Capítulo 8: Notas y Chispas
El reloj, con su tic-tac implacable, finalmente marcó el fin de la última clase de ciencias. La sala parecía un homenaje deprimente a Breaking Bad, como si estuviera a un paso de que nos pidieran empezar a fabricar metanfetaminas en lugar de aprender sobre reacciones químicas. Las luces fluorescentes parpadeaban tan intermitentemente que podrían haber sido usadas en una película de terror de bajo presupuesto, y el olor a productos químicos no ayudaba. Si Walter White hubiera estado aquí, probablemente nos habría dado una clase magistral... de cómo escapar del fracaso.
Entre las manchas en las mesas que seguramente tenían historias que no quería descubrir y las sillas que crujían cada vez que alguien se movía, todo contribuía a un ambiente de pesadilla. Aunque, para ser honesto, lo que más me carcomía no era el escenario de ciencia ficción de la clase, sino la montaña de problemas que tenía por delante: el ensayo para el concurso y el maldito examen de matemáticas. Ah, claro, y Lara. Porque, como si no tuviera suficiente, mi cerebro decidió que enamorarme de mi vecina era una gran idea.
Josh, sentado a mi lado, estaba dibujando un garabato en la esquina de su cuaderno. Parecía completamente despreocupado, como si su cerebro hubiera decidido desconectarse del caos que nos rodeaba. De vez en cuando, alzaba la vista y lanzaba comentarios sarcásticos sobre nuestra profesora, que estaba escribiendo algo en la pizarra con el entusiasmo de un robot en baja batería.
—¿Crees que sobrevivamos a esto? —le susurré, inclinándome hacia él.
Josh sonrió de lado, sin apartar la vista de su obra maestra (que parecía una mezcla entre un dragón y un zapato).
—Claro que sí, T. El truco está en fingir que estás prestando atención mientras piensas en otra cosa. Funciona siempre.
—¿Otra cosa como qué? —pregunté, aunque sabía exactamente a dónde iba esto.
—No sé... ¿quizá Lara? —respondió con una sonrisa burlona.
—Cállate —murmuré, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas.
Antes de que pudiera responder algo más, la campana sonó, marcando el final de la clase y, con ello, el inicio de lo que yo había bautizado como "la segunda jornada": horas de ensayo y trabajo en la canción. Josh me lanzó una mirada significativa mientras guardaba sus cosas, como si esperara que yo le diera algún tipo de discurso motivacional.
—Vamos, desastre con piernas —dijo mientras salíamos del salón—. Faltan solo once días, lo que significa que nos quedan solo once oportunidades más para demostrar que no sos una completa broma.
Su comentario me hizo reír, aunque también sentí un peso renovado en el pecho. Cada día que pasaba me recordaba que el reloj no estaba a mi favor, y aunque habíamos avanzado mucho con la canción, todavía quedaba trabajo por hacer.
El camino hacia el salón de música fue rápido, pero mi mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. La melodía de nuestra canción, el coro que seguía sin encajar, las derivadas que me esperaban en el examen de matemáticas... y Lara, claro. Porque no podía dejar de pensar en ella, aunque sabía que añadir "confesión romántica" a mi lista de pendientes no era precisamente una estrategia ganadora.
Cuando finalmente entramos al salón, el eco de nuestras pisadas en el piso de madera me recordó la última vez que habíamos estado ahí. Había algo especial en este lugar, algo que hacía que el peso del mundo pareciera un poco más liviano. Josh dejó su mochila en el suelo y afinó su guitarra con la precisión de alguien que realmente sabía lo que hacía. Yo, por otro lado, saqué mi cuaderno lleno de tachones y garabatos, preguntándome cómo íbamos a transformar todo ese caos en algo digno de ser escuchado.
Josh tocó un acorde suave y se giró hacia mí con una sonrisa que mezclaba desafío y confianza.
—Bien, Trevor. Es ahora o nunca.
Lo miré, dejando escapar un suspiro mientras abría el cuaderno en una página en blanco.
—"Ahora o nunca", ¿eh? No suena nada presionante.
—Si no funciona, siempre podemos fabricar metanfetaminas —bromeó, haciendo que ambos riéramos.
