cuatro.
Odette y Atlas.
Odette, Atlas y Azhar.
Finalmente, reunidos.
—Qué desastre —dice Odette viendo la cabeza destrozada de Rebecca—. Esta vez le dejaste los ojos.
Miro a mi clon y una risita se me escapa porque hace unos días la llamé sanguinaria, cruel y despiada ¿Y qué soy yo?
¿Hasta cuándo voy a fingir que no quiero ser este monstruo? ¿Por qué debo detenerme cuando puedo hacer grandes cosas por mí? No necesito que nadie pelee mis batallas cuando puedo ser tan grande.
Atlas tenía razón. No soy defectuosa, de hecho, soy perfecta porque nadie puede controlarme o al menos, nadie va a hacerlo.
Odette es un monstruo, pero yo también soy otro tipo de monstruo.
No hay gemela buena y eso está bien, porque cuando intentamos ser buenas, nos jodieron aún más.
Mi clon arquea una ceja ante mi mirada.
—Mataste a Albie —Le digo y sonríe.
—Demasiado emocional —niega con la cabeza—. Albert te mencionó que me vio dos veces. Me vio dos veces siendo Shaina y al menos que fuese ciego, sabía que éramos iguales.
Miro hacia mis manos llenas de sangre.
—¿Y sabes por qué lo sabía? Porque creció conociendo de este mundo. Sus padres patrocinan este tipo de experimentos, generaciones de su familia, tal vez no te puso un dedo encima, pero dio dinero, te vio como un ratón de prueba por cámaras mientras experimentaban, opinó y bebió mientras lo hacía —prosigue Odette.
»Al menos no vio a su papá violarte —dice con ironía—, porque sí, su papá estuvo en algunas de las fiestas a donde te llevaban. ¿Y sabes que lo hace peor? Que fingiera amarte.
Atlas se agacha para mirarme a los ojos.
—Jugó contigo —Me dice sin tacto ni suavidad con esos abismales ojos oscuros enfocados en mí, pero su tono es más de un informe que de regocijo como el que usa mi clon.
Porque Odette esta enojada de que me cegara y no atara ese cabo suelto o tal vez deba decir: decepcionada.
—Sabía cómo conocerte y volverse tu lugar seguro, también te vigilaba —sigue Atlas—. Nunca te hizo daño con sus manos, pero no lo impidió y observó, lo hace igual de cruel.
—No te quería, no te amaba. Deja de llorar por alguien que no te valoró, es patético —agrega mi gemela.
Una risa se me escapa mientras alzo la mirada para encontrarme con la suya. Es como ver a un espejo, pero con pequeñas diferencias.
—Creo que te enfada más pensar que me sienta querida a el hecho de que me usaron —Le hago saber con voz serena—. ¿Qué pasa? ¿Tu superioridad no te permite concebir que quise a alguien más de lo que podría quererte algún día a ti?
Ella sonríe y yo también lo hago. No es una sonrisa cómplice o de hermandad, es simplemente el reconocimiento de los hechos y la existencia de la otra.
Pero entonces lo recuerdo. Odette no tiene amigos, pero Shaina sí tiene una amiga que mencionaba en sus mensajes.
—¿Sun Hee también te traicionó?
Es fría, pero mirarla con fijeza me permite ver el cambio apenas imperceptible en una de la comisura de sus labios.
—Shaina hizo una mejor elección de amigos que tú. Una sola, pero al menos vale su peso en oro y no la usó.
—Y si ella muriera ¿Te importaría? —tanteo con interés.
—¿Quieres acabar con ella?
—¿Te importa?
No me responde porque su narcisismo no le permite admitir en voz alta que alguien de su vida falsa se caló hondo en su vida, porque en el fondo, reconoce y sabe que en ocasiones no tengo control sobre mí y soy vengativa. Ella asesinó a Albert, quien era un traidor, pero cuando lo hizo yo no lo sabía y sentí el dolor.
¿Qué pasa si es ella la que lo siente?
—Es inocente —Me dice Atlas y lo miro—. Decide qué tipo de monstruo quieres ser.
Miro de vuelta a Odette. Hoy no creo que razone lo suficiente para entender que Sun Hee es inocente, será mejor no toparme con ella o algo malo podría suceder.
—¿África y Rebecca? —pregunto sin especificar y ellos saben a lo que me refiero.
—No tenían conocimiento, nunca supieron lo que hacía —Me responde Atlas.
—Pero —agrega mi clon— los padres de Rebecca sí son inversores y parte de ello. Así que no tenemos que limpiar este desastre, será divertido que ellos se hagan cargo e inventen algo.
Así que el enemigo siempre ha estado muy cerca y ni siquiera me sorprende.
No me doy tiempo de hacer duelo por Albert porque ya lo lloré, ya está muerto, lo hecho ya está.
El dolor que sentí por él se entumece y no hay tiempo para pensar en la muerte de África.
Odette se acerca al estanque y se asoma, tomándose de los barrotes mientras se dobla como si pensará echarse un clavado en el pozo.
—Tan bonitos —alcanzo a escucharla—. Al menos Rebecca les dio de comer.
—África era mi amiga —digo y ella se endereza, volteando a verme.
—Y que consté que a esa no la maté yo.
Una risa brota de mí antes de que sacuda la cabeza ante lo subreal de la situación.
Lo acepto, esta es mi vida, ya no tengo que fingir, ya no tengo que luchar contra quien soy.
Atlas se levanta y me extiende la mano que tomo mientras tira de mi cuerpo poniéndome de pie.
No pregunto qué pasa con el personal desaparecido de la mansión, simplemente camino y en silencio tres sujetos que nunca estuvieron juntos al mismo tiempo salen de ese lugar.
Mi rostro tiene salpicaduras de sangre, mis uñas parte de la carne de Rebecca y finalmente a mi mente vienen los recuerdos.
Las muertes.
Las torturas.
El regocijo.
La rabia.
No hay censura ni compasión en la manera en la que todo regresa a mí, pero soy fuerte y lo resisto, dejando que eso me alimente porque si fui lo suficiente fuerte para vivirlo, soy aún más fuerte para recordarlo.
Entré a la mansión con dos amigas y ahora salgo con dos miembros de mi ¿Familia?
ADELANTOS DE CAPITULO 41:
Para terminar con toda esa plaga hay que atacar desde múltiples blancos, asegurarte que no te salpicarán en el proceso.
***
—Supongo que el ser molestas lo llevan en la sangre —Se limita a responder caminando hacia una silla y sentándose sin reflejar ningún tipo de miedo o simpatía.
***
—No soy mala en matemáticas y mis sumas me hacen saber que tres experimentos son mejor que uno.
***
Lo sé porque de una manera retorcida está dejando mensajes en los cuerpos.
***
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