Capítulo 20: Notas en Rojo y Sueños en Verde

El eco de mis palabras —"Soy Trevor, y hoy voy a cantar una canción que escribí yo mismo"— seguía flotando en el aire, y por un instante, todo a mi alrededor pareció detenerse. Era como si el tiempo me hubiera dado una tregua antes de la tormenta. Mientras avanzaba hacia el micrófono, mi mente era un torbellino incontrolable.

Podía escuchar las palabras de Josh resonando en algún rincón de mi cabeza: "Respira, T. Esto es tuyo. Este es tu momento." Pero su voz se mezclaba con mis propios pensamientos, más ruidosos y desordenados. El recuerdo del beso con Lara apareció sin previo aviso, trayendo consigo esa mezcla de calidez y confusión que siempre venía

Entonces tomé aire y comencé a tocar los primeros acordes. La canción tenía esa cadencia que me había inspirado de "You Belong with Me", de Taylor Swift, pero mi versión era, por supuesto, un poco más... cruda.

"You Don't Belong With Me".

Iba directo al grano de todas esas sensaciones de "tú allí, yo aquí", y estaba decidido a dejarlo todo en el escenario.

🎵 I'm the misfit in the back,

While you're the president of the class.

You have a boyfriend by your side,

While I'm just riding this lonely tide. 🎵

Mis dedos se movían instintivamente sobre las cuerdas. Cada verso era como abrir una puerta a la realidad que me había tocado vivir. Y si esto parecía más terapia pública que una competencia, pero qué se le iba a hacer.

🎵 You don't belong with me,

In this world of uncertainty.

You're a star in the city's gleam,

While I'm lost in my own dream. 🎵

La brecha entre nuestros mundos se desplegaba en cada palabra. Éramos vecinos, sí, pero esa línea invisible entre nosotros nunca iba a desaparecer, por mucho que nos cruzáramos en la escalera.

🎵 You wear the crown, I'm just a pawn,

In this game where you've already won.

You have a love, I'm still searching,

In a realm where my heart keeps lurching. 🎵

A medida que avanzaba en la canción, pude sentir cómo mis palabras, mezcladas con las notas, llenaban el vacío del estadio. No había vuelta atrás; estaba mostrando mi verdad, cruda y real. La guitarra se convirtió en un puente entre mi realidad y la de Lara.

🎵 You don't belong with me,

In this world of uncertainty.

You're dancing in the city's gleam,

While I'm chasing my own dream. 🎵

El estribillo me golpeaba tanto como al público invisible al que cantaba. Era como dejar caer una verdad que había estado cargando durante demasiado tiempo. Miré de reojo al jurado. No podía leer sus rostros, pero tal vez eso era mejor. A veces es mejor no saber.

🎵 We're neighbors in this town,

Yet a world of difference keeps us bound.

I see you every single day,

Your eyes so captivating in every way. 🎵

La ironía de esta situación me arrancó una sonrisa. Era casi absurdo que dos personas tan cercanas en distancia estuvieran tan distantes en todo lo demás.

🎵 You don't belong with me,

In this tale of what can't be.

You're glittering in the city's gleam,

While I'm weaving my own dream. 🎵

El último acorde flotó en el aire, y dejé que se extinguiera, con un eco de melancolía que quedó en el vacío del estadio. Solté la guitarra y me incliné un poco, sin exagerar. Los jueces se limitaron a asentir, sus rostros como estatuas. Al menos, me dije, no me echaron al primer acorde. Uno de los jueces tomó el micrófono y con voz neutra dijo:

—Gracias, Trevor. Los resultados de tu zona se publicarán esta tarde. Cuando eso ocurra, los finalistas serán convocados para la etapa final en la cancha.

—Entendido —respondí, asintiendo, tratando de mantener la calma. Pero por dentro, la tormenta de emociones seguía en plena actividad.

