Capítulo 18: Luces de Seattle
Estuve esperando que llegáramos a Seattle unos 40 minutos después de que el conductor anunciara "próxima parada", pero aún faltaban unas buenas horas. Así que me dejé llevar por el sueño, un sueño mucho más surrealista que el de la Bella Durmiente. Y, bueno, el sueño tenía nombre: Trevor. Literalmente.
Al parecer, dar un concierto improvisado en un autobús es más agotador de lo que parece, especialmente cuando te pasas el viaje bailando, cantando y sin haber ensayado ni una vez. Pero ahí estaba, sumido en un sueño profundo... hasta que la voz del conductor resonó en la cabina, rompiendo el hechizo:
—Parada: Seattle.
Despertamos, y nos dimos cuenta de que nos habíamos acomodado en el asiento como si fuéramos dos osos de peluche atrapados en un día de lluvia. Nos miramos por un segundo, procesando la extraña posición en la que estábamos, y sin decir nada, nos separamos rápidamente, riendo nerviosamente. Porque, claro, ¿quién no querría ser el centro de un triángulo amoroso involuntario con su mejor amigo?
—Bueno, eso fue... interesante —comenté, tratando de sonar casual mientras me sacudía la chaqueta. Siempre me pregunté si había una forma elegante de despertarse y no creo que esta contara.
Agarramos nuestras mochilas y guitarras del compartimiento superior del autobús, todavía un poco adormilados, pero la emoción comenzaba a chispear. Al bajarnos, nos adentramos en la estación de buses, un monstruo de concreto bajo una autopista que gritaba "¡bienvenidos a Seattle!". El zumbido de los vehículos pasaba por encima como un recordatorio de que, aunque nosotros éramos la estrella de nuestro propio espectáculo, el mundo seguía girando.
—¡Aquí estamos, T! —exclamó Josh, como si hubiéramos ganado la lotería—. El lugar donde brillarás en el escenario...
La ciudad de Seattle se extendía ante nosotros, un mosaico de rascacielos que se elevaban hacia un cielo nublado que podría haber sido un fondo de Instagram. Las luces de la ciudad parpadeaban como si estuvieran lanzando un guiño cómplice, pero yo solo podía pensar que había mucha presión por no hacer el ridículo en un lugar donde las personas parecían tener más café en las venas que sentido del humor.
Nos miramos, compartiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Estábamos a punto de enfrentarnos a un nuevo escenario: el concurso y esta ciudad desconocida. Con nuestras guitarras a cuestas y determinación en el corazón, nos dirigimos a la salida de la estación, listos para descubrir lo que Seattle tenía reservado para nosotros.
Spoiler: probablemente algo de lluvia.
La estación de buses estaba a unos metros del estadio Lumen Field, donde se celebraría el concurso y donde Taylor Swift daría un concierto en unos días. Las luces del estadio parpadeaban a lo lejos, creando una atmósfera emocionante, como si nos dijeran "¡bienvenidos chicos!".
—¡Vaya, Trevor, esto es increíble! —exclamó Josh, señalando hacia el estadio iluminado—. ¿Puedes imaginarlo? ¡Ahí es donde estaremos mañana por la mañana!
—Sí, es asombroso —respondí, tratando de no dejar que la presión me abrumara como un maratón de exámenes finales—. Pero primero, debemos llegar a nuestro Airbnb. ¿Listo para buscar un Uber?
Josh asintió con esa sonrisa de "no te preocupes, todo saldrá bien", como si el destino no tuviera nada en contra de nosotros.
—Vamos, esto es solo el principio. Seattle nos está esperando, y no será una ciudad cualquiera. ¡Vamos a conquistarla! —dijo, casi con una determinación digna de una película de acción, solo que sin los efectos especiales y con un presupuesto de estudiante.
Empezamos a caminar hacia una zona más iluminada. La ciudad tenía un aire de calma, pero yo sentía como si estuviéramos en una escena de "Strangers Things" o algo así. ¿Por qué era siempre de noche cuando necesitaba que la ciudad estuviera llena de gente?
—Mira, ni siquiera hay una sombra a la vista. ¿Estamos seguros de que es seguro estar aquí? —dije, mirando a nuestro alrededor como si esperara que una criatura mítica emergiera de las sombras para hacernos compañía.
Josh soltó una risa, y yo traté de seguir su ejemplo mientras nos deteníamos en un lugar bien iluminado. Saqué mi teléfono para pedir un Uber.
