Mariposas de cera

Decían que la estatua de cera que hay en la enorme mansión de los Howard parecía  tan real que en las noches cobraba vida.

Pero yo no lo creía en absoluto.

Aunque confieso que me daba un poco de temor visitar aquel caserón que se me había sido asignado en la clase de Historia Nacional. ¿Quién en su sano juicio consideraba ese siniestro lugar como histórico? Era más bien perfecto para una película de terror, en esas en que chicas como yo eran asesinadas por lunáticos.

Lo peor de todo era que me había olvidado por completo de la tarea, así que me había apurado a llamar a la ama de llaves de la mansión. Con suerte me permitió ir a sacar un par de fotos para poder entregar el trabajo al día siguiente, la fecha límite.

Eran las ocho de la noche cuando tomé mi cámara fotográfica, la colgué al cuello y fui hasta aquella zona alejada de la ciudad donde quedaba la mansión. A pesar de aún no ser muy tarde, había una tenue neblina cubriendo el camino, pero seguí decidida ya que tenía que aprobar aquella bendita materia.

Llegué hasta los portones y la ama de llaves, Katherine, me recibió con cortesía a pesar de la hora, y yo no dejaba de disculparme por la molestia.

Cuando pasé los portones, me encontré en un enorme jardín lleno de plantas que yo no conocía, tomando el lugar por completo. La neblina allí era aún más densa, lo que se me dificultaba para ver el caserón más allá.

El silencio era abrumador, lo único que se oía allí eran mis pasos. Si no estuviese Katherine frente a mí, tan silenciosa en su andar, creería que estaba caminando completamente sola por el camino de piedras.

La mansión era enorme, con ese estilo antiguo que la hacía tan histórica, tan… aterradora. Tragué saliva mientras la ama de llaves abría la pesada puerta con un ruidoso chirrido y luego se iba, excusándose con que tenía cosas que hacer. Yo me quedé allí en el porche de la casa, estática, mirando por donde aquella extraña mujer había desaparecido entre las plantas y la niebla.

Tomé mi cámara fotográfica con ambas manos, apretándola con fuerza. Un aliento frío y siniestro salió del interior de la mansión, mientras las luces interiores se encendían solas. Yo quería creer que Katherine las había activado desde algún lugar, pero no estaba del todo segura.

Di un paso al interior de aquel hermoso recibidor, y mis pisadas fueron amortizadas por una hermosa y felpuda alfombra. Alcé las cejas y saqué un par de fotos.

Para mi asombro, no había nada de terrorífico ni de asustador en aquella casa vacía, quizá se debiera a que estaba todas las luces encendidas. Subí a la segunda planta, donde mayoritariamente estaba compuesto por dormitorios, y tomé varias fotografías más hasta que un ruido extraño me llamó la atención.

Grité cuando algo pequeño y volador pasó por mi cabeza, pero al voltearme vi que era apenas un insecto.

«¿Una polilla?», fue lo que me pregunté, pero me equivocaba. Era una mariposa. Esta se posó en el marco de una hermosa pintura de una muchacha joven que vestía de gala.

Encantada con aquella obra de arte, me acerqué a tomar varias fotos hasta que vi uno de los dormitorios, el que estaba justo al lado de la pintura, con la puerta entreabierta.

Por un momento quedé estática mirando la ranura que conducía a ese cuarto oscuro. La borboleta revoloteó a mi alrededor, y vi a un par más salir de aquel sospechoso dormitorio.

De repente me vi rodeada por varias mariposas, y aquello se me hizo tan extraño que no dudé en acercarme hasta la puerta, empujándola levemente con la yema de los dedos. No hizo sonido alguno, incluso cuando se golpeó contra la pared.

La luz de la luna que entraba por el ventanal que daba al frente del caserón iluminaba tenuemente la habitación, dándole un aire fantástico, como si no fuera de este mundo.

Y allí estaba la famosa estatua de cera. Era la misma joven del cuadro. Estaba de pie con el mismo vestido de gala que en la pintura, sosteniendo un abanico de encaje y rodeada de mariposas. Tenía el cabello recogido en un rodete con una rosa y en el rostro tenía pintado, como un antifaz, una hermosa borboleta azul.

Por su posición pareciera que miraba a través de la ventana a la espera de la llegada de alguien, pero tenía los ojos cerrados.

Aun impactada con el realismo de aquella estatua de cera, levanté la cámara fotográfica para retratar tan mítica estatua. Vi el destello del flash, la luz iluminando cada rincón de la habitación y alejando abruptamente las mariposas.

Miré la fotografía por la pantalla para ver qué tal había quedado.

Mis ojos se abrieron de par en par al ver que allí la estatua me miraba con unos hermosos y azules ojos. Unos orbes fríos que me miraban inquisitivamente, como que quisiera ver mi interior.

Sentí un sudor frío recorrer mi sien y mis manos temblaban de forma incontrolable. Levanté la mirada de la cámara lentamente para ver cómo aquella estatua volvía a su posición inicial y cerraba aquellos enigmáticos ojos.

—No eres Robert —dijo la estatua en voz baja, susurrante, casi musical. El estómago se me contrajo del miedo, del pánico, del terror.

Esperaba a alguien y no era a mí.

Me sentí encoger, perder los sentidos, oí el ruido de la cámara al chocar contra el suelo de madera pulida. Sentí que aleteaba, que ganaba una gama de colores exótica y revoloteaba alrededor de aquella mujer.

Estaba convertida en mariposa.

Mientras mi mente entraba en un estado de sopor, lo último que vi fue a Katherine, la ama de llaves, entrando en la habitación, recogiendo mi cámara y borrando las fotos, para luego encerrarme allí.

Después de eso, no supe nada más.

Sólo que debía volar, junto con todos los demás que allí también estaban atrapados.

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Relato para la actividad de Halloween del Club de Lectura de Fantasía 2.0 de @Polillas

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