Me dirigí hacia la sala de espera y, al dejarme caer en una silla, solté un suspiro. Otros concursantes estaban igual de tensos, mirando al suelo o moviéndose de un lado a otro. Las paredes estaban decoradas con fotos de Taylor Swift en diferentes momentos de su carrera, una galería de su éxito y de las huellas que había dejado en la música. Era un recordatorio de lo lejos que estaba yo de ese camino... y, aun así, también me daba un atisbo de esperanza.

La incertidumbre era tan palpable que podía masticarse. Cada uno de nosotros en esa sala era una versión de alguien que intentaba alcanzar su sueño, y tal vez, solo tal vez, hoy uno de esos sueños tomaría vuelo.

Mientras esperaba el veredicto de los jueces, mi mente saltaba de un pensamiento a otro, como una mariposa en un campo de flores (aunque probablemente una mariposa un poco desorientada). Había dejado mi alma en esa canción, había expuesto partes de mí que jamás creí que mostraría en un escenario frente a tantos ojos. Y ahora, solo quedaba ese horroroso espacio vacío entre el esfuerzo y el resultado. Claro, había tenido mis momentos de "soy imparable" y, por supuesto, mis otros momentos de "¿qué demonios estoy haciendo aquí?". Y por si fuera poco, Lara no salía de mi cabeza.

Mientras el aire acondicionado luchaba contra el calor sofocante de afuera, intenté calmarme recordando que, al menos, mi guitarra había sobrevivido intacta. Las horas de espera se arrastraron como si alguien estuviera jugando a ralentizar el tiempo, y la ansiedad en la sala de espera era tan densa que podías cortarla con un cuchillo.

Finalmente, el tono familiar de una notificación en mi celular cortó la tensión como una explosión.

—Los resultados están listos.

La adrenalina se disparó y, junto con los otros concursantes, caminamos por los pasillos del estadio hasta la cancha principal. A medida que entrábamos, la inmensidad del Lumen Field me golpeó nuevamente.

Pero lo que realmente me quitó el aliento fue la visión de Lara bajando del escenario.

Su vestido era un homenaje descarado al álbum Lover de Taylor Swift. Era un vestido esponjoso, una mezcla de tonos rosados y celestes, se deslizaba con suavidad al ritmo de su paso. El tejido abrazaba su figura de manera sexy, realzando cada curva con destreza. La falda esponjosa se desplegaba con cada movimiento, creando una estampa que capturaba la esencia misma de la música romántica. El cinturón ajustado resaltaba su cintura, añadiendo un toque de coquette a la mezcla de colores.

Y, sinceramente, si alguien había nacido para vestir eso y llevarlo con una gracia imposible, era ella. Todo en su atuendo decía "romanticismo", pero con una dosis justa de fuerza, porque Lara no era solo bonita; era impactante.

Nuestros ojos se encontraron un breve instante, y en ese momento, la competencia dejó de ser lo importante. Sí, éramos rivales en este escenario, pero también estábamos en esto juntos, cada uno luchando su propia batalla. Le dediqué una sonrisa, y ella respondió con una igual de brillante. Fue como si el mundo entero se detuviera por un segundo... bueno, hasta que choqué con otra concursante.

—¡Lo siento! Estaba... distraído —me disculpé rápidamente, dándome cuenta de que mi guitarra había casi arrollado a la chica.

Ella me miró y sonrió, quitándole importancia.

—No hay problema. Creo que todos estamos en las nubes hoy —dijo, extendiendo su mano—. Soy Reagan, por cierto.

—Trevor. . Enchanted to meet you, Reagan —respondí, apretando su mano y sonriendo por mi referencia sutil a Taylor Swift.

Mientras nos dirigíamos al centro del estadio, conversamos sobre nuestras experiencias en la competencia y las locuras de los ensayos. Ella también estaba en mi grupo de las 12:00, lo que significaba que sería una de mis competidoras directas. Aun así, la charla se sintió natural, como si compartiéramos un extraño entendimiento.

Ya en el centro, el ambiente estaba cargado. Las luces del estadio se apagaron, dejando solo el resplandor de las pantallas de nuestros celulares. La voz de los altavoces anunció el momento decisivo con un suspenso que parecía una broma cruel.