Respiré hondo y empecé a tocar una melodía, dejando que las notas llenaran el aire. Era imperfecta, un poco caótica, pero era un comienzo. Josh se unió con su guitarra, y de repente, el mundo fuera del salón dejó de importar. Era solo música, solo nosotros, y por un momento, eso era todo lo que necesitábamos.
Perdimos la noción del tiempo, y pasamos ensayando como una hora y media antes de que mi estómago decidiera interrumpirnos con gruñidos dignos de un oso en hibernación. Era un recordatorio sutil —pero constante— de que la música no alimenta, al menos no literalmente. Así que hicimos lo que cualquier par de adolescentes de 16 años con cero autocontrol haría en esta situación: abandonamos el ensayo para ir a comprar empanadas de queso.
No me molesté en añadirlas a mi app de contar calorías; a estas alturas, el conteo se sentía más como un insulto que como una ayuda. Decidí bautizarlas como mi cheat meal del día, aunque probablemente ya había tenido tres de esas esta semana. "No pienses en eso, Trevor", me dije mientras le daba un mordisco al primer trozo de masa rellena y gloriosamente grasosa.
Josh, con la boca llena, me lanzó una mirada que decía "esto sí que es arte". No podía culparlo. En ese momento, las empanadas se sentían como un oasis en medio del desierto de estrés que era nuestra vida.
—¿Sabes? Esto es lo que les falta a nuestras sesiones —dijo, señalando su empanada con entusiasmo—. Inspiración a base de comida chatarra.
—Claro, porque nada dice "música ganadora" como manchas de queso en las partituras —respondí, pero no pude evitar reír.
Por un rato, nos olvidamos del concurso, de las matemáticas, de Lara, y de todo lo que nos tenía al borde del colapso. Solo éramos dos chicos sentados en la banca de una plaza, compartiendo una comida que probablemente arruinaría cualquier progreso en mi "plan de vida saludable". Y, sinceramente, no me importaba.
—Sabes que la canción es buena, ¿verdad? —dijo Josh, rompiendo mis pensamientos. Su voz tenía ese tono despreocupado que siempre usaba, pero había algo más esta vez: una confianza que casi me asustaba.
—¿Tú crees? —pregunté, más por necesidad de confirmación que por otra cosa.
Josh me lanzó una mirada, como si hubiera hecho la pregunta más absurda del mundo.
—No creo, Trevor. Lo sé.
Esa respuesta me dejó en silencio. Por alguna razón, sus palabras se sentían más reales que todo lo que había estado repitiéndome en la cabeza los últimos días. Pero antes de que pudiera decir algo más, su teléfono comenzó a sonar con el ahora omnipresente audio del concurso de Taylor Swift. Esa voz que parecía perseguirme en cada rincón de la escuela ahora nos seguía hasta fuera de ella.
—Te lo juro, si vuelvo a escuchar ese audio una vez más, voy a perder la cabeza —dije, medio en broma, mientras Josh sacaba el teléfono del bolsillo.
—O tal vez solo es el universo recordándote que tienes trece días para convertirte en una estrella. —Josh sonrió mientras apagaba la notificación.
"Treinta y una letras en la palabra 'Swiftie' y todavía siento que estoy a años luz de ser uno", pensé, pero no lo dije en voz alta. En lugar de eso, miré el cielo, donde el sol comenzaba a desaparecer detrás de las nubes, como si incluso él estuviera demasiado ocupado para preocuparse por mi dilema musical.
Josh me dio un codazo.
—Oye, volvamos al ensayo. Si no perfeccionamos ese coro hoy, mañana será un desastre.
Asentí, dejando que mis pensamientos se disiparan. Nos levantamos del banco del parque donde habíamos terminado nuestras empanadas y emprendimos el camino de regreso al salón de música.
Justo cuando empezábamos a subir las escaleras, una voz alegre nos detuvo en seco.
—¡Hola, chicos!
Genial. Ya saben cómo va esto.
Lara apareció, iluminando el ambiente con su presencia. Llevaba un vestido blanco corto que parecía capturar la luz del sol y hacerla propia. El vestido, sencillo pero elegante, tenía delicados bordados en el borde y se movía graciosamente con cada paso que daba. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, contrastando perfectamente con el blanco del vestido, y su sonrisa era contagiosa. Solo su mera presencia era como un rayo de sol en medio de mis preocupaciones. Pero todo en ella parecía brillar, mientras que yo probablemente tenía aspecto de... bueno, de alguien que acaba de salir de una clase de ciencias apocalíptica.