—Bueno, Josh, parece que no hay mucha actividad a esta hora. ¿Cómo esperamos que un Uber llegue tan tarde? —bromeé, mirando la pantalla con la esperanza de que, si lo miraba lo suficiente, un coche se materializara de la nada.
—¡Oh, tranquilo, T! Seattle es una ciudad que nunca duerme, ¿verdad? —respondió Josh—. Seguro que hay conductores dispuestos a llevarnos a nuestro destino, incluso a esta hora.
—O tal vez están todos escondidos, riéndose de los dos idiotas que intentan pedir un Uber a las 2am. ¿Quién se atreve a salir a estas horas, después de todo? —dije, sintiendo que la ansiedad comenzaba a asomar, como un mal estudiante en un examen sorpresa.
Josh se encogió de hombros, ignorando mis preocupaciones.
—Podemos ser esos idiotas que se convierten en leyenda. "¿Recuerdas a los dos locos que tomaron un Uber en la madrugada para un concurso?" —replicó, con un dramatismo que haría que incluso Hollywood se sintiera celoso.
—Sí, o seremos los que se convirtieron en memes. "Mira, es el momento en que decidieron que Seattle era una buena idea, justo antes de que los atracaran".
Ambos soltamos una risa nerviosa, y en ese momento, la ansiedad se mezcló con una extraña sensación de emoción. A medida que esperábamos, me di cuenta de que quizás, solo quizás, estábamos a punto de escribir nuestra propia historia, sin guion y con muchas probabilidades de terminar en la sección de "fracasos épicos". Pero hey, al menos sería memorable.
Finalmente, un automóvil se acercó y nos dirigimos hacia él, listos para embarcarnos en la siguiente fase de nuestra aventura en Seattle. Al subir al vehículo, el conductor nos recibió con una sonrisa que, honestamente, parecía más genuina que la mía cuando me miraba al espejo por la mañana.
En poco tiempo, estábamos en marcha, atravesando las calles nocturnas de Seattle. La ciudad se desplegaba ante nosotros como un tapiz brillante de luces y sombras, una energía única que nos envolvía. Las luces destellaban en los rascacielos mientras pasábamos por calles iluminadas y acogedoras cafeterías que parecían más acogedoras que nuestras propias casas. Era un lugar que parecía tener una vida propia, y nosotros éramos meros espectadores, o quizás actores secundarios en la película de alguien más —la de un par de idiotas en busca de su sueño, con un presupuesto limitado.
De repente, en la radio del automóvil, comenzó a sonar "Welcome to New York" de Taylor Swift. Nos miramos y soltamos una risa compartida, como si el universo estuviera señalando nuestra llegada.
—¡Eh, debería ser "Welcome to Seattle" ahora, ¿verdad? —bromeó Josh, y ambos nos reímos ante la coincidencia.
Las luces de la ciudad parpadeaban al ritmo de la música, y la letra resonaba con nuestro estado de ánimo: "It's a new soundtrack, I could dance to this beat, beat, forever more." ¡Perfecto! Porque claro, si el mundo va a girar en torno a nosotros, mejor que tenga buen ritmo.
Mientras atravesábamos la ciudad, nuestros ojos se posaron en el horizonte, donde el icónico Space Needle se alzaba majestuosamente, como un dedo índice que señalaba el cielo. Las luces brillaban en su estructura futurista, creando una imagen impresionante.
—¡Mira eso, Josh! ¡El Space Needle! — exclamé, señalando emocionado, tratando de no parecer un turista perdido con una cámara alrededor del cuello.
Josh asintió con entusiasmo, como si hubiera ganado el premio mayor en una rifa.
—¡Estamos realmente en Seattle ahora! — dijo, y yo pensé que si por "realmente" se refería a estar aquí y no en una realidad alterna donde todo salía bien, entonces sí, estábamos.
La aguja espacial se destacaba contra el cielo nocturno, y podíamos sentir la emoción palpable en el aire. La ciudad nos mostraba sus encantos y secretos a medida que avanzábamos. Mientras la radio seguía reproduciendo "Welcome to New York", comenzamos a sumergirnos en el espíritu de la canción, cambiando mentalmente la letra a "Welcome to Seattle".
—Welcome to Seattle —pensé nuevamente, mientras la ciudad nos envolvía en su magia, con la esperanza de que esta aventura no terminara en un desastre.
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