—Es hora de conocer los resultados. Miren sus pantallas.

El anuncio resonó por los altavoces, cortando el bullicio del estadio. Saqué mi teléfono con manos temblorosas y abrí la aplicación de Taylor Nation. Un ícono animado de Taylor comenzó a girar en la pantalla, alargando la espera como si el suspenso fuera parte del espectáculo. Mi respiración era un eco agitado en mi pecho, y parecía que los latidos de mi corazón querían competir con el ritmo del estadio.

Alrededor de mí, el aire estaba cargado de tensión. Cada segundo de espera se sentía como una eternidad, una especie de tortura brillante y tecnológica que jugaba con nuestras emociones. De pronto, la voz regresó, firme y neutral:

—Si su pantalla se torna verde, ¡Felicidades! Han pasado a la siguiente fase. Si su pantalla muestra el rojo, lamentamos informarles que su camino en el concurso llega a su fin.

Mis ojos se clavaron en la pantalla mientras las luces comenzaron a parpadear, cambiando de color como una ruleta cruel que decidía mi destino. Los primeros gritos de júbilo estallaron en el aire; vi a algunos abrazarse con emoción, sus pantallas resplandeciendo en un verde triunfal. Otros miraban fijamente un rojo que parecía absorber toda la luz a su alrededor, el silencio de sus expresiones hablando más que cualquier palabra.

Contuve el aliento cuando mi pantalla comenzó a cambiar, iluminándose con un brillo cegador. Verde. Verde. Verde... o al menos eso quería creer. Pero en el último segundo, la luz se estabilizó en un rojo implacable.

Por un momento, todo dentro de mí se apagó. Sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies, como si el universo se hubiera encogido hasta dejarme solo en un vacío.

Miré a mi alrededor, tratando de encontrar algo —cualquier cosa— que me diera una señal de que esto no era el fin. Reagan, a mi lado, sostenía su teléfono con una expresión de derrota que reflejaba perfectamente lo que yo sentía. Su pantalla también brillaba en rojo. Cruzamos miradas, y aunque ninguno dijo una palabra, la decepción mutua fue más que evidente.

Alrededor nuestro, los gritos de celebración continuaban. Cada risa, cada aplauso, cada exclamación de triunfo era una aguja clavándose en mi piel. Intenté obligarme a pensar en positivo, a buscar algún consuelo en el hecho de haber llegado hasta aquí, pero en ese momento, todo parecía vacío.

Me quedé mirando la pantalla en rojo de mi teléfono, como si pudiera cambiarla con suficiente fuerza de voluntad. Pero no cambió. No había magia aquí, ni atajos, solo la realidad fría y aplastante del fracaso.

Y luego, como una ola que se cuela por una grieta, apareció el recuerdo de Lara. Su sonrisa tímida, esa mirada que me hacía sentir más valiente de lo que en realidad era, y el momento exacto en que todo cambió entre nosotros. El beso. Su silencio después. Mi torpeza para manejarlo.

Había algo en el peso del rojo, en su carácter tan definitivo, que también me dio claridad: si ya no tenía este concurso, entonces no tenía excusas. Ya no podía esconderme detrás de "la próxima fase" o "el próximo desafío". Si había algo que todavía podía salvar, era eso. Era ella.

Respiré hondo, cerrando los ojos por un momento, dejando que el ruido del estadio se desvaneciera. Cuando los abrí, la decisión ya estaba tomada.

Me giré hacia Reagan, quien seguía observando su pantalla, absorto en su propia decepción. Le puse una mano en el hombro.

—Necesito irme. Hay algo que debo hacer.

No esperé su respuesta. Salí del área de espera, esquivando a los concursantes que celebraban o lloraban, y comencé a caminar, con el corazón latiendo fuerte, pero por una razón distinta esta vez.

Si el destino me había cerrado una puerta, entonces yo mismo tendría que abrir otra.

Y esa puerta era Lara.

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