Y ahí estaba de nuevo. Mi cerebro, que hasta hace un segundo estaba preocupado por el concurso, decidió detenerse por completo. Perfecto.
—¡Hola, Lara! —Josh, por supuesto, fue el primero en hablar. Relajado, como si estuviera conversando con una amiga de toda la vida, y no con la chica de la que yo, patéticamente, estaba enamoradísimo. —¿Qué tal va todo?
Intenté no parecer un desastre emocional mientras saludaba también.
—Hola, Lara. —Mis palabras salieron más nerviosas de lo que esperaba, y el diálogo interno comenzó. Trevor, ¿de verdad? ¿Vas a quedarte balbuceando como si tuvieras 12 años?
Lara sonrió, y créanme, ese tipo de sonrisa debería estar clasificada como arma letal para cualquier persona con inseguridades.
—Estoy súper emocionada por el concurso —dijo, mirándome brevemente antes de que mi corazón decidiera hacer una maratón de 42K. —¿Y ustedes? ¿Listos?
Intenté sonar convincente. Fallé.
—Sí, claro, absolutamente. —Ah, y ahí va mi credibilidad volando por la ventana—. Solo... bueno, un poco de nervios, ya sabes.
Josh, por supuesto, se rió como si no me estuviera hundiendo en mi propio pozo de torpeza.
—Trevor aquí está preocupado por nuestro ensayo y también por los exámenes de la próxima semana. El clásico multitasking.
Gracias, Josh. Eres un verdadero amigo, pensé mientras Lara me miraba con una mezcla de simpatía y diversión.
—No te preocupes, Trevor. Estoy segura de que lo harás genial en ambas cosas. —Me dio una sonrisa tranquilizadora que solo empeoró mi nerviosismo. —Siempre puedes pedir ayuda si te sientes abrumado.
—Gracias, Lara —dije, tratando de no parecer demasiado emocionado por su oferta de ayuda. Mi cerebro, mientras tanto, gritaba: ¡Mantén la calma, Trevor! ¡No arruines esto!
Y luego, como si el universo hubiera decidido torturarme un poco más, Lara añadió:
—Bueno, chicos, yo no me olvido de que Trevor me dijo que podíamos compartir la experiencia del concurso juntos —dijo, cruzando los brazos mientras inclinaba la cabeza—. Y, como saben, yo también me presento, pero no tengo a nadie que me escuche. ¿Qué tal si ensayamos juntos?
Sentí cómo la sangre me subía a la cara. Maldición. Claro que le había dicho eso. Fue ese mismo día que Jake me encaro. Pero ¿por qué no le hice acuerdo después? Porque no tuve el coraje, simple y llanamente. Entre los nervios del concurso y la incomodidad de sonrojarme al verla siempre, decidí fingir que esa conversación nunca ocurrió. Lamentablemente, Lara no era del tipo que olvidaba las cosas.
Antes de que pudiera abrir la boca, Josh, siempre listo para meter la cuchara, alzó una ceja, divertido.
—¿Perdón? ¿Qué es eso de compartir la experiencia? ¿Desde cuándo estamos aceptando colaboraciones? Porque, Trevor, si lo sabías, no me hiciste ni un poquito de acuerdo.
—Josh, no es lo que parece... —intenté explicar, pero él ya estaba en su modo dramático.
—¿No es lo que parece? ¿Entonces no me estás engañando con otra guitarrista? —soltó con una falsa indignación mientras se llevaba la mano al pecho como si estuviera profundamente herido.
Lara soltó una carcajada, claramente disfrutando del espectáculo.
—Tranquilo, Josh. No vine a reemplazarte. Solo necesito un par de oídos honestos que me digan si mi canción no está destinada a hundir mi carrera musical antes de que empiece.
—Honestos somos —respondió Josh, poniendo cara seria—. Brutales, también.
—Perfecto, eso es justo lo que busco —dijo Lara con una sonrisa. Luego giró hacia mí, mirándome directamente a los ojos—. ¿Entonces, Trevor? ¿Me incluyes en el ensayo o prefieres que sea tu rival número uno?
Genial. Como si la situación no fuera ya suficientemente complicada, ahora tenía que elegir entre incluirla en nuestro ensayo o enfrentarme a una Lara decidida a derrotarme. Y, claro, ¿cómo decirle que no? Me gusta. Ese es el problema. Su presencia era como un campo minado: un paso en falso y todo podría explotar. Además, ya le había dicho que ensayaríamos juntos. Decirle que no ahora sería como cavar mi propia tumba emocional. Entre la presión del concurso, los ojos expectantes de ambos y mi cerebro completamente incapaz de pensar con claridad, no tenía salida.
—Está bien, ensayemos juntos —dije finalmente, dejando escapar un suspiro.
Lara sonrió, y de repente, el mundo parecía un poquito más brillante. Bueno, no, en realidad no, pero eso es lo que mis hormonas me querían hacer creer. Mientras tanto, yo solo podía pensar en una cosa: Estás condenado, Trevor. Condenado.
Josh hizo un gesto exagerado de resignación.
—Bien, pero que quede claro, Lara, si esto termina en un triángulo musical amoroso, yo me retiro. Mi corazón no puede con tanto drama.
Los tres reímos mientras volvíamos al salón, aunque yo no podía dejar de preguntarme una cosa: ¿cómo demonios me iba a concentrar en el ensayo ahora que Lara estaba aquí?
Los tres reímos mientras volvíamos al salón, pero yo no podía dejar de pensar en una cosa: ¿cómo se supone que iba a concentrarme en el ensayo ahora que Lara estaba aquí, con su vestido blanco, su sonrisa deslumbrante y esos ojos llenos de expectativas? Esto prometía ser interesante.
Mientras caminábamos hacia el salón de música, Josh se pegó a mi lado como una sombra molesta y me lanzó un codazo conspirador.
—¿Ves? Esto va a ser genial. Confía en mí.
Rodé los ojos. Claro, porque Josh siempre tiene ideas infalibles. Intenté, de verdad intenté, no ponerme rojo. Pero la cercanía de Lara, su risa suave y la forma en que de vez en cuando me lanzaba una mirada, lo hacía casi imposible.
—¿Qué estás tramando ahora? —murmuré, tratando de que Lara no escuchara.
Josh se encogió de hombros con una sonrisa que no prometía nada bueno.
—Nada. Solo digo que esta es tu oportunidad de brillar. Lara ya está aquí, ¿qué más querés?
Me detuve un segundo, mirándolo fijamente.
—¿Brillar? Claro, porque lo que más necesito ahora es impresionar a Lara mientras aún trato de superar el hecho de que Jake existe. ¿Recordás a Jake, no?
Josh agitó la mano como si estuviera espantando a un mosquito.
—Jake no está aquí ahora, ¿verdad? Entonces, relajate. Además, no tenés que hacer nada loco. Solo sé vos mismo.
Miré hacia donde Lara caminaba delante de nosotros, absorta en su teléfono. Por un segundo, me pregunté si ella realmente sabía lo complicado que era todo esto. No solo estaba Jake, que parecía tener un radar para aparecer en los peores momentos, sino también la pequeña verdad de que yo no podía evitar sentirme un desastre emocional cada vez que Lara estaba cerca.
Josh me lanzó otra sonrisa confiada.
—Y te digo algo más. Si no te das cuenta de que ya está interesada en vos, sos más ciego que los ratones de Shrek.
—Gracias por la comparación, Josh. Muy útil.
Nos acercábamos al salón, y los casilleros y estudiantes desaparecieron de mi mente mientras trataba de prepararme mentalmente para lo que venía. Josh, sin perder tiempo, se puso al lado de Lara con esa confianza que siempre parecía tener de sobra.
—Trevor, deja que la música hable por vos. Las canciones dicen cosas que las palabras no pueden —me susurró, como si fuera algún tipo de gurú de la vida.
Gracias, Buda, pensé con sarcasmo. Y aunque odiaba admitirlo, tenía razón. Si iba a dar un paso hacia adelante con Lara, la música podría ser mi mejor aliada.
El problema era que, con mi suerte, ese paso también podría llevarme directo al abismo